lunes, 9 de septiembre de 2019

El desvanecimiento de la izquierda en Italia: ¿Cuándo se jodió la izquierda? a

El desvanecimiento de la izquierda en Italia: ¿Cuándo se jodió la izquierda?
por Fernando Ayala (Italia)
Publicado el 6 septiembre, 2019 , en Historia - Memoria, Pueblos en lucha


Los partidos progresistas en Italia, como en todas partes, deben ajustar la sintonía con el sentir ciudadano que exige antes que nada transparencia en el uso de recursos públicos. En el caso italiano y europeo, no es la lucha de clases sino la mantención de las conquistas sociales que ha entregado la sociedad de bienestar con educación y salud gratuita, de calidad, junto a pensiones, viviendas y salarios decentes.
Es difícil saber si existe una izquierda italiana hoy en el país donde el partido comunista de Italia (PCI), fundado en 1921 por Antonio Gramsci, llegó a ser en la década de los 70 del siglo pasado el más grande del mundo occidental y un referente de la renovación del socialismo. Vivió el surgimiento y consolidación del fascismo de Mussolini al que combatió con las armas, al igual que resistió la ocupación nazi del país durante la Segunda Guerra Mundial. Con la liberación en 1945 y las primeras elecciones en 1946, se incorporó plenamente a la vida democrática alcanzando el 18,6% de los votos mientras que la democracia cristiana italiana (DC) llegaba al 35,2%.
En las elecciones de 1948 el PCI subió al 30% y la DC sumó al 48,5% de los votos. Luego la historia es posible seguirla a través de los personajes clásicos de don Camilo, el cura del pueblo y Pepón, el alcalde comunista, que refleja la tolerancia, respeto y complicidad que existió entre los dos principales partidos de la post guerra. Mientras tanto el gobierno de Estados Unidos, a través del Plan Marshall, puso los dólares para impulsar y potenciar el desarrollo económico del norte y calmar con subsidios al sur.

La fuerza creciente del PCI, de los sindicatos y la frontera con el mundo comunista, contribuyeron a este flujo de ayudas y préstamos. Trieste, en la frontera con la ex Yugoslavia al término de la Segunda Guerra Mundial, fue donde se saldaron las últimas cuentas entre los partisanos de Tito y los derrotados fascistas, junto a dolorosas pérdidas territoriales para Italia: toda la Istria, las ciudades de Pola, Fiume, Zara y algunas islas. Fue parte del reordenamiento de las fronteras europeas y el precio de perder una guerra.
El sistema político parlamentario, de base proporcional instaurado en Italia, no ha contribuido a la estabilidad del país. Desde 1946 a 2019, es decir en 73 años ha tenido 66 gobiernos.(1) En el mismo período Alemania ha tenido solo 9. El Parlamento bicameral está formado por 630 diputados y 315 senadores más 5 vitalicios. Sin embargo, el mismo sistema no ha sido obstáculo para que Italia sea hoy una de las 7 economías más grandes del mundo. Las cifras del Banco Mundial le otorgaban un ingreso per cápita (PPP) de 42.080 dólares en 2018.
El mismo año sus exportaciones de bienes y servicios alcanzaron a 746.185 billones de dólares, (2) mientras que el gasto público en educación y salud, en cifras del FMI para el 2015 y 2016, llegaron al 8,11% y 13,47% del PIB, respectivamente. (3) El sistema de partidos políticos estalló en Italia en 1992, cuando se descubrió el financiamiento ilegal junto a la corrupción en la llamada operación “Manos Limpias”, que concluyó con más de 1.200 condenas y produjo alrededor de 30 suicidios de empresarios y políticos. Desapareció la DC, el partido socialista (PSI) y varios más. (4)
Por su parte, la caída del Muro de Berlín en 1989 abrió la discusión sobre la vigencia del PCI que concluyó con la decisión de poner fin a su existencia en 1991, luego de dos años de discusiones apasionadas muchas veces y que costaron incluso matrimonios, según me decía un viejo ex militante. En palabras del último secretario general del PCI, Achille Occhetto: “El 70% de los comunistas se pronunciaron a favor, luego de 10 reuniones del comité central, dos congresos, se votó en todas las familias, en todas las secciones, en todas las fábricas, en todas las escuelas, fue el más grande ejercicio de democracia y se adoptó esa decisión”.(5)

Surgió en su lugar el Partido Democrático de Izquierda (PDS, por su sigla italiana) y se creó Refundación Comunista, (RC) con quienes no aceptaban la disolución del histórico partido. El vacío provocado por los principales referentes políticos en la sociedad produjo una suerte de deriva social en segmentos importantes de la población identificados culturalmente con la DC y el PCI. Se originó la pérdida de referentes socioculturales que dejaron cierta nostalgia que aún se observa en los mayores y en jóvenes que han idealizado esa época.

Actualidad

Hoy no existe en términos tradicionales una izquierda estructurada, con un liderazgo definido ya que paulatinamente se fue disolviendo con la creación del PDS el que posteriormente, en 2007, se transformó en el actual Partido Democrático (PD, social demócrata) incorporando a sectores comunistas, demócratas cristianos progresistas, socialistas y algunos de la vieja extrema izquierda. Todo este cambio se produjo en medio del proceso mundial de globalización, de liberalización de los flujos financieros, la profundización de la integración europea y el surgimiento de la llamada “tercera vía”, que vino a legitimar una parte del discurso neoliberal que se introdujo en los programas de los partidos y gobiernos.
Los caudillos izquierdistas de hoy, viejos y jóvenes, carecen de un proyecto político estructurado, están atomizados en minúsculos partidos que obtuvieron en las últimas elecciones nacionales de 2018 un pobre resultado: 5,2% del total de los votos repartidos en Libres e Iguales (escindido del PD) 3,4%; Poder al Pueblo (incluye a Refundación Comunista) 1,1%; Partido Comunista 0,3%; Por una Izquierda Revolucionaria 0,1%. Esta es la fuerza electoral de la llamada “verdadera” izquierda mientras que el PD (social democracia) llegó al 18,7%; los populistas del Movimiento 5 Estrellas (M5E) alcanzaron un 32,7%, la derecha unida 19,6% y la extrema derecha de la Liga del Norte (LN) el 17,4%.
Los últimos 14 meses gobernó Italia una de las más extrañas coaliciones compuestas por dos fuerzas populistas: la extrema derecha de la Liga (Matteo Salvini) con el Movimiento de 5 Estrellas (6) (Luigi di Maio) habiéndose abstenido de integrarla dos partidos de derechas: Fuerza Italia (Silvio Berlusconi) y Hermanos de Italia (Giorgia Meloni). La crisis se produjo por la naturaleza contradictoria de la coalición y el error de Salvini de finalizarla esperando el llamado del Jefe de Estado a nuevas elecciones.
Ello no ocurrió y dio paso a otra alianza antinatural que probablemente gobernará: El M5E y el PD, que han sido enemigos jurados pero que llegarían a un acuerdo imponiendo los primeros la mantención del Premier Guiseppe Conte junto a un programa en negociación. Al cierre de este artículo se discutía la composición del nuevo gabinete para presentarlo al Presidente. Los votos de ambos partidos en el Parlamento le otorgan mayoría y con la venia del Jefe de Estado conformarían un nuevo gobierno. Lo que nadie sabe es cuánto durará esta coalición. El M5E ha creció con votos provenientes en buena parte de la centro izquierda tradicional, es decir del PD.

Su lema ha sido ¡Honestidad! ¡Honestidad! denunciando las prácticas viciadas, la corrupción y componendas de los partidos tradicionales, mientras que la Liga creció apelando al miedo a la inmigración, a la criminalidad y a la Unión Europea, entre otros. 5 Estrellas descendió notablemente en las elecciones europeas de mayo pasado a 17,07% mientras que la Liga de Salvini se consolidó como el primer partido italiano alcanzando al 34,27% de los votos, seguido por el Partido Democrático con el 22,73%. Es decir, en un año, quedó demostrada la volatilidad de los electores.
Los años 70 del siglo XX fueron la década de gloria para el PCI y la izquierda italiana. La votación máxima alcanzada fue en 1976, cuando sumó 34,4% de los votos, es decir más de 12 millones y medio de electores y la DC el 38,7% equivalente a 14,2 millones de votos. Paralelamente la extrema izquierda, con grupos armados, asesinaba policías, secuestraba y terminó ejecutando al Primer Ministro demócrata cristiano, Aldo Moro, en 1978.
Ello ocurrió cuando se había implementado parcialmente el llamado “compromiso histórico” o acuerdo de gobernabilidad entre el PCI y la DC que permitió a este último partido gobernar sin interferencias hasta 1980. Hasta hoy circulan diversas teorías de quiénes estuvieron detrás del crimen de Moro que terminó poniendo fin al acuerdo en 1980. Tanto Estados Unidos como la entonces Unión Soviética no veían con buenos ojos este compromiso cuyo autor intelectual fue Enrico Berlinguer, secretario general de los comunistas.
Alarmado por el dramático golpe de estado ocurrido en Chile en 1973, lo motivó a publicar 3 documentos con las lecciones de esa experiencia en Rinascita –revista ideológica del PCI- donde demostró que las fuerzas de izquierda, con una fuerte carga ideológica como el caso del PCI, no podían gobernar sin alianzas con el centro político, es decir con la DC. Rondaba en Italia en esos años, la posibilidad de interrupción democrática con grupos fascistas coludidos con militares.
Entonces, para utilizar la clásica frase de Vargas Llosa ¿Cuándo se “jodió” la izquierda italiana? ¿Era o no necesaria la disolución del PCI? El 70% de la militancia que se manifestó a favor de su disolución parece no dejar duda alguna. Su desaparición era inevitable pese a que sus fortalezas estaban en haber iniciado el proceso de transformaciones y democratización de la visión leninista del partido como vanguardia única. El eurocomunismo, del que fue pionero Berlinguer en 1976, y al que se sumarían los comunistas franceses y españoles, dio inicio a una profunda revisión del pensamiento marxista y en los hechos produjo la reivindicación de la social democracia.

De partida fue la negación del modelo soviético, del estalinismo, y el inicio de búsqueda de un camino poniendo en el centro el respeto a las personas y la aceptación del sistema político multipartidista, es decir a un modelo de sociedad abierta. Se podría decir que recogía el clamor de los jóvenes checos de 1968, que pedían “un socialismo con rostro humano”, como lo planteara el secretario general del PC Alexander Dubcek, antes de que cerca de 200 mil soldados y 2 mil tanques del Pacto de Varsovia pusieran fin a la llamada “primavera de Praga” y al sueño de millones de izquierdistas en el mundo.
Los partidos progresistas en Italia, como en todas partes, deben ajustar la sintonía con el sentir ciudadano que exige antes que nada transparencia en el uso de recursos públicos. En el caso italiano y europeo, no es la lucha de clases sino la mantención de las conquistas sociales que ha entregado la sociedad de bienestar con educación y salud gratuita, de calidad, junto a pensiones, viviendas y salarios decentes.
Los millones de votos que tuvo la izquierda en el pasado fueron de mujeres y hombres que hoy se sienten decepcionados, inseguros en una sociedad cada vez más compleja y que perciben la carencia de un liderazgo que los comprometa, que los entusiasme, que los haga soñar. Ese es el espacio que no ha dejado de crecer y del que se ha apropiado el populismo de derecha especialmente.
Por tanto los desafíos son muchos para levantar una propuesta de futuro que recoja el sentir popular y que debe considerar, entre otros, la ola inmigratoria que no se detendrá, la moneda común que no ha entregado iguales beneficios a los países, la integración de Europa que cada vez parece más complicada por la enorme diversidad cultural y asimetrías económicas que muchas veces se tiende a ignorar. Asimismo, están las relaciones con Rusia y los Estados Unidos en esta hora de Trump, Putin y Johnson; el papel de la OTAN, la lista de espera de países para integrarse a la UE, el envejecimiento de la población, junto a los temas globales como el debilitamiento del multilateralismo, el cambio climático, la robotización, la inteligencia artificial y tantos otros.
Los progresistas deberán luchar con los fantasmas de su pasado y por sobre todo asegurar la paz en un continente que ha originado dos guerras mundiales. Las divisiones endémicas de la izquierda, los personalismos, caudillismo, fraccionamiento y egos son factores presentes que permitieron en Italia que Silvio Berlusconi y la derecha llegará tres veces a gobernar y que hoy Salvini, pese a su actual derrota, mantenga altas posibilidades de llegar a ser Jefe de Gobierno en un futuro que puede ser no tan lejano.
Es probable que la social democracia a nivel mundial esté también en vías de extinción junto al actual orden internacional por no dar respuestas a las urgentes demandas de la población respecto a las desigualdades, concentración de la riqueza y cambio climático entre otras. El PD italiano, al igual que la llamada centro izquierda a nivel mundial, fueron víctimas del discurso de la globalización y de la frase creada por los estrategas de campaña del expresidente Bill Clinton: “Es la economía, estúpido”.
Faltó pensamiento crítico y visión de largo plazo para prever que la liberación de los circuitos financieros daría inicio a un proceso de concentración de riqueza, exclusión de mayorías y depredación del planeta, nunca visto. Resultó fácil a los partidos social demócratas acomodarse al discurso de la modernidad, de la llamada tercera vía y globalización en lo económico, sin medir las consecuencias sociales y culturales que arrastraron al sistema a un tobogán que desembocó en el actual neoliberalismo que nos gobierna y que ha generado un desorden internacional impredecible en sus consecuencias.
“Es la economía, estúpido” fue transformada en un dogma con el apoyo entusiasta de los órganos financieros internacionales dejando desarmada a la izquierda antes el océano de cifras y la urgencia de establecer equilibrios macroeconómicos que se erigieron en un paradigma por donde debía transitar la humanidad, elevando el crecimiento económico a la categoría de divinidad. Nadie o pocos pusieron en perspectivas las consecuencias sociales, culturales y mucho menos medioambientales.

La ola de privatizaciones, externalizaciones y de recortes a las prestaciones sociales derivan en parte de esa frase. Si bien las personas votan teniendo en cuenta el bolsillo, es hora de señalar que hoy no es solo la economía: “Es la desigualdad, idiota”, es el cambio climático, los incendios en la Amazonia, son las ganancias excesivas, la concentración de la riqueza cada vez en menos manos, la falta de trabajos decentes y una larga lista de demandas que nos tiene en este creciente desorden global y que será lo que movilizará a los jóvenes a votar.
El progresismo puede frenar el populismo solo si logra levantar un discurso coherente, sin ambigüedades ni cálculos de corto plazo, para reclamar por un cambio radical de políticas poniendo a las personas y al planeta en el centro de las prioridades, antes que a las utilidades.

–El autor, Fernando Ayala, es exembajador de Chile y consultor de FAO.

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