lunes, 11 de septiembre de 2017

El desconocido mundo de las escuelas zainichi en Japón (Coreanos japoneses) a





Coreanos en Japón

Se denomina coreanos en Japón a las personas de dicha etnia que residen permanentemente en ese país. En la actualidad constituyen el segundo mayor grupo étnico minoritario de Japón.​ A la mayoría ellos se les llama coreanos zainichi (a menudo zainichi (在 日) a secas; esta palabra por sí misma significa 'permanecer en Japón' e implica residencia temporal).
El término "coreano zainichi" se utiliza para describir a aquellos coreanos que residen permanentemente en Japón y que tienen sus raíces en el periodo del imperialismo japonés en Corea, para distinguirlos de la posterior ola de inmigrantes coreanos que llegaron a Japón en su mayoría en la década de 1980. El término abarca a los coreanos que han conservado su nacionalidad o joseonita (Corea antigua, no dividida) o surcoreana o norcoreana, e incluso a veces incluye a ciudadanos japoneses de origen coreano que adquirieron la nacionalidad japonesa por naturalización o por nacimiento de uno o ambos padres de nacionalidad japonesa.

Estadísticas

Según los datos estadísticos de la Oficina de Inmigración de Japón, las cifras fueron las siguientes en 2005:​

Personas con estatus de residente permanente (general y categorías especiales): 515 570
Naturalizados ciudadanos japoneses: 284 840
Visitantes de largo plazo: 82 666
Estudiantes coreanos en Japón: 18 208

Total: 901 284

Las cifras de 2010 señalan que residían 565 989 coreanos en Japón, sin incluir a aquellos que han adoptado la ciudadanía japonesa.

Historia

Los actuales coreanos zainichi pueden encontrar su diáspora a principios del siglo XX en el periodo de la ocupación japonesa de Corea. En 1910, y como resultado del Tratado de Anexión de Corea de 1910, los coreanos se convirtieron automáticamente en súbditos del Imperio del Japón. Mientras que los japoneses siguen afirmando que la colonización japonesa supuso el pistoletazo de salida de la difunta economía feudal de Corea y que la mayor parte de la inmigración se debió a la inmigración voluntaria en busca de mejores oportunidades económicas, los coreanos reivindican que fue en gran medida la política japonesa de confiscación de terrenos y producción que sufrieron los agricultores de Corea durante la década de 1910 la que provocó la ola de emigrantes forzados durante la década de 1920. 
Durante la Segunda Guerra Mundial, un gran número de coreanos fueron también reclutados por Japón, muchos de ellos obligados a trabajar en condiciones de esclavitud, sobre todo en la minería en condiciones infrahumanas. Otra ola de migración se inició después de que Corea del Sur fuese devastada por la guerra de Corea en la década de 1950. También cabe destacar el gran número de refugiados de la Insurrección de Jeju.


Escuelas coreanas en Japón.


Hace 71 años que la Tokyo Korean High School funciona en Japón y no es la única
 escuela norcoreana fuera de su territorio. (Foto: Francisco Jiménez de la Fuente)

En medio del barrio Kita Ku, a un costado de la Universidad Teikyo, está instalada la Tokyo Korean High School. Es una escuela a todas luces común y corriente, con la única y gran diferencia, de que esta es una escuela norcoreana en pleno corazón de Tokio.
La entrada es por una especie de estacionamiento, donde no se puede ver más que pavimento y un edificio antiguo, gris, avejentado. Frío. Te reciben en una oficina plagada de sillones de cuero gastado y algunas mesas magulladas. Un par de cuadros en la pared disimulan la decadencia.
El director, Kim Seng Fa, 59 años, alto, delgado, amable, entrega tranquilamente las indicaciones antes de iniciar un pequeño tour para mostrar su colegio.
Tiene 71 años de historia y es una de las 63 escuelas norcoreanas que existen en Japón.
Fueron creadas al finalizar la Segunda Guerra Mundial para cubrir la necesidad de miles de Zainichi (como se denomina a los coreanos residentes en Japón), que llegaron al país durante la ocupación nipona en su tierra, ya sea en búsqueda de mejores alternativas de vida o como esclavos del imperio japonés.
Cuando llegaron a Japón, existía solo una Corea, pero al finalizar la guerra su país se dividió en dos y quedaron en la extraña situación de no pertenecer a ningún lugar.

"Después de la guerra nosotros no teníamos nacionalidad. Corea del Sur no quería a los coreanos que vivían en Japón de regreso y Japón los quería fuera del país, ninguno de los dos países quería ayudarnos. Sin embargo, Corea del Norte nos brindó apoyo y nacionalidad", cuenta Kim, eternamente agradecido a su país.


Así son las clases en una de las desconocidas escuelas norcoreanas en Japón
Hoy esta escuela cuenta con 544 alumnos y el 100% de sus profesores son egresados de esta u otra escuela norcoreana en Japón.

Dentro de la escuela

Pese a la primera impresión, nos internamos en un edificio más bien moderno y con sensación de calidez en el ambiente. Los estudiantes corren desaforados, ríen a carcajadas, hablan fuerte y saludan diciendo "hello" "hi" e incluso "hola". Varios se acercan a dar la mano, pasando por alto el estricto protocolo asiático.
El recorrido comienza por las salas de clases. En ellas alumnos participativos estudian principalmente en coreano, pero también practican japonés e incluso inglés.
Los hombres visten pantalón gris y camisa blanca. Las mujeres, llevan puesta una túnica negra con una chaqueta corta llamada Chima Jeogori, clásico uniforme de las escuelas coreanas.

La escuela tiene 71 años y cuenta con 544 alumnos explica a BBC Mundo su 
director Kim Seng Fa. (Foto: Francisco Jiménez de la Fuente)

La mayor particularidad está al frente del salón. Sobre la pizarra, cuelgan los retratos de los antiguos gobernantes de Corea del Norte y emblemas de la dinastía Kim, Kim il Sung y Kim Jong Il, abuelo y padre respectivamente de Kim Jong Un, el actual mandatario.
"
Esto es parte de nuestra historia y así la enseñamos. Ese es oficialmente nuestro origen, es por eso que mantenemos las fotos de los líderes de Corea del Norte. Son nuestras raíces", cuenta Kim, asegurando que es ese también el camino que quieren seguir.
Pero señala que por el momento no tienen planes de colgar el retrato de Kim Jong Un en las aulas.
Los alumnos aprenden en coreano, pero también estudian japonés 
e inglés. (Foto: Francisco Jiménez de la Fuente)

Al salir del pabellón de clases, construido netamente gracias al aporte de más de 2.000 egresados, hay un enorme campo de pasto sintético, donde los alumnos diariamente practican deportes para competir a nivel nacional.
Frente al campo, un gimnasio con una impecable cancha de básquetbol y un escenario, donde los clubes de música entonan melodías norcoreanas ante la atenta mirada de sus compañeros.
"Mis padres eligieron esta escuela porque yo tengo que aprender sobre la cultura coreana. Sobre nuestros orígenes", asegura Lee Taehyon, alumno de primer grado.
Qué ha logrado Corea del Norte con sus 6 pruebas nucleares y cómo escaló la tensión con otros países
Su compañero Son Ryondk cuenta: "Me gusta mucho esta escuela porque podemos aprender de la historia coreana, que no se puede en el resto de las escuelas japonesas. Y todos somos iguales, todos venimos del mismo lugar".
Y es que en esta escuela se habla de una sola Corea. Los mapas que se ven en las salas de clases muestran una Corea, sin división alguna.
Una vez al año los alumnos de tercer grado visitan Corea del Norte en una especie de viaje de estudios.

La escuela cuenta con un campo de deportes para competencias nacionales. (Foto: Francisco Jiménez de la Fuente)

La idea es empaparse de su cultura, entender sus orígenes y darle sentido a todo lo que aprenden en la escuela.
En las murallas de los pasillos se pueden ver las fotos de los estudiantes disfrutando de los parajes de Corea del Norte y posando orgullosos con su bandera.
¿Qué tan preocupados deberíamos estar por que estalle una guerra nuclear entre Estados Unidos y Corea del Norte?

Financiamiento.

Por estos días, la Tokyo Korean High School está da una dura batalla para conseguir apoyo estatal, tal como sucede con el resto de los centros educativos en Japón. Pero las escuelas norcoreanas no tienen derecho a recibir este beneficio debido a su cercanía con Pyongyang, lo que consideran injusto, discriminatorio y racista.
Kim Juyong, egresada de esta escuela y futura profesora de inglés de la misma cuenta: "Yo soy coreana y aunque nací en Japón y vivo en Japón, tengo que estar orgullosa de Corea del Norte. Tenemos que pelear ante los políticos japoneses, tenemos que obtener nuestros derechos humanos. Luchar por nuestra autonomía, por nuestra independencia, por nuestra libertad".

Esta lucha es cuesta arriba.

Los estudiantes de tercer grado viajan anualmente a Corea del Norte en el marco del programa de estudios. (Foto: Francisco Jiménez de la Fuente)

El financiamiento de esta escuela proviene principalmente de donaciones, tanto de exalumnos como de Corea del Norte, que desde su creación ha enviado grandes sumas de dinero que gradualmente han ido disminuyendo.
"Comenzaron a ayudarnos económicamente cuando terminó la guerra. Ahora seguimos recibiendo esa ayuda, especialmente para el financiamiento del texto de estudio, pero más allá del dinero, lo más importante es que nuestra conexión con Corea del Norte es espiritual", recalca Kim.
Dicho texto es revisado por el Chongryon, la asociación de coreanos residentes en Japón. De esa forma, la conexión espiritual se ve reflejada en los libros, donde se plasma el punto de vista norcoreano.
Pese a esto, Kim se esmera en afirmar que "no se le enseña a los alumnos cómo pensar. Nosotros nos enfocamos en enseñar la historia tal como ha sucedido y cada estudiante se puede formar su propia opinión".

"No somos espías"

Las escuelas norcoreanas en Japón, y los Zainichi en general, no son bien vistas por los nacionalistas extremos japoneses y el escenario político actual no los ayuda demasiado.
"A veces recibimos cartas o llamadas extrañas. Una vez recibimos una llamada diciendo 'váyanse a su país y dejen de lanzarnos misiles' y otras veces recibimos amenazas de bomba".
Kim cuenta estas historias casi como una anécdota. Y es que con el paso de los años se han ido acostumbrando e intentan no darle importancia.
"Una vez un japonés llamó a la escuela y me preguntó: '¿Si hay una guerra, te vas a ir al lado de Corea del Norte o al de Japón?' Respondí que 'no creo que la guerra vaya a suceder, nosotros podemos detenerla, pero si realmente sucediera, yo voy a seguir aquí, nosotros nos vamos a quedar aquí'. Y el japonés se quedó tranquilo con la respuesta".
"En internet se han creado mitos urbanos de que en las escuelas norcoreanas se enseña a ser espía, las historias corren y la gente las cree. Queremos abrir esta escuela a toda la comunidad, para que sepan lo que realmente aquí sucede. Que no somos espías", dice.

Tensión política actual

Kim, asegura que "las posibilidades de un conflicto armado están presentes, pero nosotros deberíamos hacer todo lo posible para que eso no suceda".

"Los misiles no vienen dirigidos a Japón", dice Kim Juyong, egresada
 de esta escuela y futura profesora de inglés
.


No parece preocuparse demasiado por las pruebas nucleares que Corea del Norte realiza, ni tampoco por los misiles que han sobrevolado Japón.
"Los misiles fueron lanzados hacia el océano, que es público y sobre Hokkaido, muy arriba. Solo una parte del cielo pertenece a Japón, arriba es el universo y el universo es público también", añade, "ellos no están intentando comenzar una guerra. Los misiles no vienen dirigidos a Japón". 


Por qué mi padre regaló sus tres hijos al gobierno de Corea del Norte.

19 febrero 2022



La cineasta coreana Yonghi Yang creció en Japón en la década de 1960, como parte de la gran comunidad emigrada de su país de nacimiento que se había asentado en la ciudad de Osaka.  Cansados de soportar los prejuicios anticoreanos en Japón e inspirados por la promesa del régimen norcoreano de crear un paraíso socialista, sus padres tomaron la trascendental decisión de enviar a sus tres hijos adolescentes a Corea del Norte, a principios de la década de 1970, como una especie de "regalo de cumpleaños" al líder Kim Il-Sung.

Mientras sus hermanos fueron vivir a la capital norcoreana, Pyongyang, Yonghi se quedó con sus padres y, desde entonces, ha pasado buena parte de su vida tratando de entender esa decisión y sus consecuencias. Y se ha dedicado a realizar películas sobre su experiencia, la última se llama Soup and Ideology (traducido como "Sopa e ideología"). Yang le contó la historia al programa Outlook de la BBC.

El día que enviaron a dos de mis hermanos a Corea del Norte como un regalo a la revolución, al principio pensé que era un viaje familiar en el que todos nos íbamos a divertir. Nos pusimos el traje tradicional. Vivíamos en Osaka y ese día nuestros padres nos dijeron que íbamos a la playa. Cuando llegamos al puerto, nos dimos cuenta de que había mucha gente. Demasiada. Se nos pasó por la cabeza que el muelle iba a colapsar por el peso.

Se escuchaba a una banda tocar canciones de nuestro país de origen, pero me era imposible ver nada, porque la mayoría de los que estaban allí eran más altos que yo. Recuerdo con nitidez que uno de los amigos de mis hermanos me agarró y me puso sobre sus hombros, como un favor para que pudiera apreciarlo todo. Miles de papelitos de colores caían del cielo. Era 1971 y yo tenía 6 años. Ese día, a mis dos hermanos los iban a enviar a Corea del Norte.

Pero no me enteré de eso al instante, sino que comencé a escuchar que les decían que debían sentirse orgullosos de volver al lugar donde habían nacido y que eran unos buenos muchachos. Entonces caí en la cuenta que se irían de viaje. Lo que no pude prever aquél día es que no los vería por mucho tiempo.

La familia completa, antes de que los hermanos fueran enviados a Corea del Norte como un regalo al gobierno. Ellos eran muy jóvenes. Uno tenía 14 años y el otro, 16. Recuerdo que hubo una fiesta de despedida en la que estuvieron mis hermanos, sus amigos, los vecinos. Todos les deseaban suerte y que hicieran un buen trabajo en Corea del Norte.

Yo estaba triste, muy triste, pero no podía decir nada porque los adultos estaban envueltos en la música y la emoción de la despedida. Mis padres se veían emocionados ante la idea de que sus hijos fueran a ayudar a construir un paraíso socialista. Un año más tarde, mi hermano mayor, que tenía 18, se unió a los otros dos instalados en Pyongyang, en lo que representaba una suerte de regalo al líder revolucionario, Kim Il-Sung. Esto se dio porque en la universidad a la que acudía y que era pronorcoreana surgió un proyecto para dar a los jóvenes como regalo a la revolución. Fueron 200 los seleccionados.

Cerca de la mitad dijo que no quería ir a Corea del Norte. Ante ello, la presión sobre mis hermanos para que regresaran a su país de origen empezó a crecer. Pero lo que él y mis otros hermanos decían es que ni siquiera nuestros padres eran de allí. Ellos tenían sus raíces en el sur del país y se habían mudado a Japón con su familia. Todo esto ocurrió antes de la división de las dos Coreas, en la década del 50.

Una sola Corea

En ese entonces, Corea era parte del imperio japonés y muchas familias coreanas viajaban a Japón con la idea de buscar una mejor calidad de vida. Una de ellas fue la mía. Como a muchas otras familias emigradas, nos tocó vivir en enclaves coreanos, ir a escuelas coreanas, todo para continuar viviendo la cultura de nuestro país. Nuestros padres se casaron en Japón y se mudaron a la ciudad de Osaka, donde había una gran comunidad de compatriotas.

Pero nunca fue un lugar fácil para nosotros. Había mucha discriminación, mucho prejuicio. Además, no nos permitían convertirnos en ciudadanos japoneses, por lo que muchos de nosotros vivíamos en la pobreza al no tener acceso a trabajos dignos. Pero, tras el final de la segunda Guerra Mundial, Corea se dividió en dos: la del norte, apoyada por la Unión Soviética, y la del sur, apoyada por EE.UU. A los coreanos que vivíamos en Japón nos tocó escoger entre el norte y el sur. Y ahora suena raro, pero por unos años, especialmente después de la partición, el norte era mucho más atractivo. Se convirtió de repente en un prometedor paraíso socialista.

Entonces mis padres, seducidos por esa idea, apoyaron el proyecto norcoreano y le ofrecieron no solo su lealtad, sino también a sus hijos. Así, lo que yo escuché cuando despedí a mis dos hermanos es que ellos querían volver a Corea del Norte para tener una vida mejor. Mis padres militaban su apoyo al norte y de verdad pensaban que los dos países se iban a reunificar. Sin embargo, decidieron no enviarme a mí porque yo era más pequeña. A partir de allí comenzaron a promocionar el país a través de la organización cultural a la que pertenecían. Lo hacían en serio. De hecho, recibieron premios y medallas por su trabajo.

Por supuesto, la comunidad de coreanos en Japón se comenzó a dividir como en Corea. Había muchas tensiones entre quienes apoyaban el proyecto del norte y quienes veían con buenos ojos el modelo del sur. Todo mi entorno por aquel entonces había escogido Pyongyang. Eso significó que me enviaran a escuelas que apoyaban a Corea del Norte. Y todo el tiempo me repetían que Corea del Norte era mi patria, un lugar donde yo nunca había estado.Lo peor es que yo sabía que los maestros me iban a regañar si los contradecía. Me iban a decir que debía seguir los pasos de mis padres.

Grietas

Pronto nos dimos cuenta de que ese paraíso socialista en el que mis padres tanto creían era un desastre. Y que la decisión de haber enviado a mis hermanos a Corea del Norte había sido un error. Ellos nos mandaban cartas y fotos cada tanto. En ellas nos decían que eran felices, se lo agradecían a Corea del Norte y nos aseguraban que todo iba a bien, y, sobre todo, que estaban estudiando muy duro. Pero en las fotos veíamos otra cosa. Mi madre notó que mi hermano más pequeño estaba muy delgado. Le afectó su aspecto famélico, tanto que se puso a llorar y decidió romper las imágenes.

Mi madre les envió paquetes llenos de provisiones durante la década del 80 y especialmente durante los 90, cuando el país se vio afectado por la hambruna. Pero no les enviaba dinero, porque, aunque tuvieran plata, no les servía de mucho: no había nada para comprar. Así que las cajas que les despachaba estaban llenas de aceite, azúcar, ropa. Recuerdo que, cuando estaba en el colegio durante la adolescencia, comencé a hacerle notar a mis padres que no me sentía bien con que mis hermanos estuvieran en Corea del Norte. Siempre había sido una niña muy obediente y poco rebelde. Cuando la gente me veía triste y me preguntaba si me pasaba algo, yo solo respondía que estaba bien. Que no había ningún problema. Lo hacía como una forma de protegerme. Pero la verdad es que sufría mucho por las cosas que no podía decir. Por esconderle cosas a mi padre. Por el doble estándar con el que habíamos decidido vivir.

Es un trauma con el que todavía tengo que lidiar. Entonces, llegó un momento en que me vi en una especie de encrucijada. Yo siempre quise mucho a mis padres, pero empecé a sentir que no quería seguir su ideología. No quería eso. Es decir, comencé a rechazar la idea de que debía hacer cosas por mi país o por sus instituciones. No quería estar relacionada con el gobierno norcoreano. Y fue una decisión que confirmé durante un viaje que hice con mi colegio a Pyongyang.

En ese momento tenía 17 años y llevaba 11 sin ver a mis hermanos. Y nos pudimos ver, pero apenas por ratos breves. No pude estar con ellos en sus casas. En cambio, pasé muchas horas visitando museos y lugares donde nos enseñaban sobre la historia de la revolución. Solo pudimos mantener reuniones de 20 minutos. Eso fue algo que me impactó mucho, el poco tiempo que nos dieron. También recuerdo que lloré mucho cuando los vi la primera vez. Otra cosa que me quedó grabada es que se empeñaron mucho en que no se hablara de temas políticos. Siempre que conversábamos, lo hacíamos pensando que nos estaban grabando, especialmente cuando nos encontrábamos en la entrada del hotel donde estaba hospedada, donde ocurrieron generalmente las reuniones.

El único momento en el que pudimos hablar con un poco más de tranquilidad fue al salir a dar una caminata. Pero incluso entonces mi hermano mayor prefirió no hablar de temas difíciles. Y hubo otro detalle que se me quedó grabado, aunque fue algo más sutil. Lo que noté en ese viaje era la enorme diferencia que había entre Pyongyang y las otras ciudades que rodeaban a la capital.

No eran como los suburbios en Japón, sino barrios muy pobres. Lo que supe después es que había gente que era elegida para que viviera en Pyongyang, con las comodidades de una ciudad, y el resto se tenía que conformar con vivir en las afueras. Al poco tiempo mis padres también pudieron visitar a sus hijos. Hacia finales de los años 80 comenzaron a viajar a Corea del Norte. Pudieron estar en el apartamento de mi hermano. También vieron que sus hijos se habían casado. Que eran abuelos.

Fue durante esas visitas que mi madre comenzó a entender cómo mis hermanos habían vivido, y sobrevivido, todos esos años. Y cuanto más entendía la realidad de Corea del Norte, más grandes eran las cajas que les enviaba desde Japón. Me tocó escuchar a mis padres llorar juntos muchas veces, especialmente cuando creían que estaban solos. Pero cuando estaban frente a otras personas, solo decían que sus hijos eran felices en su patria, en Corea del Norte. Y que ellos estaban orgullosos de sus hijos. Quedaba en evidencia la disparidad entre lo que pasaba dentro de la casa y lo que expresaban afuera para mantener las apariencias.

Ahora puedo entender que esa fue la mejor manera de ayudar a mis hermanos. Ellos se enfocaron en asistirlos, en apoyarlos con el objetivo de que pudieran sobrevivir en Corea del Norte. Después de aquel viaje y de varios años de reflexión, comprendí que lo que me llevó a hacer mis películas sobre este tema era responder a una pregunta: ¿se sentía mi padre culpable de haberlos enviado a Corea del Norte?

Los hermanos

Para responder a esa pregunta tenía que empezar por ver cómo se sentían mis hermanos tras haber sido enviados allí. Porque me parecía cruel hacerle la pregunta directamente a mi padre. Fue entonces que tomé la cámara y viajé a Pyongyang. Pero la verdadera respuesta ya me la habían dado antes de grabar el documental Dear Pyongyang, donde relato esta historia de mis padres y mis hermanos. En el poco tiempo que pudimos hablar cuando los fui a visitar aquella vez en la adolescencia, ellos habían sido muy insistentes con que aprovechara las ventajas que me daba Japón.

Me insistían en que me fuera de viaje, que me comprara ropa. Por ejemplo, les conté que me gustaba la ópera, pero que no podía ir porque era muy caro. Entonces ellos me dijeron que no importaba, que tenía que hacerlo como fuera. Me acusaron de no disfrutar lo suficiente el capitalismo. Con el tiempo comprendí esa premisa: fundamentalmente, lo que me dijeron es que disfrutara la vida y que lo hiciera por la que ellos no habían podido tener.

El problema es que nunca más los he podido volver a ver. Desde que estrenamos el documental, donde tratábamos todos estos temas, Corea del Norte lo ha prohibido. Me exigieron que pidiera disculpas públicas y, como no lo hice, no me permiten la entrada al país. Desde 2004, cuando hice público el documental, no he podido verlos. Y aunque eso me ha dolido mucho, no me arrepiento de nada.

Sé que si mis hermanos se hubieran decepcionado de haber sabido que no estrenaba el documental por cómo eso limitaría las visitas. Ellos también me dijeron que aprovechara la vida al máximo. Y lo hago por ellos. Lo hago por mostrarle a la gente cómo se vive en Corea del Norte, cómo nuestros seres amados son rehenes de un sistema en el que no se puede reclamar, donde los que allí viven no pueden informar de lo que realmente pasa.

Eso pasa en Corea del Norte. Es muy injusto y se tiene que acabar. Muchas veces he creído que con esto estoy poniendo en riesgo la seguridad de mi familia, muchas veces me veo como la hermana malvada… pero necesitaba contar esta historia. Por supuesto, me preocupan mis hermanos. Después del documental se ha dificultado la comunicación con ellos. Yo no puedo ir a visitarlos y me aconsejaron que no les enviara más cartas. Era consciente de los sacrificios que iba a traer hacer un documental así, pero lo tenía hacer.

Esto no es un ataque al gobierno de Corea del Norte, yo solo quiero comunicara la realidad y lo que está pasando. Algo que es muy difícil en aquel país. Y lo que más me frustra es que yo no tengo pasaporte norcoreano. Yo no soy de allí y de alguna forma estoy metida en el sistema.

Mis padres

Con mi padre también se vivió otra historia. En el mismo documental él aceptó, en voz muy baja, que no tenía la menor idea de lo que ocurría en Corea del Norte cuando envió sus hijos como un regalo. Que era muy joven. Y aunque nunca dejó de ser fiel al partido de gobierno, esas palabras le costaron mucho.

Mucha gente lo consideró un traidor. Él ya murió y, cuando estaba en su lecho de muerte, muchas personas se acercaron a decirle a mi mamá que su esposo había traicionado al partido. También lo llamaban al hospital para decirle, a los gritos, que qué diablos me pasaba a mí, que por qué había grabado la cinta. Y de hecho, muy pocas personas vinieron a su entierro.

Pero a pesar de todo, mi madre nunca me dijo que dejara de hacer lo que estaba haciendo. Ella siempre fue una seguidora de mi trabajo. Frente a los demás, ella continuó siendo igual. Pero en privado me dijo que no importaba si en Corea del Sur o Corea del Norte, lo importante es que viva con libertad.

Ella falleció hace poco. Y siento que finalmente pude perdonar todo lo que pasó en nuestra familia.Y para eso tuve que transitar muchos procesos, pero finalmente descubrí que todo se reduce a una cosa muy simple: me pregunté qué hubiera hecho yo en su lugar, en ese momento. Con la información que había, que no es la que hay ahora en una era de celulares e internet. Lo que se sabía era muy poco. Tuve mucha rabia durante mucho tiempo. Preguntándome muchas cosas, "¿por qué lo hicieron?, ¿por qué los enviaron a ese lugar?" No tengo todas las respuestas, pero finalmente pude estar en paz conmigo misma.


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