THE NEW YORK TIMES Por Jason Horowitz 18 de Junio de 2020
| En el Día de la Liberación de Italia, en abril, los residentes de Milán ofrendaron flores en memoria de los partisanos que murieron durante la Segunda Guerra Mundial. Las filas de quienes recordaban la guerra han disminuido por el coronavirus. (Alessandro Grassani para The New York Times) |
ROMA— Durante años, Gildo Negri visitó escuelas para compartir sus historias de cuando volaba puentes y cortaba cables eléctricos para sabotear a los nazis y a los fascistas durante la Segunda Guerra Mundial. En enero, el hombre de 89 años hizo otra visita, dejando su asilo de ancianos en las afueras de Milán para ayudar a unos estudiantes a plantar árboles en honor a los italianos deportados a los campos de concentración. Pero a fines de febrero, cuando el primer brote de coronavirus en Europa se propagó en el asilo de ancianos de Negri, también lo infectó. Encerrado, se desanimó por perderse los desfiles y discursos públicos habituales en el Día de la Liberación de Italia, que serían grandiosos este año para conmemorar el aniversario número 75. Pero el virus canceló las conmemoraciones del 25 de abril. Negri murió esa noche “La memoria se está desvaneciendo, y el coronavirus está acelerando este proceso”, dijo Rita Magnani, quien trabajó con Negri en el capítulo local de la Asociación Nacional de Partisanos Italianos. “Estamos perdiendo a las personas que nos pueden contar en primera persona lo que pasó. Y es una pena, porque cuando perdemos la memoria histórica, nos perdemos a nosotros mismos”. El tiempo y sus estragos ya han segado las vidas y borrado los recuerdos de una generación que vio de cerca las ideologías y los crímenes que convirtieron a Europa en un campo de exterminio. El virus, que es tan letal para los ancianos, aceleró la partida de estos últimos testigos y forzó la cancelación de las conmemoraciones de aniversario que ofrecían una última oportunidad de contar sus historias ante audiencias numerosas. También ha creado una oportunidad para las fuerzas políticas en ascenso que buscan reformular la historia del último siglo para desempeñar un papel más importante en la refundación de la narrativa actual. En toda Europa, en los últimos años han ganado fuerza partidos radicales de derecha que tienen en su haber historias de negación del Holocausto, declarada admiración por Mussolini y lemas fascistas, y pasaron de los márgenes a los parlamentos e, incluso, a coaliciones de gobierno.
La Alternativa para Alemania busca capitalizar la frustración económica que la crisis del coronavirus ha desatado. En Francia, el Rally Nacional de extrema derecha tuvo la mejor actuación del país en las últimas elecciones al Parlamento Europeo. Y en Italia, cuna del fascismo, los descendientes de los partidos pos-fascistas se han popularizado a medida que el estigma en torno a Mussolini y la política de los hombres fuertes se ha desvanecido. Italia es especialmente vulnerable a la pérdida de la memoria. Ha sufrido una epidemia severa y tiene la población más vieja de Europa. También es un lugar políticamente polarizado donde las áreas de consenso en otros países son constantemente objeto de litigio, con recuerdos de las atrocidades fascistas y nazistas contrarrestada con réplicas sobre las ejecuciones sumarias de los partisanos comunistas. En los tres cuartos de siglo después de la derrota de Italia y la guerra civil de facto con el breve estado títere nazi de Mussolini en el norte, las personas que vivieron la guerra y el fascismo han ofrecido un testimonio vivo que brilló a través de la confusión. Esa generación iba a tener un primer plano final y un megáfono en el aniversario de los 75 años del fin de la guerra, en Italia y en toda Europa. Para marcar el aniversario de los 75 años de la liberación del campo de concentración de Dachau, Alemania había pasado más de un año reservando vuelos y hoteles y organizando sillas de ruedas y tanques de oxígeno para 72 sobrevivientes y 20 soldados estadounidenses que liberaron los campos. Durante cinco días, a partir del 29 de abril, se iban a encontrar y contarían sus historias. La pandemia lo hizo imposible.
En cambio, solo cuatro funcionarios participaron en el evento.
“Muchos sobrevivientes habían estado viviendo a la espera de ese día”, dijo Gabriele Hammermann, quien dirige el memorial del campo de concentración de Dachau, y fue una de los cuatro participantes. “En estos tiempos de cambio en los que cada vez menos sobrevivientes pueden venir al sitio conmemorativo, era de particular importancia que se entregase el testigo del recuerdo a las nuevas generaciones”.
El 8 de mayo, el Día de la Victoria en Europa, la BBC transmitió partes del discurso que Winston Churchill pronunció hace 75 años (“Debemos permitirnos un breve periodo de regocijo”), y el primer ministro Boris Johnson lamentó la falta de desfiles pero dijo que combatir al virus “exige el mismo espíritu de esfuerzo nacional” que el de la guerra.
En Francia, Geneviève Darrieussecq, secretaria de estado del Ministerio de las Fuerzas Armadas, dijo que las ceremonias regionales estaban canceladas “especialmente porque los ex combatientes y los abanderados están particularmente expuestos”.
Algunos grupos de veteranos han dicho que entienden que los memoriales sobre el pasado debían pasar a segundo plano frente a los riesgos inmediatos para la salud. Otros sintieron devastadora la ausencia.
En Rusia, que perdió decenas de millones de soldados durante una guerra que forjó su identidad nacional, el presidente Vladimir Putin había planeado un gran desfile militar para el 9 de mayo en Moscú, al que asistirían el presidente Emmanuel Macron de Francia y posiblemente otros líderes mundiales. En cambio, hizo llamadas telefónicas de solidaridad y reprogramó el evento para el 24 de junio. “Lo haremos”, dijo.
Al mismo tiempo, a medida que el virus trastorna toda la vida moderna, también está cortando las conexiones con el pasado.
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En España, José María Galante, de 71 años, sufrió durante el régimen del dictador Francisco Franco y pasó los últimos años intentando llevar ante la justicia a su torturador, Antonio González Pacheco, un oficial de policía conocido como “Billy el Niño”. Pero en marzo, Galante murió por el virus. Semanas después, el virus también mató a González Pacheco, de 73 años. “Es una gran pérdida para todos aquellos que creían que España no debería silenciar su pasado”, dijo la compañera de muchos años de Galante, Justa Montero. Cuando el virus mató a Henri Kichka, un escritor belga de 94 años y sobreviviente de Auschwitz, el 25 de abril, el político belga Charles Picqué escribió que “un gran testigo de la Shoah nos dejó” y que “ahora depende de las generaciones más jóvenes continuar su batalla contra el odio”.
En Italia, lo que corre el riesgo de ser clausurado es más que solo el recuerdo de la era fascista, mientras el país debate qué hacer con sus ancianos vulnerables. Durante meses, los funcionarios han debatido qué política adoptar con la población de mayor edad y en riesgo, incluidos aquellos que reconstruyeron el país después de la guerra, impulsaron su auge y soportaron el terrorismo doméstico en la década de 1970, otro eco de la guerra civil. En una gerontocracia como Italia, las propuestas de incentivar a los mayores para quedarse en casa significarían encerrar a gran parte de la élite política, académica, industrial y empresarial. A inicios de marzo, el principal funcionario de salud en Lombardía pidió a las personas mayores de 65 años que se quedaran en casa, una sugerencia de la que el gobierno nacional hizo eco en un decreto. Los abuelos publicaron cartas abiertas a sus nietos, instándolos a no esconder a los protagonistas de la década de 1940 como “cargas inútiles”. Un ex presidente de la corte más alta del país señaló que la Constitución garantiza la libertad de movimiento de todos los ciudadanos. (“Conozco a personas de 80 años que están en buena forma”, escribió).
“¿Quién puede hacer una sociedad sin modelos traídos del pasado?”, dijo Lia Levi, de 88 años, una escritora italiana, que es judía y sufrió con las leyes raciales italianas cuando niña. Dijo que muchos de los partisanos que combatieron a los fascistas nunca escribieron una palabra o se convirtieron en políticos, sino que simplemente vivieron sus vidas y les contaron a sus hijos y nietos lo que vieron.
“Puedo decirte cuándo me echaron de la escuela, y que no podía entender el por qué, eso humaniza los hechos históricos”, dijo, y agregó: “Nos vemos los unos a los otros” A diferencia de Alemania, que se ha obligado a mirar a sus crímenes estoicamente, Italia a menudo ha desviado la vista. Los partidos pos-fascistas brotaron después de la guerra, y sus descendientes directos políticos siguen siendo vibrantes y crecientes. El nacionalismo se ha vuelto a poner de moda, con líderes que a propósito se hacen eco de Mussolini, a quienes muchos admiran abiertamente. En mayo, Giorgia Meloni, una estrella en ascenso de la derecha italiana y líder de los cada vez más populares Hermanos de Italia, descendientes de los partidos pos-fascistas de Italia, rindió homenaje a un político de derecha que una vez apoyó con avidez las leyes raciales de Mussolini. Las muertes por el virus de quienes lucharon contra el fascismo han recibido menos atención. Piera Pattani trabajó clandestinamente como confidente y enlace de confianza para líderes de la resistencia local en Milán durante la guerra. Ayudó a los aliados a escapar de los guardias italianos fascistas y vio cómo las SS alemanas se llevaban a sus camaradas. A sus 90 años, se mantuvo sana y lúcida y dispuesta a contar sus historias en los salones de clases. Terminó en un asilo de ancianos. Pero en marzo fue infectada con el virus. Murió sola en el hospital, a los 93 años.
“El virus hizo lo que el fascismo no pudo”, dijo Primo Minelli, de 72 años, presidente de la asociación de partisanos de Legnano y su amigo. “Se ha llevado a muchas personas que podrían haberse quedado más tiempo”. Eso importaba especialmente ahora, dijo, debido a un clima político que encuentra amenazador. “El testimonio de primera mano se valora sobre el testimonio indirecto”, dijo. “Ya hay un intento de eliminar la historia de la resistencia. Ese esfuerzo se acelerará cuando los testigos se hayan ido” Las familias de otros partisanos dijeron que ellos mismos solo sentían el peso completo de esa historia ahora que las personas que las vivieron habían muerto.
“Ya sabes cómo es, cuando alguien está bien, lo que dicen sobre el pasado parece una fábula”, dijo Teresa Baroni, de 86 años, quien en marzo perdió a su esposo, Savino, por el virus. “Y luego ellos se han ido y ya no parece una fábula”. Ella dijo que su esposo, de 94 años, rara vez hablaba sobre sus días en los que escapaba de los fascistas y combatía con la brigada Mazzini en San Leo, en la costa este de Italia. Rechazaba las invitaciones para hablar en salones de clases, avergonzado por su mal dominio del italiano, y pasó su vida cultivando con su esposa. Cuando dio positivo para el virus en marzo y los trabajadores de la ambulancia se alistaron para llevarlo al hospital, su esposa lo mantuvo en casa, y dijo que había dormido con él durante 66 años y no dejaría de hacerlo ahora. Murió a su lado días después, dijo ella, llevándose sus historias con él.
“La memoria desaparece cuando aquellos directamente involucrados se van, y ya todos estamos viejos”, dijo William Marconi, un partisano que combatió a los nazis en Tirano, en el norte de Italia. “Y este virus está matando a los viejos”. Marconi, de 95 años, aún vive en Tirano, donde, dijo, su incapacidad para caminar lo mantuvo en casa y lejos de la amenaza de un virus que mató a uno de sus antiguos camaradas, Gino Ricetti, el 26 de abril. Marconi ha escrito sobre sus experiencias, pero se ha vuelto menos optimista sobre el prospecto de que las generaciones más jóvenes aprendan las lecciones del pasado.
“No estoy convencido de que la memoria sirva”, dijo. “Incluso aquellos que conocen la historia, la repiten una y otra vez”.
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