martes, 11 de junio de 2019

«Melancolía de izquierda», la tragedia de las revoluciones redentoras.-a





Desde el siglo XIX las revoluciones tuvieron una prescripción memorial: conservar el recuerdo de las experiencias del pasado para legarlas al futuro. El derrumbe del comunismo luego de la caída del Muro de Berlín en 1989 quebró esa dialéctica entre pasado y futuro: las utopías del siglo XX desaparecieron y dejaron lugar a un presente cargado de memoria pero incapaz de proyectarse en el porvenir. Este nuevo vínculo entre historia y memoria permite redescubrir una tradición oculta, una visión melancólica de la izquierda que atraviesa la historia revolucionaria. A partir de un archivo vasto y heterogéneo de teoría, testimonios e imágenes, Enzo Traverso explora esta constelación melancólica desde perspectivas diversas: el análisis de una cultura izquierdista de la derrota, la descripción de una concepción marxista de la memoria, la construcción de una visión del duelo, y la investigación de la tensión entre el éxtasis y la pena que da forma a la bohemia revolucionaria. Se concentra también en algunas figuras que sintetizan distintas formas de melancolía de izquierda, de Marx a Benjamin, pasando por Trotski y Bensaïd, y en el análisis de una rica iconografía, desde pinturas de Courbet hasta afiches soviéticos de la década de 1920, o películas de Eisenstein, Theo Angelopoulos, Chris Marker y Ken Loach. En las antípodas de un manifiesto nostálgico, Traverso sostiene: "La melancolía de izquierda no significa el abandono de la idea del socialismo o de la esperanza de un futuro mejor; significa repensar el socialismo en un tiempo en que su memoria está perdida, oculta y olvidada y necesita ser redimida".

El asalto marxista a los cielos solo produjo un reguero de miedo, sangre, violencia, dolor y criminalidad. Este libro del profesor y filósofo italiano Enzo Traverso es una dura autocrítica de fracasos.




11/06/2019
Este libro de Enzo Traverso, filósofo italiano y profesor en EE. UU., habla del eclipse de las utopías, fundamentalmente de la izquierda marxista. Es una visión melancólica de la historia como rememoración de los vencidos. El tránsito de la utopía a la memoria. El mejor ejemplo está en la película de Angelopoulos, «La mirada de Ulises», cuando por el Danubio baja una barcaza que lleva sedente una gran estatua de Lenin hacia el basurero de la Historia. La barcaza se aleja del escenario de la Historia para transformarse en un lugar de la memoria. Los lugares de la memoria son aquellos que tienen la necesidad de preservar una relación afectiva con un pasado agotado y bajo la amenaza del olvido. Las gentes que se detienen a ver el paso de la barcaza, como si fuera su propia existencia, miran, como diría Benjamin, unas reliquias. ¿Interpretar el mundo o cambiarlo? Este es el libro que enuncia y enjuicia los reinos perdidos de las experiencias revolucionarias. Es una dura auto- crítica de fracasos y no resignación ante el orden mundial esbozado por un ultraliberalismo desbocado.
Repensar la historia del marxismo revolucionario a través del prisma de la melancolía. La caída del telón de acero y el papel de los intelectuales y artistas diezmados en la URSS. El ángel de la historia de Benjamin que contempla un campo de ruinas que crecen incesantemente. Para Traverso difícilmente aquel mundo podrá tener redención ante la Historia: gulag, millones de asesinados, promesas sociales incumplidas, falta de libertad de expresión y de movimiento, violencia y miedo como subordinación al poder, destrucción del individualismo frente a la masa anónima…

Países adláteres

Y, luego, lo que aconteció en China y otros países adláteres. Fracasos tras fracasos de la convivencia, precisamente desde una ideología que, cínicamente, la tenía como referente. Adorno denunció la amnesia que se escondía bajo la «elaboración del pasado» incapaz para hacer el duelo de los terrores del nazismo, comunismo, maoísmo y demás ismos. Para Hobsbawm el impacto de la revolución rusa fue mayor que la francesa. La rusa acabó con las esperanzas del mundo en una utopía igualitaria.

Este ensayo abre multitud de pistas para reflexionar sobre el más oscuro pasado y tratar de evitarlo.

¿Qué queda del asalto marxista a los cielos? ¡Nada! Las revoluciones burguesas (la norteamericana o la francesa) tuvieron buenas consecuencias perdurables. Las comunistas solo dejaron dolor y sangre. Unas consiguieron nuevas metas de libertad, las otras lucharon furibundamente contra ella. El comunismo fracasó como proyecto ético, estético y político. Como escribe Raymond Williams en su libro «La tragedia moderna», las revoluciones siempre han tendido a negar su dimensión trágica para enaltecer su misión redentora, liberadora, apasionante y gozosa. El comunismo jamás admitió la tragedia a pesar del permanente pronunciamiento a favor de la lucha, como en el caso de Gramsci en sus «Cuadernos de la cárcel». Tragedia y revolución se excluían mutuamente. «La mirada de Ulises», de Angelopulos, «La vida de los otros», de Henckel, o las películas de Kusturica, son imágenes melancólicas del final del comunismo soviético. El director serbio decía que la gente compraba la ficción como si fuera una realidad.

Degradación social

En estas y otras películas, el comunismo aparece como un espacio extraño, incomprensible, de degradación social, un abismo insondable. Todo era un lamento fúnebre, una elegía. Aquel fracaso había producido un vacío insondable. Celan, en «El meridiano», habla de utopía como esperanza; y de u-topía como un no lugar. De la esperanza se había pasado al no lugar.
Enzo Traverso dedica un apartado muy importante a la bohemia de finales del XIX donde apareció la derecha revolucionaria. La bohemia era una síntesis entre una izquierda #populista antiburguesa y antidemocrática y un nacionalismo antirrepublicano que ya no sentía nostalgia por el antiguo régimen y se vuelca en un nuevo orden. Celine, Barrés, La Rochelle o Brasillach serían los representantes franceses; en Italia Marinetti; y en Alemania Van den Bruck y Benn. Fascistas coloreados por raíces bohemias.

¿Acaso Mussolini o Hitler no fueron en su juventud artistas bohemios?

Frente a esta reacción, el surrealismo cercano al socialismo revolucionario (Maiakovski o Breton y cía). Baudelaire quedó en medio de ambos fuegos. Elogió al dandi como la representación de una altiva casta, un nuevo tipo de aristocracia que se había refugiado en el culto del yo. Para Balzac un dandi equivalía a un mueble decorativo; y para Sartre era una inutilidad social.
Spengler justificó muchos de los males del siglo XX. Para huir de Spengler, decía Adorno, no bastaba con denigrar la barbarie y confiar en la salud de la cultura. Había que reconocer, antes bien, el elemento de barbarie que hay en la cultura misma. Horkheimer y Adorno en «Dialéctica de la Ilustración» hablan de una regresión a la barbarie. «La razón es totalitaria y el nazismo fue un producto de la civilización», escribieron. Y también para ambos, los totalitarismos fueron el resultado de un proceso de autodestrucción de la Ilustración. Hegel había hablado del progreso como espíritu del mundo, Adorno como catástrofe. Este libro de Traverso abre multitud de pistas para reflexionar sobre el más oscuro pasado y tratar de evitarlo.



«Melancolía de izquierda». Enzo Traverso
Ensayo. Galaxia Gutenberg, 2019. 403 páginas. 23,50 euros.

Melancolía de izquierda
24/05/2017 | Michael Löwy

Este brillante ensayo* es un intento de recuperar una tradición ocultada y discreta: la de la “melancolía de izquierda”, un estado de ánimo que no forma parte del relato canónico de la izquierda, más propensa a celebrar los triunfos gloriosos que las derrotas trágicas. Sin embargo, el recuerdo de esas derrotas –junio de 1848, mayo de 1871, enero de 1919, septiembre de 1973– y la solidaridad con los vencidos irrigan la historia revolucionaria como un río subterráneo, invisible. En las antípodas de la resignación, esta melancolía de izquierda es un hilo rojo que cruza la cultura revolucionaria desde Auguste Blanqui hasta Walter Benjamin, pasando por Gustave Courbet y Rosa Luxemburgo, como también el cine crítico. Traverso revela con vigor y de modo contraintuitivo toda la carga subversiva y liberadora del duelo revolucionario.
La historia del socialismo a lo largo de dos siglos ha sido una constelación de derrotas, trágicas, a menudo sangrantes; pero esto no induce a la aceptación del orden establecido, sino todo lo contrario. En su último artículo, de enero de 1919, Rosa Luxemburgo escribió: “La vía al socialismo está pavimentada de derrotas… En ellas hemos fundado nuestra experiencia, nuestros conocimientos, la fuerza y el idealismo que nos animan.” El mismo espíritu anima a Che Guevara cuando, en octubre de 1967, dice a sus asesinos: “Hemos fracasado, pero la revolución es inmortal.” Sin embargo, esta dialéctica de la derrota podía conducir, señala Traverso, a una especie de teodicea seglar, con una fe casi religiosa en la victoria final. Es mejor reconocer, como hizo la propia Rosa Luxemburgo en 1915, que el futuro sigue siendo incierto: “socialismo o barbarie”.
Contrariamente a las derrotas gloriosas del pasado –1848, 1871, 1919–, la de 1989 (la caída del Muro de Berlín, seguida de la restauración del capitalismo) es una derrota oscura que genera desencanto. De ahí el desarrollo, a partir de esos años, de un marxismo melancólico, del que Daniel Bensaid es uno de los representantes más eminentes. Su arte reside, según Enzo Traverso, en la organización del pesimismo (fórmula de Walter Benjamin): asumir un fracaso sin capitular ante el enemigo, sabiendo que un nuevo comienzo adoptará formas inéditas.
La melancolía de izquierda se expresa mejor en las creaciones del imaginario revolucionario que en las controversias teóricas. El libro explorará por tanto esta sensibilidad en el cine, a través de las obras de Chris Marker, Gillo Pontecorvo y Ken Loach. Contrariamente a la historiografía, el cine no aspira a la exactitud, pero muestra la dimensión subjetiva de los acontecimientos, lo que lo convierte en un barómetro de la experiencia revolucionaria. Marxista anticolonialista, Pontecorvo es el realizador por excelencia de las derrotas gloriosas que preparan el futuro, como en La batalla de Argel (1966) o en Queimada (1969), que Edward Said consideraba “una obra maestra”. El mismo juicio puede aplicarse, en cierta medida, a Tierra y libertad, de Ken Loach, que proyecta una mirada melancólica, pero “todo menos resignada”, sobre la revolución española de 1936-1937. Su película quiere ser un monumento a las revoluciones del siglo XX, un monumento épico, pero ni dogmático ni lirico, impregnado de duelo.
Otra obra maestra, Rua Santa-Fé (2007), de Carmen Castillo, es un epitafio dedicado a la memoria de su compañero Miguel Enríquez y de las revoluciones latinoamericanas de la década de 1970. Distinta de la película de Ken Loach, esta es ante todo un documento sensible: Carmen Castillo no indaga en las razones de la derrota, sino en las emociones que esta ha generado, así como en las reacciones de la juventud chilena actual, que “se apropia la memoria de los vencidos”. Las páginas que consagra Enzo Traverso a esta película figuran entre las más logradas del libro.
Las películas de estos tres cineastas, como también las de Theo Angelopoulos o Patricio Guzmán, describen el siglo XX como una edad trágica de revoluciones quebradas y utopías derrotadas. Su melancolía de izquierda expresa el duelo colectivo de una generación.
Traverso dedica un capítulo a lo que denomina “melancolía poscolonial”, que adopta dos formas: l) desencanto ante las descolonizaciones fallidas y 2) decepción ante el desencuentro entre marxismo y anticolonialismo. Analiza con mucha finura los escritos de Marx, destacando tanto su visión eurocéntrica inicial como su progresiva superación a partir de la década de 1860. En el transcurso del siglo XX, la historia del marxismo es indisociable de los movimientos de liberación nacional, por mucho que los marxistas occidentales (Lukács, la Escuela de Fráncfort) hayan ignorado la lucha de los pueblos colonizados. A mi juicio, esta limitación es innegable, pero no creo que haya generado una “melancolía de izquierda”, contrariamente a la primera forma de la “melancolía poscolonial” –la de las independencias fallidas–, de la que Enzo Traverso habla muy poco, pero que ha pesado mucho sobre una generación de militantes anticolonialistas.

El último capítulo del libro está dedicado a nuestro amigo Daniel Bensaid. En la nueva coyuntura creada por los años noventa (restauración del capitalismo en la URSS y Europa del Este), Daniel tratará de repensar la historia a partir de Marx y Trotsky, aunque también de la “galaxia melancólica” –Baudelaire-Blanqui-Péguy-Walter Benjamin–, como el terreno de lo incierto y lo posible, de las arborescencias y las bifurcaciones. Se puede criticar la lectura que hace Bensaid de los escritos de Benjamin –en particular de sus Tesis sobre el concepto de la historia–, porque deja de lado la dimensión teológica y la relación con la utopía. Sin embargo, esta lectura atípica, no convencional, fue una de las primeras en destacar la dimensión política de Benjamin. Más que una interpretación erudita del texto, el ensayo de Bensaid, Walter Benjamin, sentinelle messianique (1990), es una reflexión a partir de Benjamin, a quien utiliza como una brújula para los revolucionarios en la tempestad de 1989-1990. La revolución ya no puede plantearse como “inevitable”: hipótesis estratégica y horizonte regulador, solo puede ser objeto de una apuesta melancólica (la apuesta de Pascal revisada y corregida por el marxista Lucien Goldmann).
En conclusión, Enzo Traverso critica el discurso normativo actual, que presenta el régimen liberal y la economía de mercado como el orden natural del mundo, estigmatizando las utopías del siglo XX. Para este discurso dominante, la melancolía de izquierda es culpable debido a sus vínculos con los compromisos subversivos del pasado. Sin embargo, la propia izquierda ha rechazado a menudo la melancolía para “no desesperar a Billancourt” 1/. Es hora de descubrir esta melancolía rebelde que se diferencia tanto de la resignación como de la “compasión” por las víctimas. Es uno de los atributos de la acción revolucionaria y está inscrita en la historia de todos los movimientos que, desde hace dos siglos, han intentado cambiar el mundo. Porque “es con las derrotas como se transmite la experiencia revolucionaria de una generación a otra”. Creo que el autor de Le Pari mélancolique 2/ (1997) estaría de acuerdo con esta conclusión…

* Mélancolie de gauche : La force d’une tradition cachée (XIXe-XXIe siècle). Enzo Traverso. La Découverte, Paris, 2016

Notas

1/ Billancourt: centro industrial a las afueras de París, símbolo del movimiento obrero francés. (N.d.t.)

2/ Daniel Bensaid (N.d.t.)


Enzo Traverso (Gavi, Piamonte, 14 de octubre de 1957) es un historiador e intelectual italiano. Actualmente es catedrático en Cornell University.

Estudió en la Universidad de Génova. Vivió y trabajó en Francia por más de veinte años. Fue militante de la organización Potere Operario (Poder Obrero). y se formó en la escuela del autonomismo marxista italiano. Fue profesor de la Universidad de Picardía y de la EHESS (École des Hautes Études en Sciences Sociales). Actualmente (2014) es profesor en la Universidad Cornell (Estados Unidos).
Es uno de los más importantes historiadores de las ideas del siglo XX. Entre sus temas de investigación destacan el Holocausto nazi y el Totalitarismo, así como la relación de los intelectuales con estos procesos históricos que permean las discusiones políticas del presente. Este interés lo ha llevado a ahondar sobre la antinomia entre historia y memoria a partir de los problemas metodológicos que plantea la historia contemporánea y el valor subjetivo del testimonio, enmarcado en la diacronía pasado-presente. 
En su obra es palpable la influencia recibida de la Escuela de Frankfurt. Se especializa en la filosofía judeoalemana, en el nazismo, el antisemitismo y en las dos guerras mundiales.

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