lunes, 19 de febrero de 2018

Las dos economías de Estados Unidos a


Hace poco más de un año, Amazon invitó a ciudades y estados a hacer licitaciones para la propuesta de una segunda sede central. Esto desató una lucha descarnada por ver quién se quedaría con el privilegio cuestionable de pagar enormes subsidios a cambio de más embotellamientos y precios de vivienda más elevados (la respuesta: Nueva York y la zona metropolitana de DC).

Sin embargo, no todos estaban en la contienda. Desde el comienzo, Amazon especificó que sus nuevas oficinas solo tendrían cabida en un distrito demócrata del Congreso.

Bueno, eso no fue literalmente lo que Amazon dijo, solo limitó la competencia a “áreas metropolitanas con más de un millón de habitantes” y “ubicaciones urbanas o suburbanas con el potencial de atraer y retener talento técnico fuerte”. Sin embargo, en el próximo Congreso la mayoría de las zonas que cumplen con esos criterios, de hecho, estarán representadas por demócratas.

En la última generación, las regiones estadounidenses han experimentado una profunda divergencia económica. Las áreas metropolitanas ricas han aumentado su riqueza y han atraído a una mayor cantidad de las industrias de más rápido crecimiento de la nación. Mientras tanto, las poblaciones pequeñas y las áreas rurales han sido ignoradas, formando una suerte de remanente económico al que la economía del conocimiento ha dejado atrás.

Los criterios para la construcción de la sede central de Amazon ejemplifican a la perfección las fuerzas detrás de esa divergencia. Las empresas en la nueva economía quieren acceso a reservas enormes de trabajadores con educación superior, mismos que solo pueden encontrarse en áreas metropolitanas ricas y grandes. Además, las decisiones sobre la ubicación de empresas como Amazon atraen a todavía más empleados altamente especializados a esas zonas.

En otras palabras, hay un proceso acumulativo y de autorrefuerzo en funcionamiento que, en efecto, está dividiendo a Estados Unidos en dos economías. Además, esta división económica se refleja en una división política.

Claro que en 2016, las partes de Estados Unidos que se estaban quedando rezagadas votaron en su mayoría por Donald Trump. Las organizaciones noticiosas respondieron con una enorme cantidad de perfiles de seguidores de Trump en zonas rurales sentados en cafeterías.

No obstante, resulta que esto era parte del combate por la última guerra. El trumpismo convirtió las zonas rezagadas de Estados Unidos en republicanas convencidas, pero la respuesta negativa al trumpismo ha convertido a sus regiones en crecimiento en demócratas convencidas. Algunos de los reporteros que entrevistaron a los tipos en las cafeterías deberían haber estado hablando con mujeres con educación universitaria en lugares como el condado de Orange en California, un otrora baluarte ultraconservador que, a partir de enero, estará representado en el Congreso enteramente por demócratas.

¿Por qué las regiones rezagadas se volvieron de derecha mientras que las regiones exitosas se volvieron de izquierda? No parece tener que ver con un interés personal económico. Es cierto, Trump prometió recuperar los empleos tradicionales en la manufactura y la minería de carbón, pero esa promesa nunca fue creíble. La agenda ortodoxa de las políticas republicanas de recortar impuestos y reducir los programas sociales, que es básicamente la que Trump está poniendo en práctica, en realidad daña a las regiones rezagadas, que dependen en demasía de cosas como los cupones de comida y los pagos de discapacidad, mucho más de lo que daña a las áreas exitosas.

Además, hay poco, por no decir ningún sustento en los datos electorales para la idea de que la “ansiedad económica” llevó a la gente a votar por Trump. Como se documenta en Identity Crisis, un libro importante de reciente aparición que analiza la elección de 2016: lo que distinguió a los electores de Trump no fueron las penurias financieras, sino las “actitudes relacionadas con la raza y la etnicidad”.

No obstante, estas actitudes no son ajenas al cambio económico. Incluso si en lo personal les está yendo bien, muchos electores en las regiones rezagadas se sienten agraviados, sienten que las élites resplandecientes de las ciudades superestrella les están faltando al respeto; este sentimiento de agravio se torna muy fácilmente en antagonismo racial. Sin embargo, a la inversa, la transformación del Partido Republicano en un partido nacionalista blanco aleja a los electores —incluso a los electores blancos— en aquellas áreas metropolitanas grandes y exitosas. Así que la división económica regional se convierte en un abismo político.

¿Se puede tender un puente a través de este abismo? Honestamente, lo dudo.

Podemos y deberíamos hacer mucho para mejorar las vidas de los estadounidenses en las regiones rezagadas. Podemos garantizar el acceso a los servicios médicos y mejorar sus ingresos con subsidios salariales y otras políticas (de hecho, el crédito al impuesto sobre la renta, que ayuda a los trabajadores que perciben bajos salarios, ya beneficia de manera desproporcional a los trabajadores en los estados donde los salarios son bajos).

No obstante, restablecer el dinamismo de estas regiones es mucho más difícil, debido a que significa nadar contra una poderosa corriente económica.

Además, esa sensación de que se les ha dejado en el olvido puede hacer enojar a la gente incluso si sus necesidades materiales están cubiertas. Eso es lo que vemos, por ejemplo, en la antigua Alemania del Este: a pesar de la enorme asistencia financiera del occidente y los generosos programas sociales, los ciudadanos de la antigua República Democrática Alemana se sienten agraviados por el que consideran un estatus de segunda clase, y les han dado muchos de sus votos a partidos de extrema derecha.

Así que la amarga división que vemos en Estados Unidos —la fealdad que infecta nuestra política— quizá tiene profundas raíces económicas, y tal vez no hay una forma práctica de hacer que se vaya.

No obstante, la fealdad no tiene que ganar. La mayoría de los electores rurales blancos todavía apoya el trumpismo, pero no son una mayoría, y en las elecciones intermedias un número importante de esos electores también rompieron con la agenda nacionalista blanca.

Así que, Estados Unidos es una nación dividida, y es probable que permanezca así por algún tiempo. No obstante, los ángeles que llevamos dentro todavía pueden prevalecer.

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