domingo, 3 de noviembre de 2019

José Antonio Primo de Rivera entre el mito y la tragedia.-a

JULIO MARTÍN ALARCÓN

03/11/2019

"Es un muchacho que se ha metido en un papel que no le corresponde. Es demasiado fino, demasiado señorito y, en el fondo, tímido para que pueda ser un jefe y, ni mucho menos un dictador". Mucho antes del célebre encontronazo en Salamanca de Miguel de Unamuno y los militares rebeldes como Millán Astray, el escritor había definido así al líder falangista, tras haberse reunido con él y haber asistido incluso a un mitin de Falange. José Antonio Primo de Rivera admiraba profundamente a Unamuno y su idea humanista y este le caló como pocos: una figura trágica cuya memoria ha sido, en cierta medida, vapuleada.
"Cuando Ossorio supo, porque yo se lo conté, mi intervención personal para liberar a Primo de Rivera del asesinato que iban a perpetrar algunos fanáticos de Alicante, se quedó callado: '¡Cómo! ¿Le parece que he hecho mal? ¿Me he excedido?'…". Así se explicaba el presidente de la República, Manuel Azaña, sobre el fusilamiento del líder y fundador de Falange Española. "Asesinato". Mientras esta semana, algunos líderes políticos como Alberto Garzón han celebrado públicamente la ejecución de Primo de Rivera, el mismo Azaña reconocía, con su peculiar estilo, la ignominia del acto perpetrado no solo por unos "fanáticos", sino por los responsables políticos del gobierno de la República de la que él era el jefe del Estado.
José Antonio Primo de Rivera ha vuelto ahora a los titulares por una posible segunda exhumación de sus restos tras los de Francisco Franco en la Basílica Valle de los Caídos: se trataría de buscarle un lugar menos preeminente —está debajo del altar— y no de sacarlos de la nave puesto que, según el gobierno de Sánchez, a diferencia del generalísimo, Primo de Rivera sí fue una víctima de la guerra.

Enemigo Público

En realidad lo fue antes. Exactamente, el 14 de marzo de 1936. Con bastante antelación al golpe de Estado del 18 de julio. Lo que se le olvidó citar a Manuel Azaña en su conversación con Ángel Ossorio, es que Primo de Rivera estaba preso en la cárcel desde marzo porque él mismo rubricó el decreto ley que el gobierno del Frente Popular había redactado 'ad hoc' para ilegalizar a su partido, Falange Española, y detener a todos sus máximos dirigentes.
El informe oficial del arresto de José Antonio decía simplemente: "Detenido por fascista"
Ese día se arrestó a toda la Junta Política y la cúpula nacional del partido, incluido Primo de Rivera. También en las provincias se realizó un barrido de muchos de sus dirigentes. Según explica Stanley G. Payne, el informe oficial del arresto de José Antonio decía simplemente: "Detenido por fascista", pese a que de acuerdo con la legislación vigente, no era más delito ser "fascista" que comunista o anarquista.
Sin embargo, tres días más tarde, un tribunal madrileño declaró que todo el partido era una organización ilegal por su tenencia ilícita de armas y sus actividades violentas. "El argumento habría valido un extenso listado de organizaciones izquierdistas más implicados en actividades violentas que Falange, pero ninguna fue ilegalizada" -Stanley G. Payne 'El camino al 18 de julio' (Espasa)-. Básicamente, el Frente Popular le había colgado el cartel de enemigo público número uno, cuando la verdadera amenaza no estaba precisamente en el sector falangista, que nunca tuvo los medios ni la posibilidad de tumbar a la República, como se vería más adelante.

Azañista encubierto

En realidad, cualquier intento pues de considerar a Primo de Rivera como instigador de la Guerra Civil o uno de los responsables es bastante endeble, puesto que el gobierno del Frente Popular se había fajado para anular a Falange Española y de las JONS. Es cierto que los actos violentos entre fascistas y comunistas se habían disparado desde principios de 1936, pero también que en el caso de la derecha había otras organizaciones además de los falangistas como las JAP —Juventudes de Acción Popular— de la CEDA y otros y que los militantes de Falange actuaron en muchas ocasiones en represalia por atentados a su vez izquierdistas: en definitiva, no existían elementos para considerar que el problema de orden publico principal lo representara Falange cuando, además, Primo de Rivera había ordenado no iniciar la violencia.
Para más señas, durante los últimos meses de 1935 y primeros de 1936, José Antonio mostró un inusitado respeto y admiración incluso por los mismísimos Manuel Azaña e Indalecio Prieto, mientras que despreciaba en el fondo a los militares, comenzando por el propio Franco. Algunos de sus biógrafos han puesto a menudo la relación con su padre, el dictador y general Miguel Primo de Rivera, como el origen de una relación compleja con la idea de los conservadores militares. Así, aunque su vida y su obra se hayan fundido inexorablemente con el franquismo, que como es sabido utilizó su figura una vez fallecido como símbolo, José Antonio no mostró en ningún momento simpatías por el general. Por si hay alguna duda, el caso más ilustrativo se produjo en las elecciones de 1936, un episodio por el que el franquismo ha pasado siempre de puntillas.

Contra Franco

Las elecciones legislativas se repitieron en 1936 en algunas provincias, entre ellas Cuenca. Aunque Falange era ya una organización ilegal y José Antonio estaba en la cárcel, le ayudó su amigo de la CEDA, Ramón Serrano Suñer, que quiso incluirle en la lista de su partido, una forma de evitarle males mayores, ya que si obtenía escaño, el aforamiento podía protegerle. En esa misma candidatura, Suñer incluyó a su concuñado, el general Francisco Franco, lo que molestó profundamente a José Antonio, quien según su biógrafo, Josep Thomas, consiguió convencer a Suñer de que le retirase porque "no solo le parecía una lista demasiado supeditada a militares —pues contenía a más generales— sino que además no sentía demasiado respeto por Franco; le escandalizaban su falta de nervio y su excesiva cautela, algo que había percibido en los contactos que habían tenido hasta el momento, como la respuesta a la carta que le había enviado en septiembre de 1934 y, sobre todo, una entrevista que había mantenido con él tiempo atrás".

La razón de que tuviera que presentarse in extremis en las listas —que al final no fue permitido— era una de las causas de su encarcelamiento: al no haber conseguido escaño en las elecciones de febrero de 1936 no le protegía su condición de aforado, lo que resultaría crucial para su detención. Es sintomático también de la realidad de Falange, cuyo peso en la política era ciertamente escaso: como partido antisistema, por decirlo de alguna forma, se le presuponía mucho músculo en la calle, pero era más una referencia ideológica que un hecho.
La única solución pasaba por ir en el bloque de la coalición que encabezaba la CEDA, el Frente Nacional, pero José Antonio no consiguió cerrar un acuerdo con Gil Robles, quien en sus memorias ratificaría que el líder de Falange rechazó un escaño "seguro" al otorgarle el primer puesto de la lista del Frente Nacional en Salamanca, además de otros dos, más una pequeña serie en otras provincias para miembros de Falange. El acuerdo era limitado, pero podía haber protegido a José Antonio, quien sin embargo esgrimió que si aceptaba parecía que se salvaba él y vendía a su partido, puesto que ya estaba en el punto de mira. No hizo sino más que acrecentar su figura entres sus seguidores, pero le acabaría acarreando un grave problema. Al concurrir en solitario, no resultó elegido ningún miembro de las candidaturas falangistas: apenas lograron 46.466 votos, un exiguo 0,4% en toda España. Los intentos posteriores cayeron en saco roto.

Ni conspiración ni golpe

Tras la victoria del Frente Popular José Antonio vivió el momento más delicado de su liderazgo cuando aseguró que Azaña era un "Cesar de la República". El líder de Falange publicó en el diario del partido Arriba —que también sería cerrado en marzo— que las reformas del año 1931 habían sido una ocasión perdida, pero al fin y al cabo un intento de modernizar el país a diferencia del bienio derechista. Asumía, además, una postura en parte optimista con el rumbo de la República, al considerar que bajo el liderazgo de Manuel Azaña se podían impulsar nuevas reformas, especialmente tras su discurso de febrero de 1936. Fue chocante.
Para entonces la doctrina de Falange —que además había fracasado a la hora de pactar con la CEDA— estaba muy lejos de los conservadores de derechas e incluso del ala radical de estos como las JAP en las que militaba su amigo Serrano Suñer. Era un modelo claramente anticapitalista con una fijación por la lucha contra el comunismo, pero en el que ni siquiera había una identificación del Estado con la Iglesia católica. Primo de Rivera se definía como un revolucionario que, intelectualmente, defendía antes un modelo de reformas profundas a la manera del republicano de izquierdas que la del conservador monárquico, que quedaba reflejado especialmente en la reforma agraria, uno de los puntales del programa joseantoniano. Azaña, por su parte, apenas le dedicó tres escuetas entradas en sus diarios y cuando el Frente Popular accedió al gobierno, aunque el quedó como jefe del Estado, le pareció bien la persecución de Falange.
El golpe se produjo por supuesto, y sería otro de los delitos que le imputarían, aunque no tomara parte en su organización, que fue exclusivamente militar. Tanto es así que ya desde la cárcel de Alicante, el 20 de julio de 1936, prohibió al partido y a sus miembros sumarse al alzamiento: "Consideren todos los camaradas hasta qué punto es ofensivo para la Falange el que se la proponga tomar parte como comparsa en un movimiento que no va a conducir a la implantación del Estado nacionalsindicalista, al alborear de la inmensa tarea de reconstrucción patria bosquejada en nuestros 27 puntos, sino a restaurar una mediocridad burguesa conservadora con el acompañamiento coreográfico de nuestras camisas azules".

Cóleras bíblicas

Sería exactamente lo que ocurriría después de que fracasaran todos los intentos de sus seguidores por liberarle o canjearle por otros prisioneros. Siempre se dijo que Franco no hizo todo lo posible, aunque quizás sea también aventurado: hasta moderados como Ossorio, tal y como mostraba Azaña, vieron en José Antonio el chivo expiatorio de una conspiración contra la República que no era verdad: José Antonio no tomó parte activa en el 18 de julio y su partido no fue más desestabilizador que otros. Aunque en el improvisado juicio en la misma cárcel, reconoció que sería una hipócrita si negara que se habría sumado en caso de no haber estado preso. Su partido, Falange, se integró con los militares como es sabido y en poco tiempo se fundiría con la rebelión.
Era la clave de su destino trágico: el tribunal entendió que sí había participado y promovido el alzamiento. En realidad, nada iba a impedir que le fusilaran. Incluso se ofreció desde la cárcel a principios de agosto a viajar a Burgos donde se encontraba la Junta de Defensa con el objetivo de convencer a los generales golpistas de la necesidad de llegar a un acuerdo con el gobierno de la República tanto para el cese de las hostilidades como para la constitución de un nuevo gabinete. 
Fue inútil, el Comité Popular de Alicante controlaba la prisión con la CNT-FAI y ni siquiera el jefe del Estado pudo detener el fusilamiento de Primo Rivera, lo que dice mucho del funcionamiento en esos meses de la República. No obstante, la responsabilidad última estuvo en manos del gobierno de Largo Caballero y su ministro de justicia, el anarquista García-Oliver. El primero no hizo nada por conceder el indulto a petición de Azaña, el segundo más bien aceleró el proceso para que se le fusilara.
No tomó parte en la conspiración del 18 de julio y su partido no fue más desestabilizador con la República que otros
La propuesta de José Antonio de reconciliación no era una artimaña, aunque sin duda era irreal. Abogó por desarmar a todas las milicias empezando por Falange. El señorito tímido y fino que decía Unamuno estaba predicando para unir a todos los españoles. Había abandonado lo que él mismo definió como "cóleras bíblicas" en las que incurrió con la actitud y la palabra. Demasiado tarde. A Primo de Rivera le fusilaron el 20 de noviembre de 1936 y Franco se adueñó de su movimiento político, que transformó a su conveniencia. Escribió Juan Marsé en el prólogo de 'Si te dicen que caí' (1973) que en los labios niños, tal y como decía Antonio Machado, "las canciones llevan confusa la historia y clara la pena".

Canción de guerra

La novela, que trata sobre unos jóvenes en la dura posguerra de Barcelona, en la que la memoria de los hechos altera la realidad, había tomado el título de uno de los versos del himno falangista, 'Cara al sol', que el propio José Antonio compuso con Dionisio Ridruejo y Agustín de Foxa en la cueva del restaurante vasco madrileño Or Kompon para la campaña de febrero de 1936: "Si te dicen que caí / me fui al puesto que tengo allí / Volverán banderas victoriosas / Al paso alegre de la Paz", lo que llamaron la 'Cancion de guerra y amor de la Falange'.
Como cualquier joven cuerdo que va a perder la vida, José Antonio sufrió una crisis nerviosa cuando se confirmó la sentencia y dos días más tarde se presentó sereno ante el pelotón, que disparó antes de que se diera la orden. Ocho días después, por si hubiera quedado alguna duda, un grupo de incontrolados asaltó la prisión de Alicante en la que había pasado sus últimos días y fusilaron a 49 "fascistas" sin contemplaciones como represalia a un bombardeo de las tropas nacionales de Franco. Nadie parecía haber escuchado precisamente el postrero lamento de reconciliación del falangista, cuando estaba ya perdido, y los muertos siguieron amontonándose en todos los bandos.

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