La historia del catalanismo político o del nacionalismo catalán comienza en los primeros años de la Restauración borbónica en España tras el fracaso de la experiencia federal de la Primera República, aunque los orígenes del catalanismo político se remontan a la primera mitad del siglo XIX con el crecimiento de la oposición al modelo centralista del Estado liberal y con el desarrollo del movimiento de la Renaixença.
Los orígenes del catalanismo político (1808-1875)
La doble identidad catalana y española y la oposición al
modelo centralista y uniformista del Estado Liberal.
En Cataluña comienza a fraguarse un «sentimiento de identidad española» durante la guerra antinapoleónica, cuando los catalanes «por primera vez compartieron con los otros españoles un enemigo común». Sin embargo, se mantuvo la «férrea oposición a cualquier tentativa de identificación con Castilla en lengua y leyes», ya que a lo largo del siglo XVIII se había mantenido la reivindicación de las instituciones y leyes propias del Principado de Cataluña abolidas por el decreto de Nueva Planta de Cataluña de 1714, así como el uso de la lengua propia, incluso en ciertos niveles administrativos y académicos, como lo prueba la reiteración de decretos exigiendo el uso exclusivo del castellano.
En el opúsculo propagandístico Centinela contra franceses publicado poco después de la batalla de Bailén de julio de 1808, el barcelonés Antonio de Capmany, que luego sería diputado en las Cortes de Cádiz, alababa la existencia en España de una diversidad de la que adolecía Francia, donde «no hay provincias ni naciones», y que había servido para resistir al invasor napoleónico:
¿Qué sería ya de los Españoles si no hubiese habido Aragoneses, Valencianos, Murcianos, Andaluces, Asturianos, Gallegos, Extremeños, Catalanes, Castellanos, etc.? Cada uno de esos nombres inflama y envanece, y de esas pequeñas naciones se compone la masa de la gran Nación, que no conocía nuestro conquistador.
Sin embargo, Campany consideraba el catalán un «idioma antiguo provincial muerto para la república de las letras». Un punto de vista que era compartido por el liberal mataronense Antonio Puigblanch quien en su obra La Inquisición sin máscara (1811) defendió que Cataluña «abandone el idioma provincial», el catalán, para adoptar la «lengua nacional», el español, para «estrecharse más y más bajo las nuevas instituciones con el resto de la nación, e igualarla en cultura». De lo contrario, «el que no posea como nativa la lengua nacional» «será siempre extranjero en su patria» y «quedará privado de una gran parte de la ilustración que proporciona la recíproca comunicación de las luces».
Durante el complejo proceso de construcción del Estado liberal en España sus partidarios en Cataluña se preocuparon en destacar la continuidad de las antiguas libertades catalanas con el nuevo régimen constitucional, para de esa forma «favorecer la plena integración de Cataluña a la España liberal», pero también para «consolidar el sentimiento de catalanidad».
A raíz de la convocatoria de las Cortes de Cádiz, la Junta Superior del Principado de Cataluña formada en 1808 tras el rechazo a las abdicaciones de Bayona, redactó una «Exposición de las principales ideas que... cree conveniente manifestar a los señores Diputados de la Provincia que en representación de la misma pasan al Congreso de las próximas Cortes» en la que se decía:
Que aunque desde luego deben reconocerse las ventajas políticas que resultarían de uniformar la Legislación y los derechos de todas las Provincias de la Monarquía para que no quede esta después de la actual crisis hecha un cuerpo compuesto de partes eterogéneas; con todo quando no pensase así la pluralidad, o quando insuperables obstáculos se opusiesen a la realización de esta medida saludable, en tal caso debe Cataluña no solo conservar sus fueros y privilegios, sino recobrar los privilegios de que disfrutó Cataluña en el tiempo que ocupó el trono español la augusta Casa de Austria.
En 1820, al principio del Trienio Liberal, la Diputación Provincial de Cataluña se declaraba sucesora del «espíritu que animaba a nuestros mayores» para «mantener su libertad civil», pues «la historia nos recuerda… su sabio gobierno, su representación por medio de sus Diputados, su adhesión a las leyes establecidas por sí mismos». También se establecieron paralelismos entre la Constitución de 1812 y la antigua legislación catalana pues ambas, como dijo el diputado Vila en noviembre de 1836, habían sido arrebatadas por una «fuerza extranjera», en las dos ocasiones francesa, la primera en 1714 y la segunda en 1823.
Víctor Balaguer, uno de los escritores principales de la Renaixença, impulsor del periódico La Corona de Aragón. |
La consecuencia de todo ello fue la formación de una doble identidad catalana y española, un doble patriotismo que se podría resumir en la frase «España es la nación, Cataluña es la patria». Esta dualidad de sentimientos se manifestaba por ejemplo en la primera revista escrita en catalán, Lo verdader catalá (1843), que preconizaba el mantenimiento de la personalidad catalana junto con la unidad material y espiritual de España. Y al mismo tiempo se criticaba el modelo centralista de Estado que estaba construyendo el Partido Moderado, en el poder durante la mayor parte del reinado de Isabel II.7 El liberal progresista Tomás Bertran i Soler llegó a proponer que el gobierno de Isabel II otorgara «al pueblo catalán su antigua constitución», «conforme hizo con los vascos».
En 1851 J.B. Guardiola defendió la descentralización como mejor garantía de la unidad de España, pues ésta constituía no «una sola nación, sino un conjunto de naciones». Tres años después tras el triunfo de la Vicalvarada, nacía el periódico impulsado por Víctor Balaguer La Corona de Aragón en el que se reivindicaba también la descentralización y cuyo título, según un editorial, era «el guante que arrojamos a los déspotas y a los tiranos que, ya sea desde un trono ya desde una silla ministerial, pretenden esclavizarnos». Para el periódico, que llegó a ser acusado de ser una «bandera de independencia», se defendía que «España es un conjunto de varios reinos» por la raza, la lengua y la historia. En 1855 J. Illas Vidal se lamentaba en su opúsculo Cataluña en España de «que las que fueron dos nacionalidades distintas, no hayan sido unidas por el tiempo y la justicia», una queja que compartía J. Mañé y Flaquer, «el más influyente ideólogo de la burguesía catalana conservadora», cuando destacaba la ausencia de «aquella comunidad de sentimientos y aspiraciones que debieran alentar pueblos hermanos», y que atribuía al uniformismo castellanizador de los Gobiernos isabelinos.
En 1860 varios diputados catalanes de la Unión Liberal encabezados por Manuel Duran y Bas presentaron en las Cortes una propuesta de descentralización de España, atendiendo a la «aspiración universal y legítima del país», pero no fue apoyada por el gobierno de Leopoldo O'Donnell y fue rechazada. Ese mismo año se publicaba el libro de Juan Cortada Cataluña y los catalanes, en el que se diferenciaba a los catalanes de «los demás españoles», pero a los que consideraba «como hermanos» por lo que proponía la construcción de una España sólida y cohesionada. También se constataba la existencia de un sector de catalanes que «con exagerado celo patriótico pretenden renovar épocas y administraciones antiguas en consonancia con el espíritu altamente libre de los habitantes del principado». También en 1860 Antonio de Bofarull escribía:
España, como he defendido en otras ocasiones, no es una nación, y sí un conjunto de nacionalidades, cada una de las cuales tiene su historia y gloria particular, que las demás no conocen, originándose de esta ignorancia que solo prepondere y se tenga por buena y capaz la que ha tenido medios para absorber toda la importancia.
La Renaixença y el «catalanismo popular»
La Renaixença fue un movimiento cultural que pretendía dignificar la lengua catalana, restituyéndole su espacio culto, ya que en la literatura popular no había desaparecido. Su inicio se ha situado tradicionalmente en agosto de 1833 cuando se produjo la publicación de la Oda a la Patria de Buenaventura Carlos Aribau en el diario El Vapor, a la que siguieron los 27 poemas en catalán de Joaquín Rubió y Ors que publicó en el Diario de Barcelona a partir de 1839 y que fueron reunidos en el libro titulado Lo Gayter del Llobregat, el seudónimo del autor, quien en la introducción exponía su programa literario, basado en el amor a «las cosas de sa patria» y en la reivindicación del idioma que «desgraciadament se pert dia a dia» y del que algunos se avergüenzan de que se les «sorprengue parlant en catalá». Rubió i Ors también decía (en catalán):
Cataluña puede aspirar todavía a la independencia; no a la política, pues pesa muy poco en comparación con el resto de las naciones, que pueden poner en el plato de la balanza, además del volumen de su historia, ejércitos de muchos miles de hombres y escuadras de cientos de navíos; pero sí a la literaria, hasta la que no se extiende la política del equilibrio.
El interés del movimiento se centró en la literatura, y dentro de ella en la poesía, por lo que se considera como uno de sus hitos la celebración de los primeros Jocs Florals en 1859 organizados por el Ayuntamiento de Barcelona —aunque tuvo un antecedente en 1841 con el certamen poético convocado por la Academia de Buenas Letras, en el que resultaron premiados un poema de Rubió y Ors sobre los almogávares y una memoria histórica de Braulio Foz sobre el compromiso de Caspe—. Los Jocs con sus tres premios ordinarios —a la fe, la patria y el amor— fomentaron los poemas de exaltación historicista y los tres discursos rituales —del presidente, el secretario y uno de los mantenedores— se convirtieron en «una cátedra de regionalismo», según se dijo tiempo después, que atraían a un público numeroso y variado. Así, «los Jocs avivaron el sentimiento de catalanidad, mientras proclamaban la españolidad de Cataluña».
Sin embargo, como denunció a principios del siglo XX el líder nacionalista catalán Enric Prat de la Riba, los que impulsaban los Jocs Florals, «lloraban los males de la lengua catalana y en su casa hablaban en castellano; enviaban a los Juegos Florales hermosas composiciones llorando trágicamente los males de Cataluña, y fuera del redil de los Juegos ya no se acordaban de Cataluña y se asociaban con sus enemigos». Proponían la huida hacia un pasado idealizado en un momento de grandes cambios economícos y sociales, ya que, a excepción del liberal progresista Víctor Balaguer —aunque su primera poesía en catalán la dedicó A la Verge de Montserrat—, la mayor parte de los integrantes de la primera Renaixença fueron afines al moderantismo. Rubió y Ors, por ejemplo, fue mucho más conocido en España por obras integristas como El libro de las niñas (1845) o Manual de elocuencia sagrada (1852) y en el discurso que pronunció ante la reina Isabel II con motivo de la apertura del curso 1861-1862 de la Universidad de Barcelona, defendió que «las universidades, manteniéndose católicas, sean en España las encargadas de impedir que el error se derrame por nuestro suelo». También fue muy conservador y clerical, Antonio de Bofarull, autor del primer folletín en catalán L'orfeneta de Menargues o Catalunya agonisant (1862).
Al mismo tiempo que se desarrollaba la Renaixença, y en conexión con ella, se produjo el resurgimiento de la historiografía catalana, que arranca en 1836 con la publicación de las Memorias para ayudar a formar un diccionario crítico de escritores catalanes, de Félix Torres Amat —«la primera historia indirecta de la literatura catalana»— y Los condes de Barcelona vindicados, de Próspero de Bofarull y Mascaró —«una historia a la vez crítica y laudatoria de los primeros condes-reyes»—, a las que siguieron tres años después Recuerdos y bellezas de España de Pablo Piferrer, que en palabras de su autor relata con pasión «las felices épocas de los Raimundos y los Jaimes» y elogia a todos los que fueron «el sostén de las libertades de su patria, que nunca consintieron que fuesen holladas por mano de Rey», por lo que esta obra es considerada como la primera «en dibujar las grandes líneas de la historia nacional de Cataluña», en palabras de Josep Fontana, quien además señala que en ella se esboza «el cuadro esencial de los hechos que hoy conmemoramos como los hitos de la nacionalidad, incluyendo el 11 de septiembre».
Entre los continuadores de estas obras pioneras destacaron Víctor Balaguer, con Bellezas de la historia de Cataluña (1853) e Historia de Cataluña y de la corona de Aragón (1860) —cuyo propósito según el autor era reivindicar para España «un único, sí, unido, pero confederado», y Antonio Bofarull, quien además de editar las grandes crónicas medievales catalanas inició en 1876 la Historia crítica (civil y eclesiástica) de Cataluña. El historiador Jaume Vicens Vives señaló en el siglo siguiente que la obra de Balaguer proporcionaba argumentos a los poetas patrióticos y la de Bofarull a los juristas y a los políticos.
En 1863 el Ayuntamiento de Barcelona encargó a Víctor Balaguer que propusiera los nombres de las calles del nuevo Ensanche de la ciudad. Este hizo un compendio del imaginario catalanista y español, recurriendo a las antiguas instituciones y dominios para las vías norte-sur (Gran Vía de las Cortes Catalanas, Diputación del General, Consejo de Ciento, etc.) y a las batallas, literatos y héroes para las de este-oeste (Balmes, Aribau, Muntaner, Roger de Lauria, Pau Claris, Rafael Casanova, Berenguer de Entenza, Antonio de Villarroel, etc.).
Víctor Balaguer pronunció el discurso inaugural de los Jocs Florals de mayo de 1868, celebrados unos meses antes de la Revolución Gloriosa que pondría fin al reinado de Isabel II y en la que Balaguer participó activamente —fue elegido diputado en las Cortes Constituyentes de 1869—. En él dijo que «España es una gran nación compuesta de varias nacionalidades», «que la lengua castellana es solo la de nuestros labios, mientras que la catalana es la de nuestro corazón» y que su cultivo literario «es una obra regeneradora, y todo ha de ser para mayor esplendor y gloria de España, que así como es más rica una familia que tiene dos patrimonios, así ha de ser más rica una nación que tiene dos literaturas».
La corriente democrático-republicana que se desarrolló en Cataluña a la izquierda del progresismo utilizó el catalán para su difusión porque esa era la lengua de los sectores populares que le daban apoyo. Pero el idioma que utilizaba estaba muy alejado del catalán culto y arcaizante de los Juegos Florales, defendiendo en su lugar el català que ara es parla ('el catalán que ahora se habla'). Entre los críticos del catalán consagrado por los Jocs Florals destacó Frederic Soler (Serafí Pitarra), cuya primera obra teatral Don Jaume el Conqueridor (1856) fue una sátira de trazo muy grueso de la venerada figura del rey Jaime I de Aragón y que por ello sólo se representó en privado. Le siguieron otras que sí se escenificaron en teatros como La Esquella de la Torratxa (1860), que daría nombre a un semanario satírico posterior, y Lo castell dels Tres Dragons.
El Sexenio Democrático: el fracaso del federalismo
La revista La Renaixensa fundada en 1871 se convirtió en diario en 1881. En la cabecera aparecía el escudo de Cataluña con el ave Fénix.
En Cataluña tras el triunfo de la Revolución Gloriosa de 1868 se quemaron símbolos y retratos borbónicos, se ensalzó a los héroes de 1714 y se llegó a pedir la restitución de las leyes e instituciones propias abolidas por el decreto de Nueva Planta de Cataluña, pues, como dijo la revista literaria Lo Gay Saber había llegado «la hora de regenerar a Cataluña» porque «en nombre de la libertad no se puede consentir que se continúe privándonos de la libertades rasgadas por las bayonetas del verdugo de Cataluña», en referencia a Felipe V. Asimismo se denunció la castellanización que se traducía en «tantos y tantos bastonazos, con los que moralmente y a todas horas se intenta herir nuestra dignidad de catalanes-españoles».
Aunque hubo monárquicos que, como Víctor Balaguer, defendieron la «federación monárquica», fueron los republicanos los que apoyaron la solución federal. Así los representantes del Partido Republicano Democrático Federal de Cataluña, Valencia, Aragón y Baleares firmaron el 18 de mayo de 1869 el Pacto Federal de Tortosa, en cuyo artículo 1º se decía:
Los ciudadanos aquí reunidos convienen que las tres antiguas provincias de Aragón, Cataluña y Valencia, incluidas las Islas Baleares, estén unidas y aliadas para todo lo que se refiere a la conducta del partido republicano y a la causa de la Revolución, sin que de ninguna manera se deduzca de ello que pretenden separarse del resto de España.
Ese mismo año Francesc Romaní Puigdendolas publicó El federalismo en España en el que defendía el «sistema federalista» que era el propio de la tradición española —España era «un haz de nacionalidades… aunado, pero no confundido»— y que «ha de ser el encargado de hacer revivir en la forma moderna las antiguas libertades». Más innovador era Josep Narcís Roca Farreras que planteaba acabar con la «unidad absorbente, centralizadora y uniformativa» como el único camino para modernizar España. Para Roca Farreras había dos clases de nacionalismos, uno «agresivo, belicoso, orgulloso, dominador, altanero, tiránico, instrumentos de los déspotas» como el de Castilla-España, y otro «defensivo, amigable, fraternal, pacífico, emancipador, humanitario, social» como el catalán.
En 1870 surgió la que puede ser considera como la primera asociación patriótica catalanista con el nombre de La Jove Catalunya, «un nombre mazziniano para un círculo literario que en realidad postulaba principios opuestos a los del italiano». Integraban el grupo Pere Aldavert, Ángel Guimerá, Francesch Matheu, Josep Roca, José Pella y Forgas, Lluís Domènech i Montaner, Francesch Pelay y Antoni Auléstia. El grupo impulsó el semanario La Gramalla, dirigido por Matheu, que a partir de febrero de 1871 fue sustituido por el quincenal La Renaixensa. Periódich de literatura, ciencias y arts.
En sus dos primeros años acogió también artículos ideológicos y políticos de Roca Farreras y otros, pero a partir de 1873, bajo la dirección de Guimerá, se decantó por la crítica literaria, la investigación histórica y los debates culturales y lingüísticos. La Jove Catalunya fue la primera entidad que aunó literatura y reivindicación política marcadamente anticastellanista —sus miembros encabezaban sus misivas con la expresión Salut i Catalunya Independenta—.
A la reivindicación anticentralista se sumaron por primera vez los carlistas catalanes que adoptaron la defensa de los fueros como ya habían hecho los carlistas vascos. Así en el panfleto de 1872 Los catalans y sos furs, realizaron una dura diatriba anticastellana y reclamaron los Fueros abolidos en 1714, aunque su propuesta, como destacó Roca Ferreras, estaba muy lejos del federalismo. El pretendiente carlista Carlos VII en su proclama del 16 de julio de 1872 dijo:
Hace siglo y medio que mi ilustre abuelo Felipe V creyó deber borrar vuestros fueros del libro de las franquicias de la patria. Lo que él os quitó como rey, yo como rey os lo devuelvo. [...] Os llamaré, y de común acuerdo podremos adaptarlos a las exigencias de los tiempos.
El 11 de febrero de 1873 tras haber renunciado al trono Amadeo I de Saboya las Cortes proclamaron la Primera República Española. El 16 de febrero el periódico republicano de Barcelona La Campana de Gracia publicó el siguiente artículo en catalán:
Ja la tenim! Ja la tenim, ciutadans! Lo trono s'ha ensorrat per a sempre en Espanya. Ja no hi haurà altre rey que'l poble, ni mes forma de gobern que la justa, la santa y noble República federal. […]
Republicans espanyols! En aquestos moments solemnes dels quals depen la vida de les nacions, es quan se coneixen als homes y es quan se coneixen als pobles.
Donem lo nostre apoyo moral als homes a qui hém donat nostres aplausos, a qui hém fet objecte de nostre entusiasme. Posémnos a las sevas ordres, baix la bandera de nostres principis inmaculats é íntegros, y avassallem quants obstacles se presentin, per erigir definitivament en Espanya lo temple del dret, de la justicia, de la moralitat y de l'honra, que es lo de la República democrática federal!
¡Ya la tenemos! ¡Ya la tenemos, ciudadanos! El trono ha caído para siempre en España. Ya no habrá otro rey que el pueblo, ni más forma de gobierno que la justa, santa y noble República federal.[…]
¡Republicanos españoles! En estos momentos solemnes de los que depende la vida de las naciones, es cuando se conocen a los hombres y es cuando se conocen a los pueblos.
Damos nuestro apoyo moral a los hombres a los que hemos dado nuestros aplausos, a quienes hemos hecho objeto de nuestro entusiasmo. ¡Pongámonos a sus órdenes, bajo la bandera de nuestros principios inmaculados e íntegros, y derribemos cuantos obstáculos se presenten, para erigir definitivamente en España el templo del derecho, de la justicia, de la moralidad y de la honra, que es el de la República democrática federal!
El 9 de marzo de 1873 diversos sectores federalistas catalanes con el apoyo obrero intentaron proclamar el Estado Catalán lo que obligó al recién nombrado presidente del poder ejecutivo de la República, el catalán Estanislao Figueras, a trasladarse a Barcelona para convencer a sus correligionarios de que debían esperar al acuerdo de las Cortes. El objetivo que perseguía el intento de proclamación fue el de presionar para que la recién nacida República española fuese federal. Con la misma intención apareció en Madrid por iniciativa de Valentín Almirall el primer número de la segunda época del periódico El Estado Catalán que se publicó hasta junio.
En julio estalló la revolución cantonal que en Cataluña no tuvo un gran seguimiento debido probablemente al peligro que suponían los carlistas que ocupaban parte del interior del antiguo Principado. La revuelta cantonal condujo al fracaso de la Primera República con lo que las aspiraciones a construir una España federal se vinieron abajo, dando paso a la Restauración de la monarquía borbónica.
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