lunes, 30 de abril de 2018

Soledad Alvear deja la DC,.a


 “Soy partícipe de la historia de este partido, pero creo que debo entrar a una nueva etapa”

DOMINGO 22 ABRIL 2018

Dice que esta ha sido la “decisión más dura y triste que me ha tocado vivir en política”, en una trayectoria que incluye haber dirigido el partido, ser ministra, senadora y candidata presidencial. Y aquí explica las razones que le hacen poner término a más de 50 años de militancia en la DC.
La noche del sábado 21, la exsenadora Soledad Alvear tenía previsto hacer una gestión dolorosa: en una carta cuya destinataria es la presidenta de la DC, Myriam Verdugo, notificaría su renuncia al partido tras un poco más de 50 años de militancia. Apenas 48 horas antes, la también extimonel de la falange había asistido junto a su esposo Gutenberg Martínez a la iglesia del Colegio San Ignacio de El Bosque a una misa por la conmemoración de los dos años de la muerte del expresidente Patricio Aylwin. La última actividad que la reunió con sus ahora excamaradas.
La decisión de Alvear fue meditada durante los últimos meses tras la crisis desatada por los magros resultados de la candidatura de Carolina Goic, la primera en que la DC se mide en una candidatura presidencial sin sus socios del PS-PPD. Figura emblemática de la DC -fue senadora, ministra, candidata presidencial y timonel partidaria-, también es un referente de la Concertación, alianza política que gobernó durante 25 años el país y su partida -probablemente- marcará un hito en la historia de esa colectividad.
Hoy, Alvear anuncia que sus inquietudes políticas se concentrarán en la creación de un movimiento que promueva el humanismo cristiano, descuidado en medio de la crisis interna en la que se encuentra su ahora expartido.

MÁS SOBRE DC

Usted se había declarado en un proceso de reflexión respecto de su permanencia en la DC, ¿llegó a una conclusión

Sí. He concluido que el pensamiento humanista cristiano que nos inspira necesita de una nueva expresión en el espectro político chileno.

¿Cómo se explica eso? 

La globalización ha traído cambios gigantescos, los cuales contienen muchos aspectos positivos, pero también otros de carácter negativo, como el mensaje y práctica de un individualismo exacerbado, que invade la sociedad y también la política. Esta última sufre la vertiginosidad de estos cambios y le cuesta seguir el ritmo, pero, además, cae en una visión muy pragmática y cortoplacista de su quehacer, olvidando o no priorizando los principios y valores que le dan sentido a la acción política concreta.

¿Cómo se expresa ese cortoplacismo en la DC? 

Este es un desafío a todos los partidos, en que la coyuntura es muy demandante y eso genera la dificultad de situarse a partir de una mirada más larga. Mirada que, además, debe sustentarse en los principios y valores de cada partido. Así, la educación no puede concebirse como un tema puramente estructural, de edificios y de finanzas. Una buena política realiza prospectiva, dimensiona las necesidades de futuro a 20 o 30 años, y ahí genera una política pública integral, que prioriza en las personas y en la calidad.

¿Eso le incomoda en la DC?

Me incomoda en la política chilena actual. Pero debo serle muy clara respecto del PDC. Quiero como nadie al partido. He militado desde niña, con mi padre de la mano participé en la marcha de la Patria Joven, me dediqué por años a la formación y la reflexión en nuestro ideario y luego entré a la vida pública, a su presidencia y a representarlo como candidata presidencial. Soy partícipe de su historia y lo seguiré siendo siempre. Pero creo que debo entrar a una nueva etapa que implica una superación en positivo de mi partido.

¿Eso implica su renuncia a la colectividad? ¿En qué consiste esa superación en positivo?

Los jóvenes de la Acción Católica entraron a la Juventud Conservadora y le cambiaron el nombre por la Falange, en una visión de superación de esa Juventud, luego se retiraron de ese partido y crearon la Falange Nacional; con el tiempo se fusionaron con otros partidos y movimientos de inspiración socialcristiana y crearon el PDC. En esa misma lógica creo que se debe superar en positivo el actual instrumento del ideario DC por uno nuevo.

¿Cómo visualiza ese nuevo instrumento? 

Primero, con una fuerte inspiración en el pensamiento humanista cristiano, que pone la centralidad en la persona humana y en las comunidades, el bien común por delante y los valores de libertad, justicia social y fraternidad. A partir de esto, un instrumento activo en la representación del ideario democratacristiano y de su historia. Esto, sin complejo respecto de las otras inspiraciones existentes en la derecha y la izquierda. Segundo, un instrumento en que se practique la fraternidad y la amistad cívica entre sus miembros. Donde esta se predique en lo público y se practique en lo interno. Un lugar de encuentro, abierto al diálogo, constituido más en la lógica de un movimiento que de un partido clásico o tradicional. Moderno y eficiente en su organización, con un espacio y liderazgo privilegiados a los más jóvenes, que haga gala del grito falangista de ¡Juventud chilena adelante! Tercero, un instrumento de propuestas, que no rehúya los temas y que bajo su inspiración convoque a los mejores, a aquellos con vocación de servicio y libres de ambiciones de poder, para generar las propuestas programáticas de fondo necesarias para el país.

Habla de un nuevo movimiento político…
Así es, un movimiento que en nuestra inspiración humanista cristiana represente un aporte con nítida identidad a la política del país. Y un movimiento que espero se pueda constituir con la participación de muchos, donde con su aporte se genere una creación colectiva madura, profunda, convocante, seria, cívica y de calidad. Ojalá con muchos jóvenes que asuman el liderazgo.

Usted ha puesto al momento de explicar su renuncia a la DC el énfasis en factores que podrían entenderse de fondo, más doctrinarios. ¿Cuánto han pesado en su decisión los problemas de convivencia que ha habido en ese partido en los últimos meses?

Para mí siempre las ideas son lo más importante. Eso es mi motivación central. En estas el humanismo inspirador se traduce necesariamente en una calidad en las relaciones humanas, respeto y afecto por el otro. Lo que Martin Buber explica en la relación entre el Tú y el Yo.

¿Su opinión es muy crítica de la DC?

No existirá ninguna crítica de mi parte al PDC, ahí me he formado, en él he conocido a personas excepcionales, a militantes ejemplares, un partido que ha hecho mucho por la historia de Chile, el cual ojalá pueda seguir haciéndolo. Seguiré compartiendo su historia y el legado de sus padres fundadores. Seguiré siendo democratacristiana. De lo que se trata es de una nueva opción que buscará representar ese ideario DC, en la perspectiva de superación en positivo antes explicada.

La crisis de la DC cristalizó con los últimos resultados parlamentarios. ¿Cuándo empezó usted a meditar realmente su permanencia en el partido?

Como en todas las cosas, hay múltiples factores que como lo analizamos en el consejo ampliado último, vienen desde hace más tiempo. Ahora fue muy fuerte lo que le ocurrió a Carolina Goic, eso me impactó mucho.

¿Por qué? 

Porque sentí que Carolina estaba reposicionando a la DC, dando una lucha valiente, planteando propuestas e ideas y eso entusiasma. Hizo una campaña seria, recorrió el país completo…

¿Nunca pensó antes en sus años de militancia irse del partido? 

Nunca. En él he vivido momentos felices. Las Escuelas de Formación, la Reforma Universitaria, las luchas por la democracia, el plebiscito, el trabajo por los DD.HH. y el sindicalismo, nuestros gobiernos de la Concertación, la reducción de la pobreza. La amistad de tantos, que por supuesto mantendré. El cariño de los militantes. Tiempos imborrables y que estarán siempre presentes en mi accionar futuro.



¿Y los malos los olvida?
Sí.

¿Por qué el consejo ampliado de la DC donde usted participó no logró superar los problemas internos?
Fue un espacio de diálogo muy franco y en muy buena onda. Vimos lo que nos unía, básicamente nuestra historia y también lo que nos desunía. Pero lo que no pudimos ver fue cuán viable era solucionar lo que nos desune. El problema es que esta imposibilidad de resolver está dejando desguarnecido el amplio espacio del centro, de la moderación, del sentido común, de la vocación de cambio ejecutado con seriedad y responsabilidad.

Usted y su marido, Gutenberg Martínez, iniciaron en paralelo un proceso de reflexión sobre su respectiva continuidad en el partido. ¿Su renuncia también implica la de él a la DC? ¿Lo han conversado?

Con Gutenberg siempre hemos tenido la conversación de lo que uno y otro siente respecto de distintas materias. En lo familiar, en lo personal, en lo profesional, en lo partidario. Sin embargo, al mismo tiempo hemos actuado ambos con absoluta independencia. No voy a olvidar cuando fui ministra de Justicia, que estábamos tramitando la reforma procesal penal en el Congreso. Él estaba en la Comisión de Constitución y presentó indicaciones al proyecto ante la sorpresa del resto. Hoy le estoy comentando mi decisión. Gutenberg habla por sí mismo.

Algunos pensarían que formar un nuevo movimiento implica desafíos duros, complicados… 

Ciertamente así lo es. Lo más probable es que sea un camino largo, de mucho sacrificio, mística y testimonio. Requerirá fuertes convicciones en nuestro ideal y un compromiso similar al de aquellos que fundaron y construyeron la falange. Lo que se ha denominado la mística del carbonero falangista. Deberá tener una relación, pero no una obsesión con el poder. Tendrá que dar batallas que probablemente no gusten a muchos. Deberá buscar una forma política democrática y muy moderna.

¿Algo como una Nueva Democracia Cristiana?

En cierta medida sí. En una superación en positivo. Con una actualización de su ideario a las nuevas realidades y a las nuevas lecturas. Atento a los avances de las comunidades religiosas y otras organizaciones. A la creación de los nuevos autores comunitaristas de origen anglosajón, de los partícipes del humanismo cívico, de la socioeconomía, del personalismo. Todo esto con el aporte de nuestros clásicos Maritain, Mounier, Teilhard, Castillo y otros. Con una práctica democrática en la toma de decisiones y con un cumplimiento de sus acuerdos por parte de todos. Con una vida comunitaria y fraterna. Con una vocación de Encuentro con mayúscula.

¿Cuáles serían esos ejes programáticos?

Bueno, eso deberá dialogarse entre quienes tomen este camino. Por mi parte, diría la defensa, promoción, mejora y profundización de la democracia siempre. El respeto irrestricto de los derechos humanos en todo tiempo y lugar. La construcción permanente de la justicia social. La visión de una economía que articule crecimiento y equidad. Para eso favorecer los cambios por la vía de las reformas. Creo fervientemente en la norma personalista de la acción, esto es todo lo que hagamos y propongamos, primero y antes que todo debe tener presente el efecto y la consideración en las personas. Ninguna estructura o instrumento puede o debe subordinar a la persona. Partiendo por el estado y el mercado. Todo esto en la propuesta de un nuevo centro humanista y reformista.

¿Hay un acuerdo para juntarse en el futuro con figuras DC que ya se fueron?
No. No hay ningún acuerdo.

¿No es evidente que junto a usted se pudiera ir más gente?
No sé.

¿Esta renuncia supone un retiro de su participación en la esfera pública?
No. Mi compromiso con lo social y lo público forma parte de mi vida

¿Cómo será su relación con el gobierno de Sebastián Piñera? 
De oposición democrática, constructiva y propositiva, colocando siempre por delante el país. Esto significa que si hay un proyecto malo, obviamente hay que rechazarlo. Si hay un proyecto que puede ser mejorado…, trabajar en mejorarlo. Si hay un proyecto que es estupendo hay que apoyarlo. Uno no debe ser una oposición en que niegue la sal y el agua. Si viene un proyecto del gobierno y yo antes de mirarlo voy a decir que lo rechazo, me parece hasta una falta de patriotismo.

¿Usted está disponible, por ejemplo, para asumir un cargo de gobierno?
No.

¿Cómo ha sido para usted este proceso de reflexión?
Durísimo. Mi proceso de discernimiento ha sido largo y doloroso. ¡Son tantos años de militancia! ¡Tantos recuerdos y tareas compartidas con tantos camaradas! Recuerdo la capacitación permanente de nuestros jóvenes, los liderazgos de Frei Montalva, Bernardo Leighton, Jaime Castillo, Radomiro Tomic y Patricio Aylwin, cuya partida la estamos recordando en estos días. Los amigos que tengo, con muchos de los cuales nos formamos juntos. Amigos de ayer y los nuevos de hoy. Esta ha sido la decisión más dura y triste que me ha tocado vivir en política.

¿Hay algo que les quiera decir a quienes seguirán en la DC?

Que la amistad y el cariño no desaparecerán nunca. Que compartimos la misma historia. Que siempre podrán contar conmigo para construir una sociedad mejor más humana y solidaria. Y les quiero dar las gracias.

domingo, 29 de abril de 2018

Nacionalismo catalán IV a

La Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930): persecución y resistencia
Derribo de Las cuatro columnas que representaban las cuatro barras de la bandera catalana por orden de Primo de Rivera y que se construyeron para presidir la Exposición Internacional de Barcelona (1929).
La política anticatalanista y la disolución de la Mancomunidad de Cataluña

La Lliga Regionalista apoyó inicialmente el golpe de Estado de Primo de Rivera fundamentalmente porque dio crédito a las promesas descentralizadoras que había hecho el general, aunque esas expectativas se desvanecieron muy pronto. En la misma mañana del golpe Primo de Rivera se manifestó complacido por los discursos pronunciados en catalán durante la inauguración de una exposición del mueble en Montjuïc, llegando a decir que él mismo se hallaba «catalanizado por el cariño que tengo y que visto que me tiene Cataluña» y finalizando su discurso con un «viva a Cataluña».
En el Manifiesto del 13 de septiembre que justificó el golpe, Primo de Rivera ya hizo referencia a la «descarada propaganda separatista» y sólo cinco días después el Directorio militar promulgaba el Decreto contra el «separatismo», que castigaba con severas penas «los delitos contra la seguridad y unidad de la Patria y cuantos tiendan a disgregarla, restarle fortaleza y rebajar su concepto», y que serían juzgados por tribunales militares, tal como establecía la Ley de Jurisdicciones de 1906. Se prohibía izar u ostentar «banderas que no sean la nacional», «la difusión de ideas separatistas por medio de la enseñanza», el uso del catalán «en los actos oficiales de carácter nacional o internacional» y se obligaba a las corporaciones locales y provinciales a llevar los libros de registro y de actas en castellano.
En los meses y años siguientes se aplicó esta política –cuyo lema acuñado por el propio Primo de Rivera era España una, grande e indivisible-​ que pretendía eliminar la especificidad de Cataluña, para «neutralizar y contrarrestar por la acción del gobierno la labor de desespañolización que con constancia se viene haciendo por ciertos sectores políticos en Cataluña».​ Así se clausuraron centros políticos «separatistas», y se encarcelaron a los militantes de los partidos nacionalistas catalanes, incluidos algunos sacerdotes.

Cualquier manifestación popular de la identidad catalana fue suprimida. Se prohibió izar la señera, cantar el himno de Els Segadors o usar el catalán en actos oficiales, y se limitó el baile de sardanas —las multas podían llegar a las 5.000 pesetas—106​. Se castellanizaron de forma arbitraria los nombres de calles y pueblos —a veces cayendo en el ridículo: la plaza de Sant Vicenç de Sarrià se convirtió en San Vicente Español—​, se obligó a publicar en castellano los anuncios de las obras teatrales y se persiguieron a entidades culturales y sociales como el Centre Catalá, los Pomells de Joventut (una institución religiosa), el Ateneo Barcelonés, el Ateneo Enciclopédico Popular, la Associació Protectora de l'Ensenyança Catalana, las bibliotecas populares, las sociedades excursionistas, musicales y deportivas, los Juegos Florales (que pasaron a celebrarse en Francia) o los cursillos escolares en lengua catalana.​ También el F.C. Barcelona, el Orfeón Catalán, el Instituto de Estudios Catalanes, el Colegio de Abogados de Barcelona o la Universidad Industrial vieron limitadas sus actividades. Asimismo se prohibió a los comerciantes que anunciaran sus productos en catalán y en enero de 1928 se ordenó a la prensa que no tradujera al catalán las «notas oficiosas» del Directorio civil.​ Con motivo de un viaje del rey a Barcelona, el gobierno prohibió la ejecución pública de la sardana La Santa Espina por haberse convertido «en himno representativo de odiosas ideas y criminales aspiraciones, escuchando su música con el respeto y reverencia que se tributan a los himnos nacionales».
Una Circular de la Dirección General de Enseñanza Primaria del 27 de octubre de 1923 impuso la enseñanza exclusiva en castellano —se recordaba a los inspectores la obligación «de enseñar la lengua castellana en sus respectivas escuelas y de dar la enseñanza en el mismo idioma» vigilando estrictamente a los maestros en este punto—,​ otra de final de año prohibía la enseñanza del catalán en los centros mantenidos por el Estado y una tercera, del 15 de febrero de 1924, facultó a los inspectores de educación para que pudieran suspender de empleo y sueldo a los maestros que incumplieran la norma e incluso clausuraran los centros escolares, tanto públicos como privados, donde éstos trabajaran. De esta política represiva de cualquier manifestación de la identidad catalana ni siquiera se libró la Iglesia. Decenas de sacerdotes fueron detenidos acusados de «separatismo», otros fueron alejados de Cataluña –incluido el obispo de Barcelona Josep Miralles que fue trasladado a la diócesis de Mallorca- y la Academia Católica de Sabadell fue clausurada.
 Cuatro años más tarde un decreto de diciembre de 1928 prohibió a las escuelas enseñar ninguna asignatura que no estuviera incluida en el programa oficial aprobado por el Ministerio de Instrucción Pública, lo que suponía dejar fuera del currículum la historia y la cultura catalanas.


La política de persecución del catalanismo generó numerosos conflictos con diversas instituciones y entidades que se resistían a aceptarla (Ateneo Barcelonés, Ateneo Enciclopédico Popular, Orfeón Catalán, Orfeón Graciense, CADCI, Fútbol Club Barcelona, etc.), y más de un centenar de ellas acabaron siendo clausuradas temporal o definitivamente. Fue también el caso de algunas sedes de la Lliga Regionalista y de su periódico La Veu de Catalunya. También fueron suspendidos temporalmente otros periódicos como La Vanguardia, La Publicitat, La Nau, El Matí o Las Noticias, y revistas de humor o publicaciones infantiles.
A iniciativa de Ángel Ossorio y Gallardo y de Eduardo Gómez Baquero, en marzo de 1924 más de un centenar de intelectuales castellanos por primera vez en la historia firmaron un manifiesto de solidaridad con la lengua catalana, redactado por Pedro Sáinz Rodríguez.
Sin embargo, la alta cultura en catalán no fue tan perseguida. Como ha destacado el historiador Josep M. Roig i Rosich, «un sermón publicado en catalán era objeto de persecución y hasta de encarcelamiento, mientras que la Historia Nacional de Catalunya de Rovira i Virgili se publicaba sin trabas».108​ Así surgieron nuevas editoriales dedicadas exclusivamente al libro en catalán como Barcino, Llibreria Catalonia o Proa —en 1930 se publicaron 308 nuevos títulos—. También aparecieron nuevos diarios en catalán —Barcelona pasó de dos en 1923 a 15 en 1930— y revistas, como la Revista de Catalunya, Mirador y La paraula cristiana.
La política anticatalanista de la Dictadura culminó con la disolución de la Mancomunidad en 1925. Dos años antes Primo de Rivera había nombrado al líder de la españolista Unió Monárquica Nacional, Alfonso Sala Argemí, conde de Egara, presidente de la Mancomunidad, en sustitución del catalanista Josep Puig i Cadafalch que había dimitido en señal de protesta por la política anticatalana de la Dictadura. Pero a los pocos meses comenzaron las tensiones entre Sala y Primo de Rivera a causa de que el dictador comenzó a cuestionar la existencia misma de la Mancomunidad, porque según él, podía constituir el embrión de «un pequeño Estado», «capaz de dañar a España».
 La aprobación del Estatuto Provincial de 1925 supuso la supresión de facto de la Mancomunidad, cuyas competencias ya habían sido recortadas por el Estatuto Municipal de 1924, lo que provocó la dimisión de Alfonso Sala el 22 de abril de 1925.125​126​ El nuevo presidente de la Diputación de Barcelona, José María Milá Camps, conde de Montseny, pasó a presidir la Comisión gestora interina de los servicios coordinados que fue la encargada de liquidar los últimos asuntos de la Mancomunidad.
Tras la desaparición de la Mancomunidad, las declaraciones de Primo de Rivera sobre la cultura, la identidad, el idioma y las instituciones de Cataluña fueron creciendo en virulencia, manifestándose totalmente contrario a cualquier tipo de autonomía regional. Como ha señalado la historiadora Genoveva García Queipo de Llano, "Primo de Rivera ofendió no sólo a grupos políticos sino a la totalidad de la sociedad catalana".127​ Así se fue produciendo un distanciamiento cada vez mayor entre Cataluña y la Dictadura, aumentando progresivamente los conflictos.

La resistencia a la Dictadura y el renacimiento del catalanismo: la «Catalunya endins»


Uno de los sectores que primero y de forma más firme reaccionó contra la política de la Dictadura fue el Colegio de Abogados de Barcelona que se negó a obedecer la orden de que la Guía Judicial anual en la que aparecían todos los abogados colegiados se publicara en castellano, y no en catalán. Para poner fin al conflicto del Colegio de Abogados de Barcelona con la Dictadura de Primo de Rivera, después de dos años en que ninguna de las dos partes cedía, la Dictadura recurrió a la fuerza y en marzo de 1926 destituyó a la Junta de gobierno del Colegio y desterró a sus miembros fuera de Cataluña, sustituyéndola por una Junta afín. Pero dos meses después se vio obligada a dejarles volver a Barcelona, aunque la Junta no sería repuesta en sus funciones hasta después de la caída de la Dictadura —el resto de sus colegas colegiados rindieron un homenaje en marzo de 1930 a los miembros de la Junta que «supieron mantener el prestigio y la dignidad del Colegio de Abogados»—-.
Los que se oponían a la política anticatalanista aprovecharon los pocos márgenes de libertad que dejaba la Dictadura. Una de las protestas más sonadas fue la que tuvo lugar el 14 de junio de 1925 durante un partido amistoso de fútbol en homenaje al Orfeó Català entre el FC Barcelona y el Club Esportiu Júpiter en el que la Marcha Real fue pitada. Diez días después, el gobernador civil, el general Joaquín Milans del Bosch, suspendió indefinidamente las actuaciones del Orfeó y clausuró el Camp de Les Corts por seis meses. Además el presidente del FC Barcelona, el suizo Hans Gamper, fue obligado a dejar el cargo y a abandonar España por un tiempo.
Otra forma de resistencia fue llevar el «caso catalán» ante los organismos internacionales. Con ese fin Acció Catalana redactó un manifiesto que fue presentado en la sede de la Sociedad de Naciones (SdN) en Ginebra en el que se denunciaba la represión que estaba sufriendo Cataluña y pedía la celebración de un referéndum a favor de la autonomía catalana bajo la supervisión de esa organización internacional. La iniciativa tuvo poca repercusión, pero le siguieron otras.​ La política anticatalanista de Primo de Rivera también topó con la Iglesia católica de Cataluña, cuyos obispos encabezados por el arzobispo de Tarragona, Francisco Vidal y Barraquer, y por el obispo de Barcelona Josep Miralles, se negaron a ordenar a los párrocos que predicaran en castellano.132​ La decisión de Primo de Rivera «de suprimir el empleo de la lengua catalana, incluso en la liturgia, pronto convirtió al clero catalán —como iba a suceder con el clero vasco y la Iglesia catalana bajo el franquismo— en el campeón de las libertades regionales y de la autonomía cultural», afirma Shlomo Ben Ami.
Sin embargo, como ha destacado Eduardo González Calleja, «la persecución oficial a la cultura catalana se tradujo paradójicamente en un renacimiento de la cultura autóctona gracias a la iniciativa privada y al mecenazgo particular» en el fomento de «actividades diversas, como las conferencias en los Ateneos populares, las sociedades excursionistas, las corales o las asociaciones religiosas. El papel de la Iglesia fue muy relevante, ya que la prohibición del uso del catalán afectó a la liturgia, y puso al clero catalán en primera línea de la defensa de las libertades regionales y de la autonomía cultural. Todo ello generó la aparición de una cultura indiscutiblemente catalana, donde el intelectual tuvo en lo sucesivo un protagonismo político significativo, al hacer de su actividad un arma eficaz de afirmación política nacional». Algunos intelectuales sintetizaron esta política con la consigna Catalunya endins! ('Cataluña hacia dentro'), en el sentido de que «Cataluña se recluyó en ella misma para afirmarse y poder catapultarse hacia delante».

Las cuatro columnas que representaban las cuatro barras de la bandera catalana, obra del arquitecto Puig i Cadafalch para la Exposición Internacional de Barcelona (1929).


Las cuatro columnas en la actualidad vistas desde el Palacio de Montjuic.

La oposición política a la Dictadura: el complot de Prats de Molló

La implantación de la Dictadura de Primo de Rivera supuso la desaparición como asociaciones legalmente constituidas de los partidos políticos nacionalistas catalanes y la prohibición de todos los actos que pretendían organizar. En el caso de Acció Catalana, el presidente Jaume Bofill i Mates, líder del ala moderada de Acció, se exilió voluntariamente en París asumiendo la dirección Lluis Nicolau d'Olwer,136​ pero el sector más republicano y más socialmente avanzado de Acció, encabezado por Antoni Rovira i Virgili, se fue distanciando de la organización, creando en 1927 un periódico propio La Nau, del que surgiría poco después de la caída de Primo de Rivera un nuevo partido llamado Acció Republicana de Cataluña.
En cuanto a la otra fuerza política que había asumido el liderazgo nacionalista catalán, Estat Català, el golpe de Primo de Rivera reafirmó su apuesta por la vía insurreccional.138​ Para financiar el plan de invasión desde la Cataluña francesa ideado por el líder de Estat Català Francesc Macià se emitió un empréstito, llamado empréstito de Pau Claris, por valor de cerca de nueve millones de pesetas, y entre abril y agosto de 1925 milicianos de los escamots, establecieron varios depósitos de armas en las cercanías de la frontera franco-española.​ Macià llegó a viajar a Moscú en octubre de 1925 para recabar el apoyo del gobierno de la URSS y de la Komintern pero la ayuda económica (400.000 pesetas) y logística, nunca llegó.​ Mientras tanto grupos clandestinos de Estat Catalá y de Acció Catalana organizaron el llamado complot de Garraf en junio de 1925, un atentado fallido contra los reyes de España que se iba a llevar a cabo cuando su tren atravesara los túneles de la costa de Garraf.
A mediados de 1926 Macià decidió llevar a cabo la invasión de Cataluña con un pequeño ejército integrado por escamots.142​ Durante los preparativos entró en contacto con un grupo de exiliados italianos encabezado por el coronel Riciotti Garibaldi, nieto del héroe de la unificación italiana, pero éste era un agente doble al servicio de la policía política de Mussolini, por lo que a través de él parte del plan llegó a conocimiento de Primo de Rivera.

Francesc Macià (derecha) con su abogado (izquierda) a punto de abandonar París tras el juicio por el fracasado complot de Prats de Molló.
Macià dio la orden de movilización el 29 de octubre y se instaló en una casa de campo cercana a Prats de Molló. Pero la policía francesa estaba sobre aviso y no tuvo muchas dificultades para detener cerca de la frontera española a la mayoría de los hombres comprometidos en la invasión —más de un centenar— entre los días 2 y 4 de noviembre. Macià junto con otros 17 detenidos fue juzgado en París en enero de 1927 siendo desterrado a Bélgica.
A pesar del fracaso, el complot tuvo un amplio eco internacional lo que provocó, según Eduardo González Calleja, que cobrara «una inesperada dimensión épica» y diera «origen al persistente mito de l'Avi [Macià], precisamente en el momento de más baja popularidad de la Dictadura y sus cómplices en Cataluña». Macià desarrolló a partir de entonces una febril actividad propagandística de la «causa catalana». En diciembre de 1927 inició un viaje por América Latina, que culminó en Cuba, donde en octubre de 1928 convocó una autodenominada Asamblea Constituyente del Separatismo Catalán, de la que surgiría el Partit Separatista Revolucionari Català y que aprobó la Constitución Provisional de la República Catalana. En la Asamblea se decidió también que el método de lucha seguiría siendo el «alzamiento armado de los catalanes», aunque tras el fracaso del golpe de Estado de enero de 1929 encabezado por el político conservador José Sánchez Guerra, Macià decidió abandonar el proyecto de realizar una nueva invasión y apostó por organizar una insurrección en el interior de Cataluña, vinculada a las diversas conspiraciones antidictatoriales y antimonárquicas que entonces se estaban tramando. 

domingo, 22 de abril de 2018

Nacionalismo catalán III a


La irrupción del catalanismo político en la vida política española (1905-1923)

Los hechos del "¡Cu-cut!" y el nacimiento de Solidaritat Catalana

Viñeta aparecida en la revista satírica ¡Cu-Cut! que provocó la ira de los militares.El pie dice: AL FRONTON CONDAL-¿Qué se celebra aquí que hay tanta gente?-El Banquet de la Victòria. -¿De la Victoria? Ah, vaya, serán paisanos.
El 25 de noviembre de 1905 un grupo de oficiales asaltó en Barcelona la redacción del semanario satírico "¡Cu-Cut!" por la publicación de una viñeta en la que se ironizaba sobre las derrotas del ejército español a propósito de la celebración del triunfo relativo de los catalanistas en las elecciones municipales de Barcelona.60​61​ También fue asaltada la redacción del diario La Veu de Catalunya, portavoz de la Lliga Regionalista. La conmoción que causaron estos hechos fue enorme. El gobierno liberal de Eugenio Montero Ríos intentó imponer su autoridad sobre los militares y acordó no ceder a la presión de los capitanes generales que mostraron su apoyo a los oficiales insurrectos, aunque declaró el estado de guerra en Barcelona el 29 de noviembre —al parecer presionado por el rey—. El monarca finalmente no respaldó al gobierno y apoyó la actitud del Ejército, lo que obligó a Montero Ríos a presentar la dimisión.
En un artículo publicado en La Publicidad Alejandro Lerroux apoyó a los asaltantes «que vengaron a la Patria» asegurando que si él hubiera sido militar «hubiera ido a quemar La Veu y El Cu-cut, la Lliga y el Palacio del Obispo, por lo menos». En el artículo describía el catalanismo político como «hijo degenerado de un contubernio monstruoso entre una aspiración literaturesca, romántica, y un malestar social subido al periodo agudo con motivo de la catástrofe nacional» y afirmaba «que antes que pactar con esa chusma envilecida por el amor al ochavo, que es la quintaesencia de su regionalismo separatista, estoy dispuesto a rebelarme contra todo el mundo, acompañado o solo».
El nuevo gobierno presidido por el otro líder liberal Segismundo Moret, que recibió el encargo del rey de impedir que se reprodujeran los ataques «al Ejército y a los símbolos de la Patria»,​ se dispuso a satisfacer a los militares —nombró ministro de la guerra al general Agustín Luque, uno de los capitanes generales que más había aplaudido el asalto al ¡Cu-Cut!— y rápidamente hizo aprobar por las Cortes la Ley para la Represión de los Delitos contra la Patria y el Ejército —conocida como "Ley de jurisdicciones"—, por la que a partir de ese momento las competencias para juzgarlos pasaron a la jurisdicción militar.
En respuesta a la Ley de Jurisdicciones y a la impunidad en que habían quedado los responsables de los hechos del ¡Cu-Cut! se formó en Cataluña en mayo de 1906 Solidaridad Catalana, una gran coalición presidida por el anciano republicano Nicolás Salmerón, en la que se integraron los republicanos —excepto el partido de Alejandro Lerroux—, los catalanistas —la Lliga Regionalista, la Unió Catalanista y el Centre Nacionalista Republicà—, y hasta los carlistas catalanes.66​ Según Jaume Claret y Manuel Santirso, con la integración en la Solidaritat, «la Lliga se distanciaba del catalanismo romántico y del clericalismo, y de paso enterraba las Bases de Manresa».

Ese mismo mes de mayo de 1906 Enric Prat de la Riba publicaba La nacionalitat catalana, «considerada muy pronto como la obra teórica culminante del catalanismo».56​57​ Se trataba de una obra elaborada a partir de textos anteriores y que tenía como finalidad fundamentar el proyecto de la Solidaritat Catalana. En ella retomaba la tesis ya expuesta doce años antes en Compendi de la doctrina catalanista de que Cataluña era la nación, mientras que España era el Estado al que Cataluña pertenecía:

Y veíamos más: veíamos que Cataluña tenía lengua, derecho, arte propios; que tenía espíritu nacional, un carácter nacional, un pensamiento nacional; Cataluña era, así pues, una nación. Y el sentimiento de patria, vivo en todos los catalanes, nos hacía sentir que patria y nación eran una misma cosa, y que Cataluña era nuestra nación, al igual que nuestra patria.

Por otro lado en el libro Prat de la Riba proponía la formación de un Estado-imperio «de Lisboa al Ródano» integrado por España, Portugal y Occitania, bajo la hegemonía de Cataluña —su centro de gravedad se situaría en Barcelona— gracias a la pujanza de su cultura:

El arte, la literatura, las concepciones jurídicas, el ideal político y económico de Cataluña han iniciado la obra exterior, la penetración pacífica en España, la transfusión al resto de nacionalidades españolas y al organismo del estado que las gobierna. El criterio económico de los catalanes en las cuestiones arancelarias hace años que ha triunfado.

Los éxitos de convocatoria de la Solidaritat fueron espectaculares con manifestaciones masivas como la celebrada en Barcelona el 20 de mayo de 1906 que congregó a 200.000 personas. En las elecciones generales de 1907 Solidaritat Catalana obtuvo un triunfo arrollador ya que consiguió 41 diputados de los 44 que le correspondían a Cataluña71​ —entre ellos resultó elegido el exteniente coronel Francesc Macià por el distrito de las Borjas Blancas—72​ y el 67% de los votos —aunque Lerroux mantuvo el suyo, lo que le permitió mantener la inmunidad parlamentaria y volver de Argentina a donde se había marchado, mientras sus partidarios realizaban actos violentos contra los dirigentes y los periódicos que apoyaban a la Solidaritat Catalana—.73​ La Solidaritat Catalana también cosechó un gran resultado en las elecciones provinciales celebradas un mes antes de las generales, fruto del cual Enric Prat de la Riba se convirtió en presidente de la Diputación de Barcelona.
Tras su victoria en las elecciones generales, como ha destacado Borja de Riquer, «ya nada sería igual en la vida política catalana, y los gobiernos de Madrid, y la propia corona, deberían asumir el hecho de que la cuestión catalana se había convertido en uno de los problemas más preocupantes de la vida política española».​ Según Jordi Canal los principales beneficiarios de la Solidaritat Catalana «fueron la Lliga y Francesc Cambó, que convirtieron su propuesta regional-nacionalista en hegemónica y se erigieron en los interlocutores privilegiados de una Cataluña en rediseño con una España a la espera de un decidido impulso regenerador».
La coalición Solidaritat Catalana se acabó rompiendo a causa fundamentalmente del apoyo de la Lliga Regionalista al proyecto de ley de Administración local que presentó el gobierno de Antonio Maura que admitía la posibilidad de crear un ente regional en Cataluña, pero que finalmente no fue aprobado. Lo que quedaba en pie de Solidaritat Catalana se vino abajo tras la crisis de la Semana Trágica de 1909.60​ Al año siguiente el catalanismo progresista consiguió articularse con la creación de la Unión Federal Nacionalista Republicana, resultado de la fusión del Partido Republicano Democrático Federal, la Unión Republicana, y el Centre Nacionalista Republicà, pero la Unión Federal sólo duró seis años, integrándose la mayoría de sus miembros en el Partit Republicà Català fundado en 1917, y al que también se incorporó Lluís Companys, procedente del Partido Reformista.

El gobierno de Canalejas y la Mancomunidad de Cataluña

Retrato de Enric Prat de la Riba, cuando era presidente de la Diputación Provincial de Barcelona.
En 1911 la Diputación Provincial de Barcelona presidida por Prat de la Riba decidió impulsar una vieja reivindicación catalanista, que aparecía también en el programa de la coalición Solidaritat Catalana: aglutinar las cuatro diputaciones catalanas en un único ente regional. El 16 de octubre los cuatro organismos provinciales aprobaron conjuntamente las Bases de Mancomunidad Catalana que preveía la formación de una asamblea formada por todos los diputados provinciales y de un consejo permanente de ocho miembros, dos por provincia. Mes y medio después el proyecto de Bases fue entregado al presidente del gobierno José Canalejas y éste lo presentó el 1 de mayo de 1912 a las Cortes como proyecto de Ley de Mancomunidades.
Al principio de su carrera política Canalejas se había mostrado partidario del Estado centralista llegando a decir que de una mayor autonomía local no podía «salir nada bueno», pero cuando llegó a la presidencia del gobierno en 1910 había cambiado de postura. Declaró entonces que «un liberal centralista era un sujeto digno de la Paleontología o la Arqueología».
Así Canalejas se propuso satisfacer la demanda de creación de una nueva instancia regional que integrara a las cuatro diputaciones catalanas bajo el nombre de Mancomunidad de Cataluña. Pero este proyecto se vio obstaculizado por un sector de su propio partido encabezado por Segismundo Moret, y apoyado por el diputado Niceto Alcalá Zamora.​ Para conseguir el respaldo de la mayoría de los diputados liberales Canalejas tuvo que pronunciar uno de sus mejores discursos parlamentarios, y aun así 19 de sus diputados, entre ellos Moret, votaron en contra.76​ El proyecto fue aprobado el 5 de junio de 1912 por el Congreso de Diputados, pero cuando murió asesinado Canalejas aún no había sido ratificado por el Senado,78​ por lo que no entró en vigor hasta diciembre de 1913, y la Mancomunidad de Cataluña no se constituiría hasta el año siguiente.
Las cuatro diputaciones catalanas cedieron sus competencias a la Mancomunidad pero en contra de lo esperado por la Lliga Regionalista el Estado central no cedió ninguna de las suyas. A pesar de todo la Mancomunidad «puso en evidencia cómo una gestión honesta y atenta a las necesidades del territorio podía ser eficaz pese a disponer de escasos recursos. Realizó una importante tarea educativa y cultural fundando escuelas técnicas (de agricultura, industrial, del trabajo, de bibliotecarias, de administración) o creando instituciones de alta cultura (Institut d'Estudis Catalans, Biblioteca de Catalunya), al tiempo que fomentaba obras de infraestructuras impulsando las redes de carreteras, de teléfonos y los servicios de asistencia social». De esta forma «se incrementó el sentimiento autonomista en amplias capas de la sociedad». 
La relevancia de la Mancomunitat también residía en «su carácter simbólico al representar en una única institución a la totalidad de las provincias catalanas, la primera experiencia de autogobierno desde el Decreto de Nueva Planta, cuyo aniversario Prat de la Riba no olvidó mencionar en su discurso inaugural del 6 de abril de 1914. Se trataba de una baza que la Lliga no dejaría escapar. El naciente e importante órgano administrativo ayudaría a desarrollar una conciencia catalanista y constituía una primera base con vistas a una futura autonomía de más largo abasto». Y por otro lado «la Mancomunidad de Cataluña también evidenciaba el giro de la Lliga hacia un pragmático pactismo, ofreciendo apoyo parlamentario al Gobierno de turno a cambio de concesiones concretas, una estrategia del catalanismo conservador que reencontraremos nuevamente tras la Transición. Prat de la Riba permanecía en Barcelona transformado en hombre de gobierno, mientras Francesc Cambó se convertía en el líder parlamentario en Madrid. La Lliga se hallaba en su momento más dulce».
Según Jordi Canal el proyecto de Prat de la Riba al frente de la Mancomunitat fue «construir la nación catalana» para lo que se propuso dotarla de «estructuras de estado», centrándose especialmente en el campo de las infraestructuras y el de la cultura.

«Per Catalunya i l'Espanya Gran» y la campaña autonomista de 1918-1919

Nosotros, desde esta Cataluña... eliminada sistemáticamente de toda intervención activa en el gobierno de España, nosotros, tratados de separatistas y localistas, nosotros a los otros españoles de buena fe, a los que siente el alma oprimida por la impotencia actual y desean elevar su tierra a una mayor dignidad interior e internacional, les señalamos el obstáculo: esta lucha enervante, agotadora, inconsciente a veces, bien consciente ahora, entre una nacionalidad predominante y otras que no se resignan a desaparecer; y les invitamos a cerrar este periodo, a unir armónicamente unas con otras las nacionalidades españolas y a todas con el Estado, de tal forma que cada una rija libremente su vida interior y todas tengan la participación que por su importancia les corresponda en la dirección de la comunidad, haciendo de esta manera de España, no la suma de un pueblo y los despojos de otros pueblos, sino la resultante viva, poderosa, de todos los pueblos españoles, enteros, tal como Dios los ha hecho, sin mutilarlos antes, arrancándoles la lengua, la cultura, la personalidad, que son la raíz de su fuerza.

[...] No se hagan en Madrid ilusiones; la cuestión de Cataluña no se resolverá con violencias, ni con KulturKampf, ni con traiciones de antiguos patriotas, ni con habilidades políticas de gobernantes maestros en ganar elecciones encarcelando a los electores contrarios y distribuyendo con violación de todas las leyes favores y amenazas. La única solución es una franca y completa autonomía. Establecerla, ir a la consagración federativa de la libertad de todos los pueblos peninsulares, es empezar la España grande. Seguir el camino emprendido es trabajar por una España débil, más dividida, más disminuida cada día
—Manifiesto Per Catalunya i l'Espanya gran, 1916.

Coincidienco con las elecciones generales de abril de 1916,82​ la Lliga Regionalista publicó el mes anterior el manifiesto Per Catalunya i l'Espanya Gran, redactado por Prat de la Riba —que moriría en agosto del año siguiente— y firmado por todos los diputados y senadores del partido. En el documento se denunciaba que Cataluña era uno de los pueblos de España que veían «los elementos substanciales de su espiritualidad, de su personalidad, excluidos de las leyes del Estado», lo que les convertía en «españoles de tercera clase». La solución era el reconocimiento de la autonomía de Cataluña, «obra de justicia» y «de altísima conveniencia» y poner fin a la política asimilacionista, lo que haría posible la auténtica unidad «de todos los españoles, enteros, tales como Dios los ha hecho», convertidos en un «imperio peninsular de Iberia» —lo que implicaba también la integración de Portugal—.

El primer intento de llevar a cabo este programa se produjo al año siguiente en el contexto de la crisis de 1917. El 5 de julio Francesc Cambó reunió en el Ayuntamiento de Barcelona a todos los diputados y senadores catalanes —aunque los 13 diputados monárquicos abandonaron enseguida la reunión— que reafirmaron la voluntad de Cataluña de constituirse en una región autónoma. En la declaración que aprobaron, firmada incluso por Alejandro Lerroux, se decía «que es voluntad general de Cataluña la obtención de un régimen de amplia autonomía» y se reclamaba una estructura federal acorde con «la realidad de la vida española», lo que incrementaría «su cohesión orgánica» y desarrollaría «sus energías colectivas».​ Asimismo exigieron la reapertura de las Cortes que tendrían función de constituyentes. Si el gobierno Dato no aceptaba ninguna de las peticiones harían un llamamiento a todos los diputados y senadores a que acudieran a una Asamblea de Parlamentarios a celebrar el 19 de julio en Barcelona.
El gobierno del conservador Eduardo Dato intentó desprestigiar la convocatoria presentando la reunión como un movimiento «separatista»" y «revolucionario» y finalmente a Barcelona sólo acudieron los diputados de la Lliga, los republicanos, los reformistas de Melquíades Álvarez y el socialista Pablo Iglesias, que aprobaron la formación de un gobierno «que encarne y represente la voluntad soberana del país»86​ y que presidiría las elecciones a Cortes Constituyentes. La Asamblea fue disuelta por orden del gobernador civil de Barcelona y todos los participantes fueron detenidos por la policía, aunque en cuanto salieron del Palacio del Parque de la Ciudadela donde se habían reunido fueron puestos en libertad.
 Pasada la huelga general revolucionaria de agosto convocada por los socialistas, la Asamblea de Parlamentarios se volvió a reunir el 30 de octubre en el Ateneo de Madrid.​ Ese mismo día Cambó fue llamado a Palacio para entrevistarse con el rey quien aceptó su propuesta de formar un «gobierno de concentración» que estaría presidido por el liberal Manuel García Prieto y que contaría con un ministro de la Lliga, Juan Ventosa​ Sin embargo el gobierno de García Prieto duró muy pocos meses, dando paso a otro gobierno de concentración, denominado «Gobierno Nacional», bajo la presidencia del conservador Antonio Maura, y del que formaría parte el propio Francisco Cambó Pero este gobierno sólo duró hasta noviembre de 1918, dando paso a un gobierno únicamente liberal presidido de nuevo García Prieto.
Fracasada la vía de la asamblea de parlamentarios y los gobiernos de concentración para alcanzar los objetivos del manifiesto Per Catalunya i l'Espanya Gran, Cambó decidió que había «llegado la hora de Cataluña»92​ y la Lliga Regionalista organizó la campaña en pro de la «autonomía integral» para Cataluña que, según Javier Moreno Luzón, «conmovió hasta sus cimientos la escena política española»
En un principio la posibilidad de conseguir el Estatuto parecía cercana pues contaba con el apoyo del rey, que pretendía, según le dijo a Cambó, distraer así «a las masas [de Cataluña] de todo propósito revolucionario»,94​95​ pero el nacionalismo español reaccionó inmediatamente y desplegó una fuerte campaña anticatalanista plagada de tópicos y de estereotipos sobre Cataluña y los catalanes, que sin embargo consiguió movilizar a miles de personas que se manifestaron en Madrid y en otras ciudades.

Homenaje A Rafael Casanova en la diada de 1914.
El 2 de diciembre de 1918 las diputaciones castellanas, reunidas en Burgos, respondieron a las pretensiones catalanas con el Mensaje de Castilla donde defendían la «unidad nacional» española y se oponían a que cualquier región obtuviera una autonomía política que mermara la soberanía española —e incluso hicieron un llamamiento a boicotear «los pedidos de las casas industriales catalanas»—. También se opusieron a la cooficialidad del catalán, al que llamaron «dialecto regional». Al día siguiente el diario El Norte de Castilla titulaba: «Ante el problema presentado por el nacionalismo catalán, Castilla afirma la nación española». También se denunciaba «la campaña separatista de que se hace alarde en las provincias vascongadas». Sólo en el País Vasco y en Galicia se registraron algunas muestras de apoyo a los nacionalistas catalanes.​

Entonces el rey cambió de posición y manifestó su solidaridad «con los gestos patrióticos de la provincias castellanas», animando a los presidentes de las diputaciones a proseguir en su empeño.98​ En el debate parlamentario de principios de diciembre sobre el proyecto de bases del estatuto de autonomía que había presentado la Mancomunidad de Cataluña y que contaba con el apoyo del 98% de los catalanes representados por sus ayuntamientos,​ el portavoz de los liberales y por tanto del gobierno Niceto Alcalá Zamora acusó a Cambó de querer ser al mismo tiempo el Simón Bolívar de Cataluña y el Otto von Bismarck de España. 
El líder conservador Antonio Maura también se opuso a la autonomía catalana. Dirigiéndose a los diputados catalanistas les dijo que, les gustara o no, eran españoles: «Nadie puede elegir madre, ni hermanos, ni casa paterna, ni pueblo natal, ni patria». Su intervención fue muy aplaudida por los diputados de los dos partidos dinásticos, incluido el presidente del gobierno conde de Romanones. El mismo día de la intervención de Maura, el 12 de diciembre de 1918, Cambó escribió una carta al rey en la que se despedía de él y justificaba la retirada de las Cortes de la gran mayoría de diputados y senadores catalanes en señal de protesta por el rechazo al Estatuto, un gesto que fue muy mal visto por los partidos dinásticos.100​ De vuelta en Barcelona, Cambó lanzó en un mitin la consigna «Monarquia? República? Catalunya!». «Ni hipotecamos la autonomía a la República, ni esperamos la República para implantar la autonomía, pero no frenaremos nuestra marcha por el hecho de que pueda caer la Monarquía», declaró.

El presidente del gobierno, el liberal conde de Romanones convocó una comisión extraparlamentaria para que redactara una propuesta que sería llevada a las Cortes. La comisión, presidida por Antonio Maura elaboró un proyecto de Estatuto muy recortado que incluso eliminaba algunas de las competencias que ya ejercía la Mancomunitat de Cataluña. 102​ Al mismo tiempo la Mancomunidad de Cataluña había elaborado su propio proyecto de estatuto de autonomía lo que motivó que los parlamentarios catalanes volvieran a las Cortes para intentar que se aprobara. Pero el gobierno asumió como propio el proyecto de la comisión extraparlamentaria y no el de la Mancomunidad por lo que éste no se llegó ni siquiera a debatirse.103​ Los diputados catalanes republicanos, regionalistas y tradicionalistas, pero no los de los partidos dinásticos, presentaron una moción para que se realizara en Cataluña un plebiscito sobre la autonomía y para apoyarla intervino Cambó que dijo:
.… nuestro problema es el siguiente: un pueblo, el pueblo catalán, durante siglos ha vivido constituido en Estado independiente y ha producido una lengua, un derecho civil, un derecho político y un sentimiento general que ha caracterizado la expresión de su vida. Y este pueblo se unió primero a la Corona de España, luego la incorporación fue total con el estado, y en siglos de convivencia se han creado intereses comunes, se han creado trabazones espirituales que establecen una fórmula de patriotismo común que sería insensato querer destruir; pero a la vez, esta personalidad que había tenido una vida propia, independiente, subsiste, y no ha desaparecido; han persistido la lengua, el derecho, el sentido jurídico y el espíritu público propio, y todo eso, que era un hecho biológico mientras no había un fenómeno de voluntad que le convirtiese en un hecho político. Esta voluntad, ¿qué dice, qué expresa, qué quiere? Quiere que para todo lo que sea vida propia interior de Cataluña, Cataluña tenga plenitud de soberanía para regirse, y que en todo lo que afecte a lo que mira más allá de sus fronteras, no haya más que una unidad que sea España.

Finalmente Romanones cerró las Cortes el 27 de febrero –precisamente el día en que iba a votarse la propuesta del plebiscito catalán— aprovechando el conflicto social que había estallado en Barcelona a raíz de la huelga de La Canadiense. Los promotores de la campaña autonomista con Cambó a la cabeza decidieron entonces no impulsar ningún movimiento de resistencia civil o de boicot municipal sino que dieron por finalizada la campaña autonomista catalana de 1918-1919. Como ha señalado Albert Balcells, «después fue muy fácil decir que la huelga de la Canadiense había impedido desencadenar el boicot municipal. Pero es evidente que no se podía preparar el Somatén como fuerza antisindicalista a las órdenes del capitán general [ante quien desfiló en Barcelona el 12 de enero] y, al mismo tiempo, programar un movimiento de desobediencia civil que tendría que haberse enfrentado al capitán general». Además no hay que olvidar que se acababa de constituir la españolista Unión Monárquica Nacional (UMN) que constituía una amenaza seria para la hasta entonces hegemónica Lliga Regionalista y para el movimiento autonomista, que hasta entonces había contando con casi todos los parlamentarios catalanes de los partidos dinásticos.

martes, 17 de abril de 2018

70 años del fin de la segunda guerra mundial, 2015.-a

Pièce 2 euros. 70e anniversaire de la fin de la Seconde Guerre mondiale.

Las monedas conmemorativas de 2 euros, son monedas monedas de 2 euros en las que los Estados emisores del Euro sustituyen la cara nacional por un motivo commemorativo, siendo acuñadas desde 2004. Al igual que las monedas de 2 euros nacionales, se trata de moneda de curso legal en todos los países de la eurozona. Las monedas suelen conmemorar aniversarios de eventos históricos o actuales de especial importancia. En 2007, 2009, 2012 y 2015, hubo monedas conmemorativas comunes de todos los estados de la Unión Europea, con ligeros cambios en la cara nacional para indicar el país emisor.

Desde 1945, Europa construye la paz y la seguridad


El centro de la moneda muestra una representación gráfica y moderna de una paloma. Lleva un ramo de olivo, que simboliza la paz, cuyas ramas han sido sustituidas por las 12 estrellas de la bandera europea. Asimismo, se hace referencia a los 28 países de la Unión Europea mediante el correspondiente código ISO. Las letras «RF» (República Francesa) están en la parte inferior de la moneda, las marcas de ceca, a la izquierda y el año de fabricación, «2015», a la derecha.

domingo, 15 de abril de 2018

Nacionalismo catalán II a

Valentín Almirall, considerado como el fundador del catalanismo político.

El nacimiento del catalanismo político (1875-1905)

Con la Restauración borbónica de 1875 y la limitación de las libertades que trajo consigo en los primeros años, el incipiente catalanismo tuvo que replegarse. Así por ejemplo la revista La Renaixensa a pesar de que se centró exclusivamente en los temas culturales, sufrió diversas suspensiones, aunque en 1881 se convertiría en diario bajo la dirección de Pere Aldavert y ocasionalmente de Ángel Guimerá. Otros grupos catalanistas adoptaron la apariencia de agrupaciones culturales como la Associació Catalanista d'Excursions Científiques fundada en 1876 y más conocida por su nombre abreviado de la Catalanista. Publicó revistas, anuarios y libros en catalán y organizó conferencias y seminarios, cuyos objetivos eran, como dijo un contemporáneo, «el esplendor y la gloria de Cataluña».
Tras el fracaso de la Primera República, un sector del republicanismo federal encabezado por Valentín Almirall, dio un giro catalanista y rompió con el grueso del Partido Federal, que dirigía Pi y Margall. En 1879 Almirall fundó el Diari Catalá, que aunque tuvo una breve vida —cerró en 1881— fue el primer diario escrito íntegramente en catalán. Al año siguiente convocaba el Primer Congreso Catalanista del que surgiría en 1882 el Centre Català, la primera entidad catalanista claramente reivindicativa, aunque no se planteó como partido político sino como una organización de difusión del catalanismo y de presión sobre el gobierno.
En 1885 se presentó al rey Alfonso XII un Memorial de greuges, en el que se denunciaban los tratados comerciales que se iban a firmar y las propuestas unificadoras del Código Civil, y en cuya redacción intervino Valentí Almirall. En la conclusión del documento se decía:

¿Cómo salir de tal estado? Solo hay un camino justo y conveniente a un tiempo. El que se desprende de todas las páginas de esta Memoria: abandonar la vía de la absorción y entrar de lleno en la de la verdadera libertad. Dejar de aspirar a la uniformidad para procurar la armonía de la igualdad con la variedad, o sea la perfecta Unión entre las varias regiones españolas [...]

Cuando existen en el país grupos o razas de distinto carácter, cuya variedad casualmente se demuestra en la existencia de legislaciones distintas y aún diversas, la unifiación, lejos de ser útil, es perjudicial a la misión civilizadora del Estado.
Al año siguiente se organizó una campaña contra el convenio comercial que se estaba negociando con Gran Bretaña —y que culminó en el mitin del teatro Novedades de Barcelona que reunió a más de cuatro mil asistentes— y en 1888 otra en defensa del derecho civil catalán, campaña que alcanzó su objetivo —«la primera victoria del catalanismo», la llamó un cronista—.
En 1886, Almirall publicó su obra fundamental Lo catalanisme, en el que defendía el «particularismo» catalán y la necesidad de reconocer «las personalidades de las diferentes regiones en que la historia, la geografía y el carácter de los habitantes han dividido la península». Este libro constituyó la primera formulación coherente y amplia del «regionalismo» catalán y tuvo un notable impacto —décadas después Almirall fue considerado como el fundador del catalanismo político—. Según Almirall, «el Estado lo integraban dos comunidades básicas: la catalana (positivista, analítica, igualitaria y democrática) y la castellana (idealista, abstracta, generalizadora y dominadora), por lo que «la única posibilidad de democratizar y modernizar España era ceder la división política del centro anquilosado a la periferia más desarrollada para vertebrar "una confederación o estado compuesto", o una estructura dual similar a la del Austria-Hungría»
​ Almirall ponía como modelo Suiza, con un poder federal débil y colegiado (y que había analizado en su Estudio político comparativo de la Confederación suiza y la Unión Americana). El mismo año de Lo catalanisme Almirall publicó un polémico ensayo en francés titulado Espagne telle qu'elle est, en el que volvía a defender la tesis de que los males de España procedían de la imposición por parte de le groupe castillan ou central-méridional de su sistema político autoritario, frente al sistema pactista del grupo catalano-aragonés.

Las propuestas de Almirall fueron airadamente contestadas por Gaspar Núñez de Arce, entonces presidente del Ateneo de Madrid y que había sido gobernador civil de Barcelona durante el Sexenio. Núñez de Arce afirmó que lo que pretendía Almirall era el «aniquilamiento de nuestra gloriosa España» susituida por «inverosímiles organismos soberanos... hasta con diferentes lenguas», añadiendo que los catalanes debían usar «en sus relaciones con los demás pueblos otro idioma más generalizado que el suyo, muy digno, sin duda,... pero que no tiene la fijeza indispensable, ni la extensión necesaria, ni la potencia bastante para pretender la universalidad de las lenguas dominadoras». Almirall le respondió que no pretendía romper España sino que lo que propugnaba era que se dejara de identificarla con Castilla y sobre la lengua dijo que utilizaba el castellano «con repugnancia, por la razón de que nos es impuesta». En la polémica intervino el catalanista conservador Juan Mañé Flaquer quien escribió en el Diario de Barcelona:

¿Nos consideran Vds. como hermanos? Trátennos Vds. como hermanos, bajo pie de igualdad, y no pretendan imponernos su derecho y su idioma, ya que nosotros no pretendemos imponerles los nuestros. ¿Nos consideran Vds. como país conquistado y con derecho a imponernos por el número, que es la fuerza, su voluntad? En este caso no exijan de nosotros correspondencia fraternal.

Por otro lado durante estos años comenzó la difusión de los símbolos del catalanismo, la mayoría de los cuales no tuvieron que ser inventados, sino que ya existían previamente a su nacionalización: la bandera —les quatre barres de sang, 1880—, el himno —Els Segadors, 1882—, el día de la patria —l'11 de setembre, 1886—, la danza nacional —la sardana, 1892—, los dos patronos de Cataluña —Sant Jordi, 1885, y la Virgen de Montserrat, 1881—. En esta época también se extendieron los castells hasta entonces sólo conocidos en el Camp de Tarragona, considerados junto con la sardana y el ball de bastons como la demostración de la «enérgica vitalidad y el carácter profundamente original de la raza catalana». Asimismo en estos años se adoptó la costumbre castellana de llamarse con los dos apellidos unidos por una "i".

La Lliga de Cataluña, la Unió Catalanista y las Bases de Manresa (1887-1892)

En 1887 el Centre Català vivió una aguda crisis producto de la ruptura entre las dos corrientes que lo integraban, una más izquierdista y federalista encabezada por Almirall, y otra más catalanista y conservadora aglutinada en torno al diario La Renaixensa.​ Esta última corriente había producido una obra importante publicada en 1878 con el título Los Fueros de Cataluña cuyos autores eran José Coroleu y José Pella Forgas. Tras una declaración en la que se dice que «de la espléndida variedad con que a la Providencia le plugo dotar a Cataluña ha brotado el genio característico de sus hijos» —«su fiera libertad, su sentido práctico»—, se explican las antiguas leyes que rigieron en el Principado de Cataluña organizadas en artículos, como si se tratara de una Constitución, acompañados de largas digresiones. En el artículo primero se dice: «La nación catalana es la reunión de los pueblos que hablan el idioma catalán. Su territorio comprende: Cataluña, con los condados de Rosellón y Cerdaña; el Reino de Valencia; el Reino de Mallorca». El carácter conservador de la obra se pone en evidencia, por ejemplo, en el artículo 51 que establece que «solo tienen derecho de nombrar y ser nombrados los ciudadanos cabezas de familia» para el brazo popular, ya que las Cortes tendrán carácter estamental, o en el artículo 39 que dice: «Siendo la religión de los catalanes la católica, apostólica y romana, no le es lícito a ningún laico discutir pública ni privadamente acerca de sus dogmas».
Además se reclama que el servicio militar se realice en Cataluña y que «solo los catalanes nacidos en el Principado y no los naturalizados por privilegio que se hallen en el pleno goce de la ciudadanía podrán obtener beneficios y oficios eclesiásticos en Cataluña y ejercer jurisdicción, oficio público, empleo o mando militar en Cataluña y reino de Mallorca». Tras negar la legitimidad a los procesos constituyentes españoles iniciados en las Cortes de Cádiz, Coroleu y Pella concluyen que España debe reparar «los derechos imprescriptibles de sus pueblos» oprimidos por «el despotismo de las dinastías estrangeras [sic]» y el «jacobinismo de infames políticos»

Los integrantes de la corriente conservadora abandonaron el Centre Catalá en noviembre de 1887 para fundar la Lliga de Catalunya, a la que se unió el Centre Escolar Catalanista, una asociación de estudiantes universitarios de la que formaban parte los futuros dirigentes del nacionalismo catalán: Enric Prat de la Riba, Francesc Cambó y Josep Puig i Cadafalch. A partir de ese momento la hegemonía catalanista pasó del Centre Català a la Lliga que en el transcurso de los Jocs Florals de 1888, y aprovechando la presencia en Cataluña de María Cristina de Habsburgo-Lorena para inaugurar la Exposición Universal de Barcelona de 1888, presentaron el Mensaje a la Reina Regente, en el que entre otras cosas le pedían «que vuelva a poseer la nación catalana sus Cortes generales libres e independientes», el servicio militar voluntario, «la lengua catalana oficial en Cataluña», enseñanza en catalán, tribunal supremo catalán y que el rey jurara «en Cataluña sus constituciones fundamentales».​ Un programa político que iba más allá del modelo austro-húngaro defendido en el Memorial de Greuges de tres años antes, ya que se demandaba la formación de una confederación sin más lazo entre sus miembros que el de la Corona.
Entre los propagandistas del catalanismo conservador y católico destacaron Francisco Masferrer —colaborador de La España Regional—, Juan Mañé Flaquer, y los sacerdotes Jaume Collell y José Torras y Bages. Este último, que llegó a ser obispo de Vich, escribió en 1892 La Tradició Catalana, la obra más importante de esta corriente, concebida como una respuesta a Lo Catalanisme de Almirall y en la que propuso tomar como ejemplo de convivencia la época medieval, otorgando así un protagonismo especial a la Iglesia Católica, pues «Cataluña es Cataluña tal como Dios la hizo, y no de otra manera».​ Torras y Bages ataca el «uniformismo nacido en Francia» y a la «superficial e insubstancial Enciclopedia», así como a la masonería, que «no és ni siquiera humana», al Estado liberal, hijo del «lujurioso concubinage del principio revolucionario con la desenfrenada ambición de apoderarse absolutamente del gobierno del país», al sistema parlamentario, «artificioso y de gran vanidad», y a las elecciones, que se basan «en la materialidad del número de votos». El regionalismo es lo contrario a este liberalismo impío y por eso la Iglesia, «que es eterna» como las naciones, está de su parte. Así el catalanismo tiene que ser cristiano porque si Jesucristo fue «el Orfeo de la nación catalana, pues Él mismo ha de ser el restaurador» y el catalán debe seguir usándose para predicar y orar, y sobre todo para enseñar el catecismo a los niños, porque hacerlo en castellano «es una costumbre destestable, perniciosísima y destructiva de la fe».​
Por su parte el canónigo de Vich Jaume Collell, el principal representante del llamado vigatanismo (el regionalismo catalán más conservador y católico), fue el autor del poema Sagramental que ganó los Jocs Florals de 1888 y que fue leído ante la reina-regente María Cristina de Habsburgo-Lorena, en el que después de proclamar que «pueblo que merece ser libre/si no se lo dan, lo toma», terminaba con un ambiguo «Viva libre Cataluña/dentro del reino español».

La hegemonía del sector conservador supuso también un cambio conceptual en el catalanismo pues se pasó del España es la nación, Cataluña es la patria a España es el Estado, Cataluña es la nación. Uno de los primeros en negar a España el carácter de nación y hablar de Estado español fue Lluís Duran i Ventosa, hijo de Manuel Durán y Bas, al igual que Sebastián Farnés que escribió «Espanya no és una nació en la verdadera accepció de la paraula, sinó un Estat format per diferents nacions» ('España no es una nación en la verdadera accepción de la palabra, sino un Estado formado por diferentes naciones'). Enric Prat de la Riba consideraba a España una mera «indicación geográfica».

En 1891 la Lliga de Catalunya propuso la formación de la Unió Catalanista que enseguida obtuvo el apoyo de entidades y periódicos catalanistas, y también de particulares —a diferencia de lo que había ocurrido cuatro antes con el fracasado Gran Consell Regional Català propuesto por Bernat Torroja, presidente de la Associació Catalanista de Reus, y que pretendía reunir a los presidentes de las entidades catalanistas y los directores de los periódicos afines—. La Unió celebró en marzo de 1892 su primera asamblea en Manresa, a la que asistieron 250 delegados en representación de unas 160 localidades, donde se aprobaron las Bases per a la Constitució Regional Catalana, más conocidas como las Bases de Manresa, que se suelen considerar como el «acta de nacimiento del catalanismo político», al menos el de raíz conservadora.45​ Según Jaume Claret y Manuel Santirso, las Bases se alejaban tanto del proyecto federalista como del posibilismo del Memorial de Greuges de 1885 para propugnar la vuelta a la Cataluña anterior a 1714, como se puede apreciar especialmente en la Base 2.ª que preserva la antigua legislación catalana; la Base 3.ª que establece que la llengua catalana serà la única que, ab [con] caràcter oficial, podrà usar-se a Catalunya i en les relacions d'aquesta regió ab [con] lo Poder central; la Base 4.ª que reserva a los naturales de Cataluña los cargos públicos; o la Base 7.ª que establece unas Cortes anuales elegidas por sufragio corporativo de todos los cabezas de familia agrupats en classes fundades en lo treball manual, en la capacitat o en les carreres professionals i en la propietat, indústria i comerç.

«Las Bases son un proyecto autonomista, en absoluto independentista, de talante tradicional y corporativista. Estructuradas en diecisiete artículos propugnan la posibilidad de modernizar el Derecho civil, la oficialidad exclusiva del catalán, la reserva para los naturales de los cargos públicos incluidos los militares, la comarca como entidad administrativa básica, la soberanía interior exclusiva, unas cortes de elección corporativa, un tribunal superior en última instancia, la ampliación de los poderes municipales, el servicio militar voluntario, un cuerpo de orden público y moneda propios y una enseñanza sensible a la especificidad catalana».
El mismo año de la aprobación de las Bases de Manresa el obispo José Torras y Bages publicaba La tradició catalana en la que afirmaba que la nación catalana había sido creada por Dios. «Cataluña la hizo Dios, no la han hecho los hombres; los hombres solo pueden deshacerla; si el espíritu de la patria vive, tendremos patria; si muere, morirá ella misma», escribió.

En 1894 Enric Prat de la Riba y Pere Muntanyola escribieron una catecismo catalanista titulado Compendi de la Doctrina Catalanista, en el que distinguían entre el Estado, una «entidad política, artificial, voluntaria», y la patria, Cataluña, una «comunidad histórica, natural, necesaria» que, a diferencia del Estado fruto de los hombres, era «fruto de las leyes a las que Dios ha sujetado la vida de las generaciones humanas».

El impulso del nacionalismo catalán tras el «desastre del 98»: la Lliga Regionalista

La mayoría de los catalanistas apoyaron la concesión de la autonomía a Cuba, pues la consideraron un precedente para conseguir la de Cataluña, pero la propuesta de Francesc Cambó de que la Unió Catalanista hiciera una declaración a favor de la autonomía cubana con posibilidad de llegar a la independencia encontró escaso respaldo.
La iniciativa de la Unió Catalanista que tuvo mayor repercusión fue el Missatge a S.M. Jordi I, rei dels Hel·lens ('Mensaje a S.M. Jorge I, rey de los Helenos') en el que se congratulaba por la anexión de la isla de Creta al Reino de Grecia. La entrega del Missatge, redactado por Prat de la Riba, al cónsul griego en Barcelona se convirtió en un acto de exaltación catalanista que acarreó sanciones administrativas. Pocos meses después se publicaba en Francia un manifiesto catalanista anónimo —escrito también por Prat de la Riba— dirigido a la prensa europea y titulado La Question Catalane.
Tras la derrota española en la guerra hispano-estadounidense de 1898 el regionalismo catalán experimentó un fuerte impulso, fruto del cual nació en 1901 la Lliga Regionalista. Esta surgió de la fusión de la Unió Regionalista fundada en 1898 y del Centre Nacional Català, que aglutinaba a un grupo escindido de la Unió Catalanista encabezado por Enric Prat de la Riba y por Francesc Cambó. La razón de la ruptura fue que estos últimos, en contra de la opinión mayoritaria de la Unió, habían defendido la colaboración con el gobierno conservador regeneracionista de Francisco Silvela —uno de ellos Manuel Durán y Bas, formó parte de él; y personalidades cercanas al catalanismo ocuparon las alcaldías de Barcelona (Bartolomé Robert), Tarragona (Francesc Ixart) y Reus (Pau Font de Rubinat), así como los obispados de Barcelona (José Morgades) y Vich (José Torras y Bages)—, aunque finalmente rompieron con el Partido Conservador al no ser aceptadas sus reivindicaciones —concierto económico, provincia única, reducción de la presión fiscal—. La respuesta fue el tancament de caixes y la salida del gobierno de Durán y Bas y la dimisión del doctor Bartolomé Robert como alcalde Barcelona.
El fracaso del acercamiento a los conservadores españoles no hizo desaparecer a la nueva Lliga Regionalista sino todo lo contrario ya que encontró un apoyo cada vez mayor entre muchos sectores de la burguesía catalana desilusionados con los partidos del turno. Esto se tradujo en su triunfo en las municipales de 1901 en Barcelona, lo que significó el fin del caciquismo y del fraude electoral en la ciudad, y la obtención de 6 diputados en las elecciones generales gracias a la llamada candidatura de los cuatro presidentes, que salieron elegidos (Alberto Rusiñol, expresidente de la patronal Fomento del Trabajo Nacional; Bartolomé Robert, presidente de la Sociedad Económica de Amigos del País; Lluís Domènech i Montaner, expresidente del Ateneo Barcelonés; y Sebastián Torres, presidente de la Liga de Defensa Industrial y Comercial).55​ En los años siguientes la Lliga extendió su influencia aunque lentamente fuera de Barcelona. Como consecuencia del «accidentalismo» de la Lliga sobre la forma de gobierno, algunos de sus miembros encabezados por Jaime Carner Romeu y por Lluís Domènech i Montaner la abandonaron en 1904 para fundar dos años después el Centre Nacionalista Republicà cuyo órgano de prensa era El Poble Català.
Al mismo tiempo que la Lliga nació en Barcelona el lerrouxismo, una forma de populismo españolista que pronto se convirtió en la bestia negra del catalanismo. El nombre procedía del republicano no federal Alejandro Lerroux que acababa de llegar a Barcelona, tras haberse distinguido por su campaña de denuncia del los Procesos de Montjuic en el diario madrileño El País. En las elecciones generales de 1901 consiguió un escaño de diputado por Barcelona que revalidó en las de 1903, gracias al voto de los distritos más populares de la ciudad que se convirtieron en su feudo.
En abril de 1903 se fundó el Centre Autonomista de Dependents del Comerç i de la Indústria (CADCI) una entidad catalanista que además pretendía promover la formación y el ocio de sus miembros —por ejemplo, organizando actividades deportivas y excursiones— y el reformismo social, para lo que se crearon secciones de socorros mutuos, de cooperativismo y de acción sindical.

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