Luis Alberto García / Moscú
Hubo quien pensara que la revolución proletaria comenzaría en la Inglaterra victoriana; pero fue en la Rusia zarista donde la chispa encendió en 1917, bajo los conceptos filosóficos de la alienación, la lucha de clases, la plusvalía, el capital, el trabajo como valor, el materialismo histórico, el choque entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción.
Con esos pensamientos empezaron la dictadura del proletariado y el comunismo, amparados en ese conjunto de conceptos que remite, sobre todo, a un pensador, Karl Marx, con Friederich Engels siempre en segundo plano.
Carlos Marx nació en Tréveris, al sureste de Renania, el 5 de mayo de 1818, y más de doscientos años después su obra descomunal sigue sometida al escrutinio, como en la biografía escrita por Gareth Stedman Jones, cuyo mayor mérito tiene el enorme valor de quitarle al personaje los lastres que lo han convertido en el gran mito de la revolución.
En otras palabras, devuelve su pensamiento al mundo en el que surgió: “Karl Marx. Ilusión y grandeza” (Editorial Taurus, con traducción de Jaime Collyer), abarca más de 800 páginas, transita de su vida privada a la pública, de sus estudios y su inmersión en la poco analizada teoría política del siglo antepasado.
Acude en sus referentes, da cuenta de sus desafíos y muestra las contradicciones y los logros de aquel lejano filósofo y hombre de acción nacido en Alemania, cuyas ideas terminaron por transformar radicalmente el mundo en una dirección que ni él ni nadie siquiera llegaron a imaginar.
Es 1835 cuando inicia la época en la que Marx estudia en Bonn y Berlín y entra en contacto con las ideas de los jóvenes hegelianos: “La crítica de todos estos pensadores radicales a las limitaciones del cristianismo para transformar el mundo prenden en el joven Marx”, explica Stedman Jones, catedrático de Historia de las Ideas en la Universidad de Londres.
“Hay también otros elementos –añade- que influyen en un ambiente cargado por el interés en la cuestión social. Ni la revolución de 1830 en Francia, que no conduce a una verdadera república sino a una monarquía que solo facilita mayores derechos a una minoría, ni las reformas en Inglaterra, que no logran ampliar el sufragio a amplias capas de la población, han producido cambios considerables”
Así es cómo los obreros empiezan a estudiar, reflexionar y organizarse, y el joven Marx a escribir en revistas. Alejándose de su familia judía, pero con unos padres que lo bautizaron en alguna Iglesia evangélica de Prusia en algún momento entre 1816 y 1819.
Karl se casó en 1843 con Jenny Westphalen, joven de familia aristocrática que luego formó también parte de la Liga de los Comunistas, con quien tuvo siete hijos, de los que murieron cuatro siendo niños y solo sobrevivieron tres mujeres, dos de las cuales terminarían más adelante suicidándose.
Vivió con ellos Lenchen, una empleada doméstica que creció con la familia Westphalen, y que tuvo un hijo con Marx, en un ambiente de pobreza que fue la gran pesadilla que los acompañó durante largos trechos de su vida, sin la ayuda económica de Engels, que procedía de una familia de un rico industrial, y que gracias a ello Marx no hubiera podido consagrarse a su obra.
“Quería controlarlo todo”, cuenta Stedman Jones, con el inconveniente der que una de sus hijas se enamoró de un communard francés, pero Karl y Jenny preferían que se casara con alguien más respetable, así que no le permitían verlo y la muchacha tuvo que encontrar un trabajo en Brighton para mantener la relación, pero hasta allí llegó la mano de su madre.
Y aquello no prosperó porque quisieron siempre mantener la imagen de una familia burguesa respetable, y cuando Lenchen quedó embarazada, los Marx decidieron contar que el responsable era el amigo y benefactor Engels.
El coautor de la pieza mayor de la filosofía alemana del siglo XIX, en su lecho de muerte y como no podía hablar porque tenía un cáncer de lengua, escribió con tiza en una pizarra: ‘Yo no fui el padre, el padre fue Karl”.
Los periódicos y revistas eran cerrados, y Marx se traslada a París, donde va a consolidar su amistad con Friedrich Engels durante unos intensos días del verano de 1844, cuando se convierten en editores de una publicación en el exilio –“Anales franco-alemanes”, donde aparece un texto de Engels que cuestiona la economía política del capitalismo y donde recoge la crítica a la propiedad de Proudhon.
Sus ideas interesan y ambos van a identificarse: es hora, no solo de interpretar el mundo, sino de transformarlo; son personas distintas en lo que toca a su formación política y teórica. Engels conecta con las inquietudes sociales del socialista utópico Robert Owen y no sabe nada de Hegel, inspiración central de Marx.
Les interesa Feuerbach, que ha mostrado las limitaciones del cristianismo y considera que es tarea del movimiento obrero la de restaurar el verdadero humanismo. “Ha llegado–señala su biógrafo inglés- la hora de emancipar a la clase obrera. Marx y Engels empiezan a trabajar en el “Manifiesto Comunista”, que el primero completa en enero de 1848.”
En febrero estalla la revolución en Francia, y poco después se proyecta sobre otras naciones de Europa: “No es tanto lo que quiera hacer el proletariado sino lo que le toca hacer como clase, eso es lo que defienden”, observa Stedman Jones.
Sin embargo, otro pensador, Max Stirner, critica esa lectura: “¿Cómo que es una prioridad de los trabajadores emancipar a la humanidad? Eso suena a cristianismo. Marx se afana en responderle, pero no llega a ser convincente. Es cosa de la lucha de clases, viene a decir, pero es no es más que un anhelo. No una realidad, como pretende su teoría”.
Stedman Jones cuenta que Marx se traslada entonces a Bruselas, empieza a trabajar en “El Capital”, sigue vinculado a los movimientos obreros, y con el tiempo surge la Primera Internacional, las luchas del proletariado empiezan a canalizarse con los socialdemócratas y Marx se convierte en un mito cuando defiende, en 1870, a la Comuna de París.
En 1883 muere en Londres, donde se había instalado definitivamente desde 1849; pero es Engels el que defiende que el capitalismo va a derrumbarse por sus propias contradicciones, explica Stedman Jones.
“Marx no cree que la revolución vaya a ser un acontecimiento. No es la toma de la Bastilla, sino más bien un proceso, una transición que se parece a la que hubo del feudalismo al capitalismo. ¿Y cómo imaginaba el comunismo? Los que se llamaban comunistas, allá por 1840, eran los que creían en compartir la propiedad”.
Engels era uno de ellos. Marx, no, y pensaba en un regreso a los orígenes de la sociedad, cuando entre aquellos lejanos cazadores y recolectores había más recursos que personas, una cierta abundancia, no tenía sentido hablar de propiedad, que es algo que solo surge cuando hay escasez.
Todo esto es de Adam Smith y la fantasía de Marx era que la “sociedad industrial generaría tantos recursos que ya no haría falta ni propiedad, ni leyes, ni gobiernos, ni Estado”: De ese proyecto, ya luego vino todo lo demás, como la “Revolución soviética y otros movimientos que modificarían el rumbo de la historia en el siglo XX”.
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