domingo, 30 de agosto de 2020

Habla la voz del exilio: "No le veo futuro a la III República a pesar de Juan Carlos I" a



ENTREVISTA A LUDIVINA GARCÍA


30/08/2020 

En pleno franquismo, en los años más duros de la posguerra, Ludivina García se educó en un colegio en el que todas las semanas honraban la bandera republicana y cantaban el himno de Riego, que, aunque nunca fue oficial, fue el que la gente popularizó durante la Segunda República. En las clases les enseñaban la historia de España y leían a Lorca, a Machado… Ludivina vivía en “un oasis”, como lo llamaban. Lejos de España, muy lejos de España, en México, una enorme colonia de exiliados republicanos educó a sus hijos en la nostalgia de España, el país del que tuvieron que salir tras la Guerra Civil. Llevaban tantas heridas, tantos desgarros, tanta pena, que de lo único que no hablaban era de la tragedia.
Ludivina García Arias 
Ludivina García Arias (Morelia, México, 13 de diciembre de 1945) creció con la convicción de que un día vendría a España para resolver la duda que tantas vueltas le daba a la cabeza: había nacido en México, amaba México, pero extrañaba a España, añoraba Asturias, la tierra de sus padres. Quería saber si era mexicana o española y, para eso, algún día tenía que venir a España. Cumplió su sueño, volvió a España para estudiar en la Complutense y, en la clandestinidad de los años 70, se afilió al PSOE, y lo representó luego en todas las instituciones, desde la local hasta la europea, pasando por el Congreso de los Diputados. Allí estaba sentada en el golpe de Estado de Tejero. Coincidiremos que, si alguien puede hablar hoy de la república en España, son estos hijos de los exiliados republicanos que, como su padre, que murió en 1968 sin haber podido volver a vivir en su país, conocieron todas las formas de sufrimiento antes de instalarse en aquel refugio de México.


PREGUNTA.- Se hace difícil imaginar cómo crece una niña en un entorno así, con padres exiliados que le hablan maravillas de un país al que, tras una Guerra Civil, no pueden volver.

RESPUESTA.- En mi casa no se hablaba de la guerra, entre otras cosas porque cada vez que salía el tema, mi madre se echaba a llorar. Lo he comentado con muchos de mis compañeros de México y me han contado lo mismo, no se hablaba de la guerra, se hablaba de la república, de sus ciudades, de las comidas, de sus paisajes… Los temas dolorosos se rehuían. Enriqueta Tuñón Pablos, que también nació en México, porque toda la familia Tuñón de Lara eran, como sabe, muy republicana, entre comunistas y socialistas, lo define muy bien cuando dice que vivíamos en una burbuja. Una burbuja republicana en México, como en el colegio Luis Vives, en el que estábamos todos, cuando honrábamos la bandera de México y cantábamos el himno y, luego, la de la república, y también cantábamos el Himno de Riego con la letra que le hizo el profesor de historia, Marcial Rodríguez:
 “De nuevo España resurge, tan alto y tan grande es su honor, que en el hombre es un timbre de gloria, nacer y sentirse español”. 
Y en mi casa… Cada tarde, cuando mi padre regresaba de trabajar, nos sentaba en el salón, debajo de un cuadro con un paisaje de Asturias, ponía música de Albéniz, y empezaba a contarnos cosas de la historia de España o nos recitaba poemas de Lorca, de Machado... De la guerra mundial sí hablaba también, pero de la Guerra Civil, jamás. Tantos años han pasado, pero me sigo emocionando cada vez que oigo a Albéniz.

P.- Imagino que, con los años, sí conocería usted cada detalle del pasado de su padre en la República y en la guerra.

R.- Mi padre, Ismael García Lombardía, era maestro dentro de una familia de maestros de escuela de Asturias. El golpe militar, en julio del 1936, le pilló en Madrid porque quería presentarse a unas oposiciones. Digo esto porque en Oviedo vivía con mi abuelo, ya mayor y enfermo, con lo que le había pedido a su hermano que se quedara unos días con él, para cuidarlo mientras estaba fuera, en Madrid. Todos eran gente muy involucrada en los movimientos asociativos de trabajadores, además de militantes del Partido Comunista. En fin, que los fascistas fueron a buscarlo a la casa en la que estaba mi abuelo y a quien se encontraron fue a su hermano; lo fusilaron, estaba casado con tres niños pequeños, y mi abuelo murió, poco después, en un bombardeo. Hay que imaginarse lo que supuso eso para mi padre, saber que detuvieron a su hermano cuando iban buscándolo a él… Nunca hemos sabido dónde los enterraron.

P.- Su padre, luego, combatió en la guerra en varios frentes con el Ejército Republicano y, finalmente, se exilió a México.

R.- Combatió en varios frentes y, en febrero de 1939, viendo que la República se derrumbaba, se marchó a Francia. Allí, como a todos los republicanos que llegaban, lo internaron en un campo de concentración, primero en Argelès. Tras varios años, pudo conseguir un pasaje para América en un barco en el que viajaban, además de doscientos españoles, muchos judíos que huían del horror del nazismo.
"Hay que imaginar lo que supuso eso para mi padre, que detuvieran a su hermano cuando le buscaban a él. Nunca hemos sabido dónde los enterraron"
Llegaron a Nueva York y, como llevaban la fama de rojos peligrosos, los metieron en un tren y los mandaron para México. Durante toda su vida, mi padre siempre repetía lo que le dijo un funcionario de inmigración al llegar a la frontera de México, en Laredo: 
‘señor, ¿ve usted esta raya en el suelo? Pues puede traspasarla porque dice mi general Cárdenas que, a partir de este momento, es usted libre de ir a donde quiera y a trabajar donde pueda. Sea usted honrado”. Nunca olvidó aquel gesto de grandeza, por eso el cariño eterno que le tenemos a México.
P.- Usted nace allí, unos años después, en 1945, y no sé cuándo, a qué edad, comienza a sentir la extrañeza de que le hablasen continuamente de España, como un paraíso perdido o una frustración.

R.- Sí, esto es curioso porque mis padres llegaron a México por motivos muy distintos, mi padre como exiliado político y mi madre, que era una campesina asturiana, por el exilio económico, la emigración de las zonas más pobres de España, fundamentalmente de Asturias y de Galicia. Mi madre trabajaba en uno de los comedores de refugiados que habían organizado los españoles para acoger a los que iban llegado, y allí conoció a mi padre.

P.- ¿Cuándo viaja usted por primera vez a España?

R.- Mi madre quiso volver en 1957, para ver a mi abuela; llevaban más de veinte años separadas. Vinimos con mi padre a Europa pero, al llegar a la frontera, mi padre se quedó en Francia y nosotras nos fuimos a Asturias, a Fresnedo. Recuerdo que llegamos a la aldea en un taxi, llovía y estaba anocheciendo. Al entrar en la casa, casi en penumbra, sólo se divisaban algunas siluetas.

Mi madre se fue hacia mi abuela y se fundieron en un abrazo que parecía que no terminaba hasta que, de repente, aquellas bombillas cogieron más vigor, iluminaron más la sala y, estupefacta, mi madre se dio cuenta que una de aquellas siluetas era un cura con sotana. Se quedó mirándolo, lo señaló y nos dijo, ‘niños, nos vamos’. El sacerdote, al momento, le dijo que no tenía nada de qué preocuparse, que entendía ese reencuentro entre una madre y una hija después de tanto tiempo. Con posterioridad, casi al final del franquismo, volví de nuevo y ya hice mi vida aquí.

P.- Decía antes que no se quería hablar de la guerra, pero, además de por el dolor que sentían, quizá tampoco querían reproducir en el exilio los enfrentamientos que hubo entre socialistas, comunistas, anarquistas, que acabaron todos conviviendo en el exilio.

R.- Naturalmente. Todos ellos, además, siempre pensaron que un día regresarían a España y ninguno quería envenenar ese sentimiento mutuo con disputas políticas. Sobre todo, tras la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial, todos sintieron que se les había dado la razón, que ellos lucharon en el bando correcto contra el ejercito franquista. También las Naciones Unidas condenaron el régimen franquista, con lo que todos estaban convencidos del fin de la dictadura. Pero no, aquella ‘euforia democrática’ internacional se fue enfriando y algunos no volvieron jamás. Pero bueno, lo que preguntaba, que era tan firme la idea de convivir, sin reavivar disputas políticas, sobre todo porque también, por la emigración económica, había muchos españoles conservadores.
 Le contaré una anécdota que lo define bien: un empresario catalán, Arturo Mundet, había hecho fortuna con un refresco de manzana, muy famoso en México, Sidral Mundet, y abrió un espacio recreativo, con piscina, boleras, canchas de tenis, al que íbamos todos. Colocó en un mástil la bandera de España, roja, amarilla y roja, y aquello provocó una vez un conflicto. ¿Sabe lo que hizo? Pues Mundet decidió que, en adelante, la bandera de España iba a ser sólo una banda roja y otra amarilla. Porque había que convivir, claro…


P.-. ¿Qué piensa cuando oye decir que Puigdemont es un exiliado?

R.- Pues pienso que es mentira, que el exilio es algo muy distinto a fugarse de un país para eludir la acción de la Justicia de un país democrático, y subrayo esto último: huye de una justicia democrática. Eso, además de que, seguramente, todavía vive en un país europeo con dinero de los fondos públicos españoles… En fin, que me duele que se diga y que se propague por los medios, con lo que el término exilio pierde todo sentido.

P.- En su decisión de afiliarse al PSOE en la clandestinidad, cuando vuelve a España, ¿cuánto había de reivindicación de le memoria de todos aquellos republicanos, como su padre, que murieron en el exilio sin poder volver? No sé, imagino esa rabia interior…

R.- Cuando volví en el 1970, la mayor parte de la oposición al régimen de Franco, ya fueran comunistas o liberales, eran todos republicanos. Me casé con un asturiano, Juan Luis Rodríguez-Vigil, mi exmarido, y ambos teníamos muy claro que queríamos afiliarnos al Partido Socialista. Teniendo en cuenta que Franco vivía aún, el número de afiliados era importante, unas quinientas personas en Asturias, muchos de ellos que ya habían sido detenidos y torturados años atrás. Lo que más me impresionó al conocerlos es que era gente de un talante democrático impresionante. A pesar de todo lo que habían sufrido, no tenían ningún rencor político y lo que querían para España era una democracia abierta y tranquila, sin venganzas. Me impactó muchísimo, me maravillaba.


P.- Dice usted que todos, derechas e izquierdas, eran republicanos. ¿Cómo se produce la evolución de los republicanos de la clandestinidad hacia la aceptación de la monarquía parlamentaria?

R.- Todos nos sentíamos republicanos y la imagen que se tenia de Juan Carlos era la que correspondía en aquel momento, era el sucesor que había designado Franco. Es decir, la imagen nunca podía ser buena por su complicidad evidente con el régimen franquista. Lo que ocurrió es que, a medida que fue desarrollándose ese proceso tan complejo y difícil como fue la Transición, Juan Carlos comenzó a aparecer como una figura necesaria para aquello a lo que aspirábamos, una democracia tranquila. De forma que cuando llegaron las Cortes Constituyentes, que ya representaban a la soberanía popular, el PSOE, que había perdido aquellas elecciones, presentó en la comisión parlamentaria, antes de llegar al pleno, un voto particular sobre el modelo de Estado en defensa de la república. La votación se perdió porque sólo lo apoyaron los diputados del PSOE, ni los nacionalistas vascos ni los catalanes, a excepción de un diputado de Esquerra Republicana. Este dato es fundamental y no entiendo cómo el PSOE no lo recuerda a menudo. La monarquía parlamentaria no es una imposición del franquismo sino un acuerdo parlamentario y su titular, Juan Carlos, tuvo que ganarse su espacio durante la Transición.

P.- Y a usted, personalmente, por su vida, por su memoria, por padre, ¿le costó aceptar la monarquía y renunciar a la república?

R.- Entonces, y ahora, porque yo sigo considerándome republicana, lo que antepusimos fue la necesidad de la convivencia en España. Es cierto que, también en aquellos años, muchos preguntaban que por qué no se sometía a la Corona a un referéndum aparte, que por qué iba en el mismo paquete que la Constitución, pero ya le digo que la votación se realizó entre los representantes de la soberanía popular y, sobre todo, que lo fundamental y prioritario era avanzar y aprobar la Constitución que garantizaba en España una democracia plena. 
Sucede, además, que Juan Carlos tuvo su propio referéndum, y también lo ganó: fue en el golpe de Estado de Tejero, el 23 de febrero de 1981. Y me explico. Pasado el 23-F, se organizaron manifestaciones en toda España en defensa de la libertad. Yo estaba en la organización de la de Asturias y recuerdo en aquella multitud que comenzaron a llegar los autobuses de las cuencas mineras y empezaron a gritar ‘¡viva el Rey! ¡viva el Rey!’ Me dije, este hombre se ha ganado hoy la Corona, éste ha sido su referéndum. Yo estaba allí, en el Congreso, cuando entró Tejero, y en los días sucesivos nos reunimos con militares que, nerviosos aún por lo que había ocurrido, nos dijeron que en los cuarteles lo que imperaba aquel día no era la Constitución sino la palabra del rey. Por eso se paró el golpe de Estado, gracias a Juan Carlos, y a mí no me cabe la menor duda.

P.- ¿Como hija de un exiliado republicano, se siente identificada con quien pide hoy una república en España?

R.- A ver, desde el punto de vista meramente teórico, el hecho de contar con la más alta institución del Estado, la jefatura del Estado, que se transmite por filiación, encierra una evidente contradicción democrática. Pero la realidad es mucho más compleja que un mero análisis teórico y en el caso de España, además de que este asunto, como le decía antes, ya se debatió y de decidió democráticamente, lo fundamental es que la monarquía parlamentaria es garantía de estabilidad.
 ¿Me identifico con los republicanos de hoy? 
Ya le digo que yo me siento republicana y cuando he ido a reuniones de algunos partidos o colectivos que piden la III República me he dado cuenta de que cada uno de ellos defiende la necesidad de un estado republicano según su programa político. Los republicanos de hoy no buscan el interés general de España. Lo que no he visto en todos estos años es un movimiento republicano que sea una alternativa a la monarquía parlamentaria, ese bloque teórico no existe. Por tanto, le veo un escaso futuro.

P.- ¿Incluso después de lo sucedido con don Juan Carlos, los escándalos tras su abdicación?

R.- Lamentablemente, el propio Juan Carlos, después de su valiosa aportación en las primeras décadas de la democracia, se ha convertido, como persona, no como jefe del Estado ni como rey, en un obstáculo para la monarquía parlamentaria. Espero que todas las dudas que existen sobre su comportamiento se aclaren en los tribunales de justicia, que es lo que debe suceder en una democracia como la española. Lo que no se puede pretender es que esa responsabilidad se traslade también a su hijo, Felipe VI. Lo que no se puede hacer es mezclar debates, y en lo que se refiere al modelo de Estado lo que tenemos que pensar es que el desarrollo de la democracia en España no ha sido diferente con la monarquía a como pudo haber sido con una república. Por lo tanto, no hay motivos para generar inestabilidad política, social y económica, mucho más en estos momentos tan graves por la pandemia del coronavirus. No logro entender que haya partidos y personas que se dicen republicanos y no les importe lo que supondría para España esa inestabilidad en estos momentos…

P.- Es habitual oírle decir a dirigentes de Podemos que el PSOE traicionó a la república en la Transición. Podemos, que es el socio de gobierno del PSOE de Pedro Sánchez. ¿No echa usted de menos que los dirigentes de su partido reivindiquen los valores de la Transición con más énfasis, incluso con más convencimiento?

R.- Algunos hablan de la Transición como si aquello hubiera sido la reunión de cuatro o cinco personas sentadas en una mesa de camilla… Y no, claro, fue algo mucho más complejo y se alargó durante varios años, hasta que se aprobó la Constitución, el rey cedió al pueblo español todo el poder que había heredado de Franco y se consolidaron los derechos y libertades.
 ¿Hubo que ceder en la Transición? 
Pues naturalmente, todos cedieron para que se pudiera alcanzar un acuerdo, pero es que en eso consiste una democracia, en esa capacidad de diálogo y de entendimiento para progresar. Nadie traicionó a nadie. Y fueron los propios represaliados, aquellos que habían sufrido torturas o el exilio, los primeros que aceptaron y defendieron que se alcanzase un acuerdo para abrir esta etapa de democracia, que es única en la historia de España.

P.- ¿Es usted de las socialistas que está inquieta por la presencia de Podemos en el Gobierno, tal y como decía Pedro Sánchez antes que pactar con Pablo Iglesias?

R.- Desde las movilizaciones del 15-M, siempre he recelado de Podemos. Recuerdo que, entonces, me acercaba a las concentraciones para ver de qué iba todo aquello y me sorprendía la demagogia y la ligereza con la que repetían que los partidos políticos que habían obtenido millones de votos en las elecciones no los representaban, como si a ellos los hubieran elegido alguien… En fin, que no, que no me gusta Podemos ni que gobierne en coalición con el PSOE. Pero esa ha sido la mayoría de izquierda que salió de las urnas.

Nota del autor.

Ludivina García Arias (Morelia, México, 13 de diciembre de 1945)​ es una profesora y política socialista méxico-española, diputada al Congreso de España y al Parlamento Europeo en tres ocasiones respectivamente.

Hija de exiliados españoles en México, víctimas de la represión franquista, se formó en el Instituto Luis Vives de Ciudad de México. Después se licenció en Filosofía y Letras, especializada en Historia universal, en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Regresó a la tierra de origen de sus padres en España, Asturias, al final de la dictadura. Trabajó como profesora de enseñanza secundaria en Oviedo, y allí se incorporó como militante del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en la clandestinidad en 1972. Durante la Transición democrática participó activamente en la reorganización de la Federación Socialista Asturiana (FSA-PSOE) y de la Unión General de Trabajadores de España (UGT), varias veces desmantelados durante la dictadura. En 1976 fue elegida secretaria de Emigración de la dirección confederal de UGT (1976).
En la I Legislatura (1979-1982), fue elegida diputada al Congreso por la circunscripción de Asturias; en la siguiente convocatoria de 1982 renovó el escaño. Durante estos primeros siete años en la cámara baja, fue vocal de la Comisión de Asuntos Exteriores y del Defensor del Pueblo (1979-1982), secretaria de la Comisión de Exteriores (1982-1986), formó parte de la Asamblea de Parlamentarios encargada de redactar el Estatuto de Autonomía del Principado de Asturias (1983) y fue miembro de la Comisión de Control sobre Radiotelevisión Española (1984-1986). 
Fue de nuevo elegida diputada en la VII Legislatura (2000-2004), última de la presidencia del ejecutivo de José María Aznar, durante la cual ocupó la vicepresidencia primera de la Comisión de Exteriores, fue vocal de la de Infraestructuras y miembro de la Asamblea de la Unión Interparlamentaria.

Entre el final de la II Legislatura (1986) y las elecciones generales de 2000, fue diputada del Parlamento Europeo elegida en tres convocatorias consecutivas (elecciones de 1987, 1989 y 1994), al tiempo que fue miembro de la dirección federal del PSOE (1995) y de su Comité Federal (1998-2000). Durante los tres mandatos en el Parlamento Europeo fue vicepresidenta de la Delegación para las relaciones con las Naciones Unidas (1988-1989), presidenta de la Delegación para las relaciones con la República Checa y Eslovaquia (1990-1995) y miembro de la delegación para las relaciones con los países del sudeste asiático (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) y de la Asamblea Paritaria del Convenio concertado entre los Estados de África, del Caribe y del Pacífico (ACP) y la Unión Europea (1995-1999). De 1987 a 2000 fue presidenta de la Asociación Europea de Municipios Mineros (EURACOM) y preside la Asociación de Descendientes del Exilio Español.

Diputado de España por Asturias (1980-1982)
Diputado de España por Asturias (1982-1986)
Eurodiputado por España (1986-1989)
Eurodiputado (1987-2000)
Eurodiputado por España (1989-1994)
Eurodiputado por España (1994-1999)

Diputado de España por Asturias (2000-2004)

lunes, 24 de agosto de 2020

El pasado ni siquiera es pasado.-a

La casa de William Faulkner en Oxford (Misisipi).



Oxford (Misisipi) - 23 ago 2020


En el verano de 1970 Joan Didion emprendió un viaje en coche por el sur de Estados Unidos porque creía que si desentrañaba el sur, comprendería mejor California. Comenzó en Nueva Orleans y, durante un mes, recorrió la Costa del Golfo y una ristra de pueblos del interior de Alabama y de Misisipi, observando, tomando notas y grabando entrevistas. Life le había encargado un reportaje sobre “la mente del sur blanco” que la periodista nunca llegó escribir. En 2017 publicó esa ensalada de ideas en un libro (South and West) que resultó de rabiosa actualidad. Rabiosa, en el sentido más literal que cabe de la palabra.

Didion describe las burbujas de la sociedad estadounidense en una mezcla de retrato -de lo que observa- y autorretrato involuntario -la extrañeza de su mirada, ese caminar de extraterrestre llegado de la costa Oeste que desprenden algunas de sus reflexiones sobre el viejo Sur-. 
“El aislamiento de esta gente respecto a las actuales corrientes de la vida americana en 1970 era desconcertante. Toda su información era de quinta mano y entregada de forma mitificada. ¿Importa dónde está Tao, después de todo, si Tao no está en Misisipi?”, escribe en un momento. 

La Guerra Civil parece que ocurrió ayer pero se habla de 1960 como si fuera algo de hace 300 años”, apunta en otro.

Le llama la atención el lujo de los pabellones deportivos de los colegios, le hace pensar que el deporte es el opio de esos pueblos, y transmite una idea deprimente sobre algunos parajes.
“Parecía un lugar bueno y esperanzador para vivir y, aun así, las chicas guapas, si se quedaban por Guin, acabarían en una lavandería en Winfield, o en una casa-trailer con el aire acondicionado puesto toda la noche”.
En el verano de cincuenta años después un prometedor cartel ilustrado a la entrada de la ciudad reza “Bienvenidos a Winfield”, pero no hay nadie allí que reciba al forastero un miércoles de verano a las cinco de la tarde, cuando apenas queda un negocio abierto. El antiguo teatro, que se levantó en 1937 y la familia Henger rehabilitó en 2002, se llama ni más ni menos que El Pasado y anuncia en letras capitulares negras sobre fondo blanco que los conciertos de The Band Steel y 7 Bridges se han pospuesto sine die, como la propia vida de esa ciudad.

Winfield está cortada por el mismo patrón que otras tantas poblaciones de la América rural: una calle principal que es al tiempo una carretera con varias tiendas, un edificio consistorial y las camionetas de los vecinos que hacen recados para regresar a las casas desperdigadas por los alrededores. Tiene 4.700 habitantes, el 92% blancos. Estudiar el sur para comprender el norte, venía a decir Joan Didion. Viajar a la América blanca para comprender mejor a la negra, se diría en este caso.

2020

A diferencia de lo que la periodista californiana se debió encontrar en 1970, en las afueras del pueblo se han construido hoy algunos edificios modernos, centros médicos. La quietud y el sonido del tren, sin embargo, resultan intactos. “Trump va sobre Dios y es sobre lo que nosotros vamos. Él está tratando de deshacer lo que hizo Obama. Obama sacó a Dios de la escuela y Trump está intentado traer las cosas de vuelta”, explica Sunney Shirley, la dependienta de Norris Music, un establecimiento que vende y repara instrumentos de música. Shirley, de 60 años, cree que “alguien está detrás” la ola de protestas raciales que comenzó hace dos meses en Estados Unidos. “Vivimos el fin de los tiempos, las cosas se están volviendo caóticas y alguien quiere acelerarlo”, añade.

El cliché del sureño religioso, algo conspiranoico y extraordinariamente hospitalario se cumple en esta mujer de Winfield, aunque la realidad siempre es más compleja. Antes de trabajar en Norris Music, que es propiedad de un predicador, Shirley había prestado servicio en una organización que ayuda a mujeres a salir de la drogadicción y también había sido conductora de camión.
La entrada en Oxford, ya de noche, se sentía como un cambio de espacio, tiempo y curva gravitacional. Un restaurante griego al aire libre lleno de gente joven y guapa; tres librerías en apenas veinte pasos; un puesto de flores sin vendedor donde el interesado debía dejar 10 dólares en una caja y llevarse el bouquet. La famosa ciudad de William Faulkner -Jefferson en su ficción- es un primoroso núcleo urbano, universitario y jovial dentro de Misisipi, el Estado más pobre del país.
Había leído decenas de historias antes de llegar sobre las monedas en la tumba del autor, lo hermoso de su casa (Rowan Oak), la cabina de teléfonos londinense o la alcaldesa demócrata, Robyn Tannehill. Ignoraba, sin embargo, que en la plaza principal se encuentra uno de los comercios más antiguos de Estados Unidos, los grandes almacenes Neilson’s y que su propietario, William Lewis Junior, era además historiador.
Abierto en 1830, el negocio sobrevivió a la Guerra Civil y a la Gran Depresión. El general Grant ocupó Oxford con 30.000 soldados cuando empezaba la campaña de Vicksburg, pero fue el general Andrew Jackson Smith quien arrasó la ciudad un 24 de agosto de 1864. Como el patriarca de los Neilson tenía lingotes de oro enterrados, pudo reconstruir la tienda. La familia de Lewis fue socia del negocio desde los años 40 y, desde los 60, única propietaria. Hoy, William Lewis Junior trabaja en el mismo escritorio en el que lo hizo su padre, muerto en 1989 a los 92 años, y en el que parece que lo hará algún día la hija que se mueve arriba y abajo del establecimiento.

Le pregunté por la batalla de los símbolos confederados, que Misisipi ha decidido retirar de su bandera oficial.
 “Las banderas no molestaron a nadie durante un siglo, ni a blancos ni a negros, pero desde hace pocos años, dirigidos por la prensa, se ha enseñado que la gente negra debe sentirse amenazada por ellas. Yo pienso que es mejor reconocerlo y estoy a favor de retirarlas, aunque no tenga tanta certeza moral como los que quieren tirar abajo todas las estatuas”, dijo.

Lewis no votó a nadie en 2016 y tampoco tiene claro qué hará en las elecciones de noviembre. Cuando le inquirí por el peso del pasado, me dijo que no se podía comparar Misisipi con Nueva York o Nueva Jersey.

 “El sur fue diezmado durante la Guerra Civil, y luego la Reconstrucción… Las tropas federales vinieron y la gente se resintió. Las intenciones eran buenas, quería elevar a la gente negra, pero no lo consiguieron y los blancos se quedaron resentidos. Mantuvieron el control de la educación, por ejemplo, y reprimieron el progreso de los negros. 

Fue malo”, afirma. Y añade:
“Ya sabe lo que dijo William Faulkner: ‘El pasado nunca muere. Ni siquiera es pasado”.
Faulkner, cuya relación con la raza merecería un capítulo aparte, cuestionó otras muchas cosas. En 1955, tras la tortura y muerte de un chico negro de 14 años a manos de dos hombres blancos porque silbó a una mujer blanca en una tienda, envió un comunicado a la prensa planteando si esa América merecía sobrevivir. La matanza de Emmett Till tuvo lugar en Money (Misisipi), siguiente parada de este viaje. En esa carretera se encuentra la supuesta tumba de Robert Johnson, el músico que en los años 30 vendió su alma al diablo a cambio de una técnica prodigiosa. Nadie le pone monedas, sino botellas de whisky vacías.

sábado, 22 de agosto de 2020

El péndulo de la historia, el renacer de ultra derecha en Europa.-a


“Cuando estás en un barco que se hunde, tus pensamientos serán sobre barcos que se hunden.”
 Resulta difícil no acordarse de esta frase de George Orwell (Eric Arthur Blair (Motihari, Raj Británico, 25 de junio de 1903-Londres, Reino Unido, 21 de enero de 1950),1​2​ más conocido por el pseudónimo de George Orwell, fue un escritor y periodista británico.) cuando uno observa el rumbo de la Unión Europea durante la legislatura del Parlamento Europeo que termina este mayo. 
Sin embargo, cada vez son más los comentaristas que señalan un escenario hasta hace no mucho imprevisto: el de que un grupo de marineros amotinados logre hacerse con el control de la nave, tapone algunas de sus fugas de agua y lleve el buque en una dirección insospechada. 

A comienzos de este mes el secretario de la Liga, Matteo Salvini, viajó a Varsovia para reunirse con el presidente del partido Ley y Justicia (PiS), Jaroslaw Kaczynski. El objetivo declarado de Salvini era conseguir sumar al PiS a un nuevo grupo parlamentario en la Eurocámara con la Agrupación Nacional (AN) de Marine Le Pen y el Partido para la Libertad (PVV) de Geert Wilders, y al que espera que también se añada al Partido de la Libertad de Austria (FPÖ). De conseguir este objetivo, el nuevo grupo parlamentario podría obtener 140 eurodiputados, convirtiéndose en la tercera fuerza en el Parlamento Europeo. Alternativa para Alemania (AfD) se ha mostrado partidaria de ir más allá y fusionar todos los grupos parlamentarios que se encuentran a la derecha del Partido Popular Europeo (EPP): el Grupo de Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), el Grupo Europa de la Libertad y la Democracia Directa (EFDD) y Europa de las Naciones y las Libertades (ENF). Según una proyección de votos de Europe Elects, la suma de estos tres grupos daría 161 eurodiputados, quedándose a sólo 17 escaños de convertirse en el mayor grupo del próximo Parlamento Europeo.

Que Salvini y Kaczynski llegarían a algún tipo de acuerdo era previsible. Dos de los grupos a la derecha del EPP arriba señalados, ECR –que cuenta con 73 diputados–, del que forma parte el PiS, y EFDD –que tiene 46–, posiblemente desaparezcan o entren en crisis la próxima legislatura, en la que ya no estarán los dos partidos que los encabezan, el Partido Conservador británico y el Partido de la Independencia de Reino Unido (UKIP) respectivamente, debido al brexit.
“Polonia e Italia serán parte de la nueva primavera de Europa, del renacimiento de los valores europeos”, declaró Salvini en una rueda de prensa conjunta con el ministro del Interior polaco, Joachim Brudzinski. “La Europa que tomará forma en junio”, agregó, “nos conducirá a una muy diferente a la que hoy existe y está dirigida por burócratas.” 
De momento las encuestas de intención de voto acompañan a los planes de Salvini: según algunos de los sondeos más recientes, el PiS obtendría un 45% en Polonia, Agrupación Nacional un 35% en Francia, la Liga superaría el 32% de intención de voto en Italia, el FPÖ tendría un 22% en Austria, AfD conseguiría el 15% en Alemania y Vox el 13% en España.

EL GIRO “EUROPEÍSTA” DE LA ULTRADERECHA

El alza en las encuestas llevó hace ya algún tiempo a los partidos de derecha radical a replantear sus posiciones por consideraciones de oportunidad. Las llamadas a salir de la Unión Europea, tan frecuentes hace unos años –Frexit (Francia), Öxit (Austria), Gexit (Alemania), etcétera–, pasaron a ser un murmullo tras la crisis griega de 2015 y han desaparecido ya casi por completo de su discurso, si es que alguna vez fueron consideradas seriamente y no eran una baladronada. Sea como fuere, ante la posibilidad de forjar un proyecto europeo de derechas, presionando y condicionando a los conservadores en el Parlamento Europeo como ya hacen el FPÖ o Vox a escala estatal, el foco se va desplazando lentamente de la enmienda a la totalidad a la Unión Europea a una reforma en una dirección propia.
Llegados hasta este punto conviene recordar la flexibilidad y el pragmatismo de todas estas formaciones cuando se han visto cerca del poder. El caso de la Lega de Salvini quizá sea el más claro: en el lapso de unos años ha pasado de promover la secesión de “Padania” a defender un proyecto “federalista” para Italia. Cabe al mismo tiempo preguntarse hasta qué punto el nacionalismo agresivo que es su seña de identidad no se convertiría en un obstáculo para una coordinación efectiva a escala europea. Por mencionar solamente unos cuantos puntos de fricción: el rusófobo PiS recela de las simpatías de Salvini o Le Pen hacia el Kremlin; una de las banderas del FPÖ es la concesión de la ciudadania austríaca, o incluso un referéndum de secesión, para Tirol del Sur/Bonzano, lo que podría llevar a roces con la Lega; en el caso español, Vox podría chocar con el independentismo del Vlaams Belang flamenco –que forma parte del ENF– y, de configurarse un grupo más amplio con los partidos procedentes del ECR, aún más con la Nueva Alianza Flamenca (N-VA), que presta apoyo a Carles Puigdemont en Bélgica.

La inmigración sería el denominador común para alinear a todos estos partidos en una constelación propia a la derecha del EPP. Reforzar la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas (Frontex) y ampliar las misiones policiales en el Norte de África, el Sahel y los Balcanes para estrangular las rutas de inmigración hacia Europa son dos medidas que encontrarían un amplio apoyo entre los partidos de ese nuevo grupo. Las políticas sociales centradas en el modelo de familia tradicional también serían otro de los pilares sobre el que construir ese consenso.

DE UN AZUL CADA VEZ MÁS OSCURO.

En contra de una corriente de opinión muy extendida, el “europeísmo” no ha de ser necesariamente liberal o de izquierdas, como el soberanismo no ha de ser exclusivamente de derechas. Lo subrayaba Yanis Varoufakis (​ Atenas, 24 de marzo de 1961) es un economista con doble nacionalidad greco-australiana, catedrático universitario, político y activo bloguero y escritor, autor de varios libros de política y economía.) en uno de sus últimos libros con la siguiente recolección de citas:

“Por encima y más allá del concepto de nación estado, la idea de una nueva comunidad transformará el espacio vital proporcionado a todos por la historia en un nuevo reino espiritual... La nueva Europa de solidaridad y cooperación entre todos sus pueblos, una Europa sin desempleo, sin crisis monetarias... encontrará una fundación asegurada y una prosperidad rápidamente creciente una vez se hayan eliminado las barreras económicas nacionales.” 
(Arthur Seyss-Inquart)

“El pueblo de Europa entiende cada vez más que las cuestiones que nos dividen, cuando se las compara con aquellas que aparecerán y que serán resueltas entre continentes, no son más que triviales peleas familiares... Estoy convencido de que en cincuenta años los europeos no pensarán en términos de países separados.” 
(Joseph Goebbels)

• “En mi opinión, la concepción de una nación de su propia libertad debe ser armonizada con los hechos de nuestros días y simples cuestiones de eficacia y objetivos... Nuestra única exigencia para los estados europeos es que sean sinceros y entusiastas miembros de Europa.” 
(Joseph Goebbels)

• “La solución a los problemas económicos [se resolvería] con una eventual una unión aduanera europea y un mercado libre europeo, un sistema de compensaciones europeo y tipos de cambio estables en Europa, con miras a una unión monetaria europea.” 
('Elementos básicos para un plan para una nueva Europa', informe de Hans Frohwein para el comité europeo del Ministerio de Asuntos Exteriores nazi, junio de 1943)

“Los resultados de un nacionalismo excesivo y el desmembramiento territorial son bien conocidos por todos. Sólo hay una esperanza para la paz, por medio de un proceso en el cual se respete por una parte el patrimonio fundamental inalienable de cada nación, pero, por el otro, se modere a éste y se lo subordine a una política continental... Una Unión Europea podría no estar sujeta a las variaciones de la política doméstica que son características de los regímenes liberales.” 
(Alberto De Stefani, primer ministro de Finanzas de Mussolini)

• “Una nueva Europa: ésa es la cuestión y ésa es la tarea ante nosotros. Eso no significa que los italianos y los alemanes y todas las otras naciones de la familia europea hayan de modificar sus hogares y hacerlos irreconocibles para ellos mismos de un día para otro o de un año para otro. Será una nueva Europa por la nueva inspiración y el principio que la determinará, que surgirá entre todos aquellos pueblos... El problema de la jerarquía de los estados cesará de existir. Al menos en su forma habitual, una vez hayamos cortado la cabeza del dragón, esto es, la noción de la soberanía estatal. Además, esto no tiene por qué hacerse directamente, sino que puede conseguirse de manera indirecta, por ejemplo, creando organismos interestatales europeos que vigilen ciertos intereses comunes (tipos de cambio, comunicaciones, comercio exterior, etcétera).” 
(Camillo Pellizzi, editor de Civilità Fascista, la revista del Instituto Fascista de Cultura)

• “Debemos crear una Europa que no desperdicie su sangre y fuerzas en conflictos intestinos, sino que forme una unidad compacta. De este modo será más rica, más fuerte y más civilizada, y recuperará su antiguo lugar en el mundo.... Las tensiones nacionales y las pequeñas envidias perderán su significado en una Europa libremente organizada sobre una base federal. El desarrollo político mundial consiste inevitablemente en la formación de esferas políticas y económicas mayores. 
(Vidkun Quisling, primer ministro de la Noruega ocupada)

Varoufakis también recuerda cómo el diplomático nazi Cécile von Renthe-Fink esbozó con el ministro de Exteriores del Tercer Reich, Joachim von Ribbentrop, una confederación europea con una divisa única controlada por un banco central con sede en Berlín y una legislación común para el mercado de trabajo y acuerdos de libre comercio, una idea apoyada por el primer ministro del régimen de Vichy, Pierre Laval. 

Uno de los ideólogos de la “nueva derecha” de posguerra, el estadounidense Francis Parker Yockey, defendía la idea de una confederación europea para preservar “los vínculos históricos y culturales que existen entre nuestras respectivas naciones” y construir “patrias monoétnicas” para conservar “la raza, la cultura y las tradiciones de todos los pueblos europeos”. 

Antecedentes ideológicos, por lo tanto, no faltan. Actualmente el Movimiento Identitario también incluye en su propaganda –que ha calado en toda la nueva derecha nacional-populista europea, incluyendo Vox– la defensa de la “identidad europea” y habla de una “reconquista” de Europa frente a una supuesta “islamización” del continente y un “marxismo cultural” que buscaría la disolución de las identidades nacionales, algo que irónicamente se atribuía, hasta no hace mucho, a la Unión Europea que antes se quería destruir y ahora quieren “reconquistar”.

domingo, 20 de enero de 2019

La Extrema derecha, derecha radical o ultraderecha son términos utilizados en política para describir los movimientos o partidos políticos que promueven y sostienen posiciones o discursos nacionalistas y ultraconservadores considerados radicales o extremistas.



En la actualidad contemplo  el auge de la extrema derecha a lo largo y ancho del viejo continente y recuerdo las corrientes de la historia. Aquello que un profesor de historia solía decir: “La historia se comporta como un péndulo”. Y entonces sospecho, que entramos en época que la ultra derecha esta en auge ; y los  movimiento comunista  y socialista, están en decadencia y están  desapareciendo  del viejo continente, siendo una fuerza política  muy fuerte en el siglo pasado.  



Los movimientos de ultraderecha europeo, tienen un fuerte sentimiento euroescéptico, antiglobalización, y que lucha contra la inmigración de una forma nacionalista y en ocasiones, xenófoba y racista. Igualmente tiende a tener una ideología conservadora, en sus vertientes nacionalista, liberal o social. Tienen una fuerte presencia en países como Países Bajos,​ Austria​ e Italia,​ donde son muy influyentes, y también en Francia, Reino Unido,​ Suecia, Finlandia,​ Bélgica​ o Alemania. 



viernes, 21 de agosto de 2020

Varsovia, 1920: la batalla que frenó a Lenin.-a


Un cuadro polaco que plasma la heroica muerte del sacerdote Ignacy Skorupka, caído en combate cuando empuñó un crucifijo para animar a sus compatriotas a combatir en Ossów. Aquella valerosa acción del sacerdote católico terminó en una victoria polaca.



Cruz y Medalla Independencia.


La Cruz y Medalla de la Independencia fue una de las más altas condecoraciones polacas, establecidas para condecorar a los héroes que lucharon por la independencia de Polonia tanto civiles como militares entre los años 1918 y 1921 y por la recuperación de Zaolzia a los checos. Esta condecoración por el contrario no fue utilizada para galardonar a los meritorios en la Guerra Ruso-Polaca.






Cruz de 1918-1921
Cruz por participar en la Guerra de 1918-1921 

Cruz de 1918-1921 establecido por la ley Sejm 21 de de julio de 1990  para los voluntarios servicio en los años 1918 - 1921, han contribuido a la consolidación de la independencia de la República de Polonia
La cruz fue otorgada a los participantes de la guerra en los años 1918-1921 en todos los servicios, viviendo en la fecha de entrada en vigor de la ley (10 de agosto de 1990). Cubre la guerra polaco-ucraniana y la guerra polaco-bolchevique . La cruz fue otorgada por el presidente de la República de Polonia a petición del ministro de Defensa Nacional. Los destinatarios recibieron el distintivo Cruz y una diploma.
El 8 de mayo de 1999 se dio por finalizada la transmisión de la Cruz. Se otorgaron un total de 7.821 cruces.


En 1920, la Rusia soviética estaba preparada para exportar la revolución. La marcha victoriosa contra las fuerzas contrarrevolucionarias del Ejército Blanco en la guerra civil y los levantamientos comunistas que se habían producido el año anterior en Alemania y Hungría convencieron al líder bolchevique Vladímir Lenin de que era el momento adecuado para extender su doctrina por toda Europa. 
No era solamente un deber ideológico, sino también una cuestión de supervivencia. Las potencias aliadas habían apoyado militarmente a las tropas antibolcheviques en la guerra civil, por lo que los soviéticos no descartaban recibir un ataque de las fuerzas capitalistas en el futuro. El comunismo necesitaba expandirse para sobrevivir.
El gran objetivo de Lenin era Alemania. La recién creada República de Weimar se desangraba entre huelgas, revueltas, movimientos separatistas y las consecuencias de la presión económica ejercida por los aliados a través del Tratado de Versalles. Parecía el caldo de cultivo perfecto para que triunfara la revolución.
A pesar de los fracasos anteriores (los espartaquistas en Berlín, los socialistas en Baviera), los líderes bolcheviques confiaban en que se produjeran nuevos levantamientos, en que estallara una segunda “revolución de noviembre” con el apoyo del Ejército Rojo. La instauración de un régimen comunista en Alemania serviría como trampolín para impulsar la revolución en el resto de Europa. Sin embargo, el camino hacia Berlín no estaba despejado. Había surgido un nuevo obstáculo tras la Primera Guerra Mundial: Polonia.

El (re)nacimiento de una nación

Polonia desapareció del mapa en el siglo XVIII. Fue engullida por las tres grandes potencias que la rodeaban: Rusia, Austria y Prusia. La caída de estos tres gigantes tras la Gran Guerra permitió a Polonia recuperar su independencia, aunque no las antiguas fronteras. Estas se internaban en Lituania, Bielorrusia y Ucrania, tres naciones surgidas también después de la guerra.

El jefe del Estado polaco Józef Pilsudski ambicionaba esos antiguos territorios para que sirvieran de contrapeso en una región dominada por el poderoso imperialismo ruso y alemán. Su idea era liderar una formación con los cuatro países siguiendo el modelo de mancomunidad que existió entre los siglos XVI y XVIII. Una federación a la que llamó Miedzymorze (“Entremares”), por extenderse desde el mar Báltico al mar Negro.
El jefe de Estado polaco, Józef Pilsudski


Pero Pilsudski no era el único que deseaba esos territorios. Los bolcheviques querían también controlarlos para que sirvieran como cabezas de puente en su expansión hacia el oeste. A finales de 1918, aprovechando la retirada de las tropas alemanas, los rusos se adelantaron e instauraron repúblicas socialistas en esos países con la ayuda de simpatizantes locales. Apenas encontraron resistencia salvo en Ucrania, donde se desató una guerra entre soviéticos, rusos blancos, nacionalistas ucranianos y polacos. 
Pilsudski reaccionó ante estos movimientos lanzando una ofensiva en marzo de 1919 contra la recién creada República Socialista Soviética Lituano-Bielorrusa. El ejército polaco estaba bien preparado. Había sido asesorado por oficiales franceses (entre ellos, un joven Charles de Gaulle), y estaba compuesto en su mayoría por experimentados soldados que habían servido en alguno de los tres ejércitos imperiales y por el Ejército Azul, una división de voluntarios provenientes de Francia. 
Pilsudski, aprovechando que el grueso del Ejército Rojo estaba batallando contra los blancos, ocupó el país en agosto de 1919. Luego, con el apoyo de los nacionalistas locales, expulsó al gobierno socialista.
Dado que el gobierno polaco no deseaba ocupar esos territorios por la fuerza, sino ganarse su favor para formar una federación, decidió entablar negociaciones con los líderes nacionalistas lituanos y bielorrusos. También buscó un alto el fuego con los soviéticos. Lo hizo a pesar de las presiones de Francia y Gran Bretaña, que deseaban que se unieran a las fuerzas contrarrevolucionarias en la guerra civil. 
Pilsudski evitó apoyar a los rusos blancos, porque los consideraba aún más peligrosos que los rojos. Esto era debido a que gran parte de sus dirigentes eran reacios a reconocer la independencia de Polonia, así como la del resto de países del oeste que habían pertenecido al imperio zarista. 

Los soviéticos estaban cada vez más decididos a destruir a la “burguesa” Polonia

A mediados de 1919, el gobierno polaco llegó a un armisticio secreto con Lenin. No fue difícil. El líder soviético estaba buscando un respiro para centrar sus fuerzas en la guerra civil, por lo que la propuesta fue muy bienvenida. Sin embargo, el alto el fuego no se materializó en un tratado de paz. La tensión que existía entre los dos países era demasiado grande. Durante la tregua, los polacos continuaron sumando apoyos diplomáticos en Bielorrusia y los países bálticos, y consolidando su posición militar en Ucrania, donde lograron anexionarse los territorios del oeste.
Los soviéticos, envalentonados por los triunfos contra los blancos, estaban cada vez más decididos a destruir a la “burguesa” Polonia, estado que consideraban controlado por la nobleza terrateniente y dirigido por la entente franco-británica. La reanudación de las hostilidades era solo cuestión de tiempo.

Guerra abierta

A principios de 1920, los dos ejércitos estaban mirándose cara a cara. Con el curso de la guerra civil cada vez más favorable a los soviéticos, Lenin y el comisario de Guerra, León Trotski, tomaron la decisión de lanzar una ofensiva contra Polonia. El ataque perseguía dos objetivos. Uno, estratégico: provocar un levantamiento comunista en el país y despejar el camino hacia Alemania. Y otro, simbólico: según Lenin, “destruir el Tratado de Versalles, sobre el que descansa el actual sistema de relaciones internaciones”.
A pesar de que la decisión estaba tomada, Rusia no quería atacar sin que mediara una provocación. Esta no tardó en llegar. Pilsudski, advertido por su servicio de inteligencia de las intenciones soviéticas, decidió actuar antes de que el Ejército Rojo movilizara todo su potencial. El 25 de abril lanzó una ofensiva contra Kiev, que estaba bajo control bolchevique. Contó con el apoyo del líder nacionalista ucraniano Simon Petliura, con quien había firmado una alianza para instaurar un gobierno amistoso.

La operación, en la que participó también el general y futuro primer ministro polaco Wladyslaw Sikorski, fue un éxito militar, con las tropas polaco-ucranianas ocupando la ciudad en apenas dos semanas. Pero también fue un desastre diplomático. Para la mayor parte de la opinión mundial, la guerra entre rusos y polacos no se había declarado abiertamente. El enfrentamiento del año anterior se consideraba como uno más de los muchos conflictos fronterizos que habían surgido tras el fin de la guerra mundial

El ataque polaco, por lo tanto, fue visto como una invasión de Rusia. Pocos parecieron percatarse de que la ofensiva había sido en territorio ucraniano, no ruso. Esta percepción, que se reflejó en la prensa de la época, pone de manifiesto lo porosas que eran todavía las fronteras surgidas tras la caída del imperio zarista.

Otro efecto colateral del ataque polaco fue la movilización del sentimiento patriótico ruso. Para gran parte de Rusia, Kiev era una de las cunas de la cultura rusa, por lo que su invasión se vivió como un ataque contra su país. Como resultado, miles de voluntarios, incluidos antiguos oficiales zaristas muy alejados ideológicamente de los bolcheviques, se unieron al Ejército Rojo para combatir al enemigo foráneo. No tuvieron que esperar mucho.
El 14 de mayo, el carismático Mijaíl Tujachevski, un joven de origen noble que había escalado rápidamente posiciones en la guerra civil, recibió la orden de avanzar con sus tropas hacia al oeste. Apoyado por la poderosa unidad de caballería al mando del comandante Semión Budionny (inmortalizada luego en la novela de Isaak Bábel Caballería roja) y por los lituanos, que habían roto relaciones con los polacos por desacuerdos territoriales, el Ejército Rojo obligó a retroceder a las tropas polacas en todos los frentes. El avance fue tan rápido que, en solo dos meses, las fuerzas soviéticas estaban a poco más de cien kilómetros de Varsovia.

En busca de aliados

Polonia no tuvo más remedio que pedir ayuda exterior. No solo temía por la pérdida de sus antiguas fronteras, sino por su propia independencia. Sin embargo, ni Francia ni Gran Bretaña querían verse involucradas. La Entente estaba molesta con las decisiones que había tomado Pilsudski: tanto la de atacar a Rusia en ese momento como la de no haberlo hecho cuando se lo pidieron durante la guerra civil. 
Tampoco ayudaba el clima prosoviético que se vivía en Occidente. Las organizaciones obreras estaban presionando a los gobiernos para que ordenaran un boicot comercial contra Polonia.
La única decisión que tomó la Entente fue enviar un telegrama a Moscú. El mensaje, firmado por el secretario de Exteriores británico lord Curzon, instaba al gobierno ruso a pactar un alto el fuego bajo una propuesta de frontera temporal (la famosa Línea Curzon, que luego tendría gran protagonismo en las negociaciones de la Segunda Guerra Mundial). También proponía celebrar una conferencia de paz en Londres.
Como era de esperar, Moscú no aceptó. El comisario de Exteriores Gueorgui Chicherin cuestionó el derecho de Francia y Gran Bretaña a actuar como mediadoras mientras estaban apoyando al Ejército Blanco, y contestó que ellos mismos entablarían negociaciones con los polacos. 
En realidad, la respuesta fue una mera excusa. Aunque la Entente hubiera tenido legitimidad para actuar como intermediaria, Lenin no tenía ninguna intención de llegar a un acuerdo de paz. La verdadera respuesta de Moscú fue ordenar la creación de un Comité Revolucionario Polaco para que tomara el poder en Polonia tan pronto como cayera la capital.


La Entente reaccionó enviando una misión diplomática a Varsovia con el propósito de asesorar al ejército polaco. El general francés Maxime Weygand fue nombrado asistente del alto mando. Sin embargo, su influencia en la guerra fue mínima. Pilsudski no estaba dispuesto a ceder su mando, por lo que apenas contó con él. A comienzos de agosto, la ofensiva contra la capital era inminente. Y Polonia estaba sola para repelerla.
La batalla comenzó el 13 de agosto. Tujachevski lanzó un gran ataque que rompió la línea defensiva polaca y le permitió conquistar la pequeña ciudad de Radzymin, en las afueras de Varsovia. El 14, la situación para los polacos era desesperada. La mayor parte de los diplomáticos extranjeros abandonaron la capital. Los simpatizantes comunistas empezaron a realizar actos de sabotaje por toda la ciudad para preparar la llegada de sus camaradas.
Varsovia se llenó de refugiados del este que habían huido del avance ruso. Circulaban todo tipo de rumores, como que se había producido un golpe de Estado comunista o que había patrullas de cosacos asesinando a civiles por los suburbios. Las iglesias estaban a rebosar. Al día siguiente era la fiesta de la Asunción, por lo que miles de devotos católicos rezaban a la Virgen para que ocurriera un milagro. Y el “milagro” ocurrió.
Fuerzas polacas en una posición defensiva cercana a Miłosna, a poca distancia de Varsovia



Milagro en el Vístula

El avance del Ejército Rojo había sido espectacular, pero a costa de un gran esfuerzo material y humano. La larga marcha hasta Varsovia, por territorios cada vez más hostiles, sufriendo graves problemas de abastecimiento, y con menos simpatizantes dispuestos a unirse de lo esperado, había mermado mucho las fuerzas y la moral de las tropas. 
El gobierno polaco, en cambio, llevaba varios meses preparando la defensa de Varsovia. Había hecho acopio de suministros y, con la ayuda de la Iglesia católica, lanzó una campaña propagandística con la intención de canalizar los impulsos patrióticos y antibolcheviques de la población. El resultado fue una movilización de más de 150.000 hombres y mujeres que se presentaron voluntarios para defender la ciudad.
Tras una serie de durísimos combates, el ejército polaco consiguió repeler los ataques del día 15. La ciudad había sido castigada por la artillería enemiga y muchos edificios estaban en llamas por la acción de los comunistas. Pero había resistido. 
Al día siguiente, aprovechando la ola de optimismo, Pilsudski lanzó una ofensiva que pilló desprevenido a Tujachevski. Su ataque hacia el norte por el desguarnecido frente sur, donde el mando soviético no lo esperaba, fue un éxito. Obligó al enemigo a retirarse de forma desorganizada y anuló su capacidad de contraataque.
varsovia 
Era una guerra de movimientos donde no había trincheras, ni alambre de espino ni apenas tanques o aviones

A diferencia de lo ocurrido en la guerra mundial, el enfrentamiento entre polacos y soviéticos fue casi napoleónico. Una guerra de movimientos, con un destacado papel de la caballería, donde no había trincheras, ni alambre de espino ni apenas tanques o aviones.
Aun así, no toda la victoria es atribuible al genio militar de Pilsudski. Otros factores influyeron. El primero es que, durante el ataque, los servicios de inteligencia polacos interfirieron las comunicaciones rusas, impidiendo que sus tropas se reorganizaran a tiempo. El segundo tuvo que ver con las diferencias que existían en el mando soviético. Durante la toma de Varsovia, Tujachevski pidió el apoyo del ejército del Frente Sur-Oeste, dirigido por Aleksandr Yegórov, para cubrir el frente sur. Stalin, comisario político del frente en cuestión, se negó.
El futuro mandatario soviético consideró inviable llegar a tiempo a la ciudad y convenció a Yegórov de que enviase sus tropas hacia Leópolis, 400 kilómetros al sur de la capital, con la intención de posicionarse para un posterior avance hacia Praga, Viena y Budapest. Tujachevski tampoco recibió la asistencia de la caballería de Budionny por un desacuerdo con Yegórov, con quien rivalizaba. 

¿Qué hubiera sucedido si ese frente por donde atacó Pilsudski hubiera estado protegido?

 Posiblemente, el signo de la guerra, e incluso el futuro de Europa, hubiera sido muy distinto.


Pilsudski ganó la batalla y continuó durante varias semanas empujando a las tropas soviéticas hacia el este. Tujachevski se retiró tras perder más de 100.000 hombres, casi la mitad de las trece divisiones que habían entrado en combate. Unos 25.000 soldados soviéticos murieron en Varsovia, y unos 70.000 en toda la guerra. 
Por el lado polaco, las bajas también fueron considerables. Si bien no en la batalla decisiva, donde murieron unos 4.500 soldados, sí a lo largo de la contienda, con unas 47.000 muertes. El “milagro” había sucedido, pero había costado muy caro. 
El 12 de octubre de 1920 se firmó un armisticio, y el 18 de marzo de 1921 se llegó a un acuerdo de paz en Riga (Letonia). Polonia recuperó parte de los territorios perdidos en Lituania, Bielorrusia y Ucrania, pero no alcanzó las fronteras históricas que pretendía Pilsudski. 
El gobierno polaco, dominado en ese momento por los opositores al general (quien, a pesar de la victoria, había perdido mucho crédito durante el avance ruso), decidió no hacer hincapié en las reclamaciones territoriales. Primero, porque eran contrarios a la Miedzymorze de Pilsudski. Y, segundo, porque querían reparar la imagen del país en el extranjero.
Delegados soviéticos que habían llegado para las negociaciones de armisticio
antes de la Batalla de Varsovia, agosto de 1920.

Aun así, las potencias aliadas no reconocieron el tratado hasta dos años después. Molestos por no haber participado en él, preferían que se hubiesen respetado las fronteras propuestas por lord Curzon, mucho más al oeste que las acordadas.
Pero, sin duda, la consecuencia más importante de este conflicto fue la de haber frenado las aspiraciones expansionistas soviéticas. La derrota fue un durísimo revés para los líderes bolcheviques. En solo unas semanas, pasaron de hacer planes para impulsar la revolución en media Europa a intentar contener los levantamientos antibolcheviques (en Tambov y Kronstadt) que se estaban produciendo dentro de sus propias fronteras.
Mientras los líderes europeos tomaban nota sobre las ambiciones expansionistas bolcheviques, no muy distintas de las del imperio zarista, los mandatarios soviéticos asumían sus propias limitaciones al respecto. La doctrina del “comunismo en un solo país” estaba a punto de comenzar.

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