En resto de los estados unidos el español es un idioma de los sirvientes, mientras que en la ciudad Miami es la lengua de poder, la de los amos.
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Más de 37 millones de latinos en Estados Unidos hablan español en sus casas y en Miami esa tendencia se refleja en más del 90 por ciento de la población latina. Credit Scott McIntyre para The New York Times
“En Nueva York el español es un idioma de cocina, mientras que en Miami es una lengua de poder”, me dice Pedro Medina mientras recorremos en su coche el Biscayne Boulevard. Tras leer Varsovia, una novela sucia, poblada por putas y policías de Miami Beach, me esperaba a un tipo rudo y tatuado a lomos de una Harley Davidson: en su lugar ha aparecido un peruano de 41 años que ha pasado aquí la mayor parte de su vida adulta, gafas de sol, polo negro, a bordo de un Volkswagen Jetta gris. En esta ciudad sin peatones, es lógico que la entrevista sea a 50 kilómetros por hora.
“Miami es una vaina que cambia todo el tiempo”, afirma. Por eso no es raro lo que ocurrió con Miami Vice en los años ochenta. La serie de Michael Mann se inventó con su vestuario, sus efectos visuales y su banda sonora new wave y techno una metrópolis que no existía “pero con el tiempo la realidad se acabó pareciendo a la de la serie”.
El jefe de Sonny Crockett y Rico Tubbs era el teniente Martín Castillo, de origen cubano. Dos décadas después llegó Dexter y la jefa de la comisaría cambió de género pero no de origen: Maria LaGuerta también venía de la isla. Aunque el actual alcalde de Miami, Francis X. Suárez, sea hijo del exalcalde Xavier Suárez, nacido en Cuba, el mapa del poder está cambiando, como lo está haciendo el del periodismo y la literatura.
Cuando Medina llegó desde Lima a principios de siglo la ciudad era sobre todo anglosajona y cubana:
“Yo siempre destaco una novela de aquella época, Nieve sobre Miami, de Juan Carlos Castillón, porque el noir estaba en manos de los escritores anglos, y con ese libro un escritor de Barcelona, pero con muchos años en América, empieza a narrar Miami en nuestro idioma”.
Eso es lo que se han propuesto durante los últimos diez años los autores del grupo Suburbano: impulsar la crónica, la ficción y la crítica escritas en español, a través de su portal de periodismo digital y de la publicación de libros. Libros como Viaje One way. Antología de narradores de Miami, que editaron Medina y Hernán Vera (el otro impulsor, de origen porteño, del proyecto) y se ha convertido en un libro de referencia para entender la transformación literaria de esta ciudad que se hunde lentamente.
“Lo que diferencia nuestra literatura de la cubana”, opina Vera, “es que para ellos el pop y la tecnología nunca fueron importantes, y en cambio para nosotros fueron fundamentales”. Alrededor de su taller literario, que cuenta con la complicidad de más de veinte escritores que se reúnen regularmente, se ha articulado una escena literaria latinoamericana con autores como la peruana Rossana Montoya Calvo, los argentinos Gabriel Goldberg y Gastón Virkel o el venezolano Camilo Pino. Aunque la joven Legna Rodríguez Iglesias o los veteranos José Abreu Felippe y Antonio Orlando Rodríguez sigan asegurando el acento cubano, ya no es el predominante en los libros escritos en Miami, donde viven también Jaime Bayly, Maye Primera, Andrés Oppenheimer o César Miguel Rondón.
Estas autopistas urbanas, estos barrios que parecen islas, estos contrastes entre la opulencia extrema y la miseria enajenante, este bochorno con fuerte olor a trópico, este hundimiento y cada uno de los huracanes están siendo narrados en todos los acentos de nuestros idioma.
“Yo hablo perfecto inglés”, le dice en perfecto español una muchacha mulata a un señor con guayabera. No está hablando en inglés ni una sola de las cuarenta y tres personas que hay en este momento en la bakery del Versailles, el restaurante cubano más famoso del mundo según reza el rótulo —y tal vez sea cierto—. Piden o degustan croquetas, empanadas gallegas, tortillas de pimiento, sándwich cubano, cheesecake, pastel tres leches o tartaleta de manzana o de nueces, que acompañan con un jugo natural o un cortadito con evaporada.
Desde su apertura en 1971 el Versailles ha sido un importante lugar de reunión del exilio cubano. Aquí se celebró con música, ron y tanta euforia la muerte de Fidel Castro el 25 de noviembre de 2016. El suelo es una colmena verdiblanca de hexágonos muy desgastados. Los cubanos ricos ya no viven aquí, pero sí vienen a reunirse con amigos o a comprarles la merienda a sus hijos. En Little Havana conversaron en voz baja durante décadas los agentes de la CIA y los líderes del exilio para conspirar y para tramar atentados. Es muy probable que varios de esos encuentros ocurrieran en estas mismas mesas.
“Ahora, en este preciso momento, esas reuniones están ocurriendo en el Doral, una zona de Miami que se conoce como Doralzuela, para acabar con Maduro”, me dice Medina quitándose las gafas de sol en una mesa de la cafetería.
Y sentencia:
“Dentro de diez o quince años estudiaremos el Miami venezolano como ahora estudiamos el cubano”.
Nos despedimos después de pasear por las cigarrerías, los locales de salsa y mojitos y el Parque del Dominó, donde los viejos cubanos juegan como si fueran atracciones del parque temático del exilio. “Ahora me quitaré mi ropa de escritor y me pondré el traje de la oficina”, me confiesa Medina mientras nos damos la mano. Luego agrega: “Trabajo en un banco venezolano”.
Viaje al exilio venezolano
Entre Little Havana y Miamizuela (es decir, el Doral) hay cuarenta minutos en uber y casi medio siglo de historia latinoamericana. De 1953 a 1999, de la Revolución de los Barbudos al inicio de la presidencia del comandante Hugo Chávez.
“Mi papá es hijo de cubanos y nacido en Cuba, llegó a los tres años a Venezuela, sabía muy bien qué era un régimen comunista, de modo que el primer año del gobierno de Chávez dijo que no se quedaba allá y se vino para los Estados Unidos”, me cuenta Verónica Ruiz del Vizo —32 años, chispa en la mirada, 115.000 seguidores en Instagram—, “forma parte del primer grupo de inmigrantes venezolanos, que llegó a principios de este siglo, con mucho dinero, compró casas en dos zonas, Weston y en el Doral, hizo inversiones, creó empresas, pero no fue una emigración públicamente notoria”.
La que se hace notar es la que comienza en 2014. Las protestas y la represión y las sucesivas crisis vuelven irrespirable el aire en Venezuela: empiezan a llegar miles de estudiantes, profesionales, periodistas, intelectuales, en una sucesión de olas que llega hasta nuestros días. La mayoría de ellos se instala en el Doral. Y empieza a organizarse como una auténtica diáspora.
A través de Facebook, Instagram, Whatsapp o Twitter, los inmigrantes del mundo cultural se han podido vincular y organizar a una velocidad sin precedentes.
Ruiz del Vizo es la directora de Mashup, la agencia de gestión de contenidos digitales que fundó hace casi una década cuando todavía estaba en la universidad, y se ha convertido en una de las voces destacadas de ese segundo gran exilio masivo de habitantes de un país latinoamericano en Miami. Entre las iniciativas en que se ha involucrado destaca Dar Learning, un programa educativo en el que varios grandes profesionales venezolanos —con más de diez años de experiencia en un área— dan cursos gratuitos en línea para ayudar a personas en su proceso migratorio.
“Lo que diferencia nuestra diáspora de la cubana”, según la ejecutiva e influidora, “es que muchos de los primeros venezolanos que llegaron aquí tenían experiencia en el mundo corporativo y encontraron puestos de nivel ejecutivo, cuando no abrieron sucursales de sus propias empresas, y todos los jóvenes que llegamos después teníamos una gran experiencia en el uso de lenguajes contemporáneos, como los de las redes sociales”.
Twitter, por ejemplo, se convirtió hace años en la herramienta que utilizan miles de ciudadanos de Caracas y otras ciudades del país para conseguir penicilina o sangre.
A través de Facebook, Instagram, Whatsapp o Twitter, los inmigrantes del mundo cultural se han podido vincular y organizar a una velocidad sin precedentes. El Paseo de las Artes, que cerró en Doral, por ejemplo, ha reabierto en Wynwood, con una gran oferta teatral y de humor. Las salas se llenan cada fin de semana. En la subcultura del exilio George Harris se ha convertido en una estrella de la comedia en vivo (stand up comedy), con sus chistes sobre Nicolás Maduro y Diosdado Cabello y hasta su propia madre.
“Eso ha supuesto una alianza inesperada entre inmigrantes venezolanos y colombianos, en teatros, en galerías de arte, en artesanía”, comenta Ruiz del Vizo. Incluso la arepa se ha vuelto un lugar de encuentro, con nuevos restaurantes que tienen en su carta arepas reinventadas en clave de cocina creativa, por parte de cocineros de los dos países. La discusión de siglos sobre quién inventó la arepa ha encontrado una tregua en Miami: a ver si se animan los inmigrantes chilenos y peruanos y llegan a un acuerdo sobre la propiedad intelectual del pisco sour.
“¿Por qué no abre una sucursal de Altamira en el Doral?”, le pregunto a Carlos Souki, dueño de la única librería que vende exclusivamente libros en español en Miami, situada en Coral Gables.
“Porque no nos interesa centrarnos en los lectores venezolanos, aunque nosotros lo seamos, y aquí, entre Books and Books y Barnes and Noble, es donde vienen los lectores en nuestro idioma de toda la ciudad, por eso nos interesaba estar aquí”.
En Caracas tenía tiendas de discos, porque en los años ochenta descubrió que había un público muy interesado en música en inglés que no podía conseguir lo que deseaba:
“Y aquí descubrimos que también había un público insatisfecho, pero a la inversa, de literatura en español, por eso importamos libros de España, México, Colombia y, hasta hace poco, Argentina, para que todas esas personas puedan tener acceso a lo que les interesa”.
Tras viajar a la feria Liber de Madrid y llegar a acuerdos con las editoriales más importantes se dieron cuenta de que podían competir con Amazon, que en Estados Unidos no cuenta con una política de precios tan agresiva como la que rige sus ventas en inglés, porque comercia a través de terceros. “Amazon es el Coco, pues”, dice Souki sonriendo y señalando los anaqueles de madera bañados por una luz verdosa, “pero nosotros hemos logrado que el 80 por ciento de nuestros títulos tengan un precio inferior al del nombre que no se puede nombrar”.
Según el Pew Research Center, más de 37 millones de latinos en Estados Unidos hablan español en sus casas y en Miami esa tendencia se refleja en más del 90 por ciento de la población latina (2.208.303 personas). La Feria del Libro organiza cerca de doscientas actividades al año con autores hispanoamericanos. Pero el mercado está muy condicionado por la presión social y cultural del mundo anglosajón. Altamira cumple dos años de vida en su lucha por conseguir que los habitantes de Miami, acostumbrados a cronometrar su vida cotidiana y a comprar por internet, se acerquen al 219 de Miracle Mile para pasar la tarde entre libros.
“Para que veas cómo son los hábitos, incluso de los latinos, te cuento que nuestro mejor cliente nos llama cada tres lunes para darnos una lista de los libros que querrá tres lunes más tarde, y nos envía un cheque; no lo conocemos, vive a cuatro cuadras, pero nunca le hemos visto la cara. Un día le dijimos que podíamos ir personalmente a llevárselos, y nos dijo que no le diéramos problemas, que lo prefería por correo”.
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