miércoles, 11 de noviembre de 2020

La Legión, un siglo de historia; «baraka» de Francisco Franco.-a




 La Legión, un siglo de historia

Publicado el 19 de septiembre de 2020 - 00: 05

«Los novios de la muerte», Unidad denominada oficialmente como Tercio de Extranjeros, o más conocido como La Legión, cumple cien años de historia este domingo 20 de septiembre. Es sin duda una de las unidades más afamadas de las Fuerzas Armadas, no solo por la célebre cabra que les acompaña cada desfile del 12 de octubre, día de la Hispanidad, sino por los numerosos conflictos bélicos en los que ha combatido y las misiones internacionales que ha llevado a cabo, y que le han hecho ganarse el reconocimiento internacional.

En el desastre del 98 España perdió los últimos territorios de Ultramar, Cuba, Puerto Rico y Filipinas, tras la derrota en la guerra contra Estados Unidos. La sociedad española por entonces estaba sumida en el pesimismo. En la Conferencia de Algeciras de 1906 España recibe el norte de Marruecos para establecer allí un protectorado, con capital en la ciudad de Tetuán. El territorio era montañoso y estaba habitado por tribus que desde el año 1909 realizaron numerosos ataques al Ejército español, motivo por el que estalló la guerra de Melilla. El envío de tropas desencadenó la Semana Trágica de Barcelona.

Las revueltas de las cabilas y tribus no cesaron y culminaron con la segunda guerra de Marruecos (1911-1927), que se inició tras los ataques de las tribus del Rif, por lo que fue conocida como guerra del Rif. En este contexto nace La Legión. La contienda estaba siendo realmente complicada para las tropas españolas, formadas por unidades de recluta forzosa con una escasa preparación y, asimismo, con importantes carencias logísticas para llevar a cabo sus operaciones, lo que causaba un gran número de bajas en sus filas que acrecentaba la frágil moral de los soldados. Para llevar a cabo las campañas crearon batallones de indígenas, los Regulares.


El periodista Gustavo Morales y el historiador Luis E. Togores acaban de publicar el libro ilustrado «Cien años de La Legión española» (editorial La Esfera de los Libros) donde se […]


La propuesta de creación de La Legión como unidad militar de élite surge por idea del Teniente Coronel José Millán Astray (oficial de Regulares), que por entonces tenía 40 años. Cuando contaba con 17 años encabezó a soldados en la guerra de Filipinas. Fue también fundador de Radio Nacional de España. Para crear La Legión se inspiró en la Legión extranjera francesa que llevaba a cabo las contiendas del país franco en el exterior. La idea de Millán Astray convenció al rey Alfonso XIII, apodado «el Africano», por su interés en dicho continente. Con fecha 28 de enero de 1920 se aprobó por Real Decreto la creación del Tercio de Extranjeros, siendo entonces Ministro de Guerra el General José María Villalba Riquelme, gran renovador del Ejército. El Real Decreto establecía:

«Con la denominación de Tercio de Extranjeros se crearía una Unidad militar y armada, cuyos efectivos y haberes y reglamento por que ha de regirse serán fijados por el Ministerio de Guerra»


La Legión se concibió como un cuerpo abierto tanto para españoles como para extranjeros. Los requisitos para el alistamiento eran ser sano, fuerte y apto para empuñar las armas. Se ofrecía la posibilidad de hacer carrera militar dentro del cuerpo y poder llegar a oficial. El mando del Tercio de Extranjeros se le concedió a Millán Astray el 2 de septiembre de 1920, que estableció la sede de la Unidad en el Cuartel del Rey, en Ceuta. Pero el día del nacimiento de La Legión, según consideró su fundador, no se produciría hasta el 20 de septiembre de ese mismo año (1920), cuando se alistó el primer Caballero Legionario, Marcelo Villeval Gaitán, natural de Ceuta y que murió en el desembarco de Alhucemas. El primer grupo de voluntarios fueron doscientos catalanes, que el Teniente Coronel denominó como «la esencia de La Legión».

Esta naturaleza que caracterizaba a La Legión hacían de ella una Unidad abierta e internacional, por admitir a extranjeros entre sus filas. Asimismo, era abierta porque tenía la virtud de redimir a gente que no tenía cabida en la sociedad por diferentes motivos, como por ejemplo soldados los profesionales que no podían entrar en la vida civil o otras personas, como eran delincuentes o menesterosos. Incluso llegaba al punto de dar la oportunidad de convertir a malhechores en caballeros. A La Legión se alistaron personas de todas las condiciones sociales, así como de muchos países del mundo, atraídos por la aventura que suponía entrar en el cuerpo. La vocación internacional y de acogida queda reflejada en el testimonio que dejó escrito un Caballero Legionario inglés que alcanzó el rango de alférez, sostuvo que:


“La Legión es la fuerza más combativa del mundo; como inglés sólo puedo hablar de mi orgullo por haber servido en las filas de La Legión, mandar tales soldados fue una de las mayores experiencias de mi vida”. (Peter Kemp, catedrático de la Universidad de Cambridge).


Pronto el Tercio de Extranjeros logró formar seis Banderas (Batallones) cuyos comandantes fueron Franco, Cirujeda, Candeira Sestelo, Villegas y Liniers. Millán Astray nombró como segundo de La Legión al joven comandante Francisco Franco Bahamonde, que por entonces no llegaba a los 30 años de edad y que era reconocido por su gran prestigio militar. Las denominadas unidades «africanistas», La Legión y los Regulares, tuvieron un papel decisivo en la victoria del Bando Nacional en la Guerra Civil (1936-1939), debido a la moderna tecnología armamentística que poseían y por por las novedosas estrategias que desarrollaron en el campo de batalla, fruto de su experiencia en Africa.

El encumbramiento de La Legión y su fama llegó tras la marcha de Melilla que tuvo lugar del 21 al 23 de julio de 1921. Tras el desastre de Annual, la I Bandera y la II Bandera de La Legión recorrieron más de 100 kilómetros con el fin de salvar Melilla. La ciudad estaba asediada por miles de cabileños dirigidos por el líder local Abb El-Krim, que había ocasionado el desastre de Annual, derrota del ejército español en la guerra del Rif que había ocasionado más de 9.000 bajas entre las tropas españoles y más de 2.500 entre los indígenas que luchaban por España. Cuando La Legión llegó a Melilla la situación allí era de caos, Millán Astray tranquilizó a la población, y La Legión ocupó los blocaos y las trincheras. Llegó a avanzar 15 puestos en un solo día. Esta marcha aupó a La Legión a la fama y reconocimiento mundial.

La inspiración en los Tercios y en los guerreros samuráis

Millan Astray ideó una Unidad de vanguardia e ingenio que pudiese plantar cara a los rifeños en la dura contienda que estaban librando en Marruecos. Siguiendo con el ideal romántico extendido por Europa al final del siglo XIX y principios del XX, Millán Astray decidió dotar a La Legión de una mística especial, de un carácter de leyenda que le hiciese ser temido por los enemigos. Tomó como referencia a los antiguos Tercios de Flandes para conformar el heroico y valiente carácter de los legionarios, tenían que luchar con todas sus fuerzas y dar su vida por España. También impregnó a la Legión de rasgos que ya caracterizaban a los Tercios, como son el uso de las cornetas y de los tambores. Acrecentaban su mística y su grandiosidad.

Además de la inspiración en la organización de la Legión francesa y en el espíritu de los Tercios españoles, Millán Astray quedó fascinado cuando leyó la traducción al francés del Bushido, que era el código de moral ascética de los guerreros samuráis de Japón. El Bushido fue recopilado en el año 1895 por Inazo Nitobé, un catedrático de la Universidad Imperial de Tokio. Cuando se tradujo al español, Millán Astray realizó el prólogo, donde sostuvo que:

«Se ajusta a las virtudes del alma japonesa: caballerosa, guerrera, sencilla, de culto profundo a los antepasados y veneración religiosa a su Emperador, que representa para ellos a Dios y a la Patria […] El Bushido se inspira en reglas de la más pura moral e iguala en su práctica, como el Cristianismo, a todos los hombres, sin separaciones ni privilegios de casta ni edades».

La relación de Millán Astray con el Bushido se cree que se remonta a su experiencia en la guerra de Filipinas. Las enseñanzas morales de este código son similares a las que imparte la Iglesia Católica. Por ello en 1911 y en 1912 cuando era instructor y maestro en la Academia de Infantería de Toledo, ya impartía las enseñanzas del código samurái a los jóvenes cadetes, según sostiene el historiador Carlos de Arce en el libro «Historia de La Legión Española». Cuando creó La Legión la dotó del espíritu que recogía el código, porque consideraba que «el legionario español es también samurái»







Desde evitar un terrible accidente de ascensor en febrero de 1965, hasta escapar de varios atentados perpetrados contra su persona. Francisco Franco eludió tantas veces a la muerte que se ganó a pulso la leyenda que le rodeaba y que se forjó a sangre y fuego en el norte de África. Aquella que afirmaba que tenía «baraka», una especie de bendición divina que, atendiendo a los musulmanes que combatieron junto a él en el Rif cuando no era más que un mero teniente de Regulares, impedía que nada ni nadie acabase con su vida. Él, por el contrario, prefería atribuir este «toque divino» a la Providencia.
Es innegable que la suerte le seguía. Pero, a pesar que  vivió decenas de atentados y accidentes en los que logró esquivar a la parca, hubo una batalla en la que el entonces capitán Francisco Franco se consagró como un hombre tocado por el dedo de la divinidad. La contienda se sucedió en El Biutz entre el 28 y el 29 de junio de 1916 y, en ella, el pequeño «Franquito» (como le conocían algunos oficiales superiores debido a su corta estatura) logró sobrevivir a un disparo más que letal en el bajo vientre. Y lo hizo a pesar de que los médicos no daban un duro por él y de que parecía que iba a terminar sus días desangrado en Ceuta. No fue así y, desde aquel día, Francisco Franco entendió que había sido bendecido.

Lo cierto es que, más allá de supercherías, los datos avalan que tuvo algo de suerte. Así lo demuestra el que, de los cuarenta y dos jefes y oficiales que entre 1911 y 1912 se incorporaron a los Regulares de Melilla, él fuera uno de los siete que seguían ilesos en 1915. «El resto habían resultado muertos o heridos en acción de guerra», explica José Luis Hernández Garvi, experto en el franquismo, en su obra «Ocultismo y misterios esotéricos del franquismo». De la misma opinión son David Zurdo y Ángel Gutiérrez, quienes afirman en su obra «La vida secreta de Franco: el rostro oculto del dictador» que sus éxitos «crearon un aura de leyenda en torno a él» que afirmaba que «estaba protegido por fuerzas superiores».

Y otro tanto ocurrió cuando comenzó la Guerra Civil y los generales José Sanjurjo y Emilio Mola (ambos líderes destacados de la sublevación contra la República y con más solera que «Franquito» para dirigirla) murieron en sendos accidentes de aviación. El primero, mientras era trasladado a Burgos en avioneta y el segundo, como bien explicó el diario ABC el viernes 4 de junio de 1937, «a las nueve y media de la mañana», mientras «realizaba un vuelo de reconocimiento» y «a causa de la niebla». En este caso, Francisco Franco no solo no solo evitó la muerte, sino que tuvo la suerte de que esta atrapara a unos militares que, a todas luces, serían sus superiores en la contienda.

Mucha suerte... o no

Pero... ¿Qué era la «baraka» que tantas veces le atribuyeron a Franco en África? La mayoría de los autores coinciden en que el término es interpretado de forma errónea por los occidentales, quienes suelen asemejarlo a la mera suerte (un conjunto de hechos afortunados que suceden a un individuo a lo largo de una vida). Pero el halo que los rifeños creían que tenía el joven militar cuando combatía en África no tiene que ver con este concepto. Se corresponde con una especie de bendición que afecta a muchos ámbitos de la vida y que cuenta con varias aristas.

Cuando los musulmanes utilizaban este concepto, que ha sido heredado de la tradición mística sufi y chiita, para hacer referencia a un hombre, lo que afirmaban era que era alguien santo, de alma limpia y que había alcanzado un estado de conciencia elevada. Un sujeto que, según la tradición islámica, también tenía el poder de bendecir a todos los que se encontraban a su alrededor con su mera presencia en una relación de alumno y maestro. Ejemplo de ello es que, antiguamente, los musulmanes acudían a las tumbas de sus eremitas porque consideraban que allí reposaban unos restos con la capacidad de producir milagros.

El gran estudioso del franquismo José María Zavala también es partidario de ello. Así lo afirma en «Franco con franqueza: Anecdotario privado del personaje más público». En este libro, el también periodista y escritor afirma que, con el paso del tiempo, «todo el mundo quería estar cerca de él en el frente para beneficiarse de esa “baraka” suya». Como ejemplo, señala el del futuro general Andrés Saliquet, quien estaba obsesionado con no alejarse de Franco aunque «en el campo de batalla, su oronda figura [...] le dificultaba guarecerse en los llamados “embudos” provocados por las explosiones junto al escuchimizado “Frasquito”».

Por último, cabe señalar que, según la tradición, la «baraka» suele caer sobre un sujeto elegido para llevar a cabo un objetivo de gran evergadura. Y Francisco Franco, precisamente, siempre se consideró como un general que combatía en una cruzada contra las «hordas rojas».

Se forja la «baraka»

Pero la «baraka» no le llegó a Franco en su juventud. De hecho, cuando entró como cadete en la Academia de Infantería de Toledo no era más que un novato de baja estatura y voz aguda. Un objetivo perfecto para las burlas. Tampoco le ayudó esta supuesta bendición musulmana a ser un prodigio en los estudios, pues se graduó en el puesto 251 de un total de los 312 oficiales que componían su promoción.

Sin embargo, todo eso quedó a un lado cuando fue destinado, allá por 1913, a un tabor de Regulares como jefe de sección. Por entonces la situación era más que peligrosa para España, pues varias tribus locales se habían sublevado en favor de El Raisuni (un caudillo local) y clamaban en contra de las autoridades españolas. En ese momento de tensión, aquel teniente de voz aflautada logró, para sorpresa de todos, hacerse respetar entre sus hombres. Sus armas fueron los gritos, la severidad y hacerse ver antes sus nuevos subordinados como un personaje inflexible.

Su primera gran actuación militar se produjo en junio. Por aquel entonces, el Ejército reclamó la presencia de los Regulares de Melilla para sofocar las revueltas que provocaban el caos en Tánger. Franco participó en primera línea en esta campaña y protagonizó todo tipo de heroicidades (para muchos, suicidas) contra los rifeños. La más destacada fue el desalojo junto a un grupo de jinetes de una unidad de tiradores rifeños que daban problemas a sus compañeros.

Además de valerle el ascenso a capitán en 1915, sus actuaciones le granjearon ser conocido (tal y como explica el historiador Paul Preston en su obra «Franco (Edición revisada)») como un «oficial de campo meticuloso y bien preparado, interesado en logística, en abastecer sus unidades, en trazar mapas y en la seguridad del campamento».

A su vez, en aquellos años se ganó fama de inquebrantable e imperturbable ante el fuego rifeño. Pero no solo eso. También se empezó a generalizar la idea entre sus enemigos de que el militar andaba sobrado de una «baraka» que le hacía inmune a las balas enemigas. Y puede que sí pues, durante los 32 meses que permaneció en los Regulares de Melilla, hubo 35 bajas entre los 41 oficiales.

La fortuna de no morir

Sin embargo, la contienda en la que Franco se ganó su «baraka» sucedió en junio de 1916. Por aquel entonces, el Ejército español se propuso acabar con las tribus que amenazaban las comunicaciones en África. Para ello, se estableció que había que destruir el cuartel general de los sublevados, ubicado en lo alto de una colina que, a la postre, sería conocida como la Loma de las Trincheras. Con esas órdenes, el 27 de junio de 1916 partió de Tetuán hacia Ceuta un Tabor de Regulares al mando de Enrique Muñoz Güi, en la que se hallaba encuadrado nuestro protagonista.

En la noche del 28 al 29 de junio de 1916, las tropas tomaron posiciones para llevar a cabo el ataque contra los rifeños. A eso de las tres de la mañana se dio la orden de atacar.... y las desgracias comenzaron a sucederse. Para empezar, una bala rifeña acabó con la vida del capitán Palacios, superior de Franco. Este no tuvo más remedio que tomar el mando de la compañía y dirigirse hacia la cima de la colina. Todo ello, bajo un intenso tiroteo en el que, al poco tiempo, cayó también el oficial que ostentaba el mando conjunto del Tabor: Güi.

Franco, como era habitual en él, no estaba dispuesto a ordenar retirada, así que continuó el avance en cabeza y se decidió a lanzar un ataque frontal a pesar de que el enemigo trataba de rodear a sus fuerzas. Tras una primera victoria, ordenó asaltar a bayoneta calada la última posición rifeña. Y fue en ese instante en el que una bala impactó en su cuerpo. Dónde le dio es, a día de hoy, un misterio histórico. Algunos historiadores afirman que en el bajo vientre, mientras que otros como Preston señalan que fue en el estómago.

Más allá del lugar exacto, el capitán fue evacuado hasta el campamento de Kudia Federico a pesar de que todos consideraban que su vida había tocado a su fin. Él mismo solicitó un sacerdote para confesarse. Sin embargo, el destino quiso que, el 15 de julio, Franco se hubiese recuperado lo suficiente como para ser trasladado al hospital militar de Ceuta. Allí se determinó que la bala no había tocado ningún órgano vital. El capitán salvó aquella prueba del destino. Algo que hizo válida la frase que repitió en más de una ocasión: «He visto pasar la muerte a mi lado muchas veces, pero, por fortuna, no me ha reconocido». Sobrevivió.

Fue así como su «baraka» se hizo, para muchos, palpable. Una suerte divina que admitió su propia hermana Pilar. Aunque ella, como el mismo Franco, siempre atribuyeron esta supuesta bendición a la Providencia, y no a ningún tipo de tradición musulmana. «Los moros decían de él que tenía “baraka”. Yo me atrevería a decir que quizá fue más importante la Virgen del Chamorro que la superstición de los moros», explicaba su familiar.

1 comentario:

  1. Franco tuvo mucha suerte, desde ingreso a Academia Militar de Toledo, fue victorioso.

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