martes, 12 de mayo de 2020

El enigma de la España de los 90: ¿fuimos felices o unos pringados (y no lo sabíamos)? a

Son cada vez más libros los que intentan enfrentarse a la década de los 90 para intentar
 resolver el gran misterio: ¿por qué somos incapaces de darle una personalidad propia?



DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA

Pringado.

COLOQUIAL•ESPAÑA
[persona] Que es ingenuo y se deja engañar fácilmente para hacer cosas que otros no quieren hacer.



19/07/2020

El Parlamento de Murcia en llamas tras el lanzamiento de varios cóctel molotov. El entonces príncipe Felipe portando el estandarte español en la inauguración de los Juegos Olímpicos. Tres muertos y 17 heridos en el barrio santanderino de La Albericia; las víctimas son un estudiantes de químicas y el matrimonio formado por un celador de hospital y una panadera. Kurt Cobain presentando 'Nevermind' con los primeros calores del verano en el lugar donde ahora se encuentran las Cuatro Torres de la Castellana.
Todos estos 'flashes' de realidad tuvieron lugar en el plazo de unos pocos meses a lo largo de 1992, el famoso año 0 de la España de las Olimpiadas y la Expo de Sevilla. Algunos son tópicos, otros han caído en el olvido. Son imágenes que presentan un problema generacional. Por un lado, es difícil encontrar una narrativa capaz de conciliar la euforia y el miedo de la paradójica España de aquel entonces. Por otro, es complicado considerar aquel 1992 parte de la misma era que, pongamos, el 1999, en el que el PP asentado en el poder daba la bienvenida al nuevo siglo con la sensación de que España, una vez consolidada su democracia, ya no iba a cambiar demasiado.

"Ni siquiera los 70 o los 80 están cerrados, pero los 90 parecen haberse quedado entre dos procesos, lo que ha producido una imagen distorsionada"

Esa es la cuestión: ¿qué diablos significaron los años 90? ¿Por qué los ochenta sí tienen una narrativa clara —que cada cual elija sus tópicos, pero podemos coincidir en "Movida-plástico-Thatcher-neón"—, incluso los dos mil —11 de septiembre, crisis económica— pero nos resulta tan difícil coincidir en una única percepción noventera? Quizá porque, como recuerda Eduardo Maura (1981), profesor de Filosofía de la UCM, antiguo diputado de Podemos y autor de 'Los 90. Euforia y miedo en la modernidad democrática española' (Akal), "todas las épocas están siempre en disputa, ni siquiera los 70 o los 80 están cerrados, pero los 90 parecen haberse quedado emparedados entre dos procesos que ha provocado que se tenga una imagen distorsionada. Aún no hemos dado con claves de lectura para considerar los 90 como una época propia, y eso pasa también en Reino Unido. Es mucho más que una época intermedia".

Luis López Carrasco (1981), director de cine y responsable de 'El futuro' (2013) y 'El año del descubrimiento' (2020), aún por estrenar en salas comerciales y que aborda el incendio del Parlamento de Murcia, coincide en ese "escaso carácter" de los años 90. "Te pones a ver telediarios y hemeroteca y parece una época poco fácil de caracterizar, quizá porque aún no han llegado los 'millennial' a reivindicar 'El príncipe de Bel Air' o la ruta del bakalao", explica. 


"Los 90 van a volver como objeto de consumo nostálgico. Es un relato aún por construir, pero es que ni siquiera la narrativa de los 80 se ha contado, porque se repiten siempre las mismas cosas".

Durante los últimos años, el intento de descifrar qué fueron los 90 ha obsesionado a una generación que, directa o indirectamente, lo ha hecho a través de la novela, el ensayo, la ilustración o el cine. La lista es larga, pero entre ellos se encuentran el citado ensayo de Maura, libros como 'Cómo molaban los 90' (Lunwerg) de Anna Grimal, 'Y ahora, lo importante' (Caballo de Troya) de Beatriz Navas Valdés, 'Colgado' de Hugo Argüelles o películas como la citada 'El año del descubrimiento', que nos pueden servir de mapa. Sin explicitarlo, todos intentan responder al enigma: 


¿qué fueron los años 90?

1. ¿La última época feliz?

Anna Grimal (1985) es la autora de 'Cómo molaban los 90', recién llegado al mercado. Es uno de esos libros de ilustración que, como promete su portada, condensa los "recuerdos de una época genial". En cierta forma, prolonga la visión de otros éxitos editoriales como 'Yo fui a EGB', aunque como ocurre con otros volúmenes de la época, el hilo narrativo de la época no queda tan claro como en los años 80, a pesar de que sea fácil reconocer los hitos culturales: Extremoduro, 'Bola de dragón''Ranma 1/2', 'El príncipe de Bel Air', o el anuncio del 'Gueropa'. Pero una vez más, ¿cuál es el hilo que une el grunge de la generación X de Nirvana con el pop 'teen' protofeminista de las Spice Girls?

"Sin ser conscientes, vivíamos bien. Pero es algo que le pasa a la gente, incluso la que pasó hambre en la posguerra, así que tal vez lo idealizamos"

"Si para mí los 90 fuesen una imagen, sería un grupo de amigos en motocicleta teniendo muy poca conciencia del peligro de la vida", responde la autora desde el pueblo de la Costa Brava donde ahora vive, lejos de la capital catalana. "La moto, la libertad: hay una imagen así en el libro". En el dibujo al que se refiere, tres chicas en moto cruzan un campo. "La libertad hecha realidad. ¡Con la moto uno se sentía independiente, libre y feliz! Punto importante: estar bien lejos de CASA y de los PADRES".

La gran pregunta es la que toda generación se ve obligada a hacerse en un momento u otro: ¿fue su juventud una época objetivamente dorada o es que simplemente éramos más jóvenes? "Cuando miro hacia atrás, me pareció lo mejor", responde la autora. "Un poco también era cosa del momento económico. Sin ser conscientes, vivíamos bien. Pero es algo que siempre le pasa a la gente: incluso cuando hablas con los mayores que solo podían comer pan en la posguerra, prefieren el pasado siempre. A lo mejor lo idealizamos".
Como recuerda Maura, tal vez encaje en el paradigma que se está comenzando a consolidar, el de una era optimista que encaja con la visión liberal. El final de la historia de Fukuyama y de las grandes ilusiones, la resaca del Muro de Berlín, las privatizaciones y la liberalización de los sectores productivos, que se refleja en los comportamientos individuales como "un cierto hedonismo cínico". Así arranca 'La trampa del optimismo. Cómo los años 90 explican el mundo actual' de Ramón González Férriz, otro de esos libros obsesionados por desentrañar y deconstruir el gran misterio de los 90:

"No es particularmente original que la década de los 90 se inició el 9 de noviembre de 1989, cuando miles de ciudadanos de la República Democrática de Alemania cruzaron el Muro de Berlín, que hasta entonces los había separado de la República Federal Alemana, y así, del mundo capitalista. Este acontecimiento cambió por completo los paradigmas intelectuales y las batallas ideológicas que habían regido el planeta durante algo más de cuatro décadas. En los dos o tres años siguientes, cayeron los regímenes comunistas de la mayor parte de Eurasia, el imperio soviético desapareció y el mundo occidental —partidario de la democracia capitalista, con mayor o menos énfasis en el libre mercado o el estado de bienestar— sintió que aquella batalla crucial había terminado. No fue esta la principal razón, pero sí la presencial, por la que el rasgo esencial que deberíamos recordar de la década de los noventa es el optimismo".

"A partir de 1986, los artículos de Wikipedia sobre historia de España están vacíos, como si fuese una historia que no merece la pena ser contada"

A continuación, Férriz pasa a enumerar algunos de los nubarrones que se cernían sobre el aparente optimismo noventero, desde la crisis de 1993 hasta la guerra de Yugoslavia, signos de que la lectura predominante, esa de haber llegado a una estación de destino política y económica marcada por la estabilidad, tiene sus grietas. De ahí que 'Cómo molaban los 90', por ejemplo, y como explica su autora, esté contado desde la experiencia personal y menos desde la mirada generacional política y social, algo cada vez más común a medida que pasan las décadas: "Lo enfoco desde dentro, no pretendo hacer un análisis de la época".

López Carrasco tiene una explicación al respecto, que da idea de los cambios culturales silenciosos que estaban operando: "Mientras preparaba 'El futuro' hice muchas entrevistas a personas de clase media, media-baja y media-alta, y me di cuenta de que a partir de la Transición, las narrativas pasan de ser colectivas a individuales: trabajé, me fue bien". Carrasco suele bucear en la Wikipedia para documentarse, porque muestra bien el espíritu de cada época. "Y me di cuenta de que a partir de 1986, de la tercera legislatura, los artículos están vacíos. Parece que son décadas que no merecen la pena ser contadas". Una "sensación de uniformidad", en sus palabras, que explica por qué comenzamos a buscar hitos íntimos y de consumo compartido en lugar de grandes relatos generacionales.

Al fin y al cabo, los 90 vieron también el 'boom' de la música y el cine indie, donde primaba la autoexpresión y el cuidado formal frente a otras características grupales, políticas e identitarias que habían caracterizado la música previa.

2. ¿La última época en la que tuvimos referentes comunes?

Una de las razones que condujeron a Grimal a llevar a cabo su libro fue la sensación de que los 90 habían vuelto. Al menos, en lo que respecta a la moda: "Actualmente miras a la juventud y llevan ropa inspirada en los 90, pantalones grandes, plataformas, dos rayas… Pero también la estética de los anuncios, de las películas, la música...". Al fin y al cabo, el 'poptimismo' que ha dado forma al canon de la música actual y los 'blockbusters' de los 90 parecen herederos de aquella época.

Una era muy particular en lo cultural, en la que la multiplicación de canales televisivos y la llegada de otras propuestas como Canal+ amplió los referentes culturales en el hogar que aún hoy siguen siendo identificables para toda una generación. "La clave es nostalgia", responde Erika Fernández-Gómez (1985), profesora de la UNIR especializada en comunicación y 'marketing'. "La idea de que los años anteriores fueron mejores y recuperar lo viejo funciona muy bien pero vinculándolo a las actuales necesidades de los públicos".

"Fue una época sin preocupaciones, los anuncios que veíamos y los contenidos que consumíamos no se regían por ninguna de las normas actuales"

Al fin y al cabo, el retorno de los referentes culturales de los 90 obedece a la aplicación implacable del ciclo de la nostalgia, que recuerda que cada época reproduce la cultura popular de 30 años antes porque es lo que los directores creativos, productores y escritores que en ese momento están al mando vivieron en su infancia. Los referentes, para la profesora, están claros:


 "Merienda con Nocilla, ver 'Dragon Ball' al salir del cole, tomar un 'burman flash' helado en verano mientras ves 'Los Vigilantes de la Playa', realizar cuadernos Rubio, el telecupón de Carmen Sevilla, los programas de Ana Obregón y Ramón García, escuchar las Spice o los BSB, teñirte dos mechones del pelo, el choker, las plataformas, los tops, etc.".

Pero ¿por qué todo eso equivale a una época feliz?

 "Aquí te contesto desde la visión de la publicidad y la programación televisiva. Fue una época sin preocupaciones, los anuncios que veíamos y los contenidos que consumíamos no se regían por ninguna de las normas actuales", responde Fernández-Gómez, que recuerda que fue la época en la que la programación televisiva jugó un papel clave como articulador generacional: todos los hoy 'millennials', por ejemplo, comían ante 'Los Simpson'. Una época más despreocupada.

"No existía todavía la preocupación ante las pantallas, las pantallas acompañaban y no nos preocupaban los contenidos violentos. Se emitía una cantidad considerable de publicad que no tenía en cuenta ni el 'me too', ni la lucha de estereotipos de genero", prosigue la profesora. "La Barbie era la Barbie, no era científica y se trataba de que fuera guapa, estar a la moda y claramente dirigida a las niñas"

Resulta casi sorprendente una imagen que se repite entre los entrevistados a la hora de hablar de los años 90: la de viajar en moto antes de tener edad para sacar el carnet de automóvil, como un signo de libertad… ¿y tal vez de cierta inconsciencia?

3. ¿La era de ser pringados (y no saberlo)?

Hugo Argüelles (1978) ha autopublicado su novela 'Colgados', que es una perfecta piedra Rosetta para traducir el otro lado de los años 90, uno que trasciende la placidez del "nunca pasa nada" de la época gracias a la distancia temporal. 'Colgados' es una revisión desde un presente desilusionado de los últimos años del milenio a través de la historia del enamoramiento enfermizo de un estudiante de Historia. Lo que comienza pareciendo un relato nostálgico por una época mejor termina convirtiéndose en una ácida crítica hacia una era de (auto)engaño colectivo.

"Era una época más feliz porque todas las crisis aún no eran visibles. No nos preocupábamos por lo que comíamos, por lo que bebíamos..."

Aunque Argüelles vive ahora en Murcia, su novela es un retrato fidedigno y pormenorizado de los bares malasañeros de la época que también aparecieron en la célebre 'Historias del Kronen', que como recuerda Maura, forma parte del segundo de los paradigmas sobre los que se construye la época. Lo que él denomina el paradigma de Amenábar: 


"En las entrevistas sobre 'Tesis' y 'Abre los ojos' él dice que se siente miembro de una generación perdida, porque tiene mucha libertad respecto a sus padres pero no sabe muy bien qué hacer con ella. Es una lectura liberal, pero con otros matices, no lo vincula con la globalización o internet, es una libertad que parece ciencia infusa".

Una libertad semejante a la del protagonista del libro de Argüelles, que lamenta haber estudiado Historia y no haber esperado para poder hacer lo que realmente quería, Comunicación Audiovisual, o que se arrepiente de haber fumado demasiados porros cuando debería haber estado en clase. 
En su visión de los 90 coincide la desilusión por no haber cumplido sus sueños con la que siente por una era mejor. Como escribe en el libro, "el pasado era mejor sin duda. Primero porque era joven y tenía toda la vida por delante. Y segundo porque el mundo era más divertido, imaginativo y auténtico".

¿Qué echa de menos de los 90 alguien que lamenta esa "asepsia" del año 2020? 

"La despreocupación: fumar en todas partes, comer y beber lo que quieras, ir en moto sin casco… todo eso que la experiencia ha demostrado que es muy contraproducente, pero que lo relaciono con un sentimiento de libertad", responde Argüelles desde su hogar murciano. "Ahora me parece agobiante, el cáncer, la crisis ambiental y ecológica, preocuparte por comer esto o lo otro". No es que todo eso no existiese en los 90. 
Es que "era una época más feliz porque aún no era visible. Éramos muy inocentes. Hacer el amor sin preservativo, que es como lo de la moto sin casco: sentir la piel".

Un baño de realidad que terminaríamos dándonos poco a poco a lo largo de la primera década del siglo XXI. 


"Un amigo siempre dice que hemos sido una generación engañada, pensábamos entre minis de kalimotxo y cerveza que con una carrera tenías la vida solucionada, que ibas a encontrar un trabajo y no ibas a necesitar nada", prosigue. 
"No veíamos la realidad. Cuando estudiaba ni siquiera me planteaba que iba a tener que trabajar, pensaba que todo iba a venir rodado. Era una completa paja mental. Ahora te das cuenta que todos nos tendríamos que haber esforzado más".

"La política no nos interesaba, ya que éramos hijos de la España de Felipe González, una época en la que creíamos tener todo lo que necesitábamos"

Para el autor, la palabra clave es "pringado". O mejor dicho, 'pringao'. "Se utilizaba mucho como una forma de restar valor a otro, cuantificar a una persona como un cero absoluto", recuerda. "Ahora te das cuenta de que 'pringaos' éramos todos, pero ya empezaba esa competitividad creada para nosotros entre nosotros. A veces el 'pringao' era el empollón de clase y es el que ha acabado teniendo una vida mejor. Era un autoengaño". Es una visión semejante a la que aporta Grimal, cuando recuerda que "vivías en tu mundo, y no te dabas cuenta de nada, pensabas que lo ibas a tener todo. A nuestra generación nos costó mucho encontrar trabajo, por eso te acuerdas del instituto de una manera muy dulce".

En otro momento del libro, Argüelles escribe:


"A nosotros la política no nos interesaba, ya que éramos hijos de la España de Felipe González, una época en la que creíamos tener todo lo que necesitábamos". 

¿Era parte de esa felicidad la despreocupación política de la generación X que, como en el caso de Amenábar, renunciaba a trazar una relación entre su frustración y los problemas sociales y políticos de su entorno?
"Todo mi entorno estaba despolitizado, en los 90 había dos partidos igual que había dos cadenas en los años 80. No se hablaba de política en la Facultad, ibas a alguna manifestación en la época de la insumisión, pero vivíamos en Babia. Llegaban las ETS y vivíamos al margen, alienados, sobre todo viéndolo desde hoy".

4. ¿La era convulsa que quisimos olvidar?

'Y ahora, lo importante' de Beatriz Navas Valdés (1978), actual directora general del ICAA, es uno de los libros que, para López Carrasco, mejor retrata aquella época de "explosión y normalización de la prosperidad". En un vistazo superficial, este diario personal de sus 14 años —entre aquel 1992 de optimismo y 1993 de vacío— comparte afinidades epidérmicas con el libro de Anna Grimal. En ambos emergen Nirvana, las Olimpiadas, los chicos, las discotecas y las dudas de la adolescencia femenina. Y, como en la novela de Argüelles, Malasaña, el rock, el kalimotxo y los porros son parte esencial del paisaje sentimental de la época.

Sin embargo, es el título lo que da la clave de lectura. "Y ahora, lo importante" es lo que la autora utiliza para cambiar, en el dispositivo narrativo que articula el texto, desde la reproducción de los titulares del día ("Los sindicatos quieren que la huelga general dure al menos 12 horas") a sus historias personales. "Lo importante", en este caso, son las borracheras, ligues y avatares adolescentes. Pero como la Navas adulta cuenta en el epílogo, bajo ese "no pasa nada" había una "necesidad de simular que todo estaba bajo control y todo molaba porque sufría mucho en soledad ante una realidad que me resultaba insoportable y vergonzante", causada por la separación de sus padres. Lo mismo ocurría en la "coexistencia de varias realidades paralelas" entre "la 'ensoñada' de una España de prosperidad y la convulsa de los titulares de los periódicos".

Resulta impactante, para quien viviese la época como niño o adolescente, recorrer los titulares y darse cuenta de que, al contrario de lo que la lectura optimista ha consolidado, ocurrían muchas cosas, y muchas de ellas, particularmente oscuras: desde los asesinatos de ETA que se sucedían semana tras semana hasta convertirse en costumbre, hasta los crímenes contra inmigrantes de los grupos neonazi madrileños pasando por huelgas generales, corrupción y crisis económica, que sirven de contrapunto a la aparente placidez de clase media en la que vive la protagonista. "Soy consciente de que todo es una mierda, y lo veo cristalino, pero por otro lado sé que no debo quejarme delante de la gente porque hay que ver la suerte que tengo", escribe la Bea Navas adolescente.

"El parlamento de Murcia arde la misma semana que se firma el Tratado de Maastrich"

"Hay otro paradigma más rico que complementa los anteriores, que es el que piensa que los 90 es una década de preparación de los movimientos antiglobalización durante la época de creación de un nuevo cognitariado", prosigue Maura. "Es la época de la modificación de las luchas políticas, que ya no son bloque este y bloque oeste, sino zapatismo, Génova y Seattle, esa modificación ya no es hedonista y cínica". El gran tratado que inspira la época es 'Imperio' de Antonio Negri y Michael Hardt, que daría a luz a algunos de los políticos que hoy ocupan puestos de poder como Pablo Iglesias (1978) o Iñigo Errejón (1983).

Sin embargo, ha habido un olvido generalizado de algunos de los aspectos más oscuros de aquella época, y que solo ocasionalmente, como en el caso de los GAL, vuelven a la agenda pública. ¿Quién recuerda que apenas un par de meses antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos el parlamento murciano ardió a manos de los trabajadores de los astilleros de Bazán que habían sido violentamente dispersados? 
"El parlamento se quema la misma semana que se firma el Tratado de Maastrich", responde López Carrasco. 
"La reconversión industrial afectó a muchas ciudades como Gijón o Cartagena, que estaban arrasadas, sin bares abiertos, con tasas de desempleo tremendas. Eran conflictos que raramente contaban con solidaridad de otros territorios, porque al ser procesos atomizados, autonómicos y municipales, los territorios tenían que pelear entre sí".

El propio López Carrasco ha comprobado a la hora de buscar financiación para 'El año del descubrimiento' que es polvo que nadie quiere sacar de debajo de la alfombra del esplendor español de 1992.
 "En ese año adquiere carácter institucional un modelo económico que nos ha llevado al colapso, de macroeventos culturales y políticos y turismo, que debía convertirse en el motor económico". Maura, de hecho, utiliza los términos "euforia" y "miedo" para resumir esa difícil conciliación entre Cobi y Curro y el crimen de las niñas de Alcàsser, entre el asesinato de Miguel Ángel Blanco y la victoria de Aznar, en la época en la que se produce una suerte de segunda Transición.
 "Es la época de las grandes privatizaciones, el primer cambio de modelo a nivel estatal, el plan Ibarretxe, la época dura del hedonismo", añade el excongresista.
"Es una época superintensa, pero parece que retrospectivamente no hubiese herramientas para poner todo en el mismo sitio. Con lo que intenté en el libro es precisamente dar herramientas para poder conjugar ambas cosas, la parte más hedonista y libertaria y la más oscura, la parte del miedo".

A López Carrasco le ocurre algo muy parecido. Como tantos jóvenes de su generación, no llevó un diario "porque no consideraba que ocurriese nada que mereciese la pena". Es algo muy común en una época de aparente ahistoricidad, que por instantes parecía dar la razón a Fukuyama en su ausencia de hitos históricos, al menos hasta el 11 de septiembre. "Hasta que no hemos experimentado una crisis como la de 2008 no hemos sido capaces de pensarnos", admite el director.
"Necesitamos una fractura en nuestro continuo narrativo para ver cómo era la sociedad de la que formábamos parte. Pensábamos que iba a durar para siempre, porque todo lo que teníamos a nuestro alrededor nos marcaba un horizonte de progreso y prosperidad. No ha sido hasta que esa concepción se ha desmoronado que hemos sido capaces de pensar el pasado".


Entonces, ¿qué son los 90?

Todo intento de revisar la época conduce, por lo tanto, a un cierto fracaso que el propio Eduardo Maura reconoce en su libro. "Nos falta afinar el tiro", concluye. 
"En España es complicado porque está muy presente todo eso del hedonismo, de la ausencia de riesgos, de 'Historias del Kronen', que me parece que hay que enriquecerlo. Al final no es ni una ni la otra, ni hedonismo ni el cinismo del fin de la historia, ni Achero Mañas ni 'Historias del Kronen'. Son claves que hay que conjuntar".

"Es a partir del 94, tras la gran crisis de empleo, cuando la sociedad española es opulenta. Y sus narrativas son estáticas y ensimismadas"

Es posible, incluso, hablar de dos años noventa. Los que llegan hasta 1994, y que serían un largo epílogo de los años 80 que concluye con el clímax Olimpiadas y Expo, crisis económica y recuperación, y la que arranca a mediados de esa década. "Para la gente más tecnopolítica es como si los 90 fueran del 94 en adelante, con el zapatismo, y los ingleses tienden a hablar solamente de Tony Blair y la victoria del nuevo laborismo que fue en 1997", añade Maura. 
"Tengo la sensación de que los 90, sobre todo a partir del 94 tras la gran crisis de empleo es cuando la sociedad española es opulenta. Y sus narrativas son muy estáticas, están metidas en un ensimismamiento", coincide López Carrasco.

Derrota o, mejor dicho, batalla aún en curso en la que aún no se ha decantado ni la lectura liberal, ni la hedonista, ni la de la izquierda previa al 15-M. Ni siquiera una síntesis de todas ellas. "Lo interesante es ver por qué no hemos sido capaces aún de obtener esa herramienta narrativa", concluye el tataranieto de Antonio Maura, el cinco veces presidente del Consejo de Ministros durante el reinado de Alfonso XIII. Hay espacio para propuestas y enmiendas, antes de que los 90 terminen de convertirse en un objeto de consumo o un test de Rorschach para nostálgicos.


Tengo 40 años y pensaba que los 90 fueron estupendos. ¿Fue un error?
02/05/2017

Los noventa están empezando a ser revisitados críticamente por quienes, con suerte, estamos a la mitad de nuestra vida. Y empiezan a parecer más feos.


Para quienes nacimos a finales de los años setenta o principios de los ochenta, la década de los noventa fue clave para nuestra formación cultural y política. Y por eso mismo será difícil que jamás lleguemos a verla con cierta objetividad. Esa década fue convulsa en muchas partes del mundo, pero, vista ahora, en la mayoría de los países europeos y en Estados Unidos, fue un tiempo de gran placidez. Para los españoles, tras la brutal crisis de 1993, supuso una época de costoso crecimiento económico, que traía consigo la promesa de entrar en la moneda común europea.
La política era compleja y sucia, pero se produjo un relevo en el partido de gobierno que, aunque se preveía traumático, ocurrió como en cualquier democracia consolidada. En buena medida, parecía que éramos una democracia normal en la que a veces gobernaba la izquierda y a veces la derecha.

Para quienes nacimos a finales de los años setenta o principios de los ochenta, la década de los noventa fue clave para nuestra formación cultural y política. Y por eso mismo será difícil que jamás lleguemos a verla con cierta objetividad. Esa década fue convulsa en muchas partes del mundo, pero, vista ahora, en la mayoría de los países europeos y en Estados Unidos, fue un tiempo de gran placidez. Para los españoles, tras la brutal crisis de 1993, supuso una época de costoso crecimiento económico, que traía consigo la promesa de entrar en la moneda común europea.

La política era compleja y sucia, pero se produjo un relevo en el partido de gobierno que, aunque se preveía traumático, ocurrió como en cualquier democracia consolidada. En buena medida, parecía que éramos una democracia normal en la que a veces gobernaba la izquierda y a veces la derecha.
Había un cierto consenso: casi todos éramos europeístas; muchos éramos además, quizá sin saberlo, lo que ahora llamamos neoliberales -los economistas suelen llamar a ese período “la gran moderación”, cuando en apariencia se había alcanzado un estado de las cosas que permitiría el crecimiento eterno y que eliminaría el riesgo de crisis; por supuesto, eso resultó ser falso- y el acercamiento entre los programas de los partidos socialdemócratas y democristianos parecía bueno. O normal. O, simplemente, poco interesante.


La síntesis político-cultural fue inesperada. La izquierda había ganado la batalla de las costumbres y la derecha se había impuesto en la económica.
De hecho, se había producido una síntesis político-cultural inesperada. Por un lado, la izquierda había ganado la batalla de las costumbres -en el sexo, la droga y el arte pop- y, por el otro, la derecha se había impuesto en la económica -con la búsqueda de déficits pequeños, la reducción de la deuda pública y la privatización de las grandes empresas públicas-. Bill Clinton había fumado porros y era adúltero, pero llevaba las cuentas de su país con un rigor que ni los republicanos habían conseguido en mucho tiempo. Blair era católico y luego resultó ser belicista, pero nada le gustaba más que hacerse fotos con roqueros y reivindicar una Cool Britannia (Gran Bretaña guay). Aznar era un señor muy de derechas, pero se esforzaba por parecer moderno, reivindicaba a escritores de izquierdas y no tocó leyes como las del divorcio o el aborto.
Es cierto que no era una síntesis ideológica muy emocionante, pero para un adolescente o un joven de clase media, sin duda, era cómoda.

Tan alternativos como mainstream

Escuchar música independiente permitía un equilibrio muy fácil entre sentirse especial por pertenecer a una cultura aparentemente minoritaria y, al mismo tiempo, seguir siendo más o menos mainstream. No había trabas para conseguir los discos, o hasta las maquetas, de las bandas más remotas, pero sonaban con el grado suficiente de rabia, en comparación con Los 40 Principales, como para sentirse auténtico.

Para quienes estudiábamos literatura, todo era cómodo. Los clásicos estaban traducidos y eran relativamente baratos, y los contemporáneos ingleses, franceses o estadounidenses eran accesibles. Por primera vez en España, era fácil sentirse conectado con Europa por medio de los libros sin hacer malabarismos ni gastar demasiado: las grandes historias sobre la Primera Guerra Mundial, el Holocausto, el Gulag y todos los grandes acontecimientos europeos estaban a nuestro alcance y además parecían concernirnos: empezábamos a pensar que esa historia también era la nuestra.


Los escritores de la generación de nuestros padres -Marías, Azúa, Mendoza, Marsé- eran demócratas, de izquierdas y modernos, y los de la generación de nuestros tíos jóvenes o hermanos mayores -Loriga, Grandes, Gopegui, Mañas- eran la muestra de que se podía ser rompedor y, al mismo tiempo, ganarse la vida y una cierta respetabilidad.
La crítica literaria y musical eran fuertes, como lo eran los periódicos y las revistas: yo compraba El País todos los días; La Vanguardia, ABC y El Mundo el día en que publicaban su suplemento cultural, y todos los meses Rockdelux. Sentía que estaba tan bien informado como cualquiera y que era todo lo guay que se podía llegar a ser.

Una década revisitada

Ahora esa generación rondamos los 40. Soy consciente de que, si estoy embelleciendo la década de mi formación, quizá es porque fue realmente buena, pero quizá también porque todos recordamos con agrado los años en los que éramos jóvenes, fuertes y temerarios. A pesar de ello, esa década está empezando a ser revisitada críticamente por quienes, con suerte, estamos a la mitad de nuestra vida. Y empieza a parecer más fea. O, si no fea, un error.


Escritores, críticos y artistas también se sienten decepcionados con la década de su juventud, pero se han desplazado hacia la izquierda

Existe una tendencia clara. Si muchos escritores, críticos y artistas nacidos en los años cuarenta vivieron con enorme ilusión las revoluciones culturales y políticas de izquierdas de los años sesenta, pero luego se desengañaron y fueron virando hacia la derecha, ahora parece que está pasando lo contrario. Hoy, muchos escritores, críticos y artistas de mi generación también se sienten decepcionados con la década de su juventud, pero se han desplazado hacia la izquierda. También se critican a sí mismos por ingenuos o por pasivos, pero no desde posiciones más moderadas, sino más duras.

En este clima cultural, los noventa son vistos como años de despiste, en los que las multinacionales nos colaron goles sin que nos diéramos cuenta -estábamos demasiado ocupados leyendo libros escapistas o tomando éxtasis-, y en los que un orden cultural sometido a una lógica económica nos esclavizaba mentalmente de por vida.

(Son interesantes, en ese sentido, el libro de Nando Cruz “Pequeño circo' (Contra), una historia oral de la música independiente española de los noventa; el documental 'Generación Kronen', de Luis Mancha, sobre los escritores que triunfaron entonces; o, en el plano económico, 'Los felices 90: la semilla de la destrucción' (Taurus), del premio Nobel Joseph Stiglitz, que explica cómo la prosperidad de esa década puso las semillas de las catástrofes posteriores. También vale la pena leer 'El fin de la historia y el último hombre' (Planeta), de Francis Fukuyama, un libro, con frecuencia malinterpretado, que refleja bien el optimismo occidental después de la caída del muro de Berlín).

Las cosas, dice el relato crítico, aparentaban ir tan bien que nos despolitizamos por completo o simplemente asumimos sin pestañear el relato triunfalista de los ganadores del curso de la historia. Todo se volvió banal y acomodaticio: el legado del punk, la literatura transgresora, las visiones conflictivas de la economía y el papel de la implicación cívica. Solo resistía, como una pequeña y trendy aldea gala, el movimiento antiglobalización.


Es difícil no ser crítico con los noventa. Su optimismo y arrogancia estuvieron claramente infundados

Es difícil no ser crítico con los años noventa. En términos económicos, su optimismo estuvo claramente infundado, y hoy la arrogancia de pensar que se habían acabado los ciclos de expansión y recesión es casi imposible de creer. En el mismo sentido, la sensación de que con la caída del comunismo los grandes conflictos geopolíticos se verían muy atenuados fue un exceso de confianza aterrador (muy pronto la prueba estuvo clara en la propia Europa, con la guerra de la antigua Yugoslavia). Culturalmente, en cambio, tiendo a pensar que los noventa dejaron un legado valioso: hoy nos pueden parecer un poco bobos los himnos tardoadolescentes de Los Planetas u Oasis, o la rabia exhibicionista de Guns N’ Roses, pero es que la tardoadolescencia, quizá inevitablemente, es un poco boba, y su ira, un poco exhibicionista. Y recuerdo los noventa como una década literariamente llena de cosas buenas; es muy posible que esté confundiendo de nuevo la felicidad de un momento autobiográfico particular con la felicidad de un momento histórico general, pero creo que nunca leí novelas con más ansiedad que las de los autores españoles que he mencionado más arriba o Hornby, Amis o McEwan.


Es una buena noticia que ahora estemos poniendo bajo la lupa esa década. Y que reexaminemos todo lo que tuvo de bueno y de malo. Pero como pasa siempre con la propia juventud, quizá no hay peor juez de ella que nosotros mismos. Lo realmente interesante será saber qué piensan de los noventa quienes no los vivieron. Seguramente pensarán que fue una mediocridad, que es lo que todas las eras, en realidad, suelen ser a menos que hayamos sido jóvenes en ellas.



Felipe González Márquez




(Sevilla, 1942) Político socialista español, presidente del gobierno entre 1982 y 1996. Procedente de una familia modesta, se licenció en derecho por la Universidad de Sevilla (1966), ciudad en la que trabajó algún tiempo como abogado laboralista. En 1964 ingresó en el Partido Socialista Obrero Español, con el que participó en la lucha contra la dictadura de Francisco Franco desde la clandestinidad (la persecución policial le hizo asumir el sobrenombre de Isidoro). Ascendió rápidamente en el partido, accediendo a su Comisión Ejecutiva en 1970.

Arropado por un reducido grupo de jóvenes renovadores, sevillanos en su mayoría, acudió al Congreso celebrado por el partido en Suresnes (Francia) en 1974; allí se debatió la sustitución de la «vieja guardia» que controlaba el PSOE desde el exilio, con escasa influencia dentro del país, por un equipo más joven, capaz de arraigar entre la población del interior ante la eventualidad de la muerte del dictador y el cambio de régimen. Entre los dos grupos -madrileño y vizcaíno- que se disputaban el liderazgo de esa tarea, Felipe González apareció como solución de compromiso y fue elegido secretario general del partido, cargo que conservó hasta 1997.

Desde entonces condujo al socialismo español a una profunda renovación: modernizó su mensaje político en un sentido más moderado y cercano a las preocupaciones populares, acrecentó su presencia entre los trabajadores de todas las regiones de España e intensificó las relaciones con los partidos socialistas europeos (en especial con el Partido Socialdemócrata Alemán). Con todo ello contribuyó a hacer del PSOE el primer partido de la oposición y la alternativa de gobierno a la UCD del presidente Adolfo Suárez, una vez que la muerte de Franco (1975) permitió realizar la transición política a la democracia (1977).

Legalizado el partido en 1977, Felipe González le representó en la «Comisión de los Diez» que formó la oposición para negociar con el gobierno. Fue elegido diputado en 1977. Como portavoz del grupo parlamentario socialista encabezó una oposición constructiva, que facilitó el consenso con el que se elaboraron los Pactos de la Moncloa y la Constitución de 1978; y fue adquiriendo un liderazgo carismático que le asentó como líder indiscutido de su partido.

En 1979 dio un paso más en su proyecto de modernización del PSOE, forzando el abandono oficial de la ideología marxista mediante la escenificación de su dimisión como secretario general; un congreso extraordinario acabó admitiendo sus tesis moderadas y otorgándole un dominio total sobre el partido (que había reforzado un año antes con la absorción del Partido Socialista Popular de Enrique Tierno Galván).


escudo de armas
Con tales bazas obtuvo un triunfo arrollador en las elecciones de 1982, que le catapultaron a la Presidencia del Gobierno apoyado por una mayoría absoluta en el Parlamento. Se mantuvo al frente del gobierno hasta 1996, revalidando su triunfo en las urnas por mayoría absoluta en 1986 y 1989 y por mayoría relativa en 1993.

Durante más de trece años de mandato, Felipe González siguió una línea política moderada y pragmática, más cercana a posiciones de centro-izquierda que a las tradiciones propiamente socialistas. Ciertamente, fue fiel a su electorado de izquierdas en aspectos como la profundización de la democracia y las libertades, la construcción de infraestructuras o la financiación de gastos sociales mediante el aumento de la presión fiscal sobre las rentas más altas. Pero, en general, avaló una política económica ortodoxa, centrada en la modernización del aparato productivo y la lucha contra la inflación, lo cual le obligó a decisiones impopulares, como la reconversión industrial, el recorte de las pensiones o la flexibilización del mercado de trabajo; ello provocó el enfrentamiento con los sindicatos (incluida la Unión General de Trabajadores, central socialista que lideraba su antiguo colaborador Nicolás Redondo), que se saldó con dos huelgas generales contra el gobierno (1988 y 1994).

En política exterior, impulsó un alineamiento con los países occidentales aliados de Estados Unidos, cambiando su postura con respecto al ingreso de España en la OTAN (al cual se había opuesto en 1981); ya en el gobierno, González defendió la permanencia en la Alianza Atlántica, convocando al efecto un referéndum en 1986, que le fue favorable. Entre sus éxitos hay que anotar el ingreso de España en la Comunidad Europea (1985), en cuyo seno adquirió un protagonismo destacado, merced al entusiasmo europeísta del país y de su gobierno. En relación con este logro están los dos aspectos más brillantes del gobierno socialista, como son la modernización económica, que llevó a superar la crisis de los años setenta, y la adquisición por España de un mayor protagonismo internacional (tanto en Europa como en Iberoamérica).

La celebración simultánea en 1992 del quinto centenario del descubrimiento de América, la Exposición Universal de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona marcaron el punto más alto del prestigio internacional de Felipe González y de la imagen exterior de la nueva España como un país moderno y democrático. El deseo de profundizar en la integración europea llevó a González a asumir el tratado de Maastricht de 1991; para ello tuvo que acentuar los sacrificios exigidos a la población, mediante una política de austeridad orientada al cumplimiento de los criterios de convergencia económica con el resto de la Unión Europea, previstos en aquel tratado.

Esta política económica restrictiva, unida a una nueva coyuntura de recesión, hicieron que en las elecciones de 1993 perdiera la mayoría absoluta, si bien el PSOE siguió siendo el partido más votado gracias a su defensa del Estado de Bienestar; González pudo así iniciar un último mandato, apuntalando su mayoría relativa mediante pactos con los nacionalistas catalanes.

Sin embargo, este último periodo de gobierno estuvo jalonado por dos problemas: la desunión en las filas socialistas, entre el aparato del partido (fiel al vicesecretario general Alfonso Guerra, defenestrado del gobierno en 1991) y los partidarios de una renovación que diera a éste un nuevo impulso político (animados por el propio González); por otro lado, la imagen del presidente se fue deteriorando a medida que los medios de comunicación iban sacando a la luz sucesivos escándalos en torno a los múltiples casos de corrupción que se habían producido bajo la Administración socialista y a las sospechas de complicidad del aparato del Estado en la guerra sucia contra el terrorismo de ETA.
 Procesados importantes políticos socialistas por ambos tipos de acusación, el PSOE perdió las elecciones europeas, municipales y autonómicas de 1994 y las generales de 1996, que dieron la presidencia a José María Aznar. Felipe González se retiró de la jefatura del partido en 1997.


2 comentarios:

  1. La década del 90 del siglo pasado, fue la mejor década del siglo XX, se acabo la guerra fría, se re-unifico Alemania, se acabo la división del mundo y de Europa entre el mundo socialista y capitalista, Nace la Unión europea, que agrupa a los países del bloque occidental y del este de Europa, fortaleciendo la integración económica y política del viejo continente, nace el euro, la unión soviética desaparece de la historia. es la gran década de muestras vidas.

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  2. la mejor década del siglo XX, el fin de guerra fría, globalización y una época maravillosa, para mayor parte de los países del mundo, fin de conflictos, una bella época, y optimismo

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