martes, 31 de marzo de 2020

A 150 años del fin de la guerra civil de los Estados Unidos.-a



El pasado no ha muerto. De hecho ni siquiera ha pasado”, escribió William Faulkner, el gran novelista sureño.

Estados Unidos conmemoró ayer el 150 aniversario del comienzo de la guerra civil, pero el debate sobre su significado y su impacto en el país del siglo XXI sigue abierto.
Sí, las heridas se han cerrado. Los estados confederados, económicamente postrados durante décadas, casi igualan ahora en riqueza a los estados el norte, que viven su propio declive industrial.
Desde los inmigrantes hispanos hasta la inmigración interna de afroamericanos que han regresado a los estados de sus antepasados, el rostro del sur se ha transformado. La identidad se ha diluido; los agravios también. Para muchos la guerra civil es más folklore que otra cosa.
En el 2008, la elección de Barack Obama cerró un círculo. En el país que en los años sesenta del siglo XIX estuvo a punto de desintegrarse en una guerra cruenta por el esclavismo y que durante un siglo más sufrió la segregación y racismo, un afroamericano llegaba la Casa Blanca.

Y así ocurrió que el 4 de noviembre de 2008, poco después de las 11 de la noche, horario del este: la guerra civil terminó, cuando un negro –Barack Hussein Obama– ganó suficientes votos electorales para convertirse en presidente de Estados Unidos”, escribió en The New York Times el columnista Thomas Friedman. El historiador David Blight, que ha estudiado la evolución de la memoria histórica de la guerra civil, leyó aquellas palabras y pensó:


  • “Oh, no, Friedman, vas un poco demasiado rápido...”.

“A la gente no le gusta decirlo de forma tan directa, pero en este país hay un racismo profundo y pertinaz. Y hay una batalla profunda, eterna sobre la relación entre el Gobierno federal y los gobiernos de los estados”, dice Blight. “La reacción a la elección de Obama –añade en alusión a la vigorosa oposición conservadora– ha sido aleccionadora, y a veces ha dado miedo”.
El recuerdo de la guerra civil se ha transformado con los años. En Raza y reunión. La guerra civil en la memoria americana, el profesor Blight muestra cómo en el medio siglo posterior a la derrota del sur esclavista el discurso predominante fue el de la reconciliación, sin reparar la injusticia que habían sufrido los cuatro millones de negros liberados.
Un elemento central en la reconciliación fue la romantización del conflicto: no hubo buenos ni malos, sino patriotas a uno y otro bando que luchaban por un ideal. La película Lo que el viento se llevó, de 1939, es la máxima expresión de este momento.
En 1961, el centenario de la guerra coincidió con el movimiento por los derechos civiles. Una parte del país vivía aún en un régimen de apartheid. La legislación de los derechos civiles, impulsada por Kennedy y Johnson durante aquella conmemoración, puso fin a la segregación legal.
Cincuenta años después, el racismo es tabú en la arena pública. Pero la marginación pervive. Y el orgullo sureño no ha desaparecido. ¿Cómo defender al sur sin ser acusado de racista? Relativizando el origen histórico de la guerra. En el 2010 el gobernador de Virginia, Bob McDonnell, y el de Misisipi, el posible candidato presidencial Haley Barbour, ambos republicanos, declararon oficialmente el mes de la Historia Confederada en sus estados sin mencionar el esclavismo. Después rectificaron.
Según un sondeo del instituto Harris, dos tercios de los blancos que viven en los viejos estados de la Confederación sostienen que el motivo de la guerra no fue el esclavismo sino los derechos de los estados frente al intervencionismo del Estado federal, un debate que se repite ahora ante las políticas del presidente Obama.
El historiador Harold Holzer explica que la secesión de los estados sureños en defensa de sus competencias desencadenó la guerra, pero lo que desencadenó la secesión fue el temor a la abolición de esclavismo, fundamental para la economía del sur.
La interpretación de la guerra es una cuestión de identidad. “Es muy difícil para un pueblo derrotado decir que su causa era mala”, dice Holzer.
Blight atribuye los problemas de EE.UU. con la memoria histórica a la necesidad de creer en una historia luminosa y excepcional, sin zonas oscuras. Y lo contrasta con Alemania, que ha asumido lo peor de su historia.

“La mayoría de americanos no quiere ver que nuestra historia es profundamente contradictoria, profundamente trágica, como la de cualquiera. No queremos creerlo de verdad”, dice Blight.



El 4 de marzo de 1865 Abraham Lincoln inició su segundo mandato presidencial pronunciando el tradicional discurso de toma de posesión y en el que hacía hincapié en una medida que iba a poner en marcha durante esa nueva legislatura (una de las pocas que le dio tiempo a llevar a cabo, ya que fue asesinado tan solo un mes después).

Lincoln se comprometía a que el Estado se haría cargo de pagar una pensión a las viudas y huérfanos de todos aquellos hombres que habían luchado y perdido la vida en la Guerra Civil Americana que ya estaba dando sus últimos coletazos y que llevaba en marcha desde hacía cuatro años.

Irene Triplett es la única persona que, 150 años después de acabarse la Guerra Civil Americana,
 sigue cobrando una pensión del Estado (imágenes vía Wall Street Journal – stonemangazette)

Una guerra que había enfrentado a más de tres millones de norteamericanos divididos entre Unionistas y Confederados y en la que habían resultado muertos más de medio millón de ellos. Pero también había que contar todos los miles de heridos que habían quedado con secuelas e incapacitados, por lo que el presidente acabó transformando esa promesa de pensión en un subsidio que percibirían los incapacitados de guerra y posteriormente las viudas y huérfanos de absolutamente todos los soldados que participaron en la Guerra de Secesión, luchasen en cualquiera de los dos bandos.
Ha pasado un poco más de un siglo y medio y la promesa de Abraham Lincoln se cumplió, además tomando el ejemplo en todos sus sucesores desde entonces, quienes han ido concediendo pensiones de viudedad y orfandad por todas las guerras que ha habido desde entonces hasta hoy en día.
Pero una de las curiosas anécdotas que dejó aquella promesa de pensión de Lincoln para viudas y huérfanos de combatientes en la Guerra Civil Americana es que a día de hoy, a pesar de haber trascurrido 150 años, hay una persona en Estados Unidos que sigue cobrando un cheque mensual de 73,13 dólares en concepto de orfandad de la mencionada Guerra de Secesión.
Se trata de Irene Triplett, una anciana de 89 años de edad (a día de hoy) y cuyo padre, Mose Triplett, nacido en 1846, luchó como soldado en aquella guerra. Lo hizo siendo un adolescente y además en los dos bandos. Primero en el Confederado y, posteriormente, desertó del ejército sudista para pelear junto a la Unión.
Mose Triplett, cuando finalizó la guerra no había cumplido todavía los 20 años de edad y poco después se casó con una mujer llamada Mary con la que tuvo un largo matrimonio de cerca de medio siglo, con la que no tuvo descendencia y quedando viudo de ésta en 1920.
Cuatro años después, cuando Mose Triplett contaba con 78 años de edad volvió a casarse y lo hizo con Elida Hall, una mujer cincuenta años menor que él y con la que tuvo una hija en 1930 a la que llamaron Irene (Mose, el padre, por aquel entonces ya tenía 84 años y falleció ocho después).
Esa niña, Irene Triplett, que hoy en día tiene 89 años, es la única descendiente directa de un veterano de la Guerra Civil Americana con vida y que sigue cobrando una pensión del Estado por un conflicto bélico en el que luchó su progenitor hace más de un siglo y medio.

Nota

Irene Triplett (Condado de Wilkes, 9 de enero de 1930-Wilkesboro, 31 de mayo de 2020)​ fue la última beneficiaria de una pensión de veteranos de la Guerra de Secesión estadounidense. Su padre había luchado tanto por la Confederación (1863) como por la Unión (1864) en la Guerra de Secesión.
Triplett nació en 1930, hija de Mose Triplett y Elida Hall.​ Su padre, que había luchado tanto por los Estados Confederados como por los Estados Unidos durante la Guerra de Secesión, tenía 83 años cuando se casó con su madre; su unión fue el segundo matrimonio de Mose Triplett. Irene Triplett creció en la granja de su padre en el Condado de Wilkes, Carolina del Norte.​ Según Triplett, sufrió una infancia difícil y fue golpeada regularmente tanto por sus padres como por sus maestros de escuela.​ Los compañeros de clase se burlaron de ella acerca de su padre, a quien denunciaron como un «traidor».
La educación de Triplett terminó en sexto grado y, en 1943, se mudó con su madre y su hermano a una casa de pobres, donde permaneció hasta 1960. A partir de allí no se conoce mucho sobre su vida adulta hasta llegar a la tercera edad, cuando comenzó a vivir en hogares de ancianos privados hasta su muerte.
Según conocidos, ella era una usuaria habitual de tabaco de mascar y era fanática de la música góspel.
Desde la muerte de su padre en 1938, Triplett recaudó $ 73.13 por mes del Departamento de Asuntos de los Veteranos.​ Era elegible para heredar la pensión de su padre debido a problemas cognitivos que sufrió, calificándola como la hija indefensa de un veterano. El monto total que recibió fue de aproximadamente $ 73 000 en 2020, o $ 344 000 ajustado por inflación.
La conciencia pública generalizada sobre el estado de Triplett ocurrió en 2013 como resultado de una historia del Daily Mail sobre ella.
Después de la muerte en 2018 de Fred Upham, hijo de William H. Upham, se convirtió en la última hija sobreviviente de un veterano de la Guerra de Secesión y, en consecuencia, la última beneficiaria sobreviviente de una pensión de la Guerra de Secesión.

Murió a los noventa años el 31 de mayo de 2020 en el hogar de ancianos Accordius Health en Wilkesboro, Carolina del Norte, como resultado de complicaciones derivadas de una cirugía.

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