SE IMPONE LA LOCALIZACIÓN ¡Adiós China! (Bye bye globalización) 23/08/2020 : China ganó la carrera de la globalización, es conocido eso. USA decidió que es mejor patear el tablero y reiniciar el juego cuanto antes. Y tanto Beijing como Washington DC lo comprendieron hace tiempo. Por lo tanto, lo que está sucediendo era previsible pero la pandemia aceleró todo. Cada uno se supone que se ha preparado y, de lo contrario, sufrirán las consecuencias. De esto trata el Nuevo Orden que algunos tontos niegan, y es el origen de la 'nueva normalidad' que no es el virus sino lo que agitó el virus. Según Iliá Grigóriev, la conducción de la China asume a la perfección el problema e intenta resolverlo a cuenta de los mercados internos. “Por ahora, el problema se resuelve exitosamente a cuenta de esto, pero se mantiene el riesgo de reducción del crecimiento en un plano a mediano plazo”, dice el experto. El siguiente texto es de Olga Mesheriáguina (revista Expert, de Moscú), y con traducción de Hernando Kleimans: "La pandemia del coronavirus se convirtió para las compañías europeas y estadounidenses en un estímulo mucho mejor para trasladar sus capacidades de producción desde la República Popular China, que la coyuntura política. Por cierto, la gran migración no les costará barato. Sin embargo los expertos estiman que los gastos se amortizarán. Durante 5 años, estas compañías invertirán US$ 1 billón para trasladar esas capacidades de producción. Esta es la conclusión a la que arribaron los analistas del Bank of America "Llegará una vacuna antes que la de Oxford, será la de China y la tendremos en noviembre" Pero ¿qué es lo que obliga a los empresarios a ocuparse de esta gran migración? ¿Es posible que las corporaciones estadounidenses escucharan la voz de Donald Trump? Resultó que no fueron los políticos los que explicaron en forma más accesible los más y los menos del traspaso de la producción, sino los efectos de la pandemia, que incidieron negativamente en los productores con bastante mayor seriedad que las disputas entre USA y China. “Perder los volúmenes de venta debido a la crisis es, para las compañías productoras, bastante más doloroso desde el punto de vista financiero, que de alguna manera reformatear la producción ante la coyuntura política”, aclara Iliá Grígoriev, analista de mercado de la compañía Ivolga Kapital. Ella agregó que lo primero presupone asumir riesgos característicos para toda la economía y con esto es poco lo que se puede hacer. Lo segundo puede resolverse, en cambio, con ayuda de negociaciones con los inversores o el gobierno, que puede realmente compensar parte de los gastos o asignar una serie de beneficios para la transferencia de la producción. De todos modos, la conducción de la política exterior es una acción predeterminada, por la que el gobierno responde inclusive ante el comercio. En el informe del BofA se señala que a causa del coronavirus, el 80% de los sectores globales tropezaron con fallos en la cadena de suministros y más del 75% de ellos amplían sus planes de retorno de la producción desde el extranjero. Empero, tal como señalan los analistas, las encuestas realizadas ya en enero de 2020 evidenciaron que aparecieron tendencias de cambio de curso de la globalización a la localización. En verdad el proceso comenzó incluso antes de que Trump le declarara a China la guerra comercial. “La pandemia antes que nada sirvió para confirmar la corrección de las medidas adoptadas sobre la extracción de los activos productivos de China por los operadores europeos o norteamericanos. Las guerras comerciales reforzaron la necesidad de la retirada pero la tendencia de venta de la participación de activos a China comenzó hace 5 años”, dice Irina Ahmed Zeyn Aydrus, dirigente del programa Economía Mundial del Instituto de Economía Mundial y Comercio (IEMC) de la Universidad Rusa de la Amistad de los Pueblos (URAP). Irse pero no volver Resulta que las actuales acciones, en particular de las autoridades estadounidenses son, antes que nada, un intento por asentar la ola en movimiento. En las vísperas Donald Trump prometió beneficios impositivos a las compañías que regresaran la producción desde el Imperio Celestial a los Estados Unidos. Pero, por ahora, tal como señala Artiom Déiev, director del departamento analítico AMarkets, el gobierno de USA no entrega un gran paquete de medidas de respaldo y en forma de ultimátum obliga a su comercio a reubicarse en su regreso. “En perspectiva las compañías pueden obtener beneficios impositivos y encomiendas prioritarias lo que puede provocar el descontento de otras compañías del sector”, supone el analista. Es indudable que la pandemia empujó al gobierno estadounidense a semejante decisión: la economía del país sufrió fuertes daños por la cuarentena, muchos ciudadanos perdieron su trabajo y el traspaso de las fábricas a USA conducirá a la creación de puestos de trabajo para los estadounidenses. Pero no es un hecho que precisamente para el mercado laboral de USA y la UE la “gran migración” será un beneficio. “Hace ya varios años que China no es el país más popular para la instalación de producciones. Cada vez más fábricas se abren o trasladan parte de su producción a los países del Sudeste o del Sur de Asia: a Vietnam, Indonesia, Malasia, la India y Pakistán. No hay que excluir que el traspaso de producciones precisamente a estos países sea una medida de compromiso entre las autoridades y el negocio occidental”, agrega Iliá Grigóriev. Irina Aydrus también duda de la conveniencia de traspasar la producción precisamente a sus propios países. Ella recuerda que la finalidad principal de la organización del proceso en China y otros países emergentes es el acceso a baratos recursos. “Hacer economías en los salarios y obtener beneficios impositivos es lo que hizo más competitivas a las corporaciones internacionales estadounidenses y europeas. El retorno de muchos negocios a la patria histórica habrá de significar la pérdida de su competitividad”, aclara la experta. Por eso las empresas occidentales antes que nada toman en cuenta los mercados emergentes: la India, Vietnam, Tailandia, Cambodgia, Bangladesh, Brasil o México. Es decir aquellos países que pueden asegurar prevalencias competitivas a cuenta del bajo nivel de gastos. Un traspaso oneroso En cualquier caso, la transferencia de producción le costará a muchas compañías algo más que un centavo. Los expertos del BofA estiman que tales gastos reducirán la rentabilidad del capital accionario de las empresas en 70 puntos básicos. Tal como señala Irina Aydrus, todas las empresas industriales trabajan con un equipamiento caro. Así que el traslado de cualquier empresa industrial siempre es muy oneroso. No todos, ni con mucho, podrán amortizar rápido los “viáticos”. “El plazo de amortización y el costo del traslado también puede variar fuertemente en dependencia del sector –puntualiza Grígoriev-. Si hablamos de empresas del sector tecnológico, para ellas el traslado de la producción puede resultar relativamente caro pero la amortización será más rápida. Para las empresas de la industria ligera, esto tampoco será barato pero sus plazos de amortización serán superiores”. Según Artiom Déiev, en una perspectiva a largo plazo las inversiones para el traslado de la producción desde la RPCh retornarán pero sin embargo se tratará de un significativo lapso de tiempo: de 10 a 15 años. “En primer lugar, el traslado en crisis no es conveniente para las empresas norteamericanas, en segundo lugar semejante operación a gran escala se reflejará negativamente en la economía mundial. Las compañías abrieron sus fábricas y producciones en China porque obtuvieron una barata mano de obra y un arriendo económico, beneficios impositivos y accesos a metales raros, imprescindibles para la producción de ‘gadgets’. Por eso el traslado se reflejará negativamente precisamente en las compañías hightech”, agrega el analista. China está lista para la despedida ¿Y qué pasa con China? ¿Es posible que se separe con tanta liviandad de los no residentes? Según Iliá Grigóriev, la conducción de la RPCh asume a la perfección el problema e intenta resolverlo a cuenta de los mercados internos. “Por ahora, el problema se resuelve exitosamente a cuenta de esto, pero se mantiene el riesgo de reducción del crecimiento en un plano a mediano plazo”, dice el experto. Según Artiom Déiev, Beijing habrá de luchar por sus no residentes. Pero no es obligatorio que sea con algún “dulce”: en el Imperio Celestial pueden también dictar nuevos impuestos sobre las mercancías norteamericanas. A propósito, Irina Aydrus estima que China hace rato que se prepara para la retirada de las compañías occidentales. En el curso de varios años amplió su participación o adquirió por completo producciones puramente occidentales o conjuntas. “Es importante comprender que China ya en 2015 adoptó el programa Made in China 2025 con el objetivo de desarrollar los sectores hightech, evadir la dependencia tecnológica y alcanzar el liderazgo en los mercados globales”, recuerda la dirigente de los programas de Economía Mundial en el IEMC de la URAM. Además, con el crecimiento del nivel de vida y la elevación de los gastos en el pago de salarios se pierde la atracción de cualquier país adonde se haya llevado la producción y el logro de ritmos dinámicos de crecimiento se convierte en algo imposible.
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Investigadora ecuatoriana Diana Morán.
¿De qué hablamos cuando nos referimos a la globalización? La sola definición ha dado pie a intensos debates académicos, con diversas posturas y enfoques, pero desde mi perspectiva la globalización puede ser entendida como un proceso integrador a escala supranacional, que no conoce de fronteras. Tiene como fin la eliminación de barreras comerciales y de barreras a los capitales financieros para la consolidación de un mercado global. ¿Cuándo vivimos la época dorada de este proceso? La época de oro más intensa se vivió desde los años 80 hasta la crisis del 2008, cuando se intensificó el intercambio de productos a escala global y mayores flujos migratorios, pero que también se caracterizó por un mayor movimiento de flujos financieros a escala global. La aparición de Internet y los avances en telecomunicaciones facilitaron esa edad de oro. La crisis económica del 2008, los nacionalismos, la salida del Reino Unido de la Unión Europea disminuyeron el índice de apertura comercial mundial. ¿El proceso de la globalización económica ya se había puesto en entredicho antes de la pandemia? La crisis del 2008 puede ser vista como un punto de inflexión o de ruptura, porque la retórica a nivel mundial era que los mercados funcionaban de forma eficiente. En ese sentido, el proceso globalizador obtuvo un impulso adicional; porque si el mercado funciona de forma eficiente, lo lógico era eliminar las barreras de un mercado global. La crisis del 2008 se inició en Estados Unidos, pero era tan grande la interdependencia de los mercados financieros de los países desarrollados, que se expandió de forma vertiginosa, precisamente como una suerte de contagio global. Eso señaló las debilidades de los cimientos de la globalización financiera: no se podía confiar solo en el libre juego de los mercados y en la premisa de que el Estado debía marginarse, debilitarse, hacerse a un lado en pro de la actividad del mercado. Y, a partir de allí, se empieza a cambiar la retórica, con una postura de resguardo y regulación por parte de los gobiernos. Se cuestiona más el proceso globalizador y se empieza a ponerle un freno. ¿La pandemia del coronavirus confirma que el proceso globalizador no es imparable ni imbatible, como muchos llegamos a creer? Creo que nos vino a confirmar sus vulnerabilidades. Ahora, no creo que la globalización pueda ser cien por ciento reversible, pero tampoco es tan omnipotente e irrefrenable como pudimos pensar. En Latinoamérica se presentó resistencia social en los 80 y 90 a la globalización, por el menoscabo de empleos e industrias locales. ¿No es paradójico que ese sentimiento resurja en los últimos años incluso en países desarrollados? El descontento se presentó por la deslocalización de la producción. Las fábricas manufactureras que producían camisetas, por ejemplo, empezaron a migrar su producción a países que tenían un costo de mano de obra mucho más bajo, amparadas en la eliminación de barreras de este proceso global. Eso genera malestar, incomodidades y es el gran argumento que amparó al ascenso de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, porque muchas de las actividades industriales que se desarrollaban se empiezan a deslocalizar, a moverse a países asiáticos con la pérdida de empleos que ello supone en este caso para los estadounidenses. Las empresas europeas están regresando a sus países de origen. ¿La pandemia puede revertir un tanto ese proceso del que habla? Lo contrario a la deslocalización es la relocalización de la producción, en el que las industrias retornan a sus países de origen. Es un proceso que toma más fortaleza en Europa, que empieza a traer sus fábricas de Asia. Se trata de una estrategia de mediano y largo plazos; no va a ser de inmediato, porque requiere de cadenas locales o regionales de valor. Es decir, propiciar la concentración en un mismo espacio geográfico de empresas e industrias que se complementen. En EE.UU., este proceso de relocalización de las industrias en el país se ha quedado más en un discurso nacionalista que da réditos políticos. El covid-19 minó un estilo de vida. ¿Qué decir entonces de la relación del tema con el sistema económico? El capitalismo global requiere por un lado del crecimiento de la producción, la obtención de beneficios y de la contraparte que es el consumo. La pandemia pone en jaque a todo ese sistema, y actúa como una suerte de cable a tierra que nos está recordando lo frágiles que somos. Creo que es un llamado de atención de la naturaleza, nos incita a reflexionar sobre un sistema económico de intensificación de la producción y del consumo que está generando impactos a escala medioambiental, lo que de alguna forma también posibilita el desarrollo de estas enfermedades zoonóticas. El capitalismo global disipa también cada vez más los límites entre las actividades del hombre y de especies de las que no deberíamos estar tan cerca. ¿Cuál es el camino? El consenso científico es que esta cercanía puede facilitar en el futuro la transmisión de nuevas y virulentas enfermedades entre especies. La necesidad imperiosa de consumo nos lleva a ello. Las formas de producción y nuestros patrones de consumo no deberían ser los mismos en la pospandemia. Paradójicamente, la idea del regreso a una nueva normalidad está fundamentada en esas mismas lógicas. Se está apuntando a promover una política que nos ponga a crecer económicamente, pero lo que debe entrar en debate es el cómo se va a crecer. Y no estamos dando ese viraje. De alguna forma, esa nueva normalidad es igual a la anterior, pero con mascarilla. No hay un replanteamiento de estructura y tampoco veo un cuestionamiento serio sobre lo que nos llevó a esta situación mundial. ¿Qué implica esto de lo que se habla ahora, la desglobalización? La idea surge a partir de la inobservancia de los supuestos beneficios globales para todos, que iba a acarrear este proceso globalizador, de las profundas desigualdades que implica y de la vulnerabilidad del sistema económico mundial frente al rápido contagio de las crisis financieras. Pero también se ha evidenciado una subordinación de la soberanía nacional frente a un poder económico transnacional. Todos estos elementos están apuntalando la idea de una suerte de desglobalización como una alternativa. Desde mi perspectiva, no creo que nos podamos desglobalizar, la interconexión es tan avanzada que creo que no se puede revertir totalmente. Lo que debiéramos hacer es reconsiderar los términos actuales de esa internacionalización. El economista turco Dani Rodrik ganó este año el premio Princesa de Asturias, por cuestionar los efectos de la globalización en las soberanías nacionales. ¿El proceso globalizador anula parte de la capacidad de gobernanza nacional de los Estados? Hay una convergencia en cuanto a lo que señala Rodrik, con (el premio Nobel Joseph) Stiglitz y el filosofo Noam Chomsky, sobre el hecho de que se ha minado la soberanía. Rodrik lo plantea en términos de un ‘trilema’, en una punta está la globalización, en la otra la soberanía de los Estados nación y en el otro extremo está la democracia. Y plantea que la globalización solo es posible en una combinación de dos de esos elementos del ‘trilema’, no se pueden alcanzar los tres, solo se pueden lograr dos objetivos en menoscabo del tercero. Es decir, tenemos que elegir entre la soberanía del Estado o la democracia. Y mayormente lo que existe es un menoscabo de la soberanía, por los mecanismos que utilizamos para integrarnos. Los tratados bilaterales, los acuerdos y tratados de libre comercio incluyen cláusulas donde se subordinan los intereses nacionales a los intereses de los poderes transnacionales. ¿Y qué pasa con la democracia en ese dilema globalizador? Vemos a menudo un menoscabo de la calidad de la democracia en beneficio de los grupos favorecidos por la globalización, con un deterioro del bienestar de los ciudadanos. Además, se presenta un debilitamiento de lo que se conoce como Estado de bienestar. Con el covid-19 ha sido más que necesaria la intervención de los estados no solo como reguladores sino también como benefactores. Son los estados y no el mercado los que se han puesto en primera línea de acción para evitar que sigan agravándose las consecuencias del avance de la enfermedad. |
la globalización, ya es proceso imparable, la economía ya no tiene el carácter nacional, sino mundial, las empresas, la sociedad civil ya es internacional, es proceso lógico e histórico, las personas de países deben acostumbrarse que ya no pueden controlar la economía o sociedad civil como los viejos tiempos.
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