martes, 31 de julio de 2018

Critica a la guerra de Angola a




La guerra de Angola, y sus víctimas civiles y militares, sigue siendo un tema pendiente para los historiadores y narradores cubanos. Salvo algunos documentales y películas de ficción hechas en cuba para ennoblecer una contienda que tuvo mucho de fratricida, los escritores en general y los periodistas en particular han esquivado las consecuencias negativas de la guerra —que no fue la única en que Cuba participó— en África. El régimen castrista ha preferido la narrativa de la victoria global sobre el apartheid —discutible— a enfocarse en el drama humano del postconflicto, con miles de mutilados, heridos, enfermos mentales y familias cubanas destrozadas para siempre por guerra.

Las excepciones al tocar las desgarradoras aristas del conflicto, como no podía ser de otro modo, han sido los creadores en el exilio, donde Lichi, Eliseo Alberto Diego (1951–2011) fue uno de los más notables. Su novela Caracol Beach (Premio Alfaguara en su primera edición), trata el tema de las secuelas más que de las causas, más centrada en lo humano y menos en una épica encubridora. Es la historia del soldado que regresa de la guerra, con sus demonios y sus fantasmas, y que ya no encuentra lugar en la paz de las cosas.
Estas líneas vienen a tono con la entrevista que Leonardo Padura diera al líder de Podemos, Pablo Iglesias, y que recientemente ha publicado. Más allá de la necesaria politización que hacen del tema, uno porque quiere regresar y seguir escribiendo en su Mantilla sin que lo molesten, y el otro, porque debe limpiar la cara del espejo donde se mira a diario, ambos banalizan lo que fue uno de los conflictos más controvertidos del siglo XX.
Padura no se sale una coma de la narrativa oficial: la cifra de muertos es ridículamente baja, sobre todo por accidentes y enfermedades. Iglesias hace el puente para dar paso a la alevosía: ¿y Vietnam? Y Leonardo, lejos del renacentista a quién quizás deba su nombre, da una respuesta para campeonato de la infamia: no se puede comparar una victoria con una derrota.
Es en ese momento donde habría que recordar cuánto dolor material y espiritual costó a Cuba la aventura angolana. Para empezar, la cifra —conservadora— de cubanos que pasaron por allí en misiones militares y civiles pasan de 400.000 en 16 años. Eso significó alejar por dos años o más de la producción nacional y los servicios sanitarios y educativos a un porciento no despreciable de la población. No vale en estos casos la justificación de la "voluntariedad". Ser "seleccionado" para cumplir misión y negarse no era una buena opción a futuro.

En cuanto a la presencia militar, hasta hoy la Operación Carlota, como se hizo llamar la intervención cubana en Angola, ha sido el mayor despliegue de fuerzas de un país del Tercer Mundo en tierras africanas. En la época de mayor conflictividad, Cuba tuvo destacados más de 70.000 soldados, 1.000 carros de combate y decenas de aviones en ese territorio. Es como si EEUU, con una población de 300 millones, hubiera puesto sobre el terreno cerca de un millón de combatientes. No vale que los soviéticos pagaran los gastos: eran jovencitos cubanos, quienes entregaban sus vidas a miles de kilómetros de sus hogares.
Es en el aspecto humano del posconflicto donde entrevistado y entrevistador se enredan, o prefieren no entrar. Es seguro para ellos quedarse en el pasado, contrastar Angola y Vietnam, dos trances que nada tienen en común, salvo la presencia de extranjeros combatiendo a nombre de unos de los dos contendientes nativos. Es seguro para ellos continuar con la terrible —y de inferioridad psicoanalítica— obsesión de compararse siempre con los "americanos".
Pero si hubieran querido hablar en serio de Vietnam y hacer semejanzas con Angola —elevar a La Habana a nivel de imperio militar global—, entonces valdría la pena recordarles que la guerra en el sudeste asiático convocó toda una generación de pacifistas en las calles estadounidenses. Hay miles de libros, filmes, arte que criticaba y aún hoy lo hace, la intervención gringa a favor del régimen de Saigón.

En cambio, entrevistado y entrevistador ni por asomo se preguntan por qué no hubo pacifistas insulares durante las intervenciones militares en Angola y Etiopía. Por qué apoyaron al doctor Agostinho Neto, y no al guerrillero Jonas Savimbi. Por qué José Eduardo dos Santos gobernó por 38 años, y su hija es considerada la mujer más rica del continente africano. Por qué no dicen que ambos están parados sobre la "victoria" que Padura adjudica a una causa mercenaria.      
Hay todavía un tema más escabroso y que eluden los dos como si se tratara de un acuerdo telepático: ¿qué ha sido de los soldados y los civiles cubanos después de la guerra? Mientras la prensa cubana se ceba con los suicidios, las adicciones y los actos violentos de excombatientes estadounidenses en Vietnam, Afganistán e Iraq, no hay una sola nota sobre el síndrome de estrés postraumático de los veteranos cubanos de Angola, Etiopía, Nicaragua. ¿Son cubanos inmunes al estrés y a la muerte?

De modo que el "tema Angola" no está cerrado, ni siquiera ha comenzado una discusión seria sobre el asunto.  A eso juegan plácidamente Iglesias y Padura: la guerra de Angola fue casi nada, una "victoria". La entrevista esclarece lo que andaba en sombras: la deuda impagable de los políticos y los intelectuales cubanos con quienes, engañados o no, participaron en la aventura militar y civil más desgarradora de la época castrista.


¿Valió la pena la muerte de miles de cubanos en Angola?

1 noviembre  2015

El periodista independiente cubano indaga, a propósito del aniversario número 40 del inicio en 1975 del despliegue militar cubano en Angola, si valió la pena la muerte de miles de cubanos.
Pronto se cumplirá el aniversario número 40 del inicio en 1975 del despliegue militar cubano en Angola: la llamada Operación Carlota.

El 10 de noviembre de 1975, Fidel Castro, en medio del mayor secreto, despidió en el aeropuerto de Rancho Boyeros a un primer destacamento de 82 bien entrenados efectivos de las Tropas Especiales del Ministerio del Interior, vestidos de civil, que volaron a Luanda en un avión Britania de Cubana de Aviación.

La misión de esa tropa élite, y de los multiplicados refuerzos que muy pronto fueron enviados, era contener la incursión en territorio angolano de los ejércitos de Sudáfrica y Zaire, e impedir que las guerrillas de la UNITA y el FNLA tomaran Luanda, proclamaran la independencia y formaran gobierno antes que el marxista MPLA.
La intervención cubana en la guerra angolana duró más de 13 años. En ese tiempo, más de 350 000 cubanos pasaron por Angola, 11 veces mayor que Cuba y a 11 000 kilómetros de distancia, Océano Atlántico de por medio.
Jamás un país del Tercer Mundo había emprendido un empeño militar de tal envergadura.
Las armas y el resto de la logística fueron puestos por la Unión Soviética. Los cubanos pusieron la carne de cañón.

En pocos meses, Cuba llegó a totalizar alrededor de 70 000 soldados en Angola. Pasado el peligro inicial, la cifra se estabilizó en unos 40 000.
La confrontación Este-Oeste impidió que el conflicto entre los tres movimientos guerrilleros que combatieron a los portugueses, el MPLA de Agostinho Neto, la UNITA de Jonás Savimbi y el FNLA de Holden Roberto, fuese otra guerra civil más en el continente africano.
La URSS apoyó al MPLA. Estados Unidos, Sudáfrica y China, en una extraña concertación, favorecieron a la UNITA.
Cuba se involucró militarmente para que los marxistas del MPLA lograran instalar su gobierno en Luanda, pero tuvo que permanecer allí durante más de una década para apuntalarlo. Los cubanos y las FAPLA nunca lograron controlar totalmente el territorio angolano. Las guerrillas de la UNITA, dirigidas por Jonás Savimbi, se convirtieron en la más terrible pesadilla de los generales cubanos.

En julio de 1988, luego de la costosa y prolongada batalla de Cuito Cuanavale, las tropas cubanas consiguieron la retirada sudafricana del sur de Angola. Los acuerdos de paz se firmaron entre Cuba, Sudáfrica, Estados Unidos y la Unión Soviética en 1988. Fue uno de los últimos episodios de la Guerra Fría.
Según cifras oficiales que son consideradas bien conservadoras, dos mil cubanos murieron en Angola. Sus restos fueron repatriados en diciembre de 1989.
Muchos de los veteranos regresaron mutilados, con los nervios destrozados y víctimas de extrañas patologías a un país que se adentraba en la peor crisis de su historia. Una dura realidad que no reflejaron los panegíricos oficiales, la bella crónica angolana de Gabriel García Márquez o la serie documental “La epopeya de Angola”, realizada hace unos años por el periodista Milton Díaz Kanter.

Hoy, Angola, a pesar del petróleo y los diamantes, sigue siendo uno de los países más pobres del mundo. La esperanza de vida de sus habitantes es una de las más bajas del continente africano.
Los acuerdos de Lusaka de 1995 no se pudieron poner en práctica hasta casi 7 años después. La guerra civil no concluyó hasta después que Jonas Savimbi muriera en combate por una patrulla gubernamental que topó casualmente con él en la selva de Moxico en febrero de 2002.
La constitución angolana ha sido modificada 5 veces. Angola abjuró del marxismo y abrazó el multipartidismo y la economía de mercado. Su gobierno, aun presidido por Dos Santos, el sustituto de Neto al frente del MPLA, es uno de los más corruptos de África.





(CNN Español) — En la guerra de Angola, yo estuve en el bando opuesto al de Arturo Pérez-Reverte.
Por Camilo Egaña

El escritor era entonces un corresponsal de Televisión Española que contaba las miserias de las guerras.
Pérez-Reverte se desplazaba por toda Angola con las tropas de la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (Unita)
Y yo, con 17 años mal cumplidos y un libro de Jean-Jacques Rousseau que llevaba a todas partes como una biblia, formaba parte de las tropas cubanas que Fidel Castro, con el visto bueno de Leonid Ilich Brézhne en Moscú, había enviado para apuntalar a la otra facción en pugna, el Movimiento Popular de Liberación de Angola (Mpla).
Perez-Reverte, con esa media sonrisa con la que salpica lo que dice, me pregunta en Miami, una vez que hemos terminado una entrevista, qué hacía yo en Angola.
La Operación Carlota de Fidel Castro en Angola se inició en noviembre de 1975 y terminó en 1991.

En 1974, tras la Revolución de los Claveles, Portugal le concedió la independencia a sus colonias, entre ellas Angola.
Comenzó una guerra civil. Portugal apoyaba en principio a la izquierda y EE.UU., Zaire y Sudáfrica a los movimientos insurgentes que no querían una salida comunista para aquel país, rico y miserable a la vez.

En 1975 comienza la embestida del Ejército sudafricano por el sur. Y las fuerzas de Zaire por el norte. La idea es apoderase del país, incluso antes de que se proclame la descolonización.
El gobierno angoleño pide ayuda militar a la Unión Soviética y Cuba.
Aquello duró 16 años. Yo estuve dos y jamás he vuelto a padecer tanta hambre y tanto miedo.
Muchos de los soldados éramos adolescentes en el Servicio Militar Obligatorio. Íbamos de La Habana a Luanda escondidos en las bodegas buques mercantes.
Escondidos, porque las convenciones internacionales no permitían el traslado de personal y equipo militar en ese tipo de barcos.
Más de 2.000 cubanos murieron allí.
Regresé a La Habana en 1983 y el último soldado cubano debió de haber regresado a Cuba en 1991.
De hecho, ya trabajaba como periodista de la televisión cubana cuando me enviaron a cubrir la repatriación de los restos de los muertos.

Antes de ir al aire, una niña se me acercó y me dijo, señalando una de las urnas pequeñas envueltas en la bandera cubana, que ahí estaba su padre.
No suelo hablar ni escribir de aquello, pero el día que lo haga será con “la autoridad del fracaso”. Así decía Scott Fitzgerald y sabía de lo que hablaba.
Más de 30 años después, una chica angoleña que trabaja en una dulcería de mi vecindario me dice:

 “Cuando ustedes se fueron, empezamos a reconstruirlo todo”.

Está casada con un cubano. Me habla de su padre, que acaba de morir. Cáncer. Admite que sabe poco de lo que hoy sucede en Angola. Que va de vez en cuando y punto.

No sabe por ejemplo Isabel Dos Santos es la hija del expresidente de Angola, José Eduardo dos Santos.
No ha leído que el Consorcio Internacional de Periodismo de Investigación (ICIJ) —el mismo de “Los papeles de Panamá”— acaba de publicar una investigación que ya se conoce como los “Luanda Leaks”, en el que revela más de 700.000 documentos sobre empresas en paraísos fiscales, sociedades a nombre de terceros y puede que otras modalidades de negocios que la habrían hecho “la mujer más rica de África”.
Tampoco habrá leído que la Fiscalía de Angola ha decidido acusarla esta semana de malversación de fondos durante su gestión de 18 meses al frente de la petrolera estatal Sonangol.
En Twitter, cosa que millones leen exclusivamente por estos días, Isabel Dos Santos niega todo lo anterior y advierte que se prepara para defenderse:

«Las acusaciones que se han hecho en contra mía en los últimos días son extremadamente confusas y falsas. Este es un ataque político muy bien concentrado, orquestado y coordinado. He contratado a abogados para que actúen contra estos reportes y denuncias difamatorias e incorrectas”.

José Eduardo dos Santos gobernó Angola 40 años; hasta 2017.
Pérez-Reverte, con esa media sonrisa con la que salpica lo que dice, me pregunta qué hacía yo en Angola. Y por qué andaba con aquel libraco de las Obras escogidas de Rousseau.
Hace un par de noches durante una cena, alguien con tres cubalibres encima, dijo: 

“Menos mal que todavía hoy hay hombres capaces de dar su vida por una bandera”.

No esperé a los postres.



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