martes, 13 de octubre de 2020

Cristóbal Colón, un hombre del renacimiento y el descubrimiento de América.-a

 El hombre del Renacimiento


La polimatía (del griego πολυμαθία, el aprender mucho −de μανθάνω, aprender y πολύ mucho−) es la sabiduría que abarca conocimientos sobre campos diversos de la ciencia, arte o las humanidades. Un polímata (en griego: πολυμαθής)? es un individuo que posee conocimientos que abarcan diversas disciplinas.​ La mayoría de los filósofos de la antigüedad eran polímatas, tal como se entiende el término hoy en día.

También se utilizan los términos «erudito», «hombre renacentista» u «hombre del renacimiento» y, con menos frecuencia, «homo universalis»​ (expresión latina que podría traducirse como «hombre de espíritu universal»). El término relacionado polihistor es un término antiguo con un significado similar.

Este concepto fue desarrollado durante el Renacimiento italiano (uomo universale) por uno de sus máximos representantes, el arquitecto Leon Battista Alberti, quien afirmó que:

El artista en este contexto social no debe ser un simple artesano, sino un intelectual preparado en todas las disciplinas y en todos los terrenos.

Esta idea recoge los principios básicos del humanismo del Renacimiento, que se caracterizaba por considerar al hombre como un ser todopoderoso, con capacidades ilimitadas para el desarrollo, y exhortaba a la gente a abarcar todos los campos del conocimiento y desarrollar sus capacidades al máximo. Por este motivo, muchos hombres hicieron florecer notablemente la cultura y el arte en el Renacimiento.

El hombre del Renacimiento

El término "hombre del Renacimiento" fue registrado por primera vez en inglés escrito a principios del siglo XX.​ Ahora se utiliza para referirse a los grandes pensadores que vivieron antes, durante o después del Renacimiento. Leonardo da Vinci ha sido descrito a menudo como el arquetipo del hombre renacentista, un hombre de «curiosidad insaciable» y de «imaginación febril inventiva».

Muchos polímatas notables vivieron durante la época del Periodo Renacentista, un movimiento cultural que se extendió aproximadamente del siglo XIV al XVII y que comenzó en Italia en la Baja Edad Media y más tarde se propagó al resto de Europa. Estos polímatas tenían un enfoque de 360 grados alrededor de la educación, que refleja los ideales de los humanistas de este período. Se esperaba de un caballero o cortesano de la época que pudiera hablar varios idiomas, tocar un instrumento musical, escribir poesía, etc., cumpliendo así el ideal renacentista. La idea de una educación universal era esencial para lograr la capacidad de erudito. Por lo tanto, se utilizó la palabra "universidad" para describir una casa de estudios. En este momento las universidades no se especializaban en áreas específicas, por lo que a los alumnos se les enseñaba un amplio panorama de la ciencia, la filosofía y la teología de su tiempo. Esta educación universal les dio una base desde la que podían continuar un aprendizaje para convertirse en maestros de un campo específico.

Durante el Renacimiento, Baldassare Castiglione, en El cortesano, describe los atributos que debe tener un cortesano ideal.​ Al hablar del polímata, Castiglione destacó en su guía el tipo de actitud que debe acompañar a los muchos talentos de un gran pensador, una actitud que llamó sprezzatura. Un cortesano debe tener una actitud individual, ser despreocupado, fresco, hablar bien, cantar, recitar poesía, tener un porte adecuado, ser atlético, conocer las humanidades y las obras clásicas, pintar y dibujar y poseer muchas otras habilidades, siempre sin comportamiento llamativo o jactancioso, en definitiva, con sprezzatura. Los muchos talentos del polímata deben aparecer a los demás de manera que parezca que los realiza sin esfuerzo, de forma desenfadada, casi sin pensar.

En cierto modo, los requisitos del caballero de Castiglione recuerdan al sabio chino Confucio, que mucho antes representó el comportamiento cortesano, la piedad y las obligaciones de servicio propios de un caballero. La disposición fácil ante tareas difíciles también se asemeja a la falta de esfuerzo inculcada por el Zen, como en el tiro con arco, donde ninguna atención consciente es necesaria más que la espontaneidad pura, produciendo una mayor habilidad y más nobleza. Para Castiglione, la actitud de aparente falta de esfuerzo debe acompañar a una gran habilidad en muchos campos distintos. El cortesano debe "evitar la afectación ... (y) ... practicar ... una cierta sprezzatura ... disimular todo el arte y hacer todo lo que se hace o se dice aparentando que no exige esfuerzo alguno y casi sin pensar en ello".

Este ideal renacentista difiere ligeramente del concepto del polímata en el que intervienen más aptitudes intelectuales. Históricamente (aproximadamente 1450–1600) representó a una persona que se esforzaba por "desarrollar sus capacidades de la manera más completa posible", tanto mental como físicamente.

Cuando a alguien se le llama hoy en día "Hombre del Renacimiento" o "Mujer Renacentista", se entiende que, en lugar de simplemente tener amplios intereses o conocimientos superficiales en varios campos, poseen un conocimiento más profundo y una habilidad, o incluso una experiencia en algunos de esos campos al menos.​

En la actualidad, la expresión "Hombre del Renacimiento" se emplea generalmente para describir a una persona con dominio intelectual o académico, y no necesariamente del aprendizaje universal implícito en el Humanismo Renacentista. Algunos diccionarios usan el término "Hombre del Renacimiento" para describir a alguien con muchos intereses o talentos,​ mientras que otros dan un significado restringido al Renacimiento y más estrechamente relacionado con los ideales del Renacimiento.

Términos relacionados

Aparte de "hombre del Renacimiento", como se mencionó anteriormente, otros términos similares en uso son "homo universalis" (latín) y "uomo universale" (italiano), que se traducen como "persona universal" u "hombre universal". El término relacionado "generalista"" -en contraste con "especialista"- se utiliza para describir a una persona con un enfoque general de conocimientos.

El término "genio universal" suele aplicarse a Leonardo da Vinci como primer ejemplo. Parece emplearse sobre todo cuando una persona ha hecho contribuciones duraderas en al menos uno de los campos en los que se vio involucrado activamente, y cuando el enfoque de sus intereses tiene carácter universal.

Cuando una persona se describe como poseedora de un "conocimiento enciclopédico", es por exhibir un vasto ámbito de conocimientos. Esta designación puede ser anacrónica, como en el caso de personas como Eratóstenes, que actualmente tiene la reputación de haber tenido conocimientos enciclopédicos, pese a que su vida fue anterior a la existencia de cualquier enciclopedia.



La Bandera de la Raza o Bandera de la Hispanidad  es una bandera creada por Ángel Camblor, capitán del Ejército Nacional de Uruguay, que ganó un concurso continental organizado por la poetisa uruguaya Juana de Ibarbourou en 1932 con el objeto de dotar de bandera a la Raza.

El lema que acompaña a la bandera desde su creación es Justicia, Paz, Unión, Fraternidad, valores que Camblor señaló como representativos de los hispanos. Fue oficialmente adoptada por todos los estados de América como bandera representativa en el marco de la VII Conferencia Panamericana reunida en diciembre de 1933.

El paño es blanco, color de la paz y de la luz, y era el color predominante del paño de las banderas del imperio español y de los primeros movimientos soberanos de América, como las banderas de Guayaquil, Hidalgo, Morelos, Belgrano, o San Martín. Las tres cruces cóncavas son cruces mexicanas o mayas que recuerdan por su similitud las que traían en sus velas las dos carabelas y la nao con que Cristóbal Colón descubrió el Nuevo Mundo (La Niña, La Pinta y La Santa María). El sol incaico simboliza el despertar del continente americano.​

La Bandera de la Raza fue izada por primera vez el jueves 12 de octubre de 1932, día de la Raza, en la Plaza de la Independencia de Montevideo. Tuvo escasa trascendencia, a pesar de su intentos de difusión en los primeros años treinta.





Cristóbal Colón (Cristoforo Colombo, en italiano, o Christophorus Columbus, en latín; de orígenes discutidos, algunos expertos se inclinan por Génova,​ donde pudo haber nacido el 31 de octubre de 1451​ y se sabe que murió en Valladolid, el 20 de mayo de 1506) fue un navegante, cartógrafo, almirante, virrey y gobernador general de las Indias Occidentales al servicio de la Corona de Castilla. realizó el descubrimiento de América, el 12 de octubre de 1492, al llegar a la isla de Guanahani, en las Bahamas.

Escudo de Cristóbal Colón


Pocos personajes históricos están tan en boga como Cristóbal Colón. En los últimos tiempos, el debate entre sus detractores y sus defensores ha derivado en la destrucción de muchos de los monumentos dedicados a su figura. En este sentido, abordamos la historia del descubridor del “Nuevo Mundo”, responsable de un hallazgo que cambiaría para siempre el rumbo de la humanidad.

No son pocas las ocasiones en las que la historia parece volver sobre sí misma. Aunque no seamos conscientes, los debates se repiten, así como los argumentos que los estructuran. Sin embargo, esta reincidencia, por suerte, no es circular, sino que a menudo es elíptica, de manera que siempre constatamos elementos que aportan cierta novedad. En el caso de Cristóbal Colón, su vida y milagros parecen haber vuelto a la palestra de la más rabiosa actualidad siglos después de su muerte.

Los revisionistas claman al cielo y tratan de establecer paralelismos entre su trayectoria vital y problemas sociales propios de la contemporaneidad, tales como el colonialismo, el imperialismo e incluso, en último término, el racismo. La tendencia genera verdadero estupor entre la inmensa mayoría de historiadores, que acusan a los revisionistas de difundir una postura errónea, plagada de anacronismos.

Recientemente, la lucha ideológica ha trascendido el plano teórico, y en varios puntos del globo hemos asistido a la caída de monumentos y estatuas dedicadas a la figura de Colón. En este sentido, parece el momento idóneo para desempolvar el baúl de la memoria y recordar la trayectoria de este controvertido personaje.

Los primeros años de la vida de Colón están inmersos en el más absoluto misterio. Los expertos no han aclarado por completo las circunstancias de su nacimiento, y muchos territorios se atribuyen el origen de este afamado navegante, un apátrida sempiterno. Sea como fuere, situaremos el punto de inicio de su vida en el lugar más plausible al que apuntan los hallazgos realizados hasta la fecha: Génova. Fue aquí donde en 1450 Susana Fontanarossa dio a luz al primero de los cinco hijos que tendría con el artesano Domenico Colombo, el pequeño Cristóbal.

No obstante, se podrían escribir densas monografías abordando otras versiones sobre el lugar de su nacimiento. Galicia y Cataluña, por citar dos ejemplos, son dos de las ubicaciones que se propusieron en el pasado, aunque actualmente muy pocos historiadores sostienen estas hipótesis, pues hasta el momento carecemos de documentación que las respalde.

En cualquier caso, parece que Colón pronto dejó de mostrar interés por el taller de su padre y canalizó sus deseos hacia el mar, embarcándose como grumete en varias travesías. Del mismo modo, se sabe que se sumergió en el complejísimo mundo del comercio genovés, que le llevó a viajar hacia las colonias de esta ex-república en el Egeo.

De sus presuntas aventuras durante estos años conviene no profundizar en esta ocasión. Sin embargo, cabe mencionar que en 1476 Colón llegó a Portugal, un reino pujante por aquel entonces, tras sobrevivir a un naufragio fruto de un encarnizado combate naval. En tierra lusa permanecería durante casi una década. En concreto, nueve años en los que actuó como agente comercial al servicio de la casa Centurione.

Su ocupación le llevó a viajar frecuentemente. Madeira, Inglaterra, Guinea o Islandia, enclaves comerciales fundamentales en el comercio de la época, fueron alguna de las ubicaciones con las que se le relaciona. Merced a estos desplazamientos, obtuvo el bagaje necesario para moverse vía marítima formándose de forma autodidacta. Además, hay expertos que apuntan a que tenía información sobre la llegada de los vikingos a una nueva tierra siglos atrás y que conoció hombres que afirmaban haber llegado a Asia por el oeste.

Dejando a un lado teorías del predescubrimiento, parece claro que residir en Portugal puso a Colón en el momento y lugar apropiados para acometer su empresa. La sociedad de este país estaba enfrascada en la exploración del atlántico, un escenario aún poco conocido. La esposa del marino genovés, Felipa Monís de Perestrello, pertenecía a la clase aristocrática lusa y fue a través de su influencia como Colón consiguió integrarse en altos círculos de la corte portuguesa. Por si fuera poco, pudo acceder a la documentación de su suegro, que participó en primera persona en las exploraciones y colonización de las islas atlánticas portuguesas.

Todo este proceso culminó en una idea que Colón recuperó de la antigüedad clásica, la de la esfericidad de la Tierra. Evidentemente, la lógica apuntaba que, de ser esférico el planeta, Asia podía alcanzarse también por el oeste. Bajo esta premisa, elaboró una serie de cálculos, que luego resultaron ser erróneos, puesto que contaba con que el perímetro del planeta era de un tamaño menor al que realmente tiene. De esta manera, promovió el proyecto de creación de una ruta alternativa hacia Asia por el oeste.

Partida y regreso hacia un “Nuevo Mundo”

Colón necesitaba de financiación, y la solicitó en primer lugar a Juan II de Portugal. El rey luso, no obstante, siguió el consejo de la junta de expertos que convocó, quienes desestimaron la viabilidad de la empresa, aunque otras teorías achacan el rechazo a que los planes de Colón incluían un incumplimiento del Tratado de Alcaçovas. Había que cambiar de patrocinador. La Monarquía Hispánica, dirigida por los Reyes Católicos, parecía el objetivo más evidente. Y así fue.

Después de ser acogido por los franciscanos en el convento de La Rábida, consiguió audiencia con los Reyes católicos gracias a la intermediación de Juan Pérez, entonces confesor de la reina Isabel. Tras  numerosos dimes y diretes y no pocas negativas, fue la propia reina de Castilla quien concedió a Colón su deseo. Además, la reina católica firmó las célebres Capitulaciones de Santa Fe, que regulaban las prerrogativas de Colón en caso de alcanzar el éxito. El resto es historia.

Tres carabelas partieron del puerto de Palos de la Frontera (Huelva) en agosto de 1492. La travesía fue agónica. Colón fue pronto consciente de que sus cálculos no eran acertados y se dice que mentía a su tripulación sobre los mismos para que su ánimo no decayera. Con la situación al borde del motín, avistaron tierra. Llegaron a la isla de Guanahaní, en las Bahamas. Sus primeras exploraciones le llevaron a Cuba y la actual Santo Domingo, entonces bautizada como La Española. Construyó un fuerte con los restos de una de las naves con las que había viajado, la Santa María, y regresó a Castilla.

La corte de los Reyes Católicos quedó asombrada por su hazaña y a los soberanos no les quedó otro remedio que financiar dos expediciones postreras dirigidas por Colón. No obstante, los problemas no tardarían en aparecer, pues sus carencias como administrador de las nuevas posesiones fueron un quebradero de cabeza continuo para los más poderosos personajes de la Monarquía Hispánica, tanto en el plano económico como ético.

Relación con los indígenas y caída

El trato dirigido hacia los indígenas es motivo de polémica y constituye el origen de la actual caída de estatuas y monumentos conmemorativos del descubridor genovés. Sin embargo, la mayoría de historiadores coincide. Colón necesitaba a los nativos como mano de obra. Además, requería de su conocimiento del terreno. Por tanto, no tenía ningún interés en encabezar un genocidio contra ellos. El deseo de exterminio sería, pues, nulo y, asimismo, habría que considerar en el aumento de mortandad entre la población indígena, principalmente los taínos, el contacto fatal con los europeos a nivel de inmunidad biológica.

Otros expertos apuntan a que, si bien no puede hablarse de un genocidio planificado, Colón sentó las bases de un brutal trato a los pueblos de las Indias. Una relación basada en la superioridad armamentística y presunta superioridad moral de los europeos que degeneraría siglos más tarde en terribles crímenes.

Sea como fuere, la caída de Cristóbal Colón fue imparable. Motines de los colonos, acusaciones contra su forma de gobernar… todo acabó en su destitución como gobernador de las nuevas tierras. Fue desposeído de muchos de los cargos que se le habían concedido inicialmente, en consonancia con la voluntad Fernando el católico, que fue uno de sus grandes detractores. No obstante, la reina Isabel, benefactora principal del descubridor, amortiguó su caída, pues consiguió que se respetara aún algunas de sus prerrogativas.

Regresó a Castilla en 1504. Sus últimos años fueron decadentes, y finalmente hallaría la muerte en Valladolid en 1506. Colón falleció sin ser consciente de su hallazgo. El descubrimiento del continente americano fue casual y nunca logró el objetivo inicial de abrir una nueva ruta hacia el gigante asiático, pero consiguió mucho más. Su viaje fue toda una epopeya, y abrió a los conquistadores del siglo XVI un camino que posicionaría a la Monarquía Hispánica como la mayor potencia mundial pocas décadas después.





Monumento 


El Faro de Colón, comúnmente conocido como Faro Colón, es un monumento y museo dominicano construido en honor a Cristóbal Colón, descubridor del Nuevo Mundo.

Descripción

Es un monumento en forma de cruz (recordando la cristianización de las Américas) que mide aproximadamente 800 metros de largo por 36,5 metros de alto.​ En él, se dice, que se albergan los restos del insigne almirante Cristóbal Colón, hecho que se ha demostrado falso debido a la confirmación mediante análisis genéticos de los restos de Cristóbal Colón que se encuentran en la Catedral de Sevilla.

Monumento 

Cuando el faro está encendido, proyecta una luz en forma de cruz hacia el cielo nocturno. Dicha luz puede verse a aproximadamente 64 kilómetros de distancia, pero causa problemas con el suministro de electricidad de los barrios aledaños. Es la razón por la cual solo se enciende en ocasiones especiales.

Dentro del faro hay exhibiciones de diferentes países del mundo. También posee salas para exhibiciones temporales y salas de conferencias.

Monumento 



Historia del Faro

El historiador dominicano Antonio Delmonte y Tejada, en su libro Historia de Santo Domingo (La Habana, 1852), había expresado la idea de erigir un monumento en honor al Almirante, en Santo Domingo. Ya en 1914 el norteamericano William Ellis Pulliam promovió en la prensa de su país la construcción de un faro monumental en la primera ciudad del Nuevo Mundo. La idea se torna en un carácter más universal en 1923 durante la celebración en Chile de la Quinta Conferencia Internacional Americana, cuando se decreta que ese monumento debía construirse en cooperación de todos los gobiernos y pueblos de América.

El embajador Luis F. Thomen, primero a la izquierda, presenta a la Organización de Estados Americanos (OEA), el diseño para la construcción del Faro a Colón, el 17/04/1952. OGM.


Se realizó un concurso en 1931 para elegir quién sería el arquitecto que diseñaría esta obra; el arquitecto británico J. L. Gleave ganó el concurso, siendo favorecido entre 455 participantes de 48 países. La construcción comenzó en 1948.

Después de ese año, la situación política del país impidió la reanudación de los trabajos de construcción del faro. Finalmente, durante el gobierno de Joaquín Balaguer se reanudó en 1986 la construcción del faro bajo la supervisión del arquitecto dominicano Teófilo Carbonell, y culminando la construcción del monumento en 1992, a tiempo para la celebración de los 500 años del Descubrimiento de América.​ El faro fue inaugurado el 6 de octubre de 1992.​


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