miércoles, 23 de enero de 2019

Justicia francesa rechazó extraditar a Ricardo Palma Salamanca.-a



Sus cercanos mencionan que ya no le gusta hablar del pasado y que se prepara para
 trabajar formalmente en Francia en el rubro artístico: Exponer fotografías y escribir.


La Corte de Apelaciones de París comunicó este miércoles su decisión de no extraditar al chileno Ricardo Palma Salamanca, exmiembro del Frente Patriótico Manuel Rodríguez y condenado en nuestro país por el asesinato de Jaime Guzmán y el secuestro de Cristian Edwards.
La determinación se tomó luego de una serie de audiencias que comenzaron a mediados de 2018 y que fueron interrumpida, a su vez, por la decisión de la Oficina Francesa de Protección a los Refugiados y Apátridas (Ofpra) de conceder asilo político a Palma Salamanca.
Los chilenos residentes que asistieron a la audiencia celebraron la decisión de la justicia francesa, en tanto Ricardo Palma Salamanca se retiró del tribunal sin emitir declaraciones a la prensa.
Con esta resolución judicial el exfrentista no tendrá que seguir bajo el control judicial que mantenía desde febrero de 2018, mientras que el estado chileno no podrá recurrir de apelación.
El exfrentista estaba prófugo desde 1996, cuando escapó en un helicóptero de la cárcel en que cumplía condena por los delitos antes mencionados.
Cabe recordar que el Ministerio Público de Francia había mostrado inclinaciones hacia la determinación de no extraditar al exfrentista, especialmente luego del asilo político entregado por la Ofpra.

Las últimas semanas, con la convicción de que la Corte de Apelaciones francesa fallaría en contra del proceso de extradición solicitado por el Estado de Chile –como ocurrió hoy-, Ricardo Palma Salamanca las dedicó a avanzar en su próximo libro, uno de los que sus amigos no entregan muchos detalles, pero que abordaría sus años en clandestinidad tras haberse huido en helicóptero de la Cárcel de Alta Seguridad en 1996, recinto donde cumplía condena como autor material del asesinato de Jaime Guzmán Errázuriz el 1 de abril de 1991, el secuestro de Cristián Edwards y el crimen de agentes de la dictadura, hechos por lo que estaba condenado a 30 años de prisión y dos cadenas perpetuas.
Desde aquel 20 de diciembre en que junto a otros frentistas escapó por los cielos, se dedicó, como el mismo escribió en el nuevo prólogo de El Gran Rescate, que publicó La Tercera PM, a ser invisible. Su rastro efectivamente se perdió, mientras figuraba en nóminas de captura internacional y en el país la Unión Demócrata Independiente realizaba una serie de gestiones para requerir su captura.

Se mencionó que estuvo en Argentina – “me trasladé por muchas partes del planeta, conociendo a seres increíbles”-, pero con certeza se sabe que residió en México bajo el nombre del fotógrafo Esteban Tamayo Solís, identidad que debió abandonar cuando su amigo y excompañero de armas Raúl Escobar Poblete se vio involucrado en un secuestro.
Sus cercanos mencionan que ya no le gusta hablar del pasado y que se prepara para trabajar formalmente en Francia en el rubro artístico: Exponer fotografías y escribir. A diferencia de la diputada Maite Orsini, que sostiene que tiene dudas sobre su participación en el crimen de Guzmán, Palma Salamanca ha sido críptico sobre el hecho que marcó su destino. En su libro escribió, en alusión a su rol en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, “fue la época que nos tocó vivir, para muchos un espacio sin vuelta atrás”.
Hoy se prepara para asumir su nueva vida en Francia. En marzo iniciará los trámites para que los dos hijos que tiene con Silvia Brzovic, y que tienen la condición de apátridas, reciban la nacionalidad francesa y para firmar el contrato de acogida e integración en la Oficina francesa de inmigración e integración (OFII). Su nueva situación, ratificada por la decisión de no extraditarlo, le entregará una serie de deberes y derechos. 
Fuentes consultadas por La Tercera PM detallan que su abogado, Jean Piere Mignard lo mantiene al tanto de la serie de trámites que debe realizar, pero que hoy, a esta hora, mientras el mundo político en Chile lamenta la determinación de la justicia francesa, él está enfocado en festejar. Su estado hoy indica que está bajo la protección de las autoridades francesas”.



Nombre Completo del asesino del senador Jaime Guzmán:


Circunscripción : ñuñoa
Nro. inscripción : 954 Registro : Año : 1969
Nombre inscrito : RICARDO ALFONSO PALMA SALAMANCA
R.U.N. : 11.392.323-7
Fecha nacimiento : 1 Julio 1969
Sexo : Masculino
Nombre del padre : RICARDO ANTONIO PALMA ROJAS
R.U.N. del padre : 3.468.897-4
Nombre de la madre : MIRNA NURY SALAMANCA ASTORGA
R.U.N de la madre 2.954.510-3

Madre del asesino.

Circunscripción : CHAÑARAL
Nro. inscripción : 101 Registro : Año : 1935
Nombre inscrito : MIRNA NURY SALAMANCA ASTORGA
R.U.N. : 2.954.510-3
Fecha nacimiento : 24 Julio 1934
Sexo : Femenino
Nombre del padre : CARLOS SALAMANCA
Nombre de la madre : JUANA ASTORGA





Palma Salamanca en París

Daniel Alarcón investigó durante un año y medio antes de publicar el episodio ‘El helicóptero, el silencio, el balazo, la huida‘. Esta crónica la escribió en diciembre de 2018, mientras cubría el proceso de extradición contra Ricardo Palma Salamanca en el Palacio de Justicia en París. 

La primera vez que vi en persona a Ricardo Palma Salamanca fue en los pasillos del Palais de Justice en París, en octubre de 2018. El Palais es justamente eso: un palacio decidida y descaradamente regio, con corredores largos y amplios y escalones de piedra hundidos como viejos colchones. En esa audiencia de octubre, entre los exiliados ahí reunidos, se habló sobre pesadillas, tortura y recuerdos crudos y aterradores de la vida bajo el mando de Pinochet. Ver a Palma Salamanca les había traído todas esas remembranzas de vuelta, y los exiliados se mantuvieron juntos, compartiendo memorias y apoyo, reviviendo traumas que creían haber enterrado hacía mucho tiempo. 
La prensa chilena había venido, unos pocos medios franceses también, y Palma se destacaba entre la multitud, de rostro impávido, con tres guardaespaldas que levantaban una manta frente a su cara cada vez que alguien intentaba tomarle una foto. Un periodista, un muchacho desgarbado con un traje mal cortado que trabajaba para la televisión chilena, fue amenazado cuando se rehusó a dejar de tomar fotografías. Después de la audiencia hubo incluso un breve forcejeo, mientras él intentaba tomar una foto y un exiliado chileno empujó al joven periodista al piso.

Cuando regresé en diciembre, la atmósfera había cambiado por completo. En los meses anteriores, la Oficina Francesa de Protección a Refugiados y Apátridas, OFPRA, le había otorgado asilo a Palma Salamanca. Esto no significaba que su caso había terminado —técnicamente, extradición y asilo son dos procesos separados e independientes —, pero, en la práctica, ahora era difícil imaginar que el estado chileno tendría éxito en su intento de que Palma Salamanca fuera devuelto. Las posibilidades de que una corte francesa contradiga y anule la decisión de la OFPRA en un caso de asilo eran casi nulas.
 En Chile, el caso había sido descartado por lo enemigos políticos de Palma. Yo había estado en Santiago cuando se publicó ese fallo y vi cómo miembros del comité formado en solidaridad con Palma Salamanca levantaron una copa de champaña en celebración, un grupo heterogéneo de ex militantes de mediana edad y víctimas de la dictadura brindando frente a los miembros de la prensa chilena e internacional. Un raro momento de satisfacción: los activistas a favor de Palma sintieron, correctamente, como si hubieran ganado.


Palma Salamanca fue arrestado por las autoridades chilenas en 1992

Ahora, en diciembre, había menos prensa y ningún medio francés. En el corredor en frente de la sala del tribunal, los exiliados charlaron, vapearon, rieron y esperaron de buen humor. Habían venido a mostrar solidaridad, con la confianza de que la audiencia de hoy era sólo una formalidad.

Aún así, optimismo y confianza no son lo mismo que certeza. Que las cortes francesas finalmente negasen la solicitud de extradición —eso sería certeza. Eso significaría que todo había acabado, significaría claridad en el futuro, estabilidad e inexpugnable legalidad, algo que Palma Salamanca no había tenido en décadas, aún si había logrado crear un simulacro de todas esas cosas, brevemente, en México.

Esta vez, daba la impresión de ser un festejo, Palma en silencio en el centro de una reunión social, el corazón de la fiesta, pero no exactamente el alma de la misma. Sus partidarios venían a presentarle sus respetos, y él aceptó cada apretón de mano con una sonrisa, un breve y carismático destello de calidez, y entonces retrocedió y se alejó de forma casi imperceptible, y las conversaciones continuaron sin él. Era como si la gente lo tocara para tener buena suerte, o para verificar que era real, esta figura que para muchos exiliados es más un mito que un hombre. Vestía una chaqueta de cuero y una bufanda, que no se quitó, y nunca se puso cómodo. Le pregunté en cierto momento si así lo prefería, las conversaciones zumbando a su alrededor, pero sin él. Dijo que así era. Si los otros se sentían confiados, él aún era prudente.

No es que fuera poco amigable o distante. Era simplemente cauto; no era una falla de carácter sino una adaptación a las extraordinarias circunstancias que han marcado su vida desde que se unió al Frente Patriótico Manuel Rodríguez cuando era adolescente. En octubre, cuando la tensión era más alta, la incertidumbre apenas tolerable, él había estado protegido, rodeado por una impenetrable masa de exiliados chilenos. Esta vez estaba más accesible, sonriendo más, incluso dejaba de cruzar los brazos de vez en cuando. Esperamos un largo tiempo a que comenzara la audiencia —otra diferencia con respecto a octubre, cuando las autoridades vieron el tamaño de la multitud y reorganizaron el expediente para permitir que el caso de Palma Salamanca fuera escuchado primero. 
No le habían dado ninguna deferencia esta vez, y en algún momento, más o menos en la tercera hora de espera, giré y vi a Palma solo en el corredor, una imagen tan sorprendente en el contexto que tuve que mirar dos veces para confirmarlo.

Fue sentenciado en Chile a dos cadenas perpetuas y 30 años de prisión.

La larga espera también me permitió ver mi entorno con más claridad, o más bien entender algo que había pasado por alto la última vez: que la sala del tribunal no le pertenecía a Palma Salamanca o su drama particular, que el Palais era una institución francesa llena de historias francesas, y no, como parecía, un barroco destacamento de Chile, congelado en ámbar en algún punto de los últimos años de la dictadura. Una sala de audiencias —cualquier sala de audiencias— es un lugar ampliamente utilitario, donde se deciden destinos, donde se cambian vidas. No sólo la vida de Palma Salamanca. De alguna manera, en octubre, no me lo había parecido, pero hoy, mientras esperábamos, una mujer se me acercó y me preguntó en francés qué caso estaba esperando. Ella era una intérprete del árabe, me dijo, y había sido asignada a una audiencia de extradición para un hombre apellidado Djif. ¿Era esta? ¿Esta era la sala de audiencias? Le contesté sin pensarlo: No, dije. No hay ningún Djif aquí, y luego me di cuenta, al igual que ella, de que, por supuesto, había un Djif ahí. Era él, ese caballero de rostro estrecho que de alguna manera no noté porque no hablaba español, el que vestía un abrigo pesado y una barba marrón de un par de días, aquel con manos nerviosas, rodeado de su esposa y cuatro hijos, el más pequeño aún en un cochecito. 
La intérprete se alejó, y noté a la esposa de Djif, con un velo un poco suelto: estaba hecha un desastre, ansiosa y claramente asustada. Perdió de vista varias veces a sus dos hijos menores, de cinco o seis años, que se entretenían peleándose y que sólo pararon cuando un policía se llevó a su padre. El más joven, sintiendo intuitivamente el peligro, comenzó a llorar desconsoladamente y cayó hecho un ovillo entre los brazos de su madre.     

Para cuando comenzó la audiencia, a eso de las cinco de la tarde, habíamos esperado durante horas y nuestra energía se había agotado. Mucho tiempo de pie. Muchas cámaras tomando la misma foto una y otra vez. Gente arremolinándose, luego dirigiéndose a los bancos a lo largo del pasillo, después de vuelta. A buscar un café y luego de regreso. Cuando las puertas finalmente se abrieron, Palma Salamanca y su séquito entraron primero, después los chilenos, más o menos en orden de su cercanía personal, y una vez que ellos habían entrado, fue el turno de la prensa. La mayoría de nosotros nos quedamos de pie. Había unas cuarenta y cinco personas en la sala del tribunal, una habitación pequeña y cuadrada que se sentía atestada y cálida. Si no hubiera estado de pie, me habría quedado dormido.

El abogado de Chile habló primero, refiriéndose ocasionalmente a sus anotaciones y volviendo una y otra vez a los delitos por los cuales Palma Salamanca había sido condenado hace tantos años. No el contexto que los había rodeado, sino los detalles crudos del asesinato del senador Jaime Guzmán, por ejemplo. Lo que se alega: Guzmán, arquitecto de la constitución de 1980 de Pinochet, ideólogo del régimen, enseñaba derecho en la Universidad Católica. Un día, mientras Guzmán salía de clases, se encontró con dos hombres en las escaleras, quienes aparentemente lo estaban esperando. Ellos eran Palma Salamanca y otro militante del FPMR, Raúl Escobar Poblete, hoy preso en México. Cuando Guzmán los vio, supo que estaba en peligro, así que volvió a subir las escaleras, tomando un camino alternativo hacia su carro. Escobar Poblete y Palma Salamanca fueron al estacionamiento. 
El chofer de Guzmán no pudo huir, y los dos jóvenes supuestamente le dispararon a Guzmán, quien estaba en el asiento trasero. Como cualquier asesinato, es un crimen simple y brutal. Pero en el transcurso de esas visitas a París, a menudo les preguntaba a los exiliados chilenos, a muchos de ellos, qué justificaba el asesinato, y me encontré una y otra vez con incredulidad, como si no se pudiesen molestar en explicar algo tan obvio. Más allá de la cuestión moral moral, decía yo, ¿no fue un error táctico asesinar a un senador democráticamente electo en un momento político tan precario? Más tarde, volví a escuchar la grabación de estas entrevistas, y me sentí decepcionado: si te quedas debatiendo las tácticas del asesinato y no la cruda inmoralidad de él, entonces quizás has perdido por completo la conversación.    

Aunque era diciembre, una fría e invernal tarde parisina, en el tribunal el calor era soporífero y Palma cerró suavemente sus ojos, como si dormitara. Su francés está bien, no es magnífico. “Me las arreglo”, me había dicho al principio de la semana, entonces me pregunté qué pensaba de todo esto, si podía entenderlo del todo, o si las palabras se apilaban una sobre otra, casi indiferenciables, en una monótona recapitulación de eventos que preferiría olvidar. No era difícil imaginarlo desconectándose de aquello. Luego, en un momento, el abogado de Chile describió a Palma como “un homme très violent”  y vi que los ojos de Palma se abrieron de golpe, su rostro luciendo una expresión de sobresalto y desagradable sorpresa.

Cuando el monólogo del abogado de Chile llegó a su conclusión, la fiscal del estado habló. Ella representa al estado de Francia. Su presentación fue más notable por la mención de los eventos del día anterior en Estrasburgo, donde un islamista armado disparó a once personas, matando a dos, en un mercado navideño. Es más difícil que nunca distinguir entre violencia política y terrorismo, argumentó, particularmente en momentos como este. Aún así, el factor atenuante en el caso de Guzmán fue la tortura que sufrió bajo custodia, y ella parecía inclinada a rechazar su confesión en esos términos. Esta no era una audiencia para descubrir la verdad, no se presentaría evidencia para probar o refutar este o aquel alegato. Para la fiscal, si la confesión se obtuvo bajo tortura, no tenía valor legal.

Finalmente, habló el abogado de Palma, Jean-Pierre Mignard. Es un tipo jovial e ingenioso, pálido, redondo y alegre, con un algo de hombre de espectáculo, lo que era particularmente bien recibido en esa sala de audiencias cálida y atestada. Hizo hincapié en la larga historia de Francia de apoyar a aquellos que combaten regímenes autoritarios. Resaltó una y otra vez que la constitución de 1980 de Guzmán es aún, salvo por algunos cambios cosméticos, el documento que define la política chilena. No pude evitar pensar en una entrevista que había hecho semanas antes en Santiago, en la que un hombre cercano a la familia de Guzmán miró por la ventana de su oficina en un alto edificio hacia los rascacielos y amplias avenidas de la limpia y próspera ciudad, y me dijo con un movimiento de sus brazos que Guzmán era responsable de todo ello.
Ese documento —su constitución— había hecho posible este capitalismo sin restricciones y todo lo que conlleva. Lo dijo con una pizca de asombro. No creo que los enemigos políticos de Guzmán diferirían, aunque quizás ellos podrían decirlo con un tono de voz distinto, con los dientes apretados. Llenos de rabia.

El largo día finalmente terminó poco después de las seis y media, y no hubo tiempo para deliberar. La jueza anunció un receso hasta el 23 de enero, golpeó su martillo y eso fue todo. Ese día, este capítulo de la historia de Ricardo Palma Salamanca no tendría fin. Sin cierre, la espera continuó.



Francia debe proteger a Ricardo Palma Salamanca y Silvia Brzovic.


A través de esta carta,  piden al gobierno francés a respetar el estatus de refugiados políticos de Ricardo Palma Salamanca y Silvia Brzovic.
 17.07.2018 

Francia es desde 1973 tierra de asilo para los opositores políticos al régimen de Pinochet. Los acogieron con los brazos abiertos Valéry Giscard d’Estaing y luego François Mitterrand —muy sensibles al funesto destino reservado a quienes se habían comprometido junto al Presidente Salvador Allende, y a los demócratas hostiles a la junta militar—, y numerosos son los chilenos
que, bajo sus mandatos, encontraron refugio en Francia, se instalaron aquí, fundaron aquí una familia y se construyeron aquí un futuro. Muchos se volvieron inmediatamente franceses, en espíritu y de corazón, antes de ser oficialmente naturalizados.

Es la honra de Francia haber protegido estas mujeres y estos hombres, cuyas trayectorias nos enorgullecen hoy a todos.

Sentimos admiración por todos estos jóvenes —por no decir estos niños—, que tuvieron la extraordinaria valentía de resistir y combatir la feroz dictadura de Augusto Pinochet, arriesgando su vida y la libertad, sacrificando su juventud, su vida familiar y sus estudios.

Ricardo Palma Salamanca y Silvia Brzovic son de esos. Así como tantos otros combatientes por la libertad, su compromiso político contra la junta militar nació del rechazo a la opresión al pueblo y a los sufrimientos que este régimen les infligió. La tortura del padre, del hermano o de la
hermana, la violación de otra, el exilio forzado de un pariente de miedo que ocurra lo peor, la prisión y el suplicio, y hasta el asesinato de los próximos, llenaron su alma de adolescentes de la rabia que debía liberarlos del miedo. Animado por esa cólera, su combate político no podía acabarse al
principio de la transición democrática, el 11 de marzo de 1990.

En efecto, si a partir de esta fecha el general Pinochet ya no era oficialmente Jefe del Estado chileno, el nuevo régimen seguía fundado sobre un texto constitucional adoptado en 1980 bajo su autoridad, que le otorgaba un rol central como Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas y en el
seno del Consejo de Seguridad Nacional, permitiéndole así intervenir en la vida política de Chile y mantener su influencia sobre todas las instituciones políticas, administrativas, judiciales y militares del país. Baste como ejemplo recordar la feroz oposición de todas las autoridades políticas chilenas
a la extradición de Pinochet en 1998, reclamado por la justicia española para que responda de los numerosos crímenes cometidos bajo su mandato.

Finalmente, gozando de la benevolencia culpable de las autoridades chilenas, Augusto Pinochet murió apaciblemente en Chile sin haber sido jamás condenado, ni siquiera simplemente juzgado.

A la inversa, los miembros de la Resistencia a su régimen que fueron Ricardo Palma Salamanca y Silvia Brzovic ha sido perseguidos sin tregua durante más de 25 años y hasta hoy.

¿Cómo entender que un Estado supuestamente democrático pueda perseguir así tanto tiempo a una persona —a Silvia Brzovic—, cuyo único delito es haber sido una opositora de izquierda al régimen de Pinochet? ¿Cómo entender que un Estado supuestamente democrático
pueda proponerse conseguir cumplimiento de una condena dictada en condiciones inaceptables, y fundada en una legislación antiterrorista producida en 1984 por un régimen dictatorial?

¿Cómo entender, por otra parte, que esa ley vivamente criticada por las ONG pueda estar todavía vigente allí? Porque, en efecto, es en aplicación de esta ley adoptada por la junta militar para combatir sus opositores políticos que Ricardo Palma Salamanca fue apresado en 1992, luego condenado a cadena perpetua, en condiciones visiblemente contrarias al derecho a un proceso justo, y luego de confesiones arrancadas bajo tortura.

Esta condena ha sido pronunciada por un solo juez, Alberto Pfeiffer Richter, miembro de la UDI —el partido pinochetista fundado por Jaime Guzmán—, por el motivo particular que Ricardo Palma Salamanca habría participado en el asesinato del mismo Jaime Guzmán, cuyo currículo bajo el régimen de Pinochet es comparable en Francia al de Philippe Henriot bajo el régimen de Vichy. Miembro fundador, en 1970, del grupo paramilitar de extrema derecha Patria y Libertad, cuyos crímenes ensangrentaron el gobierno del Presidente Allende, ideólogo de la junta militar, vinculado a la secta nazi Colonia Dignidad, y autor de la Constitución de 1980, Jaime Guzmán era un actor mayor de la dictadura. Era parte integrante de su núcleo fascista.

¿Cómo, entonces, un Estado supuestamente democrático puede levantar un memorial en Santiago en recuerdo y en honor de este sórdido personaje y seguir persiguiendo a Ricardo Palma Salamanca?

Cuando los verdugos de la junta militar todavía viven o vivieron tranquilamente en Chile, las autoridades políticas chilenas insisten en perseguir a mujeres y hombres que, como Ricardo Palma Salamanca y Silvia Brzovic, sacrificaron todo para combatir al régimen sangriento de Pinochet, y simplemente reclaman que se haga justicia a todos los que durante ese período aguantaron los peores sufrimientos. Se trata de un residuo de la dictadura en el que Francia no puede participar.

Ninguna autoridad francesa puede aceptar colaborar en la ejecución de decisiones administrativas y judiciales inicuas, aplicadas como consecuencia de torturas, y como consecuencia de graves violaciones de los derechos humanos, ni comprometerse aportando su concurso a la defensa de la memoria del fascista Jaime Guzmán. Al contrario, Francia debe firme y
obstinadamente preservar sus principios acogiendo —como la obliga su Constitución y sus compromisos internacionales—, todo Hombre perseguido por su acción por la libertad. Francia debe, pues, proteger a Ricardo Palma Salamanca y Silvia Brzovic, reconociéndoles, así como a sus hijos, el estatuto de refugiado político.


Es su honor y es el Derecho.

Carmen Castillo, cineasta
Olivier Duhamel, presidente de la Fundación nacional de Ciencias políticas
Louis Joinet, Magistrado, primer abogado honorario a la Corte de Casación
Alain Touraine, sociólogo
Costa Gavras, cineasta



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