jueves, 23 de julio de 2020

Derribo de las estatuas confederadas(Iconoclastia) y el Stone Mountain.-a

"Puedes derribar todos los monumentos del mundo, pero eso no cambia necesariamente lo que ocurrió. Estamos obligados a aprender de ese pasado."

STONE MOUNTAIN PARK



Stone Mountain es una montaña de granito tipo Inselberg ubicada en la localidad de Stone Mountain, un suburbio de la ciudad de Atlanta en el estado de Georgia , Estados Unidos.
Su cumbre se eleva a 513 metros sobre el nivel del mar, lo que corresponde a 251.5 metros sobre la llanura vecina.
Detalle
No solo es conocido por su geología, sino especialmente por su inmenso bajorrelieve ubicado en su cara norte. Este bajorrelieve es el más grande del mundo. Tres figuras de líderes de los Estados Confederados de América están grabadas en la roca. Ellos son Thomas Jonathan Jackson, Robert Lee y Jefferson Davis.

El bajorrelieve tallado

El bajorrelieve tallado más grande del mundo representa tres figuras de los Estados Confederados de América durante la Guerra Civil: el presidente Jefferson Davis y los generales Robert Lee y Thomas Jonathan Jackson. Toda la escultura mide tres acres (12,000  m 2 , o 1.2 hectáreas), más grande que un campo de fútbol . Se encuentra a unos 120  m sobre el suelo, mide 30  m por 60  my se hunde en la roca de la montaña durante casi 13  m .

En 1912 , la escultura existe solo en la imaginación de C. Helen Plane, miembro fundador de las Hijas Unidas de la Confederación (UDC). La familia Venable, propietarios de la montaña, transfirió la parte norte de la montaña a la UDC en 1916 para que se pudiera construir un imponente monumento a la guerra civil en 12 años . Tres escultores trabajaron allí durante su creación. Gutzon Borglum fue reclutado como escultor consultor y en 1916 fue nombrado escultor por la Asociación Monumental de Stone Mountain. Borglum imagina una escultura que comprende siete figuras centrales acompañadas por "un ejército de miles". Debido a problemas de financiación y la Primera Guerra Mundial, no fue posible comenzar hasta 1923 .







Después de demoler grandes partes de la montaña con dinamita, Borglum puede cumplir con la cabeza de Robert Lee 19 de enero de 1924. En 1925 , surgió una disputa entre Borglum y la asociación de administración del sitio. Debido a este conflicto, Borlgum abandonó el sitio y se llevó todos sus bocetos y modelos. Se fue a trabajar en la famosa escultura del monte Rushmore.
Augustus Lukeman , el segundo escultor, se hizo cargo del proyecto en 1925. Su escultura incluía las tres figuras centrales de la Confederación, a caballo. Tomó el trabajo de Borglum de la montaña y trabajó con el sistema de perforación neumática, pero para 1928 (la fecha límite original) solo la cabeza de Robert Lee estaba completa mientras se agotaban los fondos. La familia Venable recupera su propiedad y la enorme montaña de granito permanece inalterada durante 36 años.
En 1958 , Georgia compró la montaña y la tierra circundante. La Asamblea General de Georgia creó la Stone Mountain Memorial Association. En 1960 , el Comité Asesor del Memorial Confederado de Stone Mountain estaba compuesto por seis figuras reconocidas internacionalmente en el mundo del arte. Se organiza un concurso y nueve escultores de fama mundial proponen sus planes para una nueva escultura. En 1963 , basándose en las recomendaciones del Comité Asesor, la Asociación Stone Mountain Memorial eligió a Walker Kirkland Hancock ( Massachusetts).) para completar la escultura. El trabajo se reanudó en 1964 , y se utilizó una nueva técnica con antorchas de chorro térmico para cortar el granito. Con esta técnica, el sastre principal Roy Faulkner puede eliminar toneladas de granito por día. 
Las figuras se completan con el detalle de una pintura fina. Las cejas, los dedos, los rizos e incluso el cabello están intrincadamente esculpidos. La escultura es en realidad mucho más grande de lo que parece ser del Parque de atracciones Stone Mountain. Los trabajadores pueden pararse fácilmente sobre la oreja de un caballo o dentro de la boca del caballo en aguaceros repentinos. Una ceremonia dedicada a la talla Confederate Memorial está organizado en de mayo de 1970. Los toques finales de la obra maestra se completaron en 1972 .


Una estatua de Cristóbal Colón en St. Paul, Minnesota, fue derribada por manifestantes.

Estatuas de Cristóbal Colón han sido derribadas en Estados Unidos. Lo mismo ocurrió con monumentos de líderes confederados. Y en Portland llegaron a tirar estatuas de padres fundadores de este país, como George Washington y Thomas Jefferson.
La reciente ola de protestas contra la brutalidad policial y el racismo que se desató tras la muerte del afroestadounidense George Floyd a manos de la policía en Minneapolis ha incluido una serie de ataques a monumentos que manifestantes vinculan con la esclavitud y el colonialismo.
El movimiento alcanzó a Europa. En Reino Unido, los manifestantes derribaron una estatua del esclavista británico Edward Colston en la ciudad inglesa de Bristol, y en Bélgica dañaron y removieron monumentos a Leopoldo II, el rey del siglo XIX cuyo régimen contribuyó a la muerte de millones de personas en África.
Pero a medida que esto ocurre, surgen de modo inevitable preguntas sobre cuál es el límite entre lo aceptable e inaceptable como obras en memoria pública de alguien, o cuánto se puede lograr con este movimiento.

David Blight

"Puedes derribar todos los monumentos del mundo, pero eso no cambia necesariamente lo que ocurrió. Aún estamos obligados a aprender ese pasado", advierte David Blight, profesor de Historia en la Universidad de Yale experto en la Guerra Civil, la Reconstrucción y estudios afroamericanos, durante una entrevista con BBC Mundo.
Memorial de Freedmen

Blight se lanzó al debate al apoyar la remoción de monumentos a los confederados en EE.UU., por entender que intentaron destruir el país al lanzar una guerra de secesión en 1861 para mantener la esclavitud en el sur, pero se opuso al retiro de un monumento a la Emancipación que él mismo dice que proyecta una imagen racista.
Lo que sigue es una síntesis del diálogo telefónico con Blight, quien en 2019 ganó el premio Pulitzer en Historia por su biografía del abolicionista afroestadounidense Frederick Douglass y la semana pasada firmó una carta abierta junto a unos 150 intelectuales y artistas advirtiendo sobre un debilitamiento del "libre intercambio de información e ideas".

¿Cómo observa, como historiador, el debate actual sobre los monumentos?

Surgió en el momento inmediato de la resistencia y la protesta contra la brutalidad policial y los asesinatos policiales en las calles estadounidenses.
Estas protestas han sido tan grandes que gente en nuestro país, e incluso el extranjero, ha decidido que los símbolos del pasado que de alguna manera representan la esclavitud y el racismo en el caso de EE.UU. deberían derribarse.
Pero debe entenderse que este gran debate y lucha en EE.UU. sobre los monumentos confederados y toda la ideología confederada de la causa perdida transcurre desde hace cinco años.
Comenzó con la masacre de nueve afroestadounidenses en una iglesia negra de Charleston, en junio de 2015. Fue a raíz de eso que en Carolina del Sur se bajó oficialmente la bandera confederada.
Después hubo muchos intentos de cuestionar o eliminar monumentos confederados en todo el país. Algunos comenzaron a concretarse.
Y en 2017 hubo esa marcha de supremacistas blancos en Charlottesville, Virginia, supuestamente por la amenaza de derribar otra estatua de Robert E. Lee.
Este debate ha tenido lugar durante cinco años. Pero nada tan raudo y agresivo como lo que estamos experimentando ahora y básicamente en el último mes.
Al referirse recientemente sobre este debate, usted advirtió que "no podemos purificar la historia". ¿Puede explicar esta idea?
Lo que quiero decir es que a veces tenemos que tener cuidado con nuestras creencias, nuestras actitudes y nuestros sentimientos de hoy sobre el pasado. Yo no estoy a favor de preservar los monumentos confederados.

Hay algunos monumentos que habré defendido, como el Memorial de Freedmen, una estatua de Lincoln de pie y un esclavo arrodillado en Washington D.C.
Pero no podemos purificar el pasado. Y lo que quiero decir con eso es que no puedes volver atrás y simplemente hacer del pasado algo que sea más aceptable y que se ajuste mejor a nuestros deseos de hoy.
Ni siquiera puedes purificar la memoria pública de eso. Los seres humanos siguen siendo seres humanos. La condición humana todavía existe. Y nuestra historia, como la historia de todos los demás, está llena de tragedia y buenos finales.
Ya sea aquí o en cualquier otro lugar del mundo, tenemos derecho a debatir cómo queremos que nos represente nuestro paisaje conmemorativo público. Esas decisiones siempre se toman en un tiempo presente, a menudo relacionado con la política.
Pero quienes creen que pueden tener una mejor historia o un mejor sentido de la memoria por abolir ciertos tipos de monumentos y, con suerte, imaginar nuevos, eso no va a purificar el pasado.
Puedes derribar todos los monumentos del mundo, pero eso no cambia necesariamente lo que ocurrió. 

¿Ve un riesgo acerca de este movimiento por la remoción de estatuas históricas?

Hay riesgos. Nuestra propia indignación justificada contra la brutalidad policial, o contra el poder que la trata de esclavos representó con el tiempo... Podemos deshacernos justificadamente de algunos de esos símbolos. Pero la justificación sola no es suficiente.
Tenemos que aprender esa historia y estar preparados para imaginar un nuevo paisaje conmemorativo. Tal vez no serán estatuas, sino otras representaciones.
Pero quienes creen que pueden tener una mejor historia o un mejor sentido de la memoria por abolir ciertos tipos de monumentos y, con suerte, imaginar nuevos, eso no va a purificar el pasado.
Puedes derribar todos los monumentos del mundo, pero eso no cambia necesariamente lo que ocurrió.

¿Ve un riesgo acerca de este movimiento por la remoción de estatuas históricas?

Hay riesgos. Nuestra propia indignación justificada contra la brutalidad policial, o contra el poder que la trata de esclavos representó con el tiempo... Podemos deshacernos justificadamente de algunos de esos símbolos. Pero la justificación sola no es suficiente.
Tenemos que aprender esa historia y estar preparados para imaginar un nuevo paisaje conmemorativo. Tal vez no serán estatuas, sino otras representaciones.
Pero necesitas un proceso deliberativo. No podemos simplemente dejar que las turbas derriben monumentos. Va a suceder y ha sucedido a lo largo de la historia: cuando los regímenes caen, generalmente sus monumentos caerán con ellos.
Turbas, multitudes o protestas: como sea que queramos llamarlos, hemos derribado muchos monumentos en las últimas semanas. Pero es mucho mejor tener algún tipo de proceso deliberativo, ya sea en la legislatura, un consejo municipal, un grupo de trabajo.

Y debería haber algunos principios aplicados según los cuales decidimos eliminar, mantener, contextualizar, o cualquiera que sea la decisión final.

Pero, por ejemplo, en EE.UU. algunos monumentos a George Washington y Thomas Jefferson se volvieron parte de la controversia, porque esos expresidentes eran dueños de esclavos. ¿Deberían también ser eliminados o esto sería una afrenta a la historia, como señalan otros?
Estos son algunos de los más difíciles. Washington y Jefferson, o incluso James Madison, fueron personas que literalmente fundaron el país, la república, el gobierno que salió de la revolución.
Eran esclavistas, virginianos, y eso no se puede separar. Ambas cosas son ciertas. Estos hombres, a través de su coraje y su experiencia filosófica, lograron crear una república americana. Y también escribir esa Constitución que era cómplice con la esclavitud.
Ahora, la diferencia entre esos fundadores y los líderes de la Confederación unos 80 años después, es que estos intentaron derrocar a esa república, destruirla, dividirla y entablar una guerra civil para ello.
Washington, Jefferson, Madison y otros que fundaron EE.UU. salieron de un siglo en el que la tenencia de esclavos no solo era legal, sino ampliamente aceptada.
Eran criticados aún en los comienzos del abolicionismo. Pero este es un caso en el que no se puede separar la historia en partes que nos gustan y que no nos gustan. Sin Washington, Jefferson, Madison y otros, no habría habido un EE.UU. Fundaron el gobierno y, por lo tanto, son honrados de la manera más grande posible.
Personalmente, no creo que los monumentos de Jefferson y Washington de alguna manera deban ser derribados o sacados de nuestro paisaje conmemorativo. Lo que hemos hecho es escribir historias profundas, fascinantes y serias de estas personas. Podemos aprender acerca de ellas, tanto su genio como sus terribles defectos, sin dejar de recordarlos.Otro ejemplo que viene de Europa: Cristóbal Colón…

¿Alguien ha contado cuántas estatuas de Cristóbal Colón hay en EE.UU.? Debe haber una en cada estado al menos…

En toda América…

Bueno, esa es otra difícil en cierto sentido. Esto no tiene casi nada que ver con el hombre en sí mismo, pero el símbolo de Colón obviamente se ha asociado con la conquista de los pueblos indígenas de América.
Por lo tanto, toda celebración de Colón es resentida por los americanos nativos y muchos otros.
Es posible que hayamos exagerado al celebrar a Colón, pero eso tiene más que ver con los italoamericanos y sus afirmaciones de ser estadounidenses a fines del siglo XIX y principios del siglo XX.
Es todo el proyecto del imperio que terminó conduciendo a esta conquista. Entonces, tal vez sea el imperio en sí mismo del que debes tener cuidado al conmemorar de alguna manera.

Usted ha escrito sobre el monumento a la Emancipación en Washington (que representa al expresidente Lincoln parado y a un hombre negro arrodillado con las cadenas rotas), concordando en que es una imagen racista, pero argumentó en contra de su remoción. ¿No es contradictorio?

Parece que sí, pero no creo que lo sea. Sí, esa para mí es una imagen racista. El esclavo arrodillado al lado del Lincoln casi divino, visualmente, sin ningún contexto, es una imagen racista. Lo acepto.
Pero para mí, el monumento en sí es lo suficientemente importante como para preservar y mantener su ubicación, debido a quién lo creó, y las circunstancias en las que fue creado y se inauguró (en 1876).
El dinero para construir un monumento, 20.000 dólares, fue recaudado casi en su totalidad entre estadounidenses negros, ex-esclavos. El evento de inauguración de ese monumento fue liderado y promulgado por afroamericanos. El día comenzó con un gran desfile de personas negras en el Distrito de Columbia.
Frederick Douglass fue el orador y ese discurso es una obra maestra de honestidad por la forma en que describió cómo los afroamericanos habían visto a Lincoln durante el comienzo de la Guerra Civil.
Douglass dice: sin embargo, los métodos y la forma en que nos liberamos tuvieron mucho que ver con el liderazgo de Lincoln, la precaución, el proceso paso a paso para llegar a la Emancipación...
Así que digo que el monumento debería permanecer allí representando el tiempo, que es la Reconstrucción.
Al inaugurarse en abril de 1876, Douglass tenía a todo el gobierno sentado a su frente: el presidente, el gabinete, los jueces de la Corte Suprema y miembros del Congreso.
Lo que he defendido es que debería haber un monumento adicional construido junto a ese, conmemorando ese día y también la historia de la Emancipación de forma creativa. Otras personas pueden estar en desacuerdo. Para eso tenemos democracia.

Quienes promueven la eliminación de este tipo de monumentos argumentan que fueron creados para proyectar una imagen de supremacía blanca, son símbolos actuales de colonialismo y racismo, y es precisamente por eso que deben eliminarse como forma de opresión continua. ¿Cuál es su respuesta?

Entiendo el argumento.Por otro lado, ese argumento evita totalmente la comprensión de las personas que lo crearon.
Sí, la mayoría de los negros de la época probablemente no hubieran preferido la imagen del esclavo arrodillado.
Pero en el siglo XIX ese era el símbolo más extendido de la abolición, de la antiesclavitud. Viene de un contexto que no debe ser olvidado.
Y no debe olvidarse que, a pesar de lo que piensen de esa imagen ahora, las personas que la crearon estaban orgullosas de lo que Douglass llamó el primer monumento nacional en cuya creación realmente participaron estadounidenses negros.
Si lo quitamos y lo dejamos en la esquina de un museo como curiosidad, no creo que la gente se entere de eso.
Los monumentos fueron destinados a estar al aire libre. Y ese sigue siendo un monumento a la libertad negra que, incluso si nos ofende hoy, deberíamos mantenerlo donde está por la forma en que lo crearon.
Voy a perder ese argumento, probablemente porque hay mucho sentimiento para eliminarlo. Quién sabe. Estoy a favor de derribar los monumentos confederados. Pero no ese.




El conflicto de los símbolos y monumentos en el mundo
27 octubre, 2017 

Hace unas semanas se mutiló en dos lugares distintos la estatua de fray Junípero Serra, fundador de California. Cientos de estatuas de Colón han sido destruidas durante largo tiempo. Banderas catalanas y banderas españolas han sido quemadas en un conflicto que crea tensión en Europa. Estatuas del franquismo han ido desapareciendo al igual que se cambian nombres de calles. En buena parte de Ucrania, han derribado 1.200 estatuas de Lenin tras la caída del gobierno tutelado por Vladimir Putin. Esto en Europa, el entorno de Rusia y América Latina, porque en EE.UU. la polémica es de mayores proporciones por los grupos étnicos implicados: los adeptos de Trump se enfrentan a sus contrincantes en el proceso de borrar signos confederados a lo largo de todo el país y ha resurgido con fuerza el debate de borrar la historia de acuerdo con nuevos o tradicionales criterios de ética, historia, política y ciudadanía.

Estamos ante la iconoclastia, la destrucción o el olvido de cualquier símbolo o imagen del adversario o de lo que un movimiento histórico o político representa. Para hablar de la destrucción de imágenes hay que comenzar explicando que la iconoclastia y la guerra aparecen entre los fenómenos más destructivos junto a los desastres naturales. La primera ciudad del mundo, que fue Jericó, sucumbió porque era un símbolo y, desde entonces, se estima que los conflictos han provocado daños irreversibles al patrimonio cultural de la humanidad.
Cartago, fundada tal vez en 814, llegó a ser el símbolo de la resistencia a Roma y fue arrasada, se mató de hambre a los habitantes, sobre los edificios derruidos se arrojó sal y no quedó nada de su memoria, salvo las referencias que los propios historiadores romanos conservaron por los testigos que fueron llevados a Roma. La frase más famosa asociada con este triste hecho se ha atribuido a Catón el Viejo, quien solía finalizar sus discursos en el 150 diciendo: 
Delenda est Carthago (¡Destruid Cartago!).


"El movimiento de los iconoclastas trajo la quema de imágenes y de libros de un bando y otro."

Durante el movimiento de los iconoclastas, entre los siglos VIII y IX, la quema de imágenes también alcanzó a los libros de los autores de un bando u otro. La iconoclastia comenzó cuando León III decidió proscribir las imágenes para conciliar así a cristianos, judíos y musulmanes, pero en el fondo predominó en la decisión un intento de reducir la influencia de la Iglesia en los asuntos del Estado. Hacia el año 725, un edicto repudió las imágenes eclesiásticas y una estatua de Cristo fue destruida. El hijo de León III, Constantino Coprónimo (su apellido significa literalmente “nombre de excremento”), prosiguió la iconoclastia y arreció las medidas contra los protectores de imágenes.
En el polémico decreto del concilio de 754 se proclamó:


 “Será rechazada, apartada y expulsada con imprecisiones de la Santa Iglesia toda imagen de cualquier material”. 

Un poco la idea que vemos en el Viejo Testamento de prohibir venerar imágenes, que trae un castigo severo a quienes la incumplen.

En un acto insospechado, la nueva ciudad de México se edificó sobre Tenochtitlán. Los frailes ordenaron sepultar o destruir los templos. En el año 1530, en Tetzcoco, Zumárraga hizo una hoguera con todos los escritos e ídolos que consiguió de los mexicas. Fray Juan de Torquemada, tío del inquisidor Tomás de Torquemada que quemó cientos de libros de los árabes en España, escribió con ironía: 


[…] Porque los religiosos y el obispo primero don Juan de Zumárraga, quemaron libros de mucha importancia para saber las cosas antiguas de esta tierra, pues entendieron que era demostración de supersticiosa idolatría…”.

 Hay un libro excelente sobre el tema titulado La Guerra de las imágenes de Serge Gruzinski sobre este asunto.

El acto destructivo de La Bastilla fue considerado como el colapso de una era despótica.

El escritor Louis Réau dedicó 320 páginas del total de 1.190 que comprende su descomunal Histoire du vandalisme (1994) sólo a describir exclusivamente los procesos de iconoclastia convulsiva que tuvo la Revolución francesa desde 1789 hasta el golpe de Estado que coloca a Napoleón Bonaparte al frente del gobierno francés en 1799.

La cólera de la reacción puede medirse en lo que fue el primer acto realmente revolucionario: la toma de La Bastilla, el 14 de julio de 1789. La noticia de aquel hecho, hoy vitalizado por el imaginario de la identidad francesa como fecha de celebración, se propagó muy pronto tanto en Europa como en América, y el acto destructivo mismo contra la cárcel fue considerado como una expresión no sólo del derrumbe de un sistema sino del colapso de una era despótica.
El 14 de julio de 1789 La Bastilla fue sitiada por unos 50.000 franceses que buscaban pólvora después de haber conseguido armas en Les Invalides, atacaron el edificio y una vez que tomaron el control de la cárcel mataron a su gobernador Bernard-René Jordan de Launay, lo decapitaron y pasearon su cabeza por las calles de la aterrada ciudad. La Bastilla fue saqueada, incendiada y destrozada.


Poco se divulga sobre los monumentos condenados que han pasado a ser indeseables o están por serlo.

La Segunda Guerra Mundial, además de un legado siniestro de 60 millones de muertos, aniquiló maravillas extraordinarias que se redujeron, en el mejor de los casos, a ruinas. Fue tal el desastre en 1946 que se filmaron 1.500 películas llamadas trümmerfilme (film de escombros) para ambientar el cine de entretenimiento en las ciudades alemanas destruidas con la intención de concienciar a la población sobre los estragos sufridos. Las mujeres de Berlín intentaban abstraerse de lo que sucedía recogiendo escombros: fueron las trümmerfrauen (“mujeres de los escombros”) que tuvieron la entereza de mantenerse de pie y además de borrar miles de símbolos nazis que están prohibidos, hoy, por leyes que protegen tal vez de forma inocua contra la apología del delito, y la mejor prueba es la reedición de Mi lucha de Hitler como un best seller.

Se han hecho listas de las siete maravillas arquitectónicas del mundo antiguo; hay listas de los tesoros culturales de todas las épocas; la Unesco tiene un inventario de Patrimonio del Mundo (World Heritage) con otra lista adicional que es Memoria del Mundo (World Memory); hay miles de guías turísticas impresas o electrónicas que repiten datos sobre los edificios o monumentos que debe visitar alguien si pretende conocer un país, una ciudad, un pueblo o incluso un campamento; hay abundantes listas de lugares sagrados; hay listas de monumentos submarinos, terrestres o espaciales; de todo esto hay registros minuciosos, pero poco se divulga sobre los monumentos condenados que han pasado a ser indeseables o están por serlo.

Me refiero, por supuesto, a edificios, estatuas o legados culturales, tangibles o intangibles, que se convierten en un símbolo de vergüenza para una comunidad después de haber sido emblemas de una gestión política, religiosa o económica de corte autoritario y sufren rechazo, vandalismo o destrucción espontánea o planificada por un nuevo gobierno o una multitud. En cierta forma, el ataque ha funcionado como fundación de un orden primario de venganza y un mensaje de condena violento. Aquí funciona lo que se conoce como damnatio memoriae (término latino traducido como condena o maldición de la memoria), una extensa práctica histórica en la que se procede a borrar todo rastro de la memoria de aquellos considerados infames (desde inscripciones, archivos, estatuas, libros y monumentos) para facilitar su ostracismo social.


Pudiera decirse que no debe haber rencor y odio, sino memoria de lo que no debe suceder de nuevo.

Klaus Herding ha distinguido entre el simple reemplazo de nombres o inscripciones, reemplazo total o parcial, enterramiento o condena como si se tratara de alguien real y remoción a secciones especiales de almacenamiento.
Hay otros usos de los monumentos malditos que no fomentan su eliminación sino su conversión en museos de los límites de la naturaleza humana o pruebas ostensibles de los crímenes cometidos por una persona o régimen. Probablemente se haya comprendido que el olvido no lo decreta la inexistencia pública del contenido de un recuerdo. Sigmund Freud pensó que así como existía la memoria, existía el inconsciente, donde se almacenan los olvidos de la gente. El olvido activo es una teoría central del psicoanálisis: el eje del bloqueo o represión de los recuerdos. 

En el debate de posguerra de 1946-1950 se pedía el desmantelamiento de los campos de concentración creados por los nazis y que sirvieron para el Holocausto de seis millones de judíos:


 Auschwitz, Dachau, Mauthausen-Gusen, Buchenwald, Sachsenhausen, Bergen-Belsen, Les Milles, Theresienstadt o Treblinka. 


Tras arduos debates, se optó por convertir esos centros en museos negros de la memoria que procuran alentar la mejor consigna en procesos donde la violencia haya socavado derechos humanos fundamentales: lo primordial es no olvidar. Pudiera decirse que no debe haber rencor y odio, sino memoria de lo que no debe suceder de nuevo.


Dentro de la iconoclastia hay que incluir el muro de Berlín, un engendro de la Guerra Fría.

Dentro de la iconoclastia, hay que incluir cómo fue destruido el muro de Berlín, un engendro de la Guerra Fría que sirvió para establecer visualmente la división de Alemania en dos naciones después de su derrota en 1945. La propaganda de la RDA consideraba el muro como “protección antifascista” y la RFA se refería al “muro de la vergüenza”. En el punto de control apodado Charlie se encontraban a pocos metros de distancia tanques y soldados de los ejércitos occidentales y orientales. Dentro de Berlín funcionaban siete pasos controlados y a lo largo del país la cifra aumentaba a 31.
La noche del 9 de noviembre de 1989 se había divulgado la noticia de que los ciudadanos de la RDA podían cruzar libremente los controles fronterizos, y las multitudes se reunieron en diversos pasos habituales con la esperanza de salir. A partir de ese momento, había caído el muro y numerosos alemanes celebraron acudiendo a derribarlo con picos.
Estatua de Felix Dzerzhinsky

Como símbolo, el año 1989 fue definido como el inevitable fin del comunismo y de la Guerra Fría. El 22 de agosto de 1991 era derribada la estatua de Felix Dzerzhinsky que estaba frente a la sede de la KGB. La iconoclastia contra el comunismo se desató con inusual fuerza y no ha terminado en el siglo XXI. En Berlín han sido exterminados paulatinamente todos los símbolos de la RDA. El Estadio de la Juventud, diseñado por los arquitectos Reinhard Lingner y Selman Selmanagic, había sido construido en 120 días e inaugurado el 20 de mayo de 1950, fue convertido en espacio para la construcción de la sede de la Inteligencia policial. La estatua de Lenin que adornaba la Plaza de Friedichstain fue demolida y se argumentó que era mera propaganda; sólo en los territorios de la Unión Soviética se contabilizaron 70.000 imágenes de Lenin hasta 1994. El Palacio de la República fue desmantelado para ser sustituido por el Palacio Real Prusiano.


"Hay alcaldes en EE.UU. que han apoyado el desmantelamiento de las imágenes confederadas."

El documental Disgraced Monuments de 1991-1993 es un recuento de la iconoclastia contra los monumentos del comunismo en Rusia y en otros países como Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Lituania, Georgia o Ucrania. Producido y dirigido por Mark Lewis y Laura Mulvey, muestra la batalla entre distintos sectores por borrar la memoria del adversario. Muestra las estatuas arrojadas al Parque de Moscú en lo que se llamó el Museo del Arte Totalitario.

El mundo árabe no es ajeno a una iconoclastia incesante. Desde la caída de Constantinopla -los otomanos barrían toda cruz o símbolo cristiano- hasta el Califato islámico -que ejecuta abiertamente una destrucción por barbarie, una iconoclastia terrorista hacia mezquitas, bibliotecas, símbolos sufíes en Mali, y devastación de todo lo que significa el mundo asirio-. Nimrud, Nínive, Palmira... han sido apenas muestras de este hecho que confunde de modo perverso el vandalismo sectario con la indignación, lo cual no es infrecuente en otras regiones árabes como el Magreb. 

Ahora, justo en 2017, EE.UU., que padece una crisis de gobernabilidad que no sorprende dados los ataques intencionales que provoca la figura y discurso de Donald Trump, vive una polémica donde resurge la iconoclastia al plantear eliminar la estatua de Robert E. Lee de Virginia, borrar banderas y monumentos en ciudades como Dallas, Phoenix, Atlanta, a lo que se suma que en agosto la estatua de Lee en Charlottesville fue derribada en un motín social abrumador. Hay alcaldes que no han vacilado en apoyar el desmantelamiento de las imágenes confederadas y la crisis no cesa porque forma parte de una guerra cultural innegable que vive la sociedad estadounidense que incluye temas que se creían superados.


"Los monumentos de la conquista, la sumisión o la represión o el conflicto ideológico nos perturban."

Nada hace pensar, y vale la pena comentarlo a los lectores, que la iconoclastia vaya a pasar, no es un fenómeno fugaz en esta era de eufemística post-verdad y hechos alternativos orwellianos. En esencia, los monumentos o imágenes del autoritarismo, la conquista, la sumisión forzada o conducida, la represión o el conflicto ideológico nos perturban porque han sido representaciones postuladas como ejemplos para imponer un relato histórico, étnico o religioso. 

El problema es dónde se separa la iconoclastia del método artístico vanguardista o del repudio comprensible. El audaz Bernard Shaw, en su obra César y Cleopatra, hace que un personaje denuncia que se destruya el pasado y la respuesta de César, como personaje, resume lo que hemos visto y lo que veremos:


 “Lo destruiré y construiré el futuro con sus ruinas”.

Fernando Báez es y autor de 'Maravillas perdidas' (México, 2016).



1 comentario:

  1. Podrán destruir las estatuas y los símbolos del pasado, pero no podrán destruir la historia, derribaran las estatuas de los esclavista, pero la esclavitud es un periodo histórico, que tiene consecuencia sociales, económicas y culturales asta la actualidad, como los afroamericanos

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