miércoles, 30 de enero de 2019

El homicida Patricio Fernando Ortiz Montenegro.-a

Patricio Ortiz Montenegro había sido condenado en 1995 por la muerte del cabo de Carabineros Osvaldo Reyes en un tiroteo y un año después fue parte del cinematográfico escape de la CAS junto a Mauricio Hernández Norambuena, Ricardo Palma Salamanca y Pablo Muñoz Hoffman.


MIE 30 ENE 2019

El viernes 1 de febrero de 2019, el exintegrante del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, Patricio Ortiz Montenegro volverá a pisar territorio chileno luego de 22 años de exilio.
Su salida del país se dio en noviembre de 1996, cuando junto a otros tres exfrentistas se fugó de la Cárcel de Alta Seguridad de Santiago en helicóptero. Ortiz estaba retenido en el penal luego de haber sido condenado el 11 de enero de 1995 a la pena de 20 años como autor del delito de “maltrato a carabinero de servicio causando la muerte”, condena que el 8 de febrero de ese mismo año fue reducida a 10 años y un día de presidio mayor en su grado medio.
Su retorno a Chile se viene preparando hace años y las gestiones se intensificaron en 2018 luego de una resolución del Segundo Juzgado Militar. 

En enero de ese año el juez militar Alejandro Lillo resolvió que “el tiempo exigido para declarar la prescripción de la pena se ha cumplido a cabalidad” y, por lo tanto, “declaró la prescripción de la pena impuesta en la presente causa en la persona de Patricio Fernando Ortiz Montenegro como autor del delito de maltrato a Carabinero de servicio causando la muerte”, resolución que se encuentra firme y ejecutoriada según certificó el 15 de marzo de 2018 el secretario de dicho juzgado Marcelo Aedo.

La resolución de la justicia militar liberó todos los obstáculos para que Ortiz volviera al país y fue por eso que desde el año pasado su abogado defensor, Alberto Espinoza, se abocó a limpiar todos los antecedentes del exguerrillero con el objetivo de que cuando se decidiera a comprar un pasaje con destino a Chile cruzara la policía internacional sin ningún problema.
Así fue como Espinoza logró que el Segundo Juzgado Militar dejara sin efecto tres órdenes de aprehensión, que la II Fiscalía Militar de Santiago anulara su orden de arraigo y “cualquier otra medida privativa o restrictiva de su libertad” y que la Corte Suprema ordenara dictar al 10° Juzgado del Crimen de Santiago una contraorden de aprehensión en favor de Ortiz.
De hecho, en enero de este año, Espinoza presentó un recurso de amparo para conseguir que la PDI sacara a Ortiz de la lista que hay en su página web de personas que se encuentran prófugas de la justicia. En el marco de ese amparo, la PDI le envió un informe a la Corte de Apelaciones de Santiago aclarando la situación. En el documento, con fecha 23 de enero de este año, se afirma que “realizada la revisión en el sistema de Gestión Policial Institucional, el amparado Patricio Fernando Ortiz Montenegro no registra órdenes de detención, arresto, arraigo u otros vigentes en su contra”. Luego de este recurso, la PDI sacó de su registro web a Ortiz.
Por todo esto es que Espinoza comenta que “Ortiz llega como un hombre libre, como cualquier chileno que tiene el derecho a vivir en su país, a entrar y salir libremente de su país considerando que no existe ninguna orden de detención ni nada que ponga en riesgo su libertad personal o seguridad individual”.

El viaje Zurich-Santiago

Tras fugarse, Ortiz se fue a vivir a Suiza, país que el 29 de junio de 2005 le concedió el refugio, resolución que frenó de inmediato -como acaba de pasar con el caso de su compañero de fuga Ricardo Palma Salamanca en Francia- cualquier intento por extraditarlo a Chile. Ese año el entonces ministro vocero, Francisco Vidal, lamentó la decisión afirmando que “para el gobierno es lamentable, pero es una decisión que tenemos que respetar, es de otro Estado y de otra institucionalidad”.
Su estatus de refugiado le permitió vivir en el cantón de Zurich. Según la ley suiza sobre asilo político al refugiado se le garantiza “asistencia social”, contempla la entrega de 1.200 francos suizos (más de $ 800.000) y permite que los refugiados puedan encontrar trabajo.
De su vida en Suiza poco se sabe. Según informó La Tercera PM en noviembre del año pasado Ortiz practica artes marciales y se hace llamar Patochan. De hecho ya ese mes Ortiz comentó que tenía “la posibilidad cierta de retornar a Chile”.
Una vez en Chile, Espinoza asegura que una de las preocupaciones de Patricio Ortiz será “hacer justicia” “aclarar” la muerte de su hermano, también exfrentista, Pedro “Peyuco” Ortiz quien falleció en 1992 presuntamente en manos de “agentes del Estado”.

Datos

PATRICIO FERNANDO ORTIZ MONTENEGRO
9665299-2

Abogado
ALBERTO MARIANO ESPINOZA PINO
6454769-0

Causas

 Autos rol Nº 70.731-96, del Decimo Juzgado del Crimen, hoy Trigésimo Cuarto Juzgado del  Crimen, ordenes de aprehensión a raíz de un auto de procesamiento por el delito de quebrantamiento de condena tipificado en el artículo 90° N° 1 del Código Penal.
El delito de maltrato de obra a carabineros causando la muerte, según sentencia firme y ejecutoriada del 2° Juzgado Militar de Santiago, causa rol Nº 234-1991.


Biografía




A inicio de los 80 entró a militar a las Juventudes Comunistas e ingresó a las filas del grupo subversivo denominado Frente Patriótico Manuel Rodríguez en 1985. Era marzo de 1991 cuando su hermano y ex frentista Pedro Ortiz, junto a Víctor Manuel Palma, fueron detenidos en un control policial. Al registrarse el automóvil en que viajaban, se descubrió que en la parte posterior llevaban armas y explosivos. Palma huyó, pero Ortiz fue detenido.
Horas más tarde Carabineros arribó hasta la casa de Ortiz para realizar un allanamiento. Ahí se encontraron con Patricio, quien intentó escapar del lugar. A solo unas cuadras, en la población Juanita Aguirre de la comuna de Conchalí, fue alcanzado por los cabos Osvaldo Reyes y Belmiro Campero. Patricio Ortiz se enfrentó a ellos y en esa acción dio muerte al funcionario Reyes. Así, el ex estudiante de filosofía de la Universidad de Chile, quien por esos días tenía 32 años, fue condenado en primera instancia a 20 años de prisión. Un fallo de segunda instancia fijó la pena en 10 años y 1 día.
ras ello, los hermanos Ortiz fueron llevados hasta la Penitenciaría de Santiago. Un año más tarde, junto a seis integrantes del FPMR, intentaron fugarse, pero al salir del lugar se encontraron con carabineros. Se desató una balacera y Pedro, quien cubría la retirada de sus compañeros, fue herido.
“Pato, me dieron”, fue la última frase que le dirigió a su hermano. Juntos alcanzaron a avanzar algunos metros antes que Pedro cayera inconsciente al suelo, donde falleció. Patricio se lanzó hacia el cuerpo de su hermano y ahí también fue herido.
Luego del intento de fuga, Ortiz fue derivado hasta la Cárcel de Alta Seguridad, lugar donde los planes por escapar se mantendrían vivos. Fue así como en 1996, junto a Ricardo Palma Salamanca, Pablo Muñoz Hoffmann y Mauricio Hernández, lograron huir a bordo de un helicóptero. 
En julio de 1997, Ortiz Montenegro llegó a Suiza, donde estuvo detenido durante un año y luego tramitó el asilo político. Tres años más tarde se casó con la sicóloga suiza Miriam Straub. Antes de esto no estaba autorizado para trabajar o estudiar. Sin embargo, el matrimonio le otorgó una nueva condición que le permitió estudiar Licenciatura en Filosofía y Literatura.

 “He tenido una vida muy feliz con ella… ahora estamos en la planificación de los hijos”, dijo el ex frentista a La Segunda en 2005.
La cónyuge del ex frentista, quien se presenta profesionalmente en su perfil en Linkedin como Mirjam Straub Ortiz, participó en 2008 en un seminario en Lima, Perú, denominado “Verdad, Justicia y Reparación; reconstruyendo salud y dignidad después del trauma y las violaciones a los derechos humanos”, donde presentó la ponencia “Conceptos de enfermedad y expectativas de tratamiento en migrantes traumatizados”.

Se desconoce si Ortiz Montenegro se radicará en Chile junto a ella y sus tres hijos.

En Suiza mantuvo sus vínculos con el ex frentista Galvarino Apablaza, acusado de ser el autor intelectual del asesinato de Jaime Guzmán.

Incluso, al ser consultado por sus ex compañeros prófugos de la justicia sostuvo que “me asiste el convencimiento y la confianza de que en algún minuto tenemos que regularizar esa situación. Tendrá que darse la posibilidad de que nos normalicemos. Tenemos también derecho a vivir”, dijo a diario La Segunda.
Por esos días expresaba que en sus planes estaba visitar a sus compañeros del FPMR en Bélgica, Noruega, Italia y Argentina. En 2005 se le otorgó el status de refugiado, que le otorgó la Comisión de Apelación de Asilo del Ministerio de Justicia de la Confederación Helvética. Ese mismo año aseguró en El Mercurio que la decisión fue como una “reivindicación y validación política” del proceso liderado por el FPMR.
En 2005 la madre de Osvaldo Reyes, el carabinero asesinado, advirtió que no se había hecho justicia en su caso. Aseguró que el entonces Presidente Patricio Aylwin le mandó a decir con su ministro del Interior, Enrique Krauss, que no dudara en pedirle ayuda. 
“Le mandamos una carta pidiéndole un favor y nunca nos contestó. Después le mandamos otra al señor Frei y tampoco nos respondió. Y ahora ninguna autoridad nos ha llamado siquiera para decirnos qué es lo que está pasando”, señaló a El Mercurio.
Asimismo agregó que “no ha existido la misma preocupación sobre el caso de mi hijo, comparado con otros asesinatos. Pareciera que los carabineros no están considerados en los derechos humanos”.



Patricio Ortiz, quien practica artes marciales y para esos efectos se denomina “Patochan”, regresaría hoy a Chile luego de haber escapado hace 22 años sin cumplir la condena por el asesinato de Osvaldo Reyes. La gestiones para su retorno a Chile se intensificaron el año pasado tras una resolución del Segundo Juzgado Militar.
El juez militar Alejandro Lillo resolvió que “el tiempo exigido para declarar la prescripción de la pena se ha cumplido a cabalidad” y, por lo tanto, “declaró la prescripción de la pena impuesta en la presente causa en la persona de Patricio Fernando Ortiz Montenegro como autor del delito de maltrato a Carabinero de servicio causando la muerte”.




Nota

viernes, 01 de febrero de 2019
El Mercurio



Habla madre de carabinero muerto por un disparo de Patricio Ortiz en 1991:

Rosa Reyes, ante el regreso de exfrentista:
 "Siento rabia, indignación... es como revivir el día en que mataron a mi hijo menor"
La mujer habla del impacto que le provoca que hoy vuelva al país el hombre que se fugó de Chile cuando cumplía condena por el homicidio de su hijo y se refugió en Suiza. 
Por la televisión se enteró Rosa Estela Reyes Rodríguez de la muerte de su hijo.
Encendió el aparato y las noticias, ese caluroso febrero de 1991, hablaban de un tiroteo en un barrio de Conchalí, con unos terroristas.
Reyes pensó que era un hecho más de la virulencia que comenzaba a vivirse por grupos extremistas ese año, en los días previos al asesinato de Jaime Guzmán, que fue el 1 de abril. Pero de repente escuchó el nombre del cabo fallecido: Osvaldo Reyes Reyes.
Era el menor de sus tres hijos: dos hombres y una mujer. El cabo tenía 28 años. Había entrado a la institución el 1 de agosto de 1986 y llevaba cuatro años y siete meses de servicio cuando un disparo le quitó la vida.
Fue en la población Juanita Aguirre, de Conchalí, donde Carabineros hizo un control y encontró un auto cargado de armas. Balas fueron y vinieron. Las que disparó el también joven frentista Patricio Ortiz Montenegro, universitario de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile al igual que su hermano, igualmente frentista y que andaba con él, terminaron con la vida del hijo de Rosa Reyes.
Hoy la mujer tiene 80 años y en este tiempo transcurrido murió su otro hijo y también quedó viuda. Ella, junto a su marido, llegaron en esos años hasta La Moneda pidiendo justicia, y rogando que Suiza diera la extradición a Ortiz Montenegro cuando el miembro del Frente Patriótico Manuel Rodríguez se refugió en ese país luego de huir de la Cárcel de Alta Seguridad en helicóptero, desde donde se fugó junto con los acusados por el homicidio de Jaime Guzmán en 1996. Pero todo fue infructuoso.
Por eso ahora, 22 años después, se estremece con la noticia de que Patricio Ortiz hoy vuelve al país, el hombre que irónicamente contó por esos años, desde Europa, que Galvarino Apablaza (exnúmero uno del FPMR) lo había llamado para felicitarlo por el refugio que consiguió allá . 
"Siento rabia, indignación... es como revivir el día en que mataron a mi hijo menor", dice.
Pero el delito está prescrito, y él, como dijo su abogado Alberto Espinoza, puede volver libremente a Chile.

A Reyes casi no le salen las palabras. Pero finalmente dice:

"En realidad, a mí me duele mucho esto porque es como revivir el pasado. Cuando matan a un carabinero es como que me mataran a mi hijo de nuevo"
Guarda silencio y luego pregunta:
"Ese señor (Patricio Ortiz) tendrá abogado, ¿no? Me imagino que sí...".

-Sí, ¿por qué?

-Mire, como están las cosas en justicia, no me sorprende nada que llegue y lo liberen de su condena. Se lo dejo a Dios, nomás. Hay que dejarle las cosas a Dios porque con esta justicia terrenal no hemos conseguido mucho.

-¿Cómo se enteró de que su hijo estaba mal, ese día de febrero de 1991?

-No, yo me enteré cuando mi hijo había fallecido. Me enteré por la televisión. Era mi hijo menor el que mataron. Ahora estoy sola con mi hija. Quedé viuda y mi otro hijo falleció.

-Si tuviera la oportunidad de mandarle un mensaje a Patricio Ortiz, ¿qué le diría?

-¡Ufff, tantas cosas... hay sentimientos encontrados. Hay rabia, hay dolor, hay pena. Hay muchas cosas. Todas esas cosas a mí me pillan de improviso. Es al mismo tiempo muy doloroso... ¿Para qué estar reviviendo este dolor?".

Sistema judicial

"Mire, como están las cosas en la justicia, no me sorprende nada que llegue y lo liberen de su condena. Se lo dejo a Dios, nomás".

Situación familiar

"Era mi hijo menor el que mataron. Ahora estoy sola con mi hija. Quedé viuda y mi otro hijo falleció".

Llegada de Ortiz

"Todas esas cosas a mí me pillan de improviso. Es al mismo tiempo muy doloroso... ¿Para qué estar reviviendo este dolor?".



Patricio Ortiz, el otro frentista asilado en Europa: “Tengo la posibilidad cierta de retornar a Chile”



 MAR 13 NOV 2018

Mientras Ortiz, que en 1995 fue condenado por un tribunal militar a 10 años de presidio por el asesinato de un policía, y cuya permanencia en Suiza provocó en 2005 un incidente diplomático, desea retornar, los otros subversivos que se escaparon en el ’96, corren suertes disímiles.
Practica artes marciales y se hace llamar Patochan. Patricio Ortiz, uno de los frentistas que huyó en 1996 en helicóptero desde la Cárcel de Alta Seguridad es reticente a hablar con La Tercera PM –medio que considera parte del oligopolio de la información en el país-, sobre la situación de su compañero de armas, Ricardo Palma Salamanca, quien recibió el 2 de noviembre la calidad de refugiado en París.
Lo único que explica es que “luego de 22 años fuera de Chile, en mi condición de refugiado político y de ciudadano Suizo, tengo la posibilidad cierta de retornar a Chile, me concentro en esto último y no doy flancos para que se vuelva a distorsionar y manipular mi opinión”.
Mientras Ortiz, que en 1995 fue condenado por un tribunal militar a 10 años de presidio por el asesinato de un policía, y cuya permanencia en Suiza provocó en 2005 un incidente diplomático, desea retornar, los otros subversivos que se escaparon en el ’96, corren suertes disímiles.
Galvarino Apablaza, sobre quien pesa la acusación de ser el autor intelectual del asesinato de Jaime Guzmán y el secuestro de Cristián Edwards, goza de asilo en Argentina, una situación similar a la que hoy tiene Palma Salamanca en Francia. Ninguno de los dos ve el regreso a Chile como una opción real.
Quienes sí desean volver, son Mauricio Hernández Norambuena, el comandante Ramiro, condenado en Brasil por el secuestro del publicista Washington Olivetto a 30 años y a favor de quien se realizó una campaña para mejorar sus condiciones carcelarias, de la que participó el diputado Gabriel Boric. Uno de sus amigos afirma que el régimen de aislamiento al que está sometido es inhumano y que, frente a ello, el regreso no es mal visto.
De otro evadido, Pablo Muñoz Hoffman, no se tiene referencia.
Un frentista -que no se fugó, pero que es requerido por el país- es Raúl Escobar Poblete, preso en México por una serie de secuestros. Sobre este último, su exabogado y amigo, José Luis Vargas, asegura que “desea volver, eso lo ha comentado”. Su extradición por el secuestro de Cristián Edwards fue rechazada hoy.


miércoles, 23 de enero de 2019

Justicia francesa rechazó extraditar a Ricardo Palma Salamanca.-a



Sus cercanos mencionan que ya no le gusta hablar del pasado y que se prepara para
 trabajar formalmente en Francia en el rubro artístico: Exponer fotografías y escribir.


La Corte de Apelaciones de París comunicó este miércoles su decisión de no extraditar al chileno Ricardo Palma Salamanca, exmiembro del Frente Patriótico Manuel Rodríguez y condenado en nuestro país por el asesinato de Jaime Guzmán y el secuestro de Cristian Edwards.
La determinación se tomó luego de una serie de audiencias que comenzaron a mediados de 2018 y que fueron interrumpida, a su vez, por la decisión de la Oficina Francesa de Protección a los Refugiados y Apátridas (Ofpra) de conceder asilo político a Palma Salamanca.
Los chilenos residentes que asistieron a la audiencia celebraron la decisión de la justicia francesa, en tanto Ricardo Palma Salamanca se retiró del tribunal sin emitir declaraciones a la prensa.
Con esta resolución judicial el exfrentista no tendrá que seguir bajo el control judicial que mantenía desde febrero de 2018, mientras que el estado chileno no podrá recurrir de apelación.
El exfrentista estaba prófugo desde 1996, cuando escapó en un helicóptero de la cárcel en que cumplía condena por los delitos antes mencionados.
Cabe recordar que el Ministerio Público de Francia había mostrado inclinaciones hacia la determinación de no extraditar al exfrentista, especialmente luego del asilo político entregado por la Ofpra.

Las últimas semanas, con la convicción de que la Corte de Apelaciones francesa fallaría en contra del proceso de extradición solicitado por el Estado de Chile –como ocurrió hoy-, Ricardo Palma Salamanca las dedicó a avanzar en su próximo libro, uno de los que sus amigos no entregan muchos detalles, pero que abordaría sus años en clandestinidad tras haberse huido en helicóptero de la Cárcel de Alta Seguridad en 1996, recinto donde cumplía condena como autor material del asesinato de Jaime Guzmán Errázuriz el 1 de abril de 1991, el secuestro de Cristián Edwards y el crimen de agentes de la dictadura, hechos por lo que estaba condenado a 30 años de prisión y dos cadenas perpetuas.
Desde aquel 20 de diciembre en que junto a otros frentistas escapó por los cielos, se dedicó, como el mismo escribió en el nuevo prólogo de El Gran Rescate, que publicó La Tercera PM, a ser invisible. Su rastro efectivamente se perdió, mientras figuraba en nóminas de captura internacional y en el país la Unión Demócrata Independiente realizaba una serie de gestiones para requerir su captura.

Se mencionó que estuvo en Argentina – “me trasladé por muchas partes del planeta, conociendo a seres increíbles”-, pero con certeza se sabe que residió en México bajo el nombre del fotógrafo Esteban Tamayo Solís, identidad que debió abandonar cuando su amigo y excompañero de armas Raúl Escobar Poblete se vio involucrado en un secuestro.
Sus cercanos mencionan que ya no le gusta hablar del pasado y que se prepara para trabajar formalmente en Francia en el rubro artístico: Exponer fotografías y escribir. A diferencia de la diputada Maite Orsini, que sostiene que tiene dudas sobre su participación en el crimen de Guzmán, Palma Salamanca ha sido críptico sobre el hecho que marcó su destino. En su libro escribió, en alusión a su rol en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, “fue la época que nos tocó vivir, para muchos un espacio sin vuelta atrás”.
Hoy se prepara para asumir su nueva vida en Francia. En marzo iniciará los trámites para que los dos hijos que tiene con Silvia Brzovic, y que tienen la condición de apátridas, reciban la nacionalidad francesa y para firmar el contrato de acogida e integración en la Oficina francesa de inmigración e integración (OFII). Su nueva situación, ratificada por la decisión de no extraditarlo, le entregará una serie de deberes y derechos. 
Fuentes consultadas por La Tercera PM detallan que su abogado, Jean Piere Mignard lo mantiene al tanto de la serie de trámites que debe realizar, pero que hoy, a esta hora, mientras el mundo político en Chile lamenta la determinación de la justicia francesa, él está enfocado en festejar. Su estado hoy indica que está bajo la protección de las autoridades francesas”.



Nombre Completo del asesino del senador Jaime Guzmán:


Circunscripción : ñuñoa
Nro. inscripción : 954 Registro : Año : 1969
Nombre inscrito : RICARDO ALFONSO PALMA SALAMANCA
R.U.N. : 11.392.323-7
Fecha nacimiento : 1 Julio 1969
Sexo : Masculino
Nombre del padre : RICARDO ANTONIO PALMA ROJAS
R.U.N. del padre : 3.468.897-4
Nombre de la madre : MIRNA NURY SALAMANCA ASTORGA
R.U.N de la madre 2.954.510-3

Madre del asesino.

Circunscripción : CHAÑARAL
Nro. inscripción : 101 Registro : Año : 1935
Nombre inscrito : MIRNA NURY SALAMANCA ASTORGA
R.U.N. : 2.954.510-3
Fecha nacimiento : 24 Julio 1934
Sexo : Femenino
Nombre del padre : CARLOS SALAMANCA
Nombre de la madre : JUANA ASTORGA





Palma Salamanca en París

Daniel Alarcón investigó durante un año y medio antes de publicar el episodio ‘El helicóptero, el silencio, el balazo, la huida‘. Esta crónica la escribió en diciembre de 2018, mientras cubría el proceso de extradición contra Ricardo Palma Salamanca en el Palacio de Justicia en París. 

La primera vez que vi en persona a Ricardo Palma Salamanca fue en los pasillos del Palais de Justice en París, en octubre de 2018. El Palais es justamente eso: un palacio decidida y descaradamente regio, con corredores largos y amplios y escalones de piedra hundidos como viejos colchones. En esa audiencia de octubre, entre los exiliados ahí reunidos, se habló sobre pesadillas, tortura y recuerdos crudos y aterradores de la vida bajo el mando de Pinochet. Ver a Palma Salamanca les había traído todas esas remembranzas de vuelta, y los exiliados se mantuvieron juntos, compartiendo memorias y apoyo, reviviendo traumas que creían haber enterrado hacía mucho tiempo. 
La prensa chilena había venido, unos pocos medios franceses también, y Palma se destacaba entre la multitud, de rostro impávido, con tres guardaespaldas que levantaban una manta frente a su cara cada vez que alguien intentaba tomarle una foto. Un periodista, un muchacho desgarbado con un traje mal cortado que trabajaba para la televisión chilena, fue amenazado cuando se rehusó a dejar de tomar fotografías. Después de la audiencia hubo incluso un breve forcejeo, mientras él intentaba tomar una foto y un exiliado chileno empujó al joven periodista al piso.

Cuando regresé en diciembre, la atmósfera había cambiado por completo. En los meses anteriores, la Oficina Francesa de Protección a Refugiados y Apátridas, OFPRA, le había otorgado asilo a Palma Salamanca. Esto no significaba que su caso había terminado —técnicamente, extradición y asilo son dos procesos separados e independientes —, pero, en la práctica, ahora era difícil imaginar que el estado chileno tendría éxito en su intento de que Palma Salamanca fuera devuelto. Las posibilidades de que una corte francesa contradiga y anule la decisión de la OFPRA en un caso de asilo eran casi nulas.
 En Chile, el caso había sido descartado por lo enemigos políticos de Palma. Yo había estado en Santiago cuando se publicó ese fallo y vi cómo miembros del comité formado en solidaridad con Palma Salamanca levantaron una copa de champaña en celebración, un grupo heterogéneo de ex militantes de mediana edad y víctimas de la dictadura brindando frente a los miembros de la prensa chilena e internacional. Un raro momento de satisfacción: los activistas a favor de Palma sintieron, correctamente, como si hubieran ganado.


Palma Salamanca fue arrestado por las autoridades chilenas en 1992

Ahora, en diciembre, había menos prensa y ningún medio francés. En el corredor en frente de la sala del tribunal, los exiliados charlaron, vapearon, rieron y esperaron de buen humor. Habían venido a mostrar solidaridad, con la confianza de que la audiencia de hoy era sólo una formalidad.

Aún así, optimismo y confianza no son lo mismo que certeza. Que las cortes francesas finalmente negasen la solicitud de extradición —eso sería certeza. Eso significaría que todo había acabado, significaría claridad en el futuro, estabilidad e inexpugnable legalidad, algo que Palma Salamanca no había tenido en décadas, aún si había logrado crear un simulacro de todas esas cosas, brevemente, en México.

Esta vez, daba la impresión de ser un festejo, Palma en silencio en el centro de una reunión social, el corazón de la fiesta, pero no exactamente el alma de la misma. Sus partidarios venían a presentarle sus respetos, y él aceptó cada apretón de mano con una sonrisa, un breve y carismático destello de calidez, y entonces retrocedió y se alejó de forma casi imperceptible, y las conversaciones continuaron sin él. Era como si la gente lo tocara para tener buena suerte, o para verificar que era real, esta figura que para muchos exiliados es más un mito que un hombre. Vestía una chaqueta de cuero y una bufanda, que no se quitó, y nunca se puso cómodo. Le pregunté en cierto momento si así lo prefería, las conversaciones zumbando a su alrededor, pero sin él. Dijo que así era. Si los otros se sentían confiados, él aún era prudente.

No es que fuera poco amigable o distante. Era simplemente cauto; no era una falla de carácter sino una adaptación a las extraordinarias circunstancias que han marcado su vida desde que se unió al Frente Patriótico Manuel Rodríguez cuando era adolescente. En octubre, cuando la tensión era más alta, la incertidumbre apenas tolerable, él había estado protegido, rodeado por una impenetrable masa de exiliados chilenos. Esta vez estaba más accesible, sonriendo más, incluso dejaba de cruzar los brazos de vez en cuando. Esperamos un largo tiempo a que comenzara la audiencia —otra diferencia con respecto a octubre, cuando las autoridades vieron el tamaño de la multitud y reorganizaron el expediente para permitir que el caso de Palma Salamanca fuera escuchado primero. 
No le habían dado ninguna deferencia esta vez, y en algún momento, más o menos en la tercera hora de espera, giré y vi a Palma solo en el corredor, una imagen tan sorprendente en el contexto que tuve que mirar dos veces para confirmarlo.

Fue sentenciado en Chile a dos cadenas perpetuas y 30 años de prisión.

La larga espera también me permitió ver mi entorno con más claridad, o más bien entender algo que había pasado por alto la última vez: que la sala del tribunal no le pertenecía a Palma Salamanca o su drama particular, que el Palais era una institución francesa llena de historias francesas, y no, como parecía, un barroco destacamento de Chile, congelado en ámbar en algún punto de los últimos años de la dictadura. Una sala de audiencias —cualquier sala de audiencias— es un lugar ampliamente utilitario, donde se deciden destinos, donde se cambian vidas. No sólo la vida de Palma Salamanca. De alguna manera, en octubre, no me lo había parecido, pero hoy, mientras esperábamos, una mujer se me acercó y me preguntó en francés qué caso estaba esperando. Ella era una intérprete del árabe, me dijo, y había sido asignada a una audiencia de extradición para un hombre apellidado Djif. ¿Era esta? ¿Esta era la sala de audiencias? Le contesté sin pensarlo: No, dije. No hay ningún Djif aquí, y luego me di cuenta, al igual que ella, de que, por supuesto, había un Djif ahí. Era él, ese caballero de rostro estrecho que de alguna manera no noté porque no hablaba español, el que vestía un abrigo pesado y una barba marrón de un par de días, aquel con manos nerviosas, rodeado de su esposa y cuatro hijos, el más pequeño aún en un cochecito. 
La intérprete se alejó, y noté a la esposa de Djif, con un velo un poco suelto: estaba hecha un desastre, ansiosa y claramente asustada. Perdió de vista varias veces a sus dos hijos menores, de cinco o seis años, que se entretenían peleándose y que sólo pararon cuando un policía se llevó a su padre. El más joven, sintiendo intuitivamente el peligro, comenzó a llorar desconsoladamente y cayó hecho un ovillo entre los brazos de su madre.     

Para cuando comenzó la audiencia, a eso de las cinco de la tarde, habíamos esperado durante horas y nuestra energía se había agotado. Mucho tiempo de pie. Muchas cámaras tomando la misma foto una y otra vez. Gente arremolinándose, luego dirigiéndose a los bancos a lo largo del pasillo, después de vuelta. A buscar un café y luego de regreso. Cuando las puertas finalmente se abrieron, Palma Salamanca y su séquito entraron primero, después los chilenos, más o menos en orden de su cercanía personal, y una vez que ellos habían entrado, fue el turno de la prensa. La mayoría de nosotros nos quedamos de pie. Había unas cuarenta y cinco personas en la sala del tribunal, una habitación pequeña y cuadrada que se sentía atestada y cálida. Si no hubiera estado de pie, me habría quedado dormido.

El abogado de Chile habló primero, refiriéndose ocasionalmente a sus anotaciones y volviendo una y otra vez a los delitos por los cuales Palma Salamanca había sido condenado hace tantos años. No el contexto que los había rodeado, sino los detalles crudos del asesinato del senador Jaime Guzmán, por ejemplo. Lo que se alega: Guzmán, arquitecto de la constitución de 1980 de Pinochet, ideólogo del régimen, enseñaba derecho en la Universidad Católica. Un día, mientras Guzmán salía de clases, se encontró con dos hombres en las escaleras, quienes aparentemente lo estaban esperando. Ellos eran Palma Salamanca y otro militante del FPMR, Raúl Escobar Poblete, hoy preso en México. Cuando Guzmán los vio, supo que estaba en peligro, así que volvió a subir las escaleras, tomando un camino alternativo hacia su carro. Escobar Poblete y Palma Salamanca fueron al estacionamiento. 
El chofer de Guzmán no pudo huir, y los dos jóvenes supuestamente le dispararon a Guzmán, quien estaba en el asiento trasero. Como cualquier asesinato, es un crimen simple y brutal. Pero en el transcurso de esas visitas a París, a menudo les preguntaba a los exiliados chilenos, a muchos de ellos, qué justificaba el asesinato, y me encontré una y otra vez con incredulidad, como si no se pudiesen molestar en explicar algo tan obvio. Más allá de la cuestión moral moral, decía yo, ¿no fue un error táctico asesinar a un senador democráticamente electo en un momento político tan precario? Más tarde, volví a escuchar la grabación de estas entrevistas, y me sentí decepcionado: si te quedas debatiendo las tácticas del asesinato y no la cruda inmoralidad de él, entonces quizás has perdido por completo la conversación.    

Aunque era diciembre, una fría e invernal tarde parisina, en el tribunal el calor era soporífero y Palma cerró suavemente sus ojos, como si dormitara. Su francés está bien, no es magnífico. “Me las arreglo”, me había dicho al principio de la semana, entonces me pregunté qué pensaba de todo esto, si podía entenderlo del todo, o si las palabras se apilaban una sobre otra, casi indiferenciables, en una monótona recapitulación de eventos que preferiría olvidar. No era difícil imaginarlo desconectándose de aquello. Luego, en un momento, el abogado de Chile describió a Palma como “un homme très violent”  y vi que los ojos de Palma se abrieron de golpe, su rostro luciendo una expresión de sobresalto y desagradable sorpresa.

Cuando el monólogo del abogado de Chile llegó a su conclusión, la fiscal del estado habló. Ella representa al estado de Francia. Su presentación fue más notable por la mención de los eventos del día anterior en Estrasburgo, donde un islamista armado disparó a once personas, matando a dos, en un mercado navideño. Es más difícil que nunca distinguir entre violencia política y terrorismo, argumentó, particularmente en momentos como este. Aún así, el factor atenuante en el caso de Guzmán fue la tortura que sufrió bajo custodia, y ella parecía inclinada a rechazar su confesión en esos términos. Esta no era una audiencia para descubrir la verdad, no se presentaría evidencia para probar o refutar este o aquel alegato. Para la fiscal, si la confesión se obtuvo bajo tortura, no tenía valor legal.

Finalmente, habló el abogado de Palma, Jean-Pierre Mignard. Es un tipo jovial e ingenioso, pálido, redondo y alegre, con un algo de hombre de espectáculo, lo que era particularmente bien recibido en esa sala de audiencias cálida y atestada. Hizo hincapié en la larga historia de Francia de apoyar a aquellos que combaten regímenes autoritarios. Resaltó una y otra vez que la constitución de 1980 de Guzmán es aún, salvo por algunos cambios cosméticos, el documento que define la política chilena. No pude evitar pensar en una entrevista que había hecho semanas antes en Santiago, en la que un hombre cercano a la familia de Guzmán miró por la ventana de su oficina en un alto edificio hacia los rascacielos y amplias avenidas de la limpia y próspera ciudad, y me dijo con un movimiento de sus brazos que Guzmán era responsable de todo ello.
Ese documento —su constitución— había hecho posible este capitalismo sin restricciones y todo lo que conlleva. Lo dijo con una pizca de asombro. No creo que los enemigos políticos de Guzmán diferirían, aunque quizás ellos podrían decirlo con un tono de voz distinto, con los dientes apretados. Llenos de rabia.

El largo día finalmente terminó poco después de las seis y media, y no hubo tiempo para deliberar. La jueza anunció un receso hasta el 23 de enero, golpeó su martillo y eso fue todo. Ese día, este capítulo de la historia de Ricardo Palma Salamanca no tendría fin. Sin cierre, la espera continuó.



Francia debe proteger a Ricardo Palma Salamanca y Silvia Brzovic.


A través de esta carta,  piden al gobierno francés a respetar el estatus de refugiados políticos de Ricardo Palma Salamanca y Silvia Brzovic.
 17.07.2018 

Francia es desde 1973 tierra de asilo para los opositores políticos al régimen de Pinochet. Los acogieron con los brazos abiertos Valéry Giscard d’Estaing y luego François Mitterrand —muy sensibles al funesto destino reservado a quienes se habían comprometido junto al Presidente Salvador Allende, y a los demócratas hostiles a la junta militar—, y numerosos son los chilenos
que, bajo sus mandatos, encontraron refugio en Francia, se instalaron aquí, fundaron aquí una familia y se construyeron aquí un futuro. Muchos se volvieron inmediatamente franceses, en espíritu y de corazón, antes de ser oficialmente naturalizados.

Es la honra de Francia haber protegido estas mujeres y estos hombres, cuyas trayectorias nos enorgullecen hoy a todos.

Sentimos admiración por todos estos jóvenes —por no decir estos niños—, que tuvieron la extraordinaria valentía de resistir y combatir la feroz dictadura de Augusto Pinochet, arriesgando su vida y la libertad, sacrificando su juventud, su vida familiar y sus estudios.

Ricardo Palma Salamanca y Silvia Brzovic son de esos. Así como tantos otros combatientes por la libertad, su compromiso político contra la junta militar nació del rechazo a la opresión al pueblo y a los sufrimientos que este régimen les infligió. La tortura del padre, del hermano o de la
hermana, la violación de otra, el exilio forzado de un pariente de miedo que ocurra lo peor, la prisión y el suplicio, y hasta el asesinato de los próximos, llenaron su alma de adolescentes de la rabia que debía liberarlos del miedo. Animado por esa cólera, su combate político no podía acabarse al
principio de la transición democrática, el 11 de marzo de 1990.

En efecto, si a partir de esta fecha el general Pinochet ya no era oficialmente Jefe del Estado chileno, el nuevo régimen seguía fundado sobre un texto constitucional adoptado en 1980 bajo su autoridad, que le otorgaba un rol central como Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas y en el
seno del Consejo de Seguridad Nacional, permitiéndole así intervenir en la vida política de Chile y mantener su influencia sobre todas las instituciones políticas, administrativas, judiciales y militares del país. Baste como ejemplo recordar la feroz oposición de todas las autoridades políticas chilenas
a la extradición de Pinochet en 1998, reclamado por la justicia española para que responda de los numerosos crímenes cometidos bajo su mandato.

Finalmente, gozando de la benevolencia culpable de las autoridades chilenas, Augusto Pinochet murió apaciblemente en Chile sin haber sido jamás condenado, ni siquiera simplemente juzgado.

A la inversa, los miembros de la Resistencia a su régimen que fueron Ricardo Palma Salamanca y Silvia Brzovic ha sido perseguidos sin tregua durante más de 25 años y hasta hoy.

¿Cómo entender que un Estado supuestamente democrático pueda perseguir así tanto tiempo a una persona —a Silvia Brzovic—, cuyo único delito es haber sido una opositora de izquierda al régimen de Pinochet? ¿Cómo entender que un Estado supuestamente democrático
pueda proponerse conseguir cumplimiento de una condena dictada en condiciones inaceptables, y fundada en una legislación antiterrorista producida en 1984 por un régimen dictatorial?

¿Cómo entender, por otra parte, que esa ley vivamente criticada por las ONG pueda estar todavía vigente allí? Porque, en efecto, es en aplicación de esta ley adoptada por la junta militar para combatir sus opositores políticos que Ricardo Palma Salamanca fue apresado en 1992, luego condenado a cadena perpetua, en condiciones visiblemente contrarias al derecho a un proceso justo, y luego de confesiones arrancadas bajo tortura.

Esta condena ha sido pronunciada por un solo juez, Alberto Pfeiffer Richter, miembro de la UDI —el partido pinochetista fundado por Jaime Guzmán—, por el motivo particular que Ricardo Palma Salamanca habría participado en el asesinato del mismo Jaime Guzmán, cuyo currículo bajo el régimen de Pinochet es comparable en Francia al de Philippe Henriot bajo el régimen de Vichy. Miembro fundador, en 1970, del grupo paramilitar de extrema derecha Patria y Libertad, cuyos crímenes ensangrentaron el gobierno del Presidente Allende, ideólogo de la junta militar, vinculado a la secta nazi Colonia Dignidad, y autor de la Constitución de 1980, Jaime Guzmán era un actor mayor de la dictadura. Era parte integrante de su núcleo fascista.

¿Cómo, entonces, un Estado supuestamente democrático puede levantar un memorial en Santiago en recuerdo y en honor de este sórdido personaje y seguir persiguiendo a Ricardo Palma Salamanca?

Cuando los verdugos de la junta militar todavía viven o vivieron tranquilamente en Chile, las autoridades políticas chilenas insisten en perseguir a mujeres y hombres que, como Ricardo Palma Salamanca y Silvia Brzovic, sacrificaron todo para combatir al régimen sangriento de Pinochet, y simplemente reclaman que se haga justicia a todos los que durante ese período aguantaron los peores sufrimientos. Se trata de un residuo de la dictadura en el que Francia no puede participar.

Ninguna autoridad francesa puede aceptar colaborar en la ejecución de decisiones administrativas y judiciales inicuas, aplicadas como consecuencia de torturas, y como consecuencia de graves violaciones de los derechos humanos, ni comprometerse aportando su concurso a la defensa de la memoria del fascista Jaime Guzmán. Al contrario, Francia debe firme y
obstinadamente preservar sus principios acogiendo —como la obliga su Constitución y sus compromisos internacionales—, todo Hombre perseguido por su acción por la libertad. Francia debe, pues, proteger a Ricardo Palma Salamanca y Silvia Brzovic, reconociéndoles, así como a sus hijos, el estatuto de refugiado político.


Es su honor y es el Derecho.

Carmen Castillo, cineasta
Olivier Duhamel, presidente de la Fundación nacional de Ciencias políticas
Louis Joinet, Magistrado, primer abogado honorario a la Corte de Casación
Alain Touraine, sociólogo
Costa Gavras, cineasta



martes, 22 de enero de 2019

Biografia Alejandro Lerroux García a



Lerroux y García, Alejandro. La Rambla (Córdoba), 4.III.1864 – Madrid, 27.VI.1949. Político y publicista republicano.

Nació en el seno de una familia modesta. El padre, Alejandro Lerroux y Rodríguez, era un militar del Cuerpo de Veterinaria, que había trabajado en su juventud de aprendiz de herrador y que con ahorros propios accedió a la Escuela de Equitación. Cuando Lerroux vino al mundo, su padre era ya capitán y estudiaba Medicina para promocionarse. Con el tiempo y no pocos sacrificios, don Alejandro estabilizaría una plaza de profesor de Veterinaria militar en Alcalá de Henares y alcanzaría el grado de teniente coronel. La madre, Paula García y González, era hija de un médico militar retirado de Benavente (Zamora). Conoció a su marido en esa misma ciudad, uno de los tantos destinos de don Alejandro. Lerroux fue el quinto de diez hijos. La prematura muerte de tres de los hermanos mayores y la temprana ausencia del primogénito, Arturo, un turbulento adolescente, hizo que Alejandro compartiera pronto las responsabilidades familiares. A esto se unió el desarraigo típico de los hijos de los militares: su lugar de nacimiento fue casual y hasta su emancipación, Lerroux vivió una docena de traslados. Alguna estabilidad encontró al lado de un tío cura, hermano de su madre, con el que permaneció dos años, pues doña Paula deseaba que su hijo entrara en el seminario. Frustrado este empeño, el padre intentó orientarle hacia el Derecho, sin resultado.

La vocación de Lerroux era la milicia, a imitación de su progenitor y su hermano Arturo. En 1882 completó el servicio militar, ascendió a cabo y se examinó para entrar como cadete en la Academia General de Toledo. Pasó las pruebas, pero con una calificación insuficiente para obtener plaza. Cuando al fin ampliaron el cupo, no llegó el dinero prometido por su hermano mayor para pagar el equipo y la pensión de la Academia. Desilusionado, desertó del Ejército. Aunque tuvo que ocultarse un tiempo, la amnistía por el nacimiento de Alfonso XIII le permitiría reintegrarse en 1886 a la vida civil. Pero las penalidades económicas no le abandonaron: alternó empleos breves, con momentos de apuro económico y desorientación.

En esos años, por influencia de su hermano, comenzó a frecuentar el casino del Partido Republicano Progresista. Dirigido por Manuel Ruiz Zorrilla, ex presidente del Consejo de Ministros con Amadeo de Saboya, este partido aspiraba a derribar la Monarquía constitucional reeditando una sublevación militar al estilo de la de 1868. Su red de apoyos en el Ejército lo convirtió en la principal amenaza contra la Restauración entre 1875 y 1886. El rotundo fracaso, ese último año, del pronunciamiento del brigadier Villacampa debilitó al partido, desgarrado además por las escisiones de quienes pretendían actuar en la legalidad. Fue en ese momento cuando Lerroux se integró en él. Su habilidad literaria y la recomendación de su hermano le abrieron camino hacia la redacción del diario El País, órgano del partido, en 1888. Ingresó también en la masonería, pero ésta le decepcionó enseguida. Aunque mantuvo vínculos con varias logias hasta 1934, Lerroux no pasó de “masón durmiente”, condición que le permitía, en todo caso, preservar su imagen en un momento en que republicanismo y masonería eran uña y carne.

Como publicista encontró su verdadera vocación. En 1890 era periodista de plantilla y encargado de la información política nacional. Tres años después, su dinamismo, buena pluma y, también, su destreza en los duelos, donde finiquitaban no pocas polémicas periodísticas de entonces, convencieron al dueño de El País, Antonio Catena, para nombrarle director. Lerroux orientó un diario acostumbrado al proselitismo faccional y a la relación de actos de partido, al periodismo de escándalos. Inmoralidades administrativas y situaciones de explotación laboral ocuparon cada vez más espacio en las galeradas. Eran un medio de deslegitimar la Monarquía constitucional y de abrir el periódico a todo movimiento de izquierda contrario al liberalismo, especialmente al obrerismo socialista y anarquista. Jóvenes literatos anarquizantes como Azorín, Maeztu o Valle-Inclán, colaboraron asiduamente en El País. El amarillismo informativo convirtió esta cabecera política en la tercera más leída de España. La campaña que a Lerroux le abrió las puertas de la política nacional comenzó con la denuncia de supuestas torturas y maltratos en la cárcel de Montjuich a los anarquistas procesados por los atentados de Barcelona en 1895 y 1896. Cuando aquélla se amplió a la petición de una amnistía, varios sindicatos de la ciudad condal decidieron presentar a Lerroux como candidato a las elecciones generales de 1899, pero no obtuvo el escaño. Para entonces, ya había consolidado su economía doméstica y pudo casarse con Teresa García y López de Selalinde, de familia modestísima. Sin descendencia, Lerroux adoptó a la muerte de su hermano Aurelio a uno de sus hijos, que conservó el nombre paterno.

Una nueva escisión dentro del partido, a la que se sumó Catena, le hizo perder la dirección de El País. Lerroux quedó encargado del nuevo órgano, El Progreso, y en 1901 los republicanos de Barcelona y los sindicalistas afines volvieron a presentarlo como candidato a diputado. Esta vez obtuvo el escaño y hasta superó en votos a viejas glorias como Francisco Pi y Margall y Nicolás Salmerón. Su éxito electoral le condujo a afincarse en la ciudad condal. Pronto se convirtió en la gran esperanza de futuro de un movimiento en horas bajas. Director de La Publicidad, el órgano más importante del republicanismo barcelonés, Lerroux se dedicó a renovar la organización y sus banderas doctrinales. Convirtió la máquina electoral que le sirvió para entrar en las Cortes en una estructura estable. Con ella, y hasta 1907, se impuso en todas las elecciones en Barcelona. A ello contribuyó el dominio del consistorio, que le permitió obtener los recursos con los que solidificar y ampliar el partido. Lerroux impulsó la apertura de nuevas Fraternidades Republicanas y de una enorme Casa del Pueblo, sociedades que pretendían reunir a republicanos y sindicalistas de izquierda. Esta red societaria suministraba a sus afiliados servicios escolares, de ocio, empleo y hasta cooperativas de consumo, que servían para fijar el voto. En el Congreso de los Diputados, Lerroux trató de representar los intereses de las sociedades obreras: se centró especialmente en la mejora de las condiciones laborales en fábricas y minas. Era otra faceta de la batalla que mantenía por republicanizar el movimiento obrero y orientarlo por vías políticas y electorales, una labor que le conllevó la animadversión de los socialistas y los anarquistas. Los segundos impugnaban la politización del sindicalismo, que adormecía sus ínfulas revolucionarias. Los primeros rechazaban la interposición de un “partido burgués” en un movimiento que, en su opinión, debía ser estrictamente “de clase”, esto es, monopolizado políticamente por el PSOE, que era la organización política que representaba los intereses de la UGT.

La renovación del republicanismo en términos obreristas la hizo Lerroux a la vez que articulaba un discurso españolista dirigido a contrarrestar la pujanza de la Lliga, el primer partido nacionalista catalán. La construcción de un potente partido y el encadenamiento de victorias electorales redefinieron la estrategia primigenia del joven dirigente progresista. Lerroux comenzó a retrasar ad calendas graecas los planes para derribar mediante un movimiento revolucionario a la Monarquía constitucional. Escarmentado por los constantes fracasos de esa estrategia, y decidido a no arriesgar lo conseguido, se convenció de que nada podría hacerse hasta que los militares, pieza básica de esa revolución de tintes “zorrillistas”, no se sumaran significativamente.

El partido republicano barcelonés era, además, la joya de la corona de la nueva Unión Republicana de 1903, el enésimo intento por reunificar en un partido a las fracciones republicanas. Lerroux tuvo parte muy activa en su constitución, hasta el punto de convertirse en el lugarteniente y casi en el sucesor natural del viejo Nicolás Salmerón, jefe de la UR. El entendimiento se rompió tras la inopinada alianza de Salmerón con la Lliga en la Solidaridad Catalana de 1907. El primero pretendía encauzar las aspiraciones catalanistas hacia el cambio de régimen. Pero la Lliga era el adversario más caracterizado de un Lerroux que, antes de aliarse con los nacionalistas, prefirió marcharse de la UR. Con la organización de Barcelona y los núcleos antisolidarios del resto de España que le siguieron fundó, en 1908, el Partido Republicano Radical, la formación que lideraría hasta su muerte. Pero en las elecciones de 1907, la Solidaridad había ganado las elecciones en Barcelona y Lerroux se quedó sin acta. Perdida la inmunidad parlamentaria, se le reactivaron varios procesos abiertos por delitos de imprenta. Condenado a dos años y cuatro meses de prisión, la eludió marchándose a Francia y, desde allí, a Argentina. En el extranjero residiría hasta octubre de 1909, ajeno a la participación de sus radicales, junto los republicanos catalanistas, los socialistas y los anarcosindicalistas, en la insurrección de ese año, conocida como la “Semana Trágica”. Dedicado a la recaudación de fondos para su partido y a los negocios eléctricos y de atracciones de feria, Lerroux amasó alguna fortuna, que le permitió instalarse definitivamente en Madrid. En las elecciones de 1910 asoció a su partido a la Conjunción Republicano-Socialista. Pero la nueva reunión de los republicanos duró poco: en un debate parlamentario sobre las inmoralidades de los radicales en el ayuntamiento de Barcelona, Lerroux se vio abandonado por sus socios de coalición, y rompió con ellos.

La asidua colaboración de Lerroux con los gobiernos de Canalejas, Romanones y Dato marcó el comienzo de un proceso de avenencia con la Monarquía constitucional. Las ambivalencias revolucionarias se mantuvieron en coyunturas específicas como los meses posteriores a la insurrección que acabó con la Monarquía en Portugal (1910) o el plante militar de las llamadas Juntas de Defensa (1917), que el jefe radical apreció como la oportunidad tan esperada de desligar a los militares del régimen constitucional. Pero el fracaso de la huelga revolucionaria de agosto de 1917, la instauración del bolchevismo en Rusia, y el hundimiento de los radicales en las elecciones de 1918, en las que Lerroux perdió el escaño, consolidaron su abandono del republicanismo de izquierdas. Adoptó posiciones inequívocamente liberales y ensayó un posibilismo que le permitiera, andando el tiempo, gobernar con la Monarquía. Sus relaciones con Alfonso XIII, con quien se encontró varias veces, eran cada vez más cordiales. Intensificó la colaboración con los partidos constitucionales y, especialmente, con las fracciones liberales, para anudar una alianza que le permitiera integrarse en el ala izquierda de la Monarquía. Ese giro moderado rindió buenos frutos electorales entre 1919 y 1923. Permitió a Lerroux liderar otro intento de reunificación del republicanismo en torno a la Democracia Republicana de 1920, que sirvió para reforzar las posiciones del Partido Radical. La interrupción del constitucionalismo tras el pronunciamiento de Primo de Rivera en septiembre de 1923 frustraría, empero, esta evolución.

Para Lerroux, era indudable que la Dictadura conllevaría, a plazo fijo, la proclamación de la República. Obsesionado con sortear cualquier bandazo revolucionario y con la necesidad de convencer a los militares de que el cambio de régimen tuviera carácter pacífico, suspendió sus actividades políticas y no se opuso de primeras a Primo de Rivera. En aquella época, las dictaduras no se entendían como regímenes políticos, sino como situaciones de excepción, paréntesis constitucionales con fecha de caducidad que servían para salvar coyunturas políticas críticas. Además, el general se había presentado como el “cirujano de hierro” costista, un discurso del gusto de un Lerroux imbuido del ideal regeneracionista. Pero todo cambió en el verano de 1924, cuando el jefe radical se cercioró de que Primo de Rivera aprovechaba la Dictadura para sustituir el régimen constitucional y adquirir ventaja política en el nuevo orden, especialmente al erigir desde el Poder un partido propio: la Unión Patriótica. Lerroux se enroló, así, en las conspiraciones constitucionalistas. En febrero de 1926 intentó unir al republicanismo en una nueva agrupación, la Alianza Republicana, en la que participaron varios ateneístas como Manuel Azaña. Pero cuando Lerroux trató de asociarla a un acuerdo con los partidos monárquico-constitucionales sufrió las clásicas escisiones: de la de 1929 nacería un Partido Radical-Socialista.
La caída de la Dictadura en 1930 y la formación de un gobierno de concentración conservador presidido por Dámaso Berenguer propiciaron que los monárquicos se apartaran de la conspiración. Un aislado Lerroux decidió sumar su Alianza a una renovada Conjunción Republicana, formalizada el mes de agosto en el pacto de San Sebastián. Formaban junto a él los radical-socialistas, el catalanismo republicano y la Derecha de Niceto Alcalá-Zamora y Miguel Maura, un nuevo partido formado por antiguos monárquicos. En octubre se incorporaron el PSOE y la UGT. La Conjunción nombró un Comité Revolucionario para preparar una insurrección que permitiera proclamar la República. El escepticismo de Lerroux respecto del método insurreccional impulsó a sus aliados a aislarle de esos trabajos. La postergación se evidenció más aún cuando el Comité Revolucionario se autoascendió a Gobierno Provisional de la República. Pese a que Lerroux era por entonces el patriarca del republicanismo histórico y el jefe del partido republicano más numeroso, fue apartado de la Presidencia o de las carteras más relevantes, como Gobernación o Guerra. Se le encomendó el Ministerio de Estado, las relaciones exteriores, para las que Lerroux carecía de preparación y que le sustraían de la política interna.

Inhibido de los trabajos conspirativos, Lerroux no participó en la sublevación de Jaca y Cuatro Vientos de diciembre de 1930, aunque sí lo hicieron militantes de su partido. En calidad de miembro del Comité Revolucionario hubo de ocultarse de la policía y no participó en las propagandas que dieron a la Conjunción Republicano-Socialista un exitoso resultado en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, bien que ceñido al grueso de las capitales de provincia. Este triunfo dio ambiente a una inesperada ruptura revolucionaria: el 13 y el 14 se produjo la ocupación sucesiva de varios ayuntamientos y diputaciones por los dirigentes provinciales de los partidos republicanos y el PSOE, secundados por manifestaciones multitudinarias. La fuerza pública se abstuvo de intervenir y el gobierno de concentración monárquica, presidido por el almirante Aznar, acordó no resistir, aconsejar a Alfonso XIII que se ausentara de España y entregar el Poder al Comité Revolucionario. Lerroux pudo salir del piso donde permanecía oculto la sobremesa del 14 de abril, requerido por sus compañeros del Gobierno Provisional para que proclamara con ellos la República en la Puerta del Sol. A sus 67 años pudo proclamar en España, al fin, la forma de gobierno a la que se había adscrito desde su juventud.

Muy penetrado del ideal armonicista, tan caro al principio republicano de la fraternidad, Lerroux consideraba la República como la oportunidad de eliminar las divisiones y la conflictividad social que creía que propiciaron el fin del constitucionalismo monárquico y la llegada de la Dictadura. Su instrumento sería un Estado interventor que salvaguardara la libertad, consolidara la igualdad civil y procurara cierta equiparación material, asegurando unos mínimos de subsistencia y acelerara la difusión de la cultura entre los españoles. El Estado debía ser también difusor de un nuevo patriotismo que fundiera España y la República, para el viejo Lerroux la encarnación del gobierno del pueblo, pero encauzado en una democracia representativa. Ello crearía un orden moral que haría innecesaria toda apelación revolucionaria. Con todo, el jefe radical era, desde hacía años, liberal antes que republicano. Su Estado interventor no debía cuestionar la propiedad privada o la libre empresa. Tampoco cabía construir la República rompiendo con la experiencia constitucional española. Por el contrario, valoraba los logros de la Monarquía constitucional de 1876 en términos de libertad y estabilidad, y concebía su pactismo originario como un referente válido para la República. Ésta no debía enmendar al liberalismo español, como pensaban Azaña y otros dirigentes de la izquierda republicana, sino ante todo recuperar las libertades civiles y el principio parlamentario abolidos por Primo de Rivera. Y esa recuperación era en beneficio no sólo de los republicanos, sino de todos los españoles. Precisamente porque la República encarnaba un ideal de patriotismo y fraternidad social, no debía ser exclusiva de nadie.
El discurso lerrouxista tuvo cierto refrendo en las elecciones a Cortes constituyentes de junio de 1931: la Alianza Republicana sobrepasó los 120 escaños y el propio Lerroux obtuvo cinco actas de diputado y fue el dirigente político más votado. Pero conllevó también que la izquierda republicana se alejara del Partido Radical. El núcleo que, dentro de la Alianza, seguía a Azaña se separó de Lerroux y conformó una mayoría parlamentaria con los radical-socialistas, los republicanos catalanistas y gallegos, y el PSOE. Ese bloque condicionó el desplazamiento de la nueva Constitución a la izquierda, especialmente en cuestiones como la expropiación sin indemnización, la supeditación de la Iglesia al Estado, las restricciones a las actividades y la misma pervivencia de las órdenes monásticas, la equiparación jurídica de varias reivindicaciones económicas a los derechos civiles, las autonomías políticas, el unicameralismo, la debilidad del poder ejecutivo o el desequilibrio general de los poderes a favor del Parlamento. El Partido Radical votó la Constitución para reafirmar que estaba dentro, y no fuera, del sistema. Pero Lerroux ya abogó desde diciembre de 1931 por la necesidad de revisarla y, hasta entonces, de flexibilizar su aplicación en las cuestiones más controvertidas, para evitar lanzar al grueso de los partidos conservadores a extramuros de la República. El problema religioso había roto la misma Conjunción, al dimitir el presidente del Gobierno Provisional, Alcalá-Zamora, y su ministro de la Gobernación, Maura.

Para entonces, el objetivo de Lerroux estribaba en construir una alternativa de centro-derecha que federara a los partidos republicanos moderados en torno al Partido Radical. Esta agrupación debía atraer también a los republicanos de izquierda más afines. De ese modo, se rompería la coalición que, desde octubre de 1931, mantenía a Azaña en el poder, y se podría constituir a otro gobierno presidido por Lerroux para disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones. La política de atracción del centro-izquierda, aunque logró dividir al radical-socialismo, no salió bien. De hecho, la coalición republicano-socialista no se disolvió hasta septiembre de 1933 y perduraron hasta entonces tanto las Cortes constituyentes como el gobierno Azaña. Mejor fue la política de ampliación por la derecha. El Partido Radical se convirtió en el eje de la oposición republicana a partir de 1932. Sus 89 escaños no se correspondían adecuadamente con la fortaleza del partido fuera de las Cortes, que absorbió al grueso de las organizaciones liberales que formaban la izquierda de la Monarquía constitucional. Cuando en 1933 se convocaron dos elecciones de carácter nacional –unas locales parciales y otra de vocales para el Tribunal de Garantías Constitucionales–, quedó claro que los radicales eran el primer partido de España. Pero la primacía de Lerroux en el centro-derecha se vio igualmente amenazada con la reunión de los conservadores en la CEDA en marzo de 1933, al calor de la protesta contra las políticas del gobierno Azaña, que los católicos recusaban por su laicismo y su carácter socialista.
La Constitución había consagrado una República mixta, donde el jefe del Estado ponderaba los cambios en la opinión pública y en las mayorías parlamentarias y, conforme a ellos, nombraba y separaba libremente al presidente del Consejo de Ministros. Y como los dos episodios electorales mencionados mostraban un desvío inequívoco del electorado respecto de las Cortes y el ejecutivo de izquierdas, el presidente de la República, que lo era Alcalá-Zamora desde diciembre de 1931, retiró la confianza a Azaña para encargar a Lerroux, en septiembre de 1933 y por vez primera, la formación de un gobierno. Éste compuso una coalición entre radicales y republicanos de izquierda que duró menos de un mes, pues dimitió al observar que sus propios aliados se sumaban en las Cortes a una “moción de desconfianza” promovida por los socialistas. Acreditada la imposibilidad de un gobierno con mayoría en ese Parlamento, Alcalá-Zamora decidió disolverlo y que un ejecutivo de concentración republicana presidido por Diego Martínez Barrio, lugarteniente de Lerroux, convocara elecciones legislativas en noviembre de ese año. Éstas otorgaron la victoria a una coalición de monárquicos y conservadores posibilistas liderada por la CEDA. El Partido Radical subió al centenar de escaños, pero quedó en segundo lugar.

La mayoría parlamentaria de quiénes dos años antes habían concurrido como monárquicos en las elecciones municipales de 1931 pudo haberse interpretado como un plebiscito contra la República. El jefe radical lo impidió al desvincular de la coalición vencedora a los partidos liberales y católicos, con la finalidad de que el resultado sólo pudiera estimarse como un cambio de orientación dentro del régimen. Para ello, Lerroux se propuso demostrar que dentro de la República cabían políticas distintas, incluso una revisión constitucional que la afirmara como democracia liberal, abierta a todos los partidos que respetaran sus procedimientos. Logró su objetivo al desligar a la CEDA, al catalanismo conservador de la Lliga y a los liberales agrarios, que se unieron a los radicales y a los liberal-demócratas de Melquíades Álvarez en un nuevo bloque de centro-derecha. Éste gobernaría la República desde diciembre de 1933 hasta el mismo mes de 1935. Lerroux fue su figura más representativa, pues presidió el gobierno de diciembre de 1933 a abril de 1934, y de octubre de 1934 a septiembre de 1935. También ocupó las carteras de Guerra –noviembre de 1934 a abril de 1935– y de Estado –septiembre a octubre de 1935–.
Pero la atracción de la derecha posibilista fue recusada duramente por los socialistas y la izquierda republicana, que la consideraban una traición a las esencias del régimen contenidas en la Constitución de 1931, y que Lerroux pretendía abolir con su reforma. También encontró oposición dentro del Partido Radical. En marzo de 1934, su ala izquierda, liderada por Martínez Barrio, se marchó del partido con otros diecisiete diputados. Tampoco convencía del todo a Alcalá-Zamora. Aunque el presidente era un entusiasta de la reforma constitucional y nada oponía a la integración de la Lliga y los agrarios, desconfiaba de la CEDA y dudaba del compromiso con la República de su líder, José María Gil-Robles. Sin embargo, accedió a que en octubre de 1934 entraran tres ministros de ese partido en un nuevo gobierno de Lerroux. Ese fue el pretexto elegido por la izquierda republicana para romper toda relación con el nuevo gobierno, mientras la Alianza Obrera –formada por socialistas, comunistas y un sector del anarcosindicalismo– se levantaba en armas contra él. A la insurrección también se sumó la Esquerra Republicana, que entonces gobernaba la autonomía catalana. La acción armada tuvo derivaciones muy graves en regiones como Asturias y Cataluña, y en provincias como Madrid, Guipúzcoa, León, Palencia o Vizcaya. El abultado balance de víctimas lo convirtió en el episodio más violento en sesenta años.
El hecho de que Lerroux venciera la insurrección con eficacia, notable proporcionalidad en el uso de la fuerza, y manteniendo con firmeza la vigencia del régimen constitucional, catapultó al jefe del Partido Radical a su máximo de popularidad. Con ese aval, continuó adelante con su plan de liberalizar la República y ensanchar sus bases de apoyo. Con el asentimiento de Alcalá-Zamora, en julio de 1935 presentó a las Cortes un proyecto de reforma constitucional que mantenía la separación de la Iglesia y el Estado, pero abolía las restricciones legales para el libre desenvolvimiento de aquélla y establecía firmemente la libertad de cultos. Además, abolía las expropiaciones sin indemnización, establecía mecanismos para obstaculizar la instrumentalización partidista de las autonomías, recuperaba un remozado Senado, y equilibraba los poderes del Parlamento y el presidente de la República, al tiempo que delimitaba las funciones ente este último respecto del Consejo de Ministros. Este proyecto había venido precedido, desde diciembre de 1933, de nuevas disposiciones sobre jurados mixtos, contratación laboral, enseñanza religiosa, haberes del clero, reordenación sanitaria o ayuntamientos que corregían en sentido liberal las aprobadas en el bienio de izquierdas. La reforma debía, además, complementarse con una nueva ley provincial y otra electoral, que aminorara los efectos del sistema hipermayoritario vigente desde mayo de 1931. Aunque comparativamente la política internacional nunca fue una cuestión prioritaria para los gobiernos republicanos, Lerroux era un entusiasta de la Sociedad de Naciones, a cuyas reuniones asistió como ministro en 1931, y un francófilo convencido. Apasionado de la acción española en Marruecos, algo que le singularizó dentro del republicanismo, las buenas relaciones con Francia permitieron a su gobierno, en abril de 1934, incorporar a España el enclave de Ifni.

Pero la gestión de los radicales se vino abajo cuando, en septiembre y noviembre de 1935, se hicieron públicos sendos escándalos que afectaban a políticos de tercera fila del Partido Radical. El del “Estraperlo” le dañó especialmente porque su hijo Aurelio fue acusado de tráfico de influencias en grado de tentativa, por sus gestiones para que el gobierno autorizara el juego de ruleta que dio nombre al escándalo. El segundo, conocido como “Tayá-Nombela”, no fue un caso de corrupción. Fue una controversia parlamentaria suscitada por un intento frustrado de indemnizar al naviero Antonio Tayá en cumplimiento de una sentencia del Tribunal Supremo, pero sin el acuerdo formalizado del Consejo de Ministros. Alcalá-Zamora, que había filtrado ambas denuncias para forzar la salida de Lerroux del gobierno, se negó a traspasar el poder a Gil-Robles. Encargó un gobierno de gestión al liberal independiente Manuel Portela, disolvió las Cortes y convocó nuevas elecciones para febrero de 1936. El jefe del Estado quería que Portela patrocinara desde el poder un partido de centro que permitiera al presidente controlar la formación de gobierno en las futuras Cortes. Este proyecto fracasó antes de que se abrieran las urnas, pues la mayoría de los partidos moderados se agruparon en dos grandes coaliciones: una de izquierda, el Frente Popular, que se extendía desde el centro-izquierda republicano hasta los partidos comunista y sindicalista; y otra de derecha, el Bloque Antirrevolucionario, que agrupaba con menor cohesión todo el espectro político desde los republicanos radicales y liberal-demócratas hasta los tradicionalistas.
Los resultados electorales estuvieron sujetos a controversia. La noche de la jornada electoral, 16 de febrero, desordenadas concentraciones de partidarios del Frente Popular se apostaron junto a los centros oficiales, pretextando la celebración de la victoria en la mayoría de los distritos urbanos. A las pocas horas, esas manifestaciones proclamaron la victoria completa y exigieron la amnistía para los revolucionarios de 1934, la entrega de los ayuntamientos y, la tarde del 17, el traspaso del poder a un gobierno de izquierdas. El reguero de violencias entre la madrugada del 16 y la mañana del 19 propició la precipitada dimisión de Portela. Como ninguno de sus hombres de confianza aceptaba sustituirle, Alcalá-Zamora decidió recurrir a Azaña. Para entonces el resultado electoral era equilibrado, sin mayorías absolutas, con una leve ventaja en votos de las derechas y otra en escaños para las izquierdas. Durante el traspaso de poderes, las autoridades interinas del Frente Popular proclamaron la victoria de sus respectivas candidaturas en aquellas provincias donde los recuentos no habían finalizado. Con esos escaños, y tras doce días de recuento, las izquierdas se aseguraron la mayoría en la primera vuelta. 
Lerroux, al tanto de lo sucedido, aconsejó a Alcalá-Zamora no entregar el poder a Azaña hasta que se completara el recuento. Pero las elecciones le dejaron sin escaño y, excluido del Parlamento, lo fue también del primer plano político los meses previos a la Guerra Civil. Enterado, el 13 de julio, del secuestro y el asesinato del líder monárquico José Calvo Sotelo por policías y escoltas socialistas, el jefe radical decidió marcharse un tiempo a Portugal. Desde allí presenció la sublevación de una parte del Ejército contra el gobierno del Frente Popular. Convertida ya en guerra abierta, Lerroux expresó públicamente su apoyo al bando nacional, cuyo gobierno lideraba entonces Miguel Cabanellas, un general de su partido. Sin embargo, su desapego hacia la creciente influencia de Falange y el carlismo le suscitó, junto a su pasado de izquierdas, problemas con las nuevas autoridades. Finalizado el conflicto, éstas no le permitieron volver a España. Se le abrieron dos procesos, uno político y otro por pertenencia a la masonería, de los que salió absuelto. Pero sólo se le autorizó a regresar en 1947. Apartado de toda actividad política, Lerroux moriría en Madrid dos años más tarde, a la edad de ochenta y cinco años.

      

Obras de ~: Historia de Garibaldi, Barcelona, Toledano, López y cía, 1904; Mi Evangelio, Barcelona, Fraternidad Republicana, 1906; De la lucha, Barcelona, Granada y cía, 1909; Ferrer y su proceso en las Cortes, Barcelona, El Anuario, 1911; La verdad a mi país. España y la guerra, Madrid, Viuda de Pueyo, 1915; Las pequeñas tragedias de mi vida. Memorias frívolas, Madrid, Huelves y cía, 1930; Al Servicio de la República, Madrid, Javier Morata, 1930; Trayectoria política, Madrid, s.e., 1932; La pequeña historia, Buenos Aires, Cimera, 1937; Mis memorias, Madrid, Afrodisio Aguado, 1963.



Bibl.: C. Jalón, Memorias políticas, Madrid, Guadarrama, 1973; O. Ruiz Manjón, El Partido Republicano Radical (1908-1936), Madrid, Tebas, 1976; A. de Blas Guerrero, “El Partido Radical en la política española de la Segunda República”, Revista de Estudios Políticos, 31-32 (1983), págs. 137-164; A. Duarte, El republicanisme catalá a la fi del segle XIX, Vic, Eumo, 1987; J. Romero Maura, La Rosa de Fuego. El obrerismo barcelonés de 1899 a 1909, Madrid, Alianza, 1989; J. Álvarez Junco, El Emperador del Paralelo, Madrid, Alianza, 1990; L. Arranz Notario, “Modelos de Partido”, en S. Juliá (ed.), Política en la Segunda República, Madrid, Marcial Pons, 1995, págs. 81-110; J. M. Macarro, Socialismo, República y Revolución en Andalucía, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2000; M. Álvarez Tardío, Anticlericalismo y libertad de conciencia, Madrid, CEPC, 2002; N. Townson, La República que no pudo ser. La política de centro en España (1931-1936), Madrid, Taurus, 2002; S. G. Payne, El Colapso de la República. Los orígenes de la Guerra Civil (1933-1936), Madrid, La Esfera de los Libros, 2005; M. Álvarez Tardío y R. Villa García, El Precio de la Exclusión. La política en la Segunda República, Madrid, Encuentro, 2010; F. del Rey Reguillo, Palabras como puños. La intransigencia política en la Segunda República española, Madrid, Tecnos, 2011; R. Villa García, La República en las Urnas. El despertar de la democracia en España, Madrid, Marcial Pons, 2011; M. Álvarez Tardío y F. del Rey Reguillo, El Laberinto Republicano. La democracia española y sus enemigos (1931-1936), Madrid, RBA, 2012; R. Villa García, “El ocaso del republicanismo histórico: lerrouxistas y blasquistas ante las elecciones de 1936”, en Anales de la Real Academia de Cultura Valenciana, 87 (2012), págs. 75-120; F. del Rey Reguillo, Paisanos en lucha: Exclusión política y violencia en la Segunda República española, Madrid, Biblioteca Nueva, 2013; M. Álvarez Tardío y R. Villa García, 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular, Madrid, Espasa-Calpe, 2017; R. Villa García, Lerroux. La República Liberal, Madrid, Gota a Gota, 2019.

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