jueves, 4 de junio de 2020

Lista de destinatarios de la Medalla de Honor de la Guerra Civil Estadounidense IV a

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Flag_of_the_United_States_of_America_(1861–1863).

W
John H. Wageman
Maurice Wagg
John W. Wagner
John Wainwright
James C. Walker
Mary E. Walker
Jerry Wall
Francis A. Wallar
William H. Walling
John Walsh
George W. Walton
Martin Wambsgan
James Ward
Nelson W. Ward
Thomas J. Ward
William H. Ward
John Warden
Henry C. Warfel
David Warren
Francis E. Warren
Alexander S. Webb
James Webb
Alason P. Webber
Henry S. Webster
Charles H. Weeks
John H. Weeks
Henry C. Weir
George W. Welch
Richard Welch
Stephen Welch
Henry S. Wells*
Thomas M. Wells
William Wells
William Wells
Edward Welsh
James Welsh
William Westerhold
John F. Weston
Loyd Wheaton
Daniel D. Wheeler
Henry W. Wheeler
William M. Wherry
Edward W. Whitaker
Adam White
J. Henry White
Joseph White
Patrick H. White
John M. Whitehead
Daniel Whitfield
Frank M. Whitman
John Whitmore
William G. Whitney
Edward N. Whittier
Andrew J. Widick
Franklin L. Wilcox
William H. Wilcox
James Wiley
George Wilhelm
Henry Wilkes
Perry Wilkes
Leander A. Wilkins
Orlando B. Willcox
Anthony Williams
Augustus Williams
Elwood N. Williams
George C. Williams
John Williams
John Williams
John Williams
Le Roy Williams
Peter Williams
Robert Williams
William Williams
William Haliday Williams
James A. Williamson
Richard Willis
Edward B. Williston
Charles E. Wilson
Christopher W. Wilson
Francis A. Wilson
John Wilson
John A. Wilson
John M. Wilson
William W. Winegar
Lewis S. Wisner
William H. Withington
John Wollam
Henry Clay Wood
Mark Wood
Richard H. Wood
Robert B. Wood
William H. Woodall
Eri D. Woodbury
Alonzo Woodruff
Carle A. Woodruff
Daniel A. Woods
Samuel Woods
Evan M. Woodward
John Woon
Charles B. Woram
Joseph Wortick
William J. Wray
Albert D. Wright
Edward Wright
Robert Wright
Samuel Wright
Samuel C. Wright
William Wright



Y
Jacob F. Yeager
Andrew J. Young
Benjamin F. Young
Calvary M. Young
Edward B. Young

Horatio N. Young
James M. Young
William Young
John L. Younker



Romanticismo de guerra.


El pasado nunca está muerto. No es ni siquiera pasado.
Jesús Fernández-Villaverde 
20-02-2017  

En pocos lugares de Estados Unidos se recuerdan los acontecimientos del pasado como en el sur profundo. El romanticismo agrario de principios del siglo XIX, en buena parte motivado por un enamoramiento de las élites literarias sureñas con Walter Scott y la cobertura ideológica que su mundo imaginario de señores heroicos y siervos fieles daba a las estructuras esclavistas de opresión, era el terreno fértil para que la derrota de los estados secesionistas durante la guerra civil se transformase en una casi religiosa reverencia por la causa perdida, Robert E. Lee y sus generales o el camino a Tara. Mitad nostalgia, mitad catarsis, William Faulkner resumió mejor que nadie el peso de esta memoria en Yoknapatawpha County: “The past is never dead. It’s not even past.”

Durante las últimas décadas, los economistas nos hemos tomado extraordinariamente en serio a Faulkner. Una literatura tremendamente vigorosa ha explotado nuevas bases de datos, sofisticadas técnicas econométricas y la creatividad de toda una generación de historiadores económicos para entender cómo el pasado determina el presente.
 ¿Por qué unos países son más ricos que otros? ¿Por qué unos países tienen índices de bienestar más altos que otros? ¿Por qué unos países son más igualitarios que otros?

 Todas estas preguntas son claves tanto para satisfacer nuestra curiosidad intelectual, en ella misma un indicador de civilización, como para tener la esperanza de ofrecer un abanico realista de recomendaciones de política. Y es que el pasado nos permite viajar de los mecanismos próximos a las causas profundas del crecimiento y el bienestar.

Afirmar que los países crecen porque impera un estado de derecho substantivo, las administraciones públicas suministran adecuadamente los servicios esenciales, se acumula capital físico y humano, no hay barreras a la adopción de tecnologías y los mercados funcionan es cierto y útil (solo hay que abrir los periódicos para percatarse de que estas básicas lecciones son ignoradas a diario en todo el planeta, empezando en España) pero no particularmente satisfactorio. Es, en un ejemplo que pongo a menudo en clase, como defender que el alumno que estudia para un examen y entiende el material, aprueba.

La pregunta verdaderamente interesante es entender el porqué existen sociedades, como Dinamarca o Suecia, que se organizan de una manera que genera bienestar y otras, como Venezuela o Cuba, que no lo hacen. No puede ser que nadie en Venezuela o Cuba no haya leído todo lo que se ha escrito desde Adam Smith sobre la riqueza de las naciones. Si Venezuela o Cuba son, como proyectos de vida en común, un fracaso, tiene que haber un mecanismo más sutil que la ignorancia de las buenas políticas (hasta la popularidad de ideologías absurdas como el comunismo o el bolivarianismo en estos países requiere de una explicación). O volviendo a mi ejemplo anterior, la pregunta intrigante es el porqué unos alumnos estudian para el examen y otros no. ¿No es aprobar un mejor resultado que suspender? Estos motivos subyacentes son los que llamamos causas profundas del crecimiento y del bienestar.

Los economistas pensamos que las políticas económicas son el resultado de un proceso en el que distintos individuos interactúan entre ellos para maximizar sus preferencias (que son a su vez una mezcla, en variables proporciones, de motivos altruistas y egoístas y que evolucionan con el tiempo) en el marco de unas “reglas del juego” (instituciones formales e informales, tradiciones, etc.). 
Este proceso no es absolutamente aleatorio. Aunque la suerte juega un papel indudable (un político clave muere en un accidente de tráfico, una batalla decisiva es ganada gracias a un golpe de fortuna por el bando más débil), los poderes relativos de los individuos y las reglas condicionan de manera fundamental las probabilidades de los resultados (casi siempre, los ejércitos más poderosos ganan las guerras). Y estos dos componentes de la interacción, poderes relativos y reglas, son producto a su vez de políticas pasadas y de unas condiciones iniciales externas. Y es aquí donde aparece el papel de la historia.

Unas veces la herencia del pasado es sorprendentemente antigua: la Venezuela actual solo se puede entender por el accidente de la acumulación hace millones de años de espectaculares reservas de petróleo en su subsuelo. Otras veces la herencia es de unos siglos: la Venezuela actual también es consecuencia de la colonización española y de las profundas desigualdades de renta, riqueza y educación entre diferentes grupos sociales y raciales que la misma generó. Y finalmente la herencia es sólo de unos años: 

la Venezuela actual sería muy diferente si los países occidentales, en 1973, hubiesen adoptado una política mucho más agresiva de reducción de consumo de petróleo y el mismo hubiera tenido un precio diferente a principios de este siglo.

El problema con la historia es que aunque Faulkner nos convenza que no es ni pasado, sí que es un país extranjero. Los datos son escasos y complejos de interpretar, los mecanismos causales múltiples y enrevesados y nuestras preconcepciones actuales una carga interpretativa costosa. Pero tales barreras, más que detener a los economistas, nos han servido de aliciente para mirar el mundo de nuevas maneras y, más concretamente, explotar nuevas fuentes de identificación para determinar relaciones de causalidad. Una clase de historia económica en 2017 es radicalmente diferente de una clase de historia económica como la que yo tuve en 1991. Muchas más estrategias de identificación y menos textiles en Yorkshire.
Hasta hace poco era, sin embargo, complicado recomendar un buen libro para que los estudiantes aprendiesen este material y uno necesitaba basarse o en notas privadas de clase o en una colección de artículos (el librito de Allen está muy bien pero es muy cortito y este otro es un poco deshilvanado). Ambas alternativas sufrían de problemas. La primera, la falta de tiempo para ser todo lo sistemático que uno quisiera al redactar los apuntes. La segunda, el obligar a los estudiantes (o los economistas que simplemente querían actualizar sus conocimientos) a cubrir mucho material técnico que, si bien necesario para publicar el trabajo, es de menor importancia en una clase introductoria.

Afortunadamente, durante las últimas semanas Stelios Michalopoulos y Elias Papaioannou han publicado, como editores, los dos primeros volúmenes de un libro electrónico, The Long Economic and Political Shadow of History , que recoge breves introducciones a esta “nueva historia económica.” Ambos volúmenes son gratuitos y se pueden bajar de internet después de registrarse con el CEPR.

El primer volumen sirve de presentación de la serie y temas generales. Además de una interesante introducción de los dos editores, uno descubre capítulos no solo de lo más granado de la profesión en este campo (en orden de aparición: David Weil, Oded Galor, Joel Mokyr, Daron Acemoglu, Jim Robinson, Andrei Shleifer, William Easterly y Ross Levine) sino también de los jóvenes más creativos (James Fenske en particular). Uno no tiene que quedar convencido con todos los argumentos (mi visión, por ejemplo, sobre la literatura de orígenes legales resumida en uno de los capítulos es crítica) para admirar los enormes avances resumidos en este volumen.
El segundo volumen cubre África y Asia, con nombres como Nathan Nunn o Ruixue Jia. Siendo una colección excelente, he echado de menos a Eric Chaney y sus fantásticos trabajos sobre el mundo islámico o a Mark Koyama sobre China. ¿Quizás estaban demasiado ocupados con otros proyectos? De igual manera, y aunque la serie resalta en la introducción el papel de la geografía y el clima, mis preferencias personales habrían preferido dedicar algunas hojas más al cambio ecológico a lo largo del tiempo (este reciente libro de Bruce Campbell es un ejemplo de lo que tengo en la cabeza, aquí una reseña del libro por Eric Chaney y abajo un video del autor tratando estos temas).
Pero estas breves críticas no son más que puntos menores en lo que es un esfuerzo magnífico. Espero con impaciencia el tercer volumen, sobre América del Norte y Europa, que saldrá en unas semanas.
P.d. Ando de viajes locos por el mundo, saltando de un sitio a otro, con lo cual no he tenido tiempo de completar la tercera entrega de mi guía de métodos cuantitativos en economía. Prometo acabarla en cuanto le encuentre un rato ahora que voy a estar en Oxford por unas semanas y lejos de más distracciones que las tentaciones de la high table.



continuación

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