jueves, 14 de marzo de 2019

El viejo oeste.-a

American Progress (1872), de John Gast. Nótese cómo animales salvajes
 y nativos huyen ante el avance de pioneros, ferrocarril, agricultores, etc..
acompañados estos de Columbia, alegoría americana, que cubre el territorio
 con líneas telegráficas.


La fiebre del oro en California, la guerra de Secesión y el exterminio o confinamiento de los últimos indios libres podrían ser el comienzo, el interludio y el final de la conquista del Oeste, una etapa de Estados Unidos mitificada gracias a Hollywood. Generaciones de espectadores revivieron la historia en los cines. Parece un periodo largo, pero median poco más de 40 años entre la avalancha de mineros de 1849 y el fin casi total de la resistencia nativa con la masacre de Wounded Knee de 1890…
Las películas del Oeste, como las del género negro, están plagadas de frases que deberían cincelarse en mármol. Una de las más recordadas de El hombre que mató a Liberty Valance (1962), del maestro por John Ford y protagonizada por otros dos colosos, John Wayne y James Stewart, es esta:

 “En el Oeste, a la hora de elegir entre la verdad y la leyenda, quédate con la leyenda”. Aquellos niños que crecieron entre palomitas y matinés de domingo deberían saber que el cine también eligió la leyenda…
Viejo Oeste, antiguo Oeste, salvaje Oeste, lejano Oeste o la Frontera (en inglés Old West, Wild West, Far West o The Frontier) son los términos con que se denomina popularmente a los hechos históricos (con sus personajes protagonistas) que tuvieron lugar entre el siglo XIX y principios del siglo XX durante la expansión de la frontera de los Estados Unidos hacia la costa del océano Pacífico.1​2​ Aunque la colonización del territorio comenzó en el siglo XVI con la llegada de los europeos, el objetivo de alcanzar la costa oeste se debió principalmente a la iniciativa gubernamental del presidente Thomas Jefferson, tras la compra de Luisiana en 1803. La expansión de la frontera fue considerada como una búsqueda de oportunidades y progreso.

Esta incesante y prolongada migración de personas hacia el oeste desplazó culturas ancestrales y oprimió a minorías étnicas de amerindios. En contraste, el período suscitó importantes avances en la industria, las comunicaciones y la agricultura, a costa en muchos casos de una intensa explotación de los recursos humanos y naturales.

Estos eventos históricos, origen de un mito nacional en los Estados Unidos (conocido como «Mito de la Frontera»), inspirado en la llamada Doctrina del destino manifiesto, han sido recreados por diversas manifestaciones del arte, agrupadas bajo el género western.1​2​ Este género narra historias de cowboys, pioneros, amerindios, gambusinos, empresarios, etc.; historias de gentes de variada condición que emprendieron la aventura del oeste con la esperanza de alcanzar el éxito personal, pero que acabaron, no pocas veces, enfrentadas a la justicia o a la fatalidad del destino. Los estudios actuales consideran que detrás de esta mitificación se esconde una realidad más compleja, por lo que se tiende a replantear el papel de todos los actores que participaron en aquella coyuntura social, económica y cultural que fue la frontera estadounidense en el siglo XIX y principios del siglo XX.




1: Las carretas.

Las carretas de los colonos del Oeste eran más pequeñas y ligeras que las de las películas. Y los animales de tiro no solían ser caballos, sino bueyes o mulas. A ojos de los indios, aquellos blancos estaban locos. Muchos perecieron en el intento, como la malhadada expedición Donner, atrapada en Sierra Nevada en el invierno de 1846-1847. Pero la invasión no se frenó. A medida que se adentraban en la terra ignota, los pioneros se desprendían de trastos inútiles, como baúles, órganos, relojes de pie…
Los ejes, de madera joven y verde, se partían con frecuencia por el peso de tales extravagancias. Solo en 1850 más de 55.000 personas -buscadores de oro con rumbo a California o mormones en busca de su paraíso en Utah- formaron una cadena casi ininterrumpida de carretas en territorio indio. Casi dos siglos después, los surcos aún son visibles en algunos puntos. Incluso las tribus menos hostiles consideraron que había que hacer algo, pero tardaron demasiado y no actuaron de forma coordinada.

2: Los indios.

Los indios de América en general y del Oeste en particular no constituían una realidad homogénea, a pesar de que el cine los ha presentado como un bloque monolítico: todos con plumas y flechas. Los pueblos nativos carecían de un sentido panindigenista y estaban demasiado ocupados peleándose entre sí para prestar atención a las crecientes invasiones del este. Los aborígenes llevaban siglos guerreando, pero sus guerras no eran de exterminio, como las que estaban a punto de sufrir...
Los indios eran imbatibles en el combate cuerpo a cuerpo, pero siglos de luchas tribales no les prepararon para enfrentarse a unidades militares disciplinadas. Con la única excepción de Nube Roja, ganaban batallas y perdían guerras. Y los soldados no eran la única amenaza. Los invasores diezmaron las manadas de búfalos, agotaron y contaminaron los abrevaderos, arrasaron los pastos y extendieron el cólera o la viruela, males que junto al alcohol fueron para estos pueblos más letales que la pólvora.

3: Las tierras.

En la tradición del buen salvaje de Rousseau, Hollywood cimentó la imagen de seres primitivos y viviendo en armonía en sus tierras ancestrales. Lo cierto es que la conquista del Oeste fue un enfrentamiento entre pueblos emigrantes: los blancos, por un lado; los indios, por otro. Los pequots y los cherokees, los iroqueses y los choctaws, los delawares y los semínolas, y los hurones y los shawnees, entre otros, fueron arrinconados por tribus más poderosas antes de que llegaran los blancos.
Y cuando llegaron los blancos los peces grandes siguieron comiéndose a los chicos. Los sioux habitaban los bosques del Medio Oeste. Cuando la civilización les obligó a emigrar se asentaron en las grandes llanuras. Allí expulsaron a su vez a otros pueblos. En Enterrad mi corazón en Wounded Knee (Turner), Dee Brown desprecia a traidores como los shoshones, crows y pawnees (los malos de Bailando con lobos). Calla que se aliaron con los blancos por necesidad y para vengarse de sus otros verdugos, como los propios sioux.

4: Los fuertes.
 
El cine también ha dado una imagen distorsionada de las tropas de la frontera. Suenan los acordes de Garry Owen, el himno del Séptimo de Caballería, y vemos briosos corceles y caballeros con estandartes saliendo de un fuerte para luchar contra los indios. ¿Cuántas veces se habrá repetido esa imagen en la gran pantalla?
 La dotación normal de estos recintos militares, sin embargo, se componía sobre todo de soldados de infantería que una vez montados eran pésimos e inexpertos jinetes.
Los pocos soldados de caballería que realmente había en los fuertes eran destinados a “misiones de apoyo, reconocimiento, escolta y correo”, explican Tom Clavin y Bob Drury, biógrafos de Nube Roja (El corazón de todo lo existente, de la editorial Capitán Swing). Tampoco son muy verosímiles las arquetípicas cargas a caballo de indios contra empalizadas y carromatos formados en círculo. Los indios rara vez combatían a lomos de sus monturas y siempre que podían se acercaban sigilosamente al enemigo a pie.

5: Los duelos.

N. C. Wyeth (1882-1945) fue un pintor e ilustrador estadounidense, muy prolífico y popular en su época. Sus murales y cuadros históricos son épicos o realistas. Ejemplo de los primeros es La batalla de Westport, el Gettysburg del Oeste, que se libró el 23 de octubre de 1864 en Misuri. Ejemplo de los segundos es La pelea, un duelo en un saloon. Mirad el cuadro, unas líneas más abajo. Nada que ver con los duelos de extremo a extremo de la calle popularizados por los spaghetti western.
Una de las raras excepciones es quizá la escena del tiroteo de Sin perdón, cuando William Munny (Clint Eastwood) mata al sheriff Little Bill (Gene Hackman) entre gritos, armas encasquilladas, balas perdidas y tiros errados casi a quemarropa. En el Oeste había un dicho: “Dios creó a los hombres y el coronel Colt los hizo a todos iguales”. Samuel Colt patentó su primer revólver en 1835, pero aún faltaba mucho para que aquellas máquinas de matar adquirieran la precisión que acabaron teniendo.

Y 6: La leyenda.

Pensad en un forajido de leyenda. Probablemente, el primer nombre que habrá bailado en vuestra mente es Billy el Niño. No Frank o Jesse James. Ni los hermanos Dalton (que existieron de verdad y eran mucho más fieros que los personajes de Lucky Luke, aunque eran tres, y no cuatro como en el cómic). Quizá tampoco habréis pensado en Robert LeRoy Parker, Butch Cassidy, o en Harry Alonzo Longabaugh, Sundance Kid, a pesar del éxito de Dos hombres y un destino, (1969) con un Paul Newman y un Robert Redford en estado de gracia.

Todos esos pistoleros, sin embargo, fueron más importantes que Billy el Niño. Y Clay Allison, Bill Doolin, Cole Younger, Bill Anderson o Harvey Logan, entre una larga lista, más sanguinarios. Ni el lugar ni su fecha exacta de nacimiento están claros. Su madre era una viuda de origen irlandés que llegó al Oeste en una de aquellas carretas del comienzo. Tuvo dos hijos (el otro no tuvo problemas con la ley). Su primogénito, delgado, bajito y feo, aunque ágil, tuvo varios nombres y fue devorado por el peso de su fama.
En función de la vida sentimental de su madre, aquel niño fue conocido como Henry McCarty, Henry Antrim o William Bonney. De haber nacido hoy, sería un delincuente juvenil. Desde luego, no fue un santo. Era hábil con el revólver y pudo matar a cuatro personas (seis o nueve, según otras fuentes fidedignas), pero no a las 21 que se le achacaron, un crimen por año de vida. Lo suyo era en realidad el robo de ganado, explica su mejor biógrafo, Mark Lee Gardner, en Al infierno en un caballo veloz (Península).

Para desgracia del cuatrero, su destino se cruzó con el del gobernador de Nuevo México, Lew Wallace, que arrastró toda su vida el sambenito de cobardía durante la guerra de Secesión y que trató de redimirse con la creación literaria: es el autor de Ben-Hur. Wallace podía tolerar a regañadientes que cuestionaran su valentía en la guerra civil, pero no estaba dispuesto a que lo acusaran de flojear a la hora de enviar a la horca a un indeseable, y más si era un indeseable cuya cabeza exigía la prensa.
Las correrías, robos, tiroteos y fugas del chico de la viuda McCarty, reales o imaginarias, engrosaron las ediciones extra del Daily New Mexican, el Denver Tribune o el Chicago Tribune. Otro periódico, Las Vegas Gazette, lo bautizó como Billy el Niño el 3 de diciembre de 1880 y ya no se libró del mote. Según unos, se entregó. Según otros, no le importó que lo capturaran. Su última celda fue la del municipio de Lincoln, Nuevo México, donde esperaba el indulto que según él le habían prometido.

Como el perdón no llegaba, logró escapar y acrecentar todavía un poquito más su fama en portadas de diarios y en folletines y novelitas baratas. Podía haber cruzado la frontera y huido al sur, a México, como le pidieron sus amigos, pero se aferró a lo único que tenía, su mundo, aunque era un mundo que ya se estaba desmoronando, el salvaje Oeste. Se escondió en la vecina localidad de Fort Summer, donde el sheriff Pat Garrett lo mató el 14 de julio de 1881. Murió de un balazo en el estómago, aplastado por su leyenda y los nuevos tiempos.


El fin de la frontera.


Mapa del censo estadounidense de 1910 que muestra la
 extensión restante de la frontera estadounidense.

El período del Viejo Oeste ocurrió entre el final de la Guerra Civil Americana en 1865 hasta el cierre de la Frontera por la Oficina del Censo en 1890, para otros historiadores, el viejo oeste duro hasta 1910.

Fin de la frontera. 

Las tierras de cultivo vírgenes en oeste fueron cada vez más difíciles de encontrar después de 1890, aunque los ferrocarriles anunciaban algunas en el este de Montana. Bicha muestra que cerca de 600 000 granjeros estadounidenses buscaron tierras baratas trasladándose a la frontera de Pradera en el oeste canadiense entre 1897 y 1914. Sin embargo, alrededor de dos tercios de ellos se desilusionaron y regresaron a EE . UU .  
The Homestead Acts, y la proliferación de ferrocarriles a menudo se acredita como un factor importante en la reducción de la frontera, al traer colonos de manera eficiente y la infraestructura requerida. También se argumenta que el alambre de púas reduce el campo abierto tradicional. Además, la eventual adopción de automóviles y su red requerida de caminos adecuados solidificó el final de la frontera.
La admisión de Oklahoma como estado en 1907 tras la combinación del territorio de Oklahoma y el último territorio indio restante , y los territorios de Arizona y Nuevo México como estados en 1912, marca el final de la historia de la frontera para muchos estudiosos. Sin embargo, debido a sus poblaciones bajas y desiguales durante este período , el territorio fronterizo permaneció mientras tanto. Por supuesto, todavía ocurrieron algunos episodios típicos de la frontera, como el último robo de la diligencia ocurrido en la frontera restante de Nevada en diciembre de 1916.

Los últimos destellos del viejo oeste

La Revolución Mexicana también condujo a un conflicto significativo que atravesó la frontera entre Estados Unidos y México, que todavía se encontraba principalmente dentro del territorio fronterizo, conocido como la Guerra Fronteriza Mexicana (1910-1919).  Los puntos críticos incluyeron la Batalla de Colón (1916) y la Expedición punitiva (1916–17). La Guerra de los Bandidos (1915-1919) involucró ataques dirigidos contra los colonos de Texas.  Además, algunas peleas menores que involucraron a indios ocurrieron hasta la Guerra Bluff (1914-1915) y la Guerra Posey (1923). 
 El espíritu y la historia de la "frontera estadounidense" habían pasado. 

La guerra de Posey.

La Guerra de Posey fue un pequeño y breve conflicto con los indios americanos en Utah. Aunque fue un conflicto menor, implicó un éxodo masivo de nativos americanos ute y paiute de su tierra alrededor de Bluff , Utah , a los desiertos de la montaña Navajo.
 Los nativos estaban dirigidos por un cacique llamado Posey , quien llevó a su gente a las montañas para tratar de escapar de sus perseguidores. A diferencia de conflictos anteriores, las posesiones jugaron un papel importante mientras que el Ejército de los Estados Unidos jugó un papel menor. La guerra terminó después de una escaramuza en Comb Ridge.. Posey resultó gravemente herido y su banda fue llevada a un campo de prisioneros de guerra en Blanding. 
Cuando las autoridades confirmaron la muerte de Posey, los prisioneros fueron liberados y se les asignaron tierras para cultivar y criar ganado.  Según la Enciclopedia de Utah , "para los indios no fue una guerra y nunca tuvo la intención de serlo... unos pocos disparos como una acción dilatoria, y una rendición muy rápida no justifican elevar un éxodo a una guerra"

La Guerra Bluff.

La Guerra Bluff , también conocida como la Guerra Posey de 1915 , o la Guerra Polk y Posse, fue uno de los últimos conflictos armados entre los Estados Unidos y los nativos americanos Ute y Paiute (indios) en Utah . En marzo de 1914, varios utes acusaron a Tse-ne-gat (también conocido como Everett Hatch ), hijo del cacique paiute Narraguinnep ("Polk"), de asesinar a un pastor llamado Juan Chacón. Cuando una pandilla intentó arrestar a Tse-ne-gat en febrero de 1915, las bandas Paiute y Ute encabezadas por Polk y Posey resistieron y varias personas de ambos bandos resultaron muertas o heridas. El conflicto tuvo lugar cerca de la ciudad de Bluff, Utah . En marzo de 1915, después de negociaciones, Polk entregó Tse-ne-gat al general del ejército estadounidense Hugh L. Scott . En julio de 1915 fue declarado inocente de asesinato en un juicio en Denver.

El Robo de diligencia de Jarbidge.

El Robo de diligencia de Jarbidge fue el último robo de escenario en el Viejo Oeste . El 5 de diciembre de 1916, el conductor de un pequeño vagón de correo de dos caballos fue emboscado cuando se dirigía a la ciudad de Jarbidge , Nevada . El conductor fue asesinado y se robaron $ 4,000, sin embargo, tres sospechosos fueron arrestados poco después, incluido un ladrón de caballos llamado Ben Kuhl .. Kuhl eventualmente se convertiría en el primer asesino en la historia de los Estados Unidos en ser condenado y enviado a prisión mediante el uso de pruebas de huellas dactilares. Los $ 4,000 robados nunca se recuperaron y se dice que están enterrados en algún lugar de Jarbidge Canyon. Según el autor Ken Weinman, el robo del escenario de Jarbidge es una de las "historias de tesoros enterrados mejor autenticados en la larga historia de Nevada."

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