martes, 3 de noviembre de 2020

Guerra del Rif; y Francisco Franco.-a

El esfuerzo realizado por el gobierno español con objeto de mantener sus posesiones en Marruecos supuso importantes pérdidas: en clave económica, en desgaste político y en vidas humanas. Episodios clave de la historia española como la Semana Trágica de Barcelona, la dictadura de Primo de Rivera o el golpe militar que desencadenaría la Guerra Civil Española no se entenderían sin el telón de fondo de un conflicto que enzarzó durante 15 años a España con los últimos flecos de lo que una vez fue un imperio.

 “Sin duda, Marruecos fue un negocio nulo para España. El ejército en lugar de estar al servicio del poder civil manda pronto en todo”, señala el historiador y arabista Bernabé López. Años de copla y aguardiente: “Melilla ya no es Melilla, Melilla es un matadero donde van los españoles a morir como corderos”. 
La pérdida de Filipinas y Cuba deja un ejército sobredimensionado, con demasiados oficiales para tan poca tropa. Marruecos absorbe los excedentes. Y los “moros” –el calificativo de la época- parecen dar motivos para esta inflación que, a su vez, permite a los oficiales dos ambiciones: enriquecerse vía corrupción o ascender con mayor rapidez por méritos de guerra.
El hambre y las ganas de comer. Entre 1904 y 1914, Marruecos “genera” 132.925 condecoraciones militares –que incrementaban la paga y la pensión- y 1.587 ascensos por méritos de guerra. Un joven y brillante oficial llamado Francisco Franco Bahamonde será uno de ellos.


Fotografía 

La guerra del Rif, también llamada la segunda guerra de Marruecos, fue un enfrentamiento originado por la sublevación de las tribus del Rif, una región montañosa del norte de Marruecos, contra las autoridades coloniales españolas y el Imperio colonial francés, concretada en los Tratados de Tetuán (1860), Madrid (1880) y Algeciras (1906), completado este con el de Fez (1912), que delimitaron los protectorados español y francés, cuya vida administrativa y geográfica se inició en 1907, conflicto en La guerra del Rif, que participaron también tropas francesas, pese a haber afectado principalmente a las tropas españolas.

Protectorado
Divisiones de la Zona Norte del Protectorado español, organizadas en regiones y cabilas y con las localidades más importantes.


El protectorado español de Marruecos, comúnmente denominado Marruecos español, es la figura jurídica aplicada a una serie de territorios del Sultanato de Marruecos en los que España, según los acuerdos franco-españoles firmados el 27 de noviembre de 1912, ejerció un régimen de protectorado hasta los años 1956 y 1958.

Rif

Las montañas del Rif continuaban siendo la morada de tribus nómadas acostumbradas a los enfrentamientos y el pillaje. Pese a estar considerada como “zona de influencia española”, la región, de lengua y cultura bereber, pertenecía a la parte de Marruecos conocida como Bled es-Siba o País del Desgobierno, donde la autoridad política de marruecos no había sido nunca efectiva. 
Los rifeños no se consideraban en absoluto parte del compromiso que el poder central hubiese adquirido con potencias extranjeras. 

Guerra

En 1909 se produjo una agresión de las tribus rifeñas a los trabajadores españoles de las minas de hierro del Rif, cercanas a Melilla, que dio lugar a la intervención del Ejército español. Miguel de Unamuno escribió en agosto de ese año un polémico poema, "Salutación a los rifeños".
​ Por otra parte, las operaciones militares en Yebala, al oeste de Marruecos, ya habían empezado en 1911 con el Desembarco de Larache, lo que supuso la pacificación de gran parte de las zonas más violentas hasta 1914, intervalo de tiempo de lento progreso o estabilización de líneas que se prolongó hasta 1919 por causa de la Primera Guerra Mundial. Al año siguiente, tras la firma del Tratado de Fez, la zona norte de Marruecos fue adjudicada a España como protectorado, mientras que la zona sur sería adjudicada a Francia, también como protectorado.
El comienzo del mismo lo fue también de la resistencia de las poblaciones rifeñas contra los españoles, desencadenando un conflicto que se alargaría durante años. En 1921 las tropas españolas sufrieron un grave desastre en Annual, amén de una rebelión acaudillada por el líder rifeño Abd el-Krim. Los españoles se retiraron a unas cuantas posiciones fortificadas mientras El-Krim llegó a crear un Estado independiente que llegó a funcionar como tal, más allá de los papeles: la República del Rif. El desarrollo del enfrentamiento y su fin coincidieron con la dictadura del general Primo de Rivera en España, que se ocupó de la campaña de 1924 a 1927. 
Además, tras la batalla de Uarga (1925), los franceses intervinieron de lleno en el conflicto y establecieron una colaboración conjunta con España que culminó con un desembarco en Alhucemas. Hacia 1926 la zona había sido pacificada, rindiéndose Abd-el-Krim en julio de 1927 y obteniéndose la reconquista del territorio anteriormente perdido.

El Desembarco de Alhucemas.
El Desembarco de Alhucemas, por José Moreno Carbonero, donde las tropas españolas celebran la victoria (véase a Primo de Rivera saludando a bordo del navío nº 22).


El ataque de Abd el-Krim a las zonas de Marruecos bajo protectorado francés fue suficiente para que Francia, por primera vez, se mostrara dispuesta a colaborar con España. Tras una serie de actuaciones conjuntas, entre las que se encuentran los primeros capítulos conocidos en la guerra moderna de empleo de armas químicas, con el uso de gas mostaza contra la población civil, surgió la idea de un ambicioso proyecto: el desembarco de Alhucemas, que finalmente tendría lugar en septiembre de 1925. 
La operación consistió en la llegada de un contingente de 13.000 soldados españoles transportados desde Ceuta y Melilla por la armada combinada hispano-francesa. El primer desembarco aeronaval de la historia supuso un completo éxito, pues sorprendió al enemigo por la retaguardia, partiendo en dos la zona controlada por los rebeldes. En abril de 1926, Abd el-Krim solicitó entablar negociaciones, y al año siguiente, Marruecos estaría completamente pacificado. En su obsesión por no caer en manos del ejército español, Abd el-Krim se entregó a los franceses, que lo deportaron a la isla Reunión. 
Años después, el general estadounidense Dwight Eisenhower, estudiaría a fondo la táctica empleada por los españoles en Alhucemas para trazar el plan del desembarco de Normandía. Pero esa no sería la única consecuencia histórica de tan exitosa estrategia. A las órdenes del mismísimo Primo de Rivera se encontraba, en una posición de honor, el entonces coronel Francisco Franco.


Marruecos, la guerra que forjó la leyenda de Franco


“Sin guerra en Marruecos, afirma el historiador Gabriel Cardona, Franco aún sería capitán”

Antes de que marchara de vuelta a Marruecos para tomar el mando de la Legión, un grupo de notables quiso brindarle una calurosa despedida. Era el 12 junio de 1923 cuando el recién ascendido a teniente coronel Francisco Franco recibió en el hotel Palace de Madrid un banquete de homenaje en el que sorprendió el brindis del sacerdote Basilio Álvarez: «Pido, como gallego, al Gobierno, que si Franco encuentra la muerte en África, su cadáver sea enterrado al lado del sepulcro del Apóstol Santiago, en Compostela».

Por mucho que la muerte fuera un destino prematuro para un elevado porcentaje de oficiales destinados a África -como acababa de descubrir su predecesor en la Legión, Rafael de Valenzuela-, la petición del religioso resultaba tétrica e inoportuna, pero venía a plasmar la elevada consideración de la que Franco gozaba ya en algunos sectores de la sociedad española.

Un prestigio del que ya había recibido notables muestras en los meses anteriores, durante su estancia en Oviedo. «La deslumbrante carrera de Franco, temprana promoción y reconocimiento regio estimularon un estallido febril de culto al héroe en Oviedo cuando regresó allí el 21 de marzo de 1923. Los lugareños jubilosos le entregaron la llave de oro de la ciudad mientras la flor y nata competía en encendidos homenajes al romántico y joven héroe», señala Gabrielle Ashford Hodges en Franco, retrato psicológico de un dictador (Taurus, 2001).

Ese júbilo popular volvería a quedar en evidencia pocos meses después cuando, en octubre, Franco volviera a la capital asturiana para celebrar su matrimonio con Carmen Polo y Martínez. Multitudes de curiosos se acercaron al lugar del enlace, que fue recogido en la prensa con titulares como «la boda de un heroico caudillo».

Multitudes de curiosos se acercaron al lugar de su boda con Carmen Polo, en octubre de 1923

Tradicionalmente, el ascenso de Franco a la condición de líder del bando sublevado se ha estudiado como el resultado de una serie de circunstancias accidentales -como las muertes de los generales José Sanjurjo y Emilio Mola-, pero muchas veces se olvida que ya por entonces y desde hacía varios lustros el militar ferrolano gozaba de una fama entre algunos sectores de la sociedad que muy pocos de sus compañeros podían igualar.

Un prestigio labrado en gran medida con sus actuaciones en la llamada Guerra de Marruecos, a la que Franco se incorporó en 1912, con apenas 19 años. Era difícil ver el atractivo a un destino en el que el número de oficiales caídos solía superar al de los que regresaban ilesos, pero el futuro dictador tuvo claro casi desde que se licenció que quería prestar sus servicios en el territorio norteafricano.

«Quizás asfixiado por la sombría situación familiar, probablemente impulsado por el patriotismo, ciertamente consciente de la pobre paga de un alférez y de que las oportunidades de ascenso serían más fáciles en Marruecos que en una guarnición peninsular, Franco ansiaba abrirse camino y superar su posición en el escalafón»,
sostiene Paul Preston en su biografía Franco, caudillo de España (Debate, 2015).


Al poco de aterrizar en el territorio marroquí, Franco ya había dado muestras de sus capacidades y valentía, como pronto quedó reseñado, una y otra vez, en los sucesivos partes de acción de sus superiores. «Franco se entregó al servicio con un fervor autodestructivo, casi suicida», sostiene Ashford Hodges, quien subraya cómo el joven militar mostraría en cada una de sus acciones en territorio marroquí «un valor temerario en el campo de batalla y una indiferencia total ante el peligro que le granjearon, si no el afecto, sí al menos el respeto y la lealtad de sus hombres. Su increíble sangre fría bajo las balas se convirtió en legendaria».

Su disposición a asumir las posiciones más peligrosas en cada una de las misiones que le eran encomendadas le valdrían muchos elogios, aunque también alguna que otra reprimenda -se cuenta que Sanjurjo le espetó en una ocasión que «no va a ir usted al hospital del tiro de un moro, sino de una pedrada que le voy a dar yo cuando vaya a caballo en las guerrillas»- y su sorprendente capacidad para salir ileso (sólo en 1916 recibió una grave herida que pudo haber sido fatal) alimentaron la leyenda entre sus hombres de que contaba con baraka, una especie de protección divina.

Pero si Franco llegó a ganarse el reconocimiento de superiores -plasmado en su ascenso a comandante en 1917- y subordinados no fue sólo por esa osadía temeraria frente al enemigo. Como apunta Preston, el ferrolano era conocido por sus camaradas como el hombre «sin miedo, sin mujeres y sin misa», lo que hacía referencia a su escaso interés en los vicios del resto de sus compañeros. «Sin otros intereses o vicios que no fueran su carrera, el estudio del terreno, el trazado de mapas y los preparativos generales para la acción consiguió que las unidades bajo su mando destacaran en un ejército conocido por la indisciplina, ineficacia y baja moral», señala su biógrafo.

Franco era conocido entre sus compañeros como el hombre «sin miedo, sin mujeres y sin misa»

Si esto ya se hizo patente en su primera etapa en África, que se extendió hasta 1917, cobraría mayor relevancia a su regreso a Marruecos a partir de 1920, cuando fue designado jefe de la I Bandera del recién creado Tercio de Extranjeros, a las órdenes del teniente coronel José Millán-Astray.

Como observa el general de brigada Salvador Fontenla en Franco, caudillo militar (La Esfera de los Libros, 2019) durante los dos años y dos meses siguientes participaría directamente en, al menos, 53 acciones de guerra, llevando el mando durante 5 meses de dos banderas legionarias y dirigiendo columnas cada vez más numerosas, con capacidades interarmas y con apoyos aéreos y de carros de combate.

Durante ese periodo, que concluye cuando se decreta la sustitución de Millán Astray por Valenzuela -que debió causar cierta decepción en un Franco que se consideraba merecedor del puesto-, se destacó en las denodadas luchas que siguieron al denominado Desastre de Annual, en julio de 1921, para restablecer la posición española en el protectorado.


Sus actuaciones en este periodo le valdrían la Medalla Militar Individual, con la que se reconocían «las brillantes cualidades militares que posee y que influyeron de forma muy notable, en gran parte, en los éxitos alcanzados por sus tropas en los numerosos combates en que tomaron parte», situándose con sus tropas, «siempre en primera línea, sabiendo inspirarles su espíritu esforzado y dirigirlas, en todo momento, con arreglo a los más estrictos preceptos de la técnica militar», según reza el escrito firmado por el Alto Comisario de España en Marruecos.

Supo aunar la eficacia con el ahorro de vidas, lo que hizo crecer su popularidad.

En el Ejército se apreciaba su pericia táctica, su preocupación por el estudio del terreno y su cuidado en aspectos mucho menos apreciados como la defensa y la logística.

 «Una de las características principales de Franco fue la preocupación por operar con el menor número de bajas posibles y la facilidad para lograrlo, basada en la obtención de la sorpresa. Franco supo aunar la eficacia con el ahorro de vidas, lo que hizo crecer su popularidad, especialmente entre sus subordinados, pero también entre sus mandos y en los círculos políticos, temerosos siempre del desgaste que les producía la publicación de un abultado listado de bajas»,
resume Fontenla.

Un conflicto indeseado

La que España desarrollaba en Marruecos desde la primera década del siglo era una guerra de desgaste aparentemente sin fin, un conflicto considerado por muchos en la época como ruinoso y absurdo, en el que el país se había visto inmerso casi por obligación.

Fue el político canario Fernando León y Castillo el que advirtió en su momento de que «la cuestión de Marruecos se resolverá en breve con nosotros o sin nosotros y, en este caso, contra nosotros» y el desarrollo de los acontecimientos forzaría a los políticos de la Restauración a introducirse en una guerra que en realidad no deseaban y para la que la mayoría sabía que el país no estaba preparado.

Esto daba lugar a una situación muy compleja, porque los distintos gobiernos pretendían mantener la posición en el norte de África aportando los menores recursos posibles, obligando al Ejército a batirse en una guerra a la defensiva contra unas guerrillas rifeñas persistentemente opuestas a la presencia española. Líderes como El Raisuni o Abd el-Krim someterían al contingente español a un hostigamiento sin descanso, contra el que la falta de medios dificultaba una respuesta contundente.

Los militares africanistas creían estar luchando para recuperar el prestigio perdido por España

Todo esto azuzaba el resquemor de los militares desplegados en Marruecos, que se creían luchando por recuperar el prestigio perdido por España con el desastre de 1898, y que no se sentían suficientemente respaldados por la clase política ni por una parte importante de las masas populares -principalmente, de izquierdas-, que se oponían a la guerra. Esa creciente brecha entre parte del Ejército, los políticos y la sociedad sería un elemento importante -aunque no decisivo- en el futuro devenir de la historia española.

La tensión entre los denominados africanistas aumentaría a partir de 1924, cuando se dieron a conocer los planes del dictador Miguel Primo de Rivera para efectuar un importante repliegue de las posiciones españolas en Marruecos, con el que pretendía reducir los costes en recursos y en bajas del Protectorado.

Para entonces, Franco ya estaba de vuelta en África como jefe del Tercio y se alzó como una de las voces más combativas en contra de los planes del dictador, al que se los llegó a recriminar en una comida celebrada con la oficialidad del Ejército de África en 1924.

Pese a las tensiones, el jefe de la Legión acabaría asumiendo las órdenes de repliegue del Gobierno y batiéndose «con toda disciplina y con grandes derroches de valor», en palabras de Fontenla, en operaciones de gran riesgo como el abandono de la localidad de Xauen, en la que su comportamiento mereció, incluso, los elogios del propio Primo de Rivera.

«Nadie ha luchado con más perseverancia y con más capacidad que este invicto jefe en las campañas de Marruecos», afirmaría el dictador. Años después, en 1928, le sería otorgada una segunda Medalla Militar Individual por su actuación en esta operación.

Otro episodio clave en la carrera de Franco en Marruecos llegaría en 1925, cuando el Gobierno de Primo de Rivera acordó un plan conjunto con Francia, para ejecutar un desembarco en Alhucemas para castigar a las fuerzas rebeldes rifeñas.

Sus duros métodos de disciplina causaron alguna controversia entre sus compañeros

La difícil operación de desembarco, llevada a cabo en el mes de septiembre, hubo de enfrentarse desde un primer momento a una serie de contratiempos que a punto estuvieron de frustrarla. Pero en el momento en que la superioridad ordenaba la retirada, con las barcazas del ejército español lejos aún de la orilla, donde el agua superaba el metro y medio de altura, Franco dio la orden de ataque a sus hombres y se lanzó con arrojo a la lucha, logrando establecer una cabeza de puente que resultaría esencial para el éxito de los planes españoles.

Aunque uno de los mandos de la operación, el general Leopoldo Saro, alabaría su actuación en aquellos días con un lacónico «admirable. No cabe hacer más ni mejor», Franco sería cuestionado por su desobediencia, ante la que alegó que la retirada habría producido mucho más bajas y minado la moral de la tropa y se apoyó en una ordenanza que concede a los oficiales capacidad de iniciativa en los momentos cruciales de una operación.

Esta no sería la primera vez que las actuaciones del militar ferrolano generaran cierta controversia incluso entre sus compañeros de armas. Años antes, cuando aún no estaba al frente del Tercio, ordenó fusilar a un legionario por un acto de indisciplina, a pesar de que se le había negado de forma expresa el derecho a aplicar la pena de muerte. A un oficial que le recriminó su dureza le respondió de forma seca: 
«No tienes idea de la clase de gente que son: si no actuara con mano dura, pronto esto sería el caos».

También se cuestionaba su consentimiento con la brutalidad que, con frecuencia, desplegaban sus legionarios, quienes tomaron la costumbre de decapitar a los enemigos que caían en sus manos y pasear sus cabezas ensartadas en lanzas.

Pero lo cierto es que cualquier polémica que pudieran suscitar sus métodos quedaba rápidamente eclipsada por sus méritos en el campo de batalla, en el que su nombre era frecuentemente empleado para dar ánimos a los soldados en situaciones apuradas.

Su nombre era frecuentemente empleado para infundir ánimos a los soldados en apuros

La Orden General de la Comandancia Militar de Melilla del 31 de julio de 1925 lo juzgaba como «reposado en la acción, sereno en el juicio, con golpe de vista que le permite apreciar las situaciones tácticas en su preciso valor, arriesgado y audaz para avanzar y estudiar por sí mismo la situación de sus tropas cuando lo aconseja la importancia de las resoluciones que ha de tomar, acredita este jefe unas condiciones excepcionales para mandos superiores».

Esas cualidades le valdrían en febrero de 1926 el ascenso al cargo de general de brigada, con apenas 33 años. Aunque no sea cierta la leyenda de que fue el general más joven en Europa desde Napoleón Bonaparte, «incluso en las condiciones extraordinarias de la guerra de África, su ascenso en la escala jerárquica fue vertiginoso», defiende Ashford Hodges. Hasta el rey, Alfonso XIII, le felicitó por su nuevo ascenso.

Su promoción a general conllevaba el abandono de su mando en África y supuso su traslado a la Primera Brigada de la Primera División de Madrid. A su regreso a la capital del reino los cadetes que habían estado con él en la Academia Militar de Toledo se reunieron para rendir tributo al primero de su promoción en alcanzar el grado de general.

Entre las muestras de afecto y respeto, se le entregó una espada de gala y un pergamino, en el que se declaraba que «los nombres de los caudillos más significados se encumbrarán gloriosos y sobre todos ellos se alzará triunfador el del general don Francisco Franco Bahamonde». Pocos podían imaginar aún entonces lo que representaría su nombre tan sólo una década después.


Gabriel Cardona Escanero (Villacarlos, Menorca, 1938-Barcelona, 5 de enero de 2011​) fue un militar, escritor e historiador español.


La Compañía Española de Minas del Rif (CEMR) fue una sociedad anónima española fundada en 1908 para la explotación de mineral de hierro en el norte de África, que operaría en el territorio del protectorado español de Marruecos. Se disolvió en 1984.
Las acciones de la CEMR se negociaron a partir del 21 de julio de 1908. El objetivo principal era la explotación de mineral de hierro en las montañas de Uixán y Axara, que pertenecen al macizo de Beni Buifrur​ y en la región de Guelaya de la actual provincia de Nador. La mina se encontraba a 15 km al sudoeste de Nador y a 28 km del muelle de Melilla.


La sociedad anónima tenía un convenio firmado sobre el acceso y el uso de las minas locales con Muley Mohammed, un sultán en competencia con Abd al-Aziz, que lo llamaba Bou Hmara, padre o dueño de la burra. Bou Hmara fue secuestrado el 8 de agosto por los Beni Urriaguel (llamados Aith Waryaghar en bereber), la tribu bereber más poderosa de la zona.
 Como consecuencia se desarrolló la Guerra de Melilla en 1909.En el protectorado español de Marruecos se nombró representante de la Compañía Española de Minas del Rif S. A. la oficina del Jalifa, el gobernador de los sultanes.

Entre julio de 1920 y 1925 construyó el Cargadero de mineral de Melilla con el fin de introducir el mineral de hierro extraído de las minas en cargueros,​ en el que se realizaron pruebas a lo largo de 1925 y fue inaugurado en 1926.

La sociedad quedó liquidada el 16 de octubre de 1984.


Populismo e Historia Empresarial. La imagen distorsionada de una compañía colonial española.

La Compañía Española de Minas del Rif (en adelante, CEMR) fue fundada en 1907 para explotar el rico yacimiento de hierro descubierto en el monte Uixan, a treinta kilómetros al sur de Melilla. Fue el resultado de la unión de varios aventureros y capitalistas provenientes de la península y tuvo que pugnar fieramente con otros grupos franceses, alemanes y británicos antes de lograr el reconocimiento de su propiedad sobre las minas. La CEMR parecía un ejemplo sacado del manual de buenas prácticas populistas. Por sí misma, una empresa minera con intereses coloniales representaba a la perfección el papel de culpable ante los ojos de la opinión pública, pero es que, además, sus circunstancias especiales la convirtieron en un blanco seguro para aquéllos que se habían marcado el objetivo de acabar con la monarquía de Alfonso XIII en el primer tercio del siglo XX. Como dijo un destacado republicano en 1912, “el pueblo español está muriendo en Melilla por causas que no le importa defender”
A la impopularidad de la causa colonial se sumaba la sospecha generalizada de que lo único que interesaba a las clases dirigentes eran los beneficios que se pudieran obtener del subsuelo africano. Los más destacados accionistas de la empresa pertenecían a la oligarquía dominante en España, que demostraba en Marruecos su verdadera faz explotadora y cruel, ajena a los sufrimientos de los españoles humildes que por su culpa estaban dejando la vida en una tierra hostil. La mala imagen de la compañía se alimentaba de la relación casi simbiótica entre el poder político y el económico, pues numerosos políticos se sentaban en su Consejo de Administración.

Fueron los socialistas quienes más alto gritaron en el Parlamento, las calles y los periódicos para denunciar la supuesta relación culpable entre la actuación del Gobierno español y las posesiones mineras de unos cuantos capitalistas peninsulares. En nombre de la libertad de los pueblos y del sufrimiento de las clases populares, la hostilidad de los partidos antimonárquicos a la colonización de Marruecos estalló con la guerra de 1909 y se acrecentó a raíz de las dificultades encontradas por el Ejército español para abrirse camino en su zona de influencia, que en 1912 se convertiría en Protectorado, y de la implicación directa y un tanto imprudente de Alfonso XIII. También una parte de la prensa de Madrid se sumó a la campaña de acoso a las autoridades españolas y los intereses económicos establecidos en Marruecos. 
En sus sabrosas cartas al Rey, Alejandro Gandarias le explicaba que “los periódicos de Madrid, que son numerosos enjambres, han costado ya muchísimos miles de pesetas a la CEMR”. Gandarias se quejaba al monarca de que “los que nos vamos a trabajar a África, removiendo toda clase de dificultades, tengamos que revolotear solos, aislados, envueltos en esta nube de parásitos que se nos echan encima queriendo chupar nuestra sangre, para extirpar una vida naciente”.

La acusación contra la CEMR tuvo tal éxito entonces que sobrevivió como explicación de los acontecimientos marroquíes y ha llegado hasta nuestros días. Al margen de su hegemonía entre los medios de comunicación, su impronta también se dejó sentir en los estudios académicos. Muchos historiadores encontraron en el Protectorado de Marruecos el lugar común que buscaban para confirmar sus intuiciones o prejuicios.
 ¿Para qué se necesitaba seguir buscando?
 La CEMR impuso la guerra al pueblo español y la monarquía y el Ejército quedaron a su servicio. El capital manejaba los hilos y el sistema político y militar obedecía. Marx tenía razón y ahí estaba para evidenciarlo la Compañía Española de Minas del Rif: Quod erat demostrandum.

Sin embargo, mirado con detenimiento el asunto era en realidad más complejo. Los intereses económicos que había que defender con las armas españolas no sólo representaban la avidez clásica de la oligarquía por encontrar (dicho a la manera marxista) nuevas fuentes de reproducción del capital. Es evidente que los escasos empresarios que se animaron a invertir en Marruecos buscaban beneficios, pero también lo hicieron porque quedaron emplazados por el poder político para frenar la influencia extranjera –francesa y alemana sobre todo- que se dejaba sentir de forma creciente en el Protectorado. Los testimonios de la época confirman a menudo la dificultad de hallar inversores dispuestos a arriesgar su dinero en un territorio de expectativas tan inciertas. Como le dijo Enrique Macpherson a Alfonso XIII, “el ambiente no est[aba] aún predispuesto para empresas africanas”. El respaldo del Rey a las pocas compañías que se establecieron en Marruecos, tales como la CEMR, actuó como un acicate para los remisos capitalistas peninsulares, que en muchos casos aceptaron a regañadientes comprometer unos pocos miles de pesetas a cambio de no perder el favor real.

El monarca fue un decidido partidario de la expansión en el norte de África y del uso de las armas españolas en un empeño que consideraba el destino manifiesto de la nación, y el conde de Romanones también lo veía de esa manera: “No me cabía duda de que Marruecos encerraba la última carta que a España se le ofrecía para ocupar un puesto digno de su Historia en el concierto europeo”. Las claves de la política exterior de España pasaban por Marruecos porque tenía que cumplir con los compromisos internacionales adquiridos en su pequeña esfera de influencia en torno a Ceuta y Melilla si deseaba verse reconocida por las potencias europeas tras el desastre de 1898. Además, con el tiempo el factor militar comenzó a tener un peso creciente y una lógica autónoma. El Ejército deseaba vengar antiguas derrotas y recuperar su prestigio perdido y sus oficiales necesitaban una guerra para lograr ascensos. Todo ello se vio envuelto en un espíritu nacionalista agresivo que encontró en Marruecos su justificación.

En la pugna por la titularidad del yacimiento, la CEMR se apoyó completamente en el Gobierno español para vencer a sus oponentes, y cada vez que el Estado hubo de intervenir lo hizo en favor de los intereses de la CEMR. Quienes deseaban llevar a cabo una iniciativa empresarial debían contar con el poder político suficiente para abrirse camino a base de influencias y presión diplomática. Así, las minas del Rif constituyen un excelente ejemplo histórico de que, cuanto menor es la seguridad que disfrutan los derechos de propiedad, mayor es la necesidad de los empresarios de buscar apoyo político, porque mayor es el grado de discrecionalidad que caracteriza a las reglas del juego. Pero sólo parcialmente puede traducirse como una captura del Estado, porque los sucesivos Gobiernos españoles marcaron su propia agenda en la estrategia de colonización en África. El apoyo a la CEMR quedó siempre condicionado a que no se alejara del objetivo de españolizar las minas evitando que cayeran en manos foráneas.

Para lograrlo, España hubo de hacer frente a una situación compleja en la que las garantías para la propiedad brillaron por su ausencia. Se vio obligada a pactar con cabecillas rebeldes para poder acceder a las minas que estaban bajo su dominio. Mediante el pago de importantes sumas de dinero, los españoles llevaron a cabo una política conocida como de penetración pacífica basada casi exclusivamente en la corrupción de las autoridades locales, tratando de emular a la que Francia venía realizando en su Protectorado marroquí. Dicha política demostró pronto sus limitaciones pues no fue acompañada de una auténtica implicación en el desarrollo de la zona. Tampoco se implicaron los capitales peninsulares, restringidos en sus medios, temerosos de los riesgos y retraídos por la oposición pública a la aventura marroquí. Los ricos españoles no acudieron raudos a Marruecos dispuestos a ganar con facilidad toneladas de dinero. La figura del Rey resultó decisiva para lograr que se avinieran a participar en una aventura que muchos consideraban desgraciada.

La CEMR, contra viento y marea, acabó siendo una realidad brillante al cabo de los años. Tras la construcción de un ferrocarril que unió el yacimiento con el puerto de Melilla, los primeros embarques de mineral comenzaron en 1914 pero la guerra mundial, el permanente cuestionamiento de la propiedad del yacimiento y la rebelión encabezada por Abd-el-Krim no permitieron pensar en ulteriores inversiones hasta que el Protectorado fue pacificado. A finales de los años veinte se pudo construir por fin un ambicioso cargadero en el puerto de Melilla capaz de dar salida a un millón de toneladas de mineral al año con destino a los puertos europeos. Los accionistas de la compañía vieron premiados sus desvelos con unos elevados beneficios que en su mayor parte se repartieron en forma de dividendos. El camino quedaba al fin despejado y lo mejor estaba por llegar. Atrás quedaron los durísimos esfuerzos realizados por España para pacificar y consolidar su zona de influencia.

El populismo, la demagogia y el uso espurio de las desgracias nacionales no son cosa de hoy en España. El clamor por el fin de la guerra de África que se extendió por el país durante el primer tercio del siglo XX tenía buenos motivos para asentarse en la conciencia de las personas de buena voluntad que no entendían los motivos de tanto sacrificio. La interpretación simplista, distorsionada y maniquea según la cual unos pocos sacrificaron a muchos por engordar sus cuentas de resultados tenía todas las de ganar en un ambiente enrarecido por las luchas políticas en torno a la figura de Alfonso XIII y su régimen envejecido. 
La CEMR se convirtió así en el perfecto chivo expiatorio de los males de España. No hubo lugar para matices, para reflexionar sobre la política exterior o las obligaciones contraídas con nuestros vecinos. Todo fue una discusión en blanco o negro, un enfrentamiento dialéctico entre categorías demasiado simples. En realidad, todas las naciones europeas hicieron lo mismo que España cuando apoyaron a sus empresas en la colonización de territorios en África y Asia. Pero nuestro país lo hizo con fuerzas menguadas, menor riqueza y un terrible enconamiento de la opinión pública. Fue la chapuza nacional, y no la diferente moralidad o la captura del Estado por la clase capitalista, la verdadera diferencia de nuestro comportamiento colonial.


africanista (RAE)

De africano e -ista.

1. m. y f. Persona que se dedica al estudio y fomento de los asuntos concernientes a África.

2. m. Militar formado en campañas del norte de África, en el siglo XX.

Africanistas , ¿el germen de la guerra civil?

Los rápidos ascensos por méritos de guerra habían hecho de Franco el general más joven de España. De hecho, él fue el máximo exponente de una brecha abierta en el Ejército entre los promocionados por antigüedad y los promocionados por méritos, una desigualdad que Primer Ministro  Azaña trató de corregir en 1932, mediante una ley que suponía ignorar los meteóricos ascensos por méritos de guerra. Franco, Mola o Goded fueron solamente algunos de los agraviados por esta decisión, pero no fueron los únicos. La lista de los damnificados coincide escalofriantemente con la de los “golpistas” de 1936.

Aunque la situación política anterior al levantamiento del 18 de julio fuera inestable, según defienden algunos historiadores como Angel Viñas, no fue la gente la que salió a tomar las calles.

  “Había conflictividad social, pistolerismo, asesinatos, amenazas y violencia verbal en el Congreso, ingredientes todos que, sin duda, abocaron a una rápida situación guerracivilista, pero en último término ésta estalló sólo por la actuación específica de este grupo de militares, que pertenecían casi en su totalidad a los denominados ‘Africanistas’ y que en buena parte eran, además, de la misma generación”.

Su trayectoria era común: el continuado servicio en el Protectorado de Marruecos fue forjando unos ideales y una particular concepción de España aliñada por la decepción y pesimismo del desastre del 98. En su visión, se trataba de combatir la pérdida de estatus de España como potencia y, en consecuencia, de la decadencia de su ejército, agravada con el nacimiento de un movimiento antimilitarista. Cabe pensar que la experiencia en Marruecos forjó pues un grupo cerrado, acostumbrado a las adversidades. Un grupo enfrentado a sus compañeros, de menor rango, que gozaba de una vida mucho más cómoda en la península. Un grupo que pensaba que mandos militares y políticos como Azaña ninguneaban su esfuerzo y sufrimiento. Un grupo que había compartido anécdotas y experiencias al filo de la muerte, estrechando unos férreos lazos de camaradería. 
Un grupo que se forjó un ideal: 

recuperar la gloria perdida de España. Y que, cuando vio llegada la oportunidad, ¿por qué no? se lanzó a intentarlo.


CUANDO ESPAÑA DESCARRILÓ: 100 AÑOS DEL DESASTRE DE ANNUAL


Cuando dios creó el hombre, allí estaban las puertas giratorias. La Compañía Española de las Minas del Rif (CEMR) fue constituida en 1908 gracias a la audacia de dos tipos singulares: el gallego Clemente Fernández (sus descendientes fundaron Pescanova) y el gaditano Enrique Macpherson, a los que pronto se uniría, ay, el Conde de Romanones y el conde de Güell lo que propagó la teoría de que los intereses colectivos en Marruecos estaban supeditados a los particulares. La presencia de numerosos ministros, aristócratas y financieros en sus consejos de administración hizo que el pueblo, tan desconfiado, hablase negativamente de “las minas de Romanones”. Allí, en el Rif, donde tantos a miles de reclutas les esperaba la muerte.

Una historia sencilla: España controlaba el norte de Marruecos a principios del siglo XX desde sus enclaves de Ceuta y Melilla –aunque la ocupación no se formalizó hasta la instauración del Protectorado, en 1912- y el norte del Marruecos tenía yacimientos minerales muy prometedores pero también rifeños, organizados en cabilas, cuyo humor dependía del dinero que podían obtener de los ocupantes españoles.

La gran fractura

Esta serie trata de enmarcar el desastre de Annual, la mayor catástrofe militar de España, ocurrida hace cien años en un paraje del Rif. Más allá de la muerte de entre 10.000 y 12.000 soldados, el país descarriló y se vio abocado a una sucesión de convulsiones y tragedias. Sin Annual no se explica la caída de Alfonso XIII, la II República o la guerra civil.
A Clemente Fernández le apasionaban los negocios. Ya era uno de los principales abastecedores de carne de los mercados de Madrid y apareció en Melilla en un viaje de negocios relacionado con las islas Chafarinas. Intuye que le quieren timar y deja de lado el asunto pero no quiere volver de vacío y negocia la compra de lana (la ciudad era puerto franco). Conoce por dicha transacción a David Charvitt, un judío de Orán instalado en Melilla, que le habla de un negocio a lo grande: explotar el subsuelo de Uixán, a treinta kilómetros de la ciudad portuaria española. ¿Cómo? El jefe tribal de esa zona, El Rogui, le debe dinero y estaría dispuesto a negociar la concesión. Dicho y hecho: visitan al gerifalte, que se lucra de franceses y españoles, y recogen muestras minerales.
Clemente Fernández regresa a Madrid en el expreso de Málaga y en Córdoba sube a su departamento Enrique Macpherson, consignatario de seguros marítimos y hombre de Lloyd en Cádiz. Asoma la historia y el gaditano de origen escocés propone ir a Vizcaya donde tiene contactos en la siderurgia para calibrar las muestras.
  “En Bilbao, el ingeniero de minas Ricardo Churruca les confirmó las elevadas leyes del mineral de hierro, del orden del 65-67%, muy superiores a los minerales explotados en las minas españolas, que se exportaban masivamente a Inglaterra, Alemania y Francia, con una ley media del 50- 55% e infinitamente mejores que los minerales europeos de la Alsacia, explotados por franceses y alemanes que tenían una ley del 35%. Además los análisis y pruebas realizadas mostraron contenidos de fósforo, azufre y sílice muy bajos, lo que garantizaban un precio elevado del mineral”, relata el ingeniero de minas Emilio López Jimeno, autor del solvente estudio “La Compañía Española de las minas del Rif”.
De ahí a firmar la concesión media lo más parecido a la épica financiera: hay que “untar” a El Rogui (160.000 y 250.000 pesetas, una fortuna, en diciembre del 1907, y en moneda porque desconfiaba de los billetes) y empezar a movilizar una suma considerable para explotar y transportar el carbón hasta Melilla. Contratan al director del puerto, el ingeniero Manuel Becerra, años más tarde ministro de Instrucción Pública con la II República. Todos los hombres del Rif –militares, civiles, periodistas, líderes locales- parecen llamados a protagonizar la historia de España aunque su final no siempre fuese glorioso (así, los notables de su zona se rebelaron contra el Rogui por sospechar que no parecía muy dispuesto a repartir los beneficios y tras meses de revuelta fue ejecutado en septiembre de 1909).
El Conde de Romanones, hombre orquesta de la política, ya había tratado de explotar el subsuelo marroquí con socios franceses –Europa vive una suerte de fiebre del carbón- pero opta por unirse al proyecto de MacPherson y Fernández. Ellos necesitan capital y Álvaro Figueroa Torres lo tiene de modo que se convierte en el tercer accionista de la Sociedad Española de las Minas del Rif, constituida en julio de 1908. El cuarto será Juan Antonio Güell, conde de Güell, marqués de Comillas, alcalde de Barcelona en 1930, con el 11% de las acciones.

La inversión sobrepasa la capacidad financiera de los dos artífices y no hay otra alternativa que una ampliación de capital ya en 1909 que da entrada a los grupos financieros y mineros bilbaínos representados por el conde de Zubiría, fundador de Altos Hornos de Vizcaya y Alejandro Gandarias Durañona empresario minero del hierro y accionista del Banco Urquijo. Años más tarde, se incorporan grandes nombres del gran Bilbao: el conde de Zubiria, el conde de Motrico, Pablo Garnica (entre 1931 y 1959).
Los movimientos de izquierdas no necesitarán muchos datos para “diabolizar” la CEMR y responsabilizarla con o sin razón de la presencia militar en el norte de Marruecos, un trauma para los llamados a filas y sus familias. El PSOE es uno de los partidos más críticos con esta compañía, “que fue a menudo un chivo expiatorio”, observa López-Jimeno, que después de bucear en los balances contables nunca halló una prueba de que el propio Alfonso XIII fuese uno de los accionistas de las minas de la CEMR que llegaron a emplear 2.600 personas hacia 1930.
La historia no es una ciencia exacta y nunca sabremos hasta donde influyó la CNME en las decisiones de la política española en el norte de África.
“Las minas de la CNME era lo último que preocupaba a los militares españoles –señala el ingeniero Emilio López-Jimeno-, queda demostrado en las acciones sobre el terreno. No hubo dividendos hasta 1916 y los beneficios significativos no llegaron hasta 1926, cuando la región ya estaba pacificada y acabada la dársena del puerto de Melilla para cargar el carbón. ¿Fue un buen negocio para sus propietarios y accionistas? Sí, pero arriesgaron”.

Los hermanos Mannesman fueron proféticos en una entrevista con ‘La Vanguardia’

Que el subsuelo del Rif, suscitaba ambiciones a escala europea lo prueba una crónica publicada en La Vanguardia el sábado 13 de diciembre de 1913. Los hermanos Mannesmann, creadores del tubo de acero a fines del siglo XIX, origen de uno de los grandes conglomerados industriales de Alemania, trataban en Madrid de “vender” su mediación (y sacar tajada de las riquezas del Rif). Habían negociado ya con los jefes rifeños y desde Melilla se les acusaba incluso de haber ofrecido armas y promesas en caso de rebelarse contra el ocupante español. 
“No somos otra cosa que unos comerciantes, unos hombres de negocios. Dentro de veinte años ya no será posible extraer mineral de Bilbao ni de la isla de Elba. Las minas del Rif, por su situación geográfica, están destinadas a constituir el más provechoso aprovisionamiento del mundo”.
Los hermanos Mannesmann aciertan, renglón seguido, en su advertencia: no habrá paz en el Rif “sin cambiar radicalmente los procedimientos seguidos por el Gobierno español. Por este camino no llegará nunca a imperar la paz”. Nadie aceptó su intermediación, al contrario: se consideró una injerencia. ¡Qué se habían pensado! Ocho años después, en 1921, esta semana hace cien años, se consumaría el desastre de Annual…


Abdelkrim, el caudillo del Rif

Hay grandes hombres que estorban y por tanto se olvidan. Abdelkrim el Jatabi es uno de ellos. Nacido en 1883, hijo de un líder tribal rifeño, vivió como un español privilegiado durante doce años en Melilla, acaudilló a su pueblo –indisciplinado y fragmentado- hasta crear la efímera República del Rif en 1921 tras infligir a los españoles la derrota militar más humillante. Se enfrentó a Francia y España. Le derrotaron, claro está. Y terminó sus días desterrado, como Napoleón, en La Reunión y Egipto, donde murió en 1962, sin que a nadie le importase.
El desastre militar de Annual, del que esta semana se cumplen cien años, descubrió al mundo uno de los primeros caudillos nacionalistas del Islam. Sólo hay que verle en la portada de la revista Time del 17 de agosto de 1925, la revista de los que triunfaban. El periodista estadounidense que ha viajado al Rif parece encandilado con Abdelkrim, “un hombre que ha derrotado a los españoles tantas veces que ahora no le quitan el sueño”.

La gran fractura

Esta serie trata de enmarcar el desastre de Annual, la mayor catástrofe militar de España, ocurrida hace cien años en un paraje del Rif. Más allá de la muerte de entre 10.000 y 12.000 soldados, el país descarriló y se vio abocado a una sucesión de convulsiones y tragedias. Sin Annual no se explica la caída de Alfonso XIII, la II República o la guerra civil.

¿Cómo es posible que un hombre bien considerado en Melilla por su eficacia, conocimientos y buena predisposición, un hombre que solicitó en dos ocasiones la nacionalidad española, terminase por convertirse en el enemigo número uno de España en los años veinte? Como José Rizal en Filipinas, ejecutado en Manila dos años antes de la independencia de 1898, Abdelkrim el Jatabi había creído que España podría ayudar al desarrollo de su pueblo y a mantener una relación fructífera para ambas partes.

Tierra árida, montañas, valles y chumberas, el Rif era un nido de rencillas y agravios entre los propios nativos, lo que provocaba liderazgos efímeros y con finales a menudo sangrientos. España y Francia jugaban siempre a varias bandas, alternaban en sus respectivas zonas de influencia la cizaña y el clientelismo. Y premiando siempre al confidente. La familia de Abdelkrim comandaba la cabila de Beni Urriagel, una de las más importantes del Rif, y sus buenas relaciones –y cobros- con España les permitió enviar a Abdelkrim a estudiar en la universidad de Fez y a un hermano suyo a la península, becado.

Abdelkrim pasó doce años en Melilla donde fue maestro en una escuela para hijos de árabes, ocupó cargos administrativos, escribió en El Telegrama del Rif, el diario melillense, hizo de juez, vivía en una casa con sirvientes hasta que, desengañado, regresó a las montañas, con los suyos. Parte del distanciamiento arranca de su simpatía por la causa de Alemania y Turquía durante la Gran Guerra, hecho que –a instancias de Francia- le valió pasarse unas semanas entre rejas en el penal de Rostrogordo. No dejaba de ser un “moro” en un mundo pseudo colonial, cargado de prejuicios y desconfianzas. Le restituyeron en su plaza de juez al final de la contienda europea pero algo se había quebrado. Urge a su hermano a dejar la península y regresar a la cabila consciente de que su padre tiene una edad (muere en 1920) y conviene amarrar un trono vacante.

Una constelación austral hace que las diferentes cabilas acumulen rencor contra los españoles, que van construyendo carreteras, vías de ferrocarril y minas sin repartir lo suficiente. Tampoco se cumple siempre con lo prometido. Sólo faltaba la llegada impetuosa del general Silvestre para comandar las expediciones en su anhelo por controlar Alhucemas, en la costa. Como siempre, El Rif, es una olla a presión (nunca el rey Hassan II de Marruecos llegó a visitarla). Tantos confidentes a sueldo y nadie se toma en serio la fuerza de la sublevación rifeña latente a principios de 1921. 
La mayoría de tribus ven ahora a España como un enemigo y eso explica que sean capaces de confiar el mando a Abdelkrim, hombre persuasivo y con gran habilidad, a quien antes acusaban de ser excesivamente pro-español. Logra imponer un sentido de la disciplina militar y obtiene recursos para adquirir armamento. Las victorias en los campos de batalla y su buena estrella se prolongaron hasta su rendición en 1926 a los franceses.

Evolución del Protectorado

“El mayor error de la percepción de España respecto a Abdelkrim es verlo como un jefe salvaje y cruel. Era un nacionalista rifeño, no un islamista”, ha señalado la historiadora María Rosa de Madariaga, autora de “Abd-el-Krim El Jatabi. La lucha por la independencia”. 
Y sin embargo, al mismo tiempo, lideró una sublevación cargada de crueldades con el enemigo, replicada por los españoles cuando llegó la hora de la venganza. De sus habilidades diplomáticas, no hay duda. Abdelkrim coqueteó y engañó a ratos a españoles, alemanes, turcos, franceses y aun ingleses –que veían con buenos ojos la República del Rif- y murió de muerte natural a los 81 años en un palacete de El Cairo,exiliado.


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