Repatriación de coreanos residentes en Japón en el puerto de Niigata. Comité Internacional de la Cruz Roja |
23 FEB. 2019
Miembro del Partido Comunista de Japón, Kojima Harunori se dedicó durante meses a plasmar el éxodo en fotografías. Una de estas instantáneas en blanco y negro muestra a cuatro niños embarcando en el paquebote. Acarrean pequeñas maletas y exhiben una significativa sonrisa. Otra deja ver a un pequeño que asciende la pasarela portando un retrato de Kim Il Sung. Una tercera exhibe a un grupo de féminas que agita banderas norcoreanas en la borda.
La colección de fotos no deja duda. El periplo se organizó como si fuera una gran fiesta. Por eso los viajeros eran aclamados por cientos de personas que les despedían con flores y confeti, como permite apreciar otro de los trabajos de Harunori. "¡Una fervorosa bienvenida a nuestros compatriotas de Japón en su regreso a casa!", se leía en una de las pancartas que adornaban los dos buques soviéticos, el Krylio y el Tobolsk, que se encargaron durante los primeros años del trasvase humano.
Hiroko Sakakibara coincide con el resto de la media docena de norcoreanos de origen japonés que se han reunido en torno a la mesa. Ella fue una de esas pequeñas que se dejó contagiar por la propaganda. Recuerda que cuando su padre aceptó abandonar el país capitalista para instalarse en la nación comunista "se puso a aplaudir". "Era mi sueño. Estaba tan contenta", dice. Tenía sólo 11 años en 1961 y, pese a que había nacido en Hiroshima y estudiaba en un colegio japonés, su vida en este país estaba asociada a las carencias. Su madre había sufrido una trombosis y su padre, un obrero de la construcción, tuvo que dejar de trabajar para cuidarla.
Bajo esas circunstancias no resultó difícil convencer a la familia. Los miembros de la Asociación General de Residentes de Corea en Japón (conocida por las siglas Chongryon) comenzaron a venir "casi a diario" -añade- a su domicilio mostrándoles fotografías de Corea del Norte y asegurando que "allí el estado lo pagaba todo: la escuela, la vivienda, la atención médica.."
La señora reconoce que la fantasía comenzó a resquebrajarse en cuanto embarcaron en el navío que les trasladó desde el puerto japonés de Niigata al norcoreano de Chongjin. Una manzana fue el primer signo de su terrible equivocación. "En los carteles de Corea del Norte que nos enseñaron las manzanas parecían enormes, coloradas, brillantes, fantásticas. Pero esa manzana era verde y amarga. Los edificios de Chongjin tampoco eran como los de las fotografías. Eran todos grises. Y la ropa de la gente que nos recibía... Era una niña, pero comprendí que nos habían traicionado", asegura mientras sus compañeros asisten en silencio a una narración que han escuchado mil veces.
Del capitalismo al comunismo.
Como Sakakibara, el sexteto que se ha congregado en la ciudad de Osaka -una villa japonesa conocida por su influyente comunidad coreana- formó parte de uno de los proyectos más inusuales y controvertidos de la Guerra Fría: el éxodo de 93.000 coreanos asentados en la nación nipona que decidió abandonar ese país para instalarse en Corea del Norte. La transferencia de ese significativo contingente humano se extendió entre 1959 y 1984, se convirtió en uno de los proyectos más simbólicos del dictador Kim Il Sung y contó con la colaboración entusiasta de Japón y de la Cruz Roja Internacional.
La historia recuerda que no fue el único caso de una emigración multitudinaria de una nación capitalista a otra regida por el comunismo. Decenas de miles de chinos regresaron a su país de origen desde Indonesia tras la victoria de las tropas de Mao Zedong en la década de los 50 y 60. Lo mismo ocurrió con parte de la diáspora armenia, que volvió a ese territorio bajo el padrinazgo de Joseph Stalin. Miles de esos chinos y armenios terminaron siendo víctimas de las purgas de ambas dictaduras. La reunión de los desertores norcoreanos ha sido organizada por Yamada Fumiaki, dirigente de la Sociedad para Ayudar a los Retornados de Japón a Corea del Norte.
El profesor universitario fundó esta agrupación en 1994 tras conocer a uno de los emigrantes "cuyo hermano fue ejecutado (en esa nación) acusado de ser un espía", argumenta. Fumiaki no lo admite, pero se intuye que en su determinación pesó su idilio intelectual con el régimen norcoreano durante su juventud. "Creía en el socialismo y pensaba que Kim Il Sung era un gran líder. Era un defensor fanático de Corea del Norte. Siempre dije que en esos años, si yo hubiera sido coreano, me habría sumado a esa campaña de emigración", apunta el enseñante.
"Un paraíso en la tierra"
Las palabras del japonés describen una época en la que todas las fuerzas políticas locales, incluido el primer ministro de entonces, Nobusuke Kishi -abuelo del actual jefe del gobierno, Shinzo Abe- apoyaban con euforia manifiesta o a penas contenida esa iniciativa.
Tras ocupar el país entre 1910 y 1945, y utilizar a cientos de miles de coreanos en sus factorías, en el ejército, o como parte de las llamadas "mujeres de confort" -el apelativo que recibieron las esclavas sexuales que fueron usadas por el ejército imperial-, Japón retiró en 1952 la nacionalidad a la mayor parte de la comunidad de origen coreano que residían en su territorio y que en aquel entonces todavía eran más de 600.000 personas.
A ojos de Tokio, el plan norcoreano suponía una oportunidad inmejorable para intentar desembarazarse de los Zainichi -así se les llama-, según apunta Tessa Morris-Suzuki en su libro 'Exodo a Corea del Norte: Sombras de la Guerra Fría de Japón'. Según Human Right Watch, "en 1962 había suficientes indicios de abusos" y "el Gobierno japonés debería haber cesado de facilitar esa campaña y otorgarle credibilidad. En su lugar continuó con este proyecto durante dos décadas".
El ambicioso plan fue coordinado por Chongryon -una organización controlada por Pyongyang- y recibió un sobrenombre ciertamente explícito: 'Un paraíso en la tierra'. Se suponía que los coreanos volvían a un estado idílico. Aprovechando el actual proceso de negociación entre el líder norcoreano, Kim Jong-un, y el presidente de EEUU, Donald Trump, cuatro desertores norcoreanos entre los que figura Hiroko Sakakibara y una japonesa han decidido reactivar la triste memoria de este proceso y exigir responsabilidades a Pyongyang.Demanda por "secuestro bajo engaño"
El pasado 19 de agosto, el quinteto -todos ellos víctimas de 'Un Paraíso en la tierra'- presentaron una demanda contra ese país en la que exigieron el pago de 500 millones de yenes (casi cuatro millones de euros). Para ellos aquello no fue más que un "secuestro bajo engaño patrocinado por ese estado", según consta en el texto que presentaron ante el juzgado de Tokio.
Otra integrante de esa camarilla, Eiko Kawasaki, había presentado en febrero del mismo año una petición en la Corte Penal Internacional de La Haya afirmando que todo ese proyecto constituyó un "crimen contra la humanidad". Pese a que Corea del Norte acogió con un notable fervor a los Zainichi en un principio, el deterioro progresivo del país y la idiosincrasia de una autocracia dominada por la paranoia terminaron por convertir a los inmigrantes en objetivos de las purgas promovidas por el poder local.
Tei Fukusei -la coreana dice que utiliza su nombre nipón- pasó de ser una privilegiada de las familias de altos cargos de Chongryon que también emigraron a Corea del Norte a terminar en el lúgubre campo de concentración de Yodok "acusada de ser una espía japonesa".
"Los coreanos japoneses seguían siendo un grupo privilegiado gracias a los envíos desde Japón. Durante la hambruna, hasta la policía pasaba penurias y comenzaron las denuncias. Me detuvieron junto a una docena de hijos de altos cargos de Chongryon. Todos los hombres fueron ejecutados", asevera.
El traslado de los Zainichi al país norteño no sólo desbarató la vida de esos coreanos. La misma suerte corrieron más de 6.000 japonesas casadas con miembros de ese conglomerado. Hiroko Saito era una de ellas y la única japonesa que se ha sumado a la iniciativa legal contra Pyongyang. Tenía 19 años cuando se unió en matrimonio con un coreano.
Doce meses más tarde se vio arrastrada a emprender un viaje sobre el que siempre tuvo enormes dudas, dice. "Nos fuimos el 18 de junio de 1961. Yo acaba de tener un bebé. No quería ir pero mi suegra me amenazó: me dijo que me quitaría el niño si no acompañaba a mi marido", relata.
La señora, que ahora tiene 78 años, asegura que nunca tuvo oportunidad de hacer valer su opinión. "Fue mi suegro quien decidió que toda la familia se iba. Los de Chongryo me explicaron que, al ser japonesa, podía volver a Japón al cabo de tres años. Mentían, claro", señala. La odisea del retorno.
El desengaño de ese clan también comenzó nada más llegar al territorio norcoreano. Las autoridades locales les enviaron a la ciudad de Hyesan, en la frontera con China. Al llegar allí se acercó a una tienda para intentar gastar los yenes que traía. "La tienda estaba llena de botellas pero estaban vacías. Las habían colocado allí como decoración. Las cajas también estaban vacías", recuerda. Al igual que muchos de los Zainichi, Saito consiguió sobrevivir gracias a los envíos de su familia desde Japón. Le permitían trocar esa ropa por comida.
La mujer tuvo otros cinco hijos en Corea del Norte. Sólo sobrevivió uno. "Dos murieron mientras que yo estaba allí. Enfermaron del pulmón. Los otros dos fallecieron cuando yo ya había huido -escapó en 2001. Me lo contó hace algunos años el traficante que me ayudó a escapar. Uno murió de malnutrición y otra de mis hijas en la cárcel", afirma.
Los más afortunados, gente como Sakakibara o Sito, consiguieron reunir el suficiente capital para huir de Corea del Norte emprendiendo otra arriesgada odisea a través de China y de países como Tailandia o Laos. Jiro Oshimaru, un periodista japonés residente en Osaka y especialista en la información referente al país vecino, estima que cerca de 200 de estos Zainichi han conseguido volver a Japón y otros 400 han recalado en Corea del Sur.
Olvidados por la historia, los protagonistas de este extraordinario periplo aclaran que la intención principal de su requerimiento judicial es incidir en la suerte de las decenas de miles cuyo destino se desconoce. "Queremos rescatar a esa gente", apunta la japonesa Sito. "Nos prometieron el paraíso y terminamos en el infierno", sentencia Fukusei.
La colección de fotos no deja duda. El periplo se organizó como si fuera una gran fiesta. Por eso los viajeros eran aclamados por cientos de personas que les despedían con flores y confeti, como permite apreciar otro de los trabajos de Harunori. "¡Una fervorosa bienvenida a nuestros compatriotas de Japón en su regreso a casa!", se leía en una de las pancartas que adornaban los dos buques soviéticos, el Krylio y el Tobolsk, que se encargaron durante los primeros años del trasvase humano.
Hiroko Sakakibara coincide con el resto de la media docena de norcoreanos de origen japonés que se han reunido en torno a la mesa. Ella fue una de esas pequeñas que se dejó contagiar por la propaganda. Recuerda que cuando su padre aceptó abandonar el país capitalista para instalarse en la nación comunista "se puso a aplaudir". "Era mi sueño. Estaba tan contenta", dice. Tenía sólo 11 años en 1961 y, pese a que había nacido en Hiroshima y estudiaba en un colegio japonés, su vida en este país estaba asociada a las carencias. Su madre había sufrido una trombosis y su padre, un obrero de la construcción, tuvo que dejar de trabajar para cuidarla.
Bajo esas circunstancias no resultó difícil convencer a la familia. Los miembros de la Asociación General de Residentes de Corea en Japón (conocida por las siglas Chongryon) comenzaron a venir "casi a diario" -añade- a su domicilio mostrándoles fotografías de Corea del Norte y asegurando que "allí el estado lo pagaba todo: la escuela, la vivienda, la atención médica.."
La señora reconoce que la fantasía comenzó a resquebrajarse en cuanto embarcaron en el navío que les trasladó desde el puerto japonés de Niigata al norcoreano de Chongjin. Una manzana fue el primer signo de su terrible equivocación. "En los carteles de Corea del Norte que nos enseñaron las manzanas parecían enormes, coloradas, brillantes, fantásticas. Pero esa manzana era verde y amarga. Los edificios de Chongjin tampoco eran como los de las fotografías. Eran todos grises. Y la ropa de la gente que nos recibía... Era una niña, pero comprendí que nos habían traicionado", asegura mientras sus compañeros asisten en silencio a una narración que han escuchado mil veces.
Del capitalismo al comunismo.
Como Sakakibara, el sexteto que se ha congregado en la ciudad de Osaka -una villa japonesa conocida por su influyente comunidad coreana- formó parte de uno de los proyectos más inusuales y controvertidos de la Guerra Fría: el éxodo de 93.000 coreanos asentados en la nación nipona que decidió abandonar ese país para instalarse en Corea del Norte. La transferencia de ese significativo contingente humano se extendió entre 1959 y 1984, se convirtió en uno de los proyectos más simbólicos del dictador Kim Il Sung y contó con la colaboración entusiasta de Japón y de la Cruz Roja Internacional.
La historia recuerda que no fue el único caso de una emigración multitudinaria de una nación capitalista a otra regida por el comunismo. Decenas de miles de chinos regresaron a su país de origen desde Indonesia tras la victoria de las tropas de Mao Zedong en la década de los 50 y 60. Lo mismo ocurrió con parte de la diáspora armenia, que volvió a ese territorio bajo el padrinazgo de Joseph Stalin. Miles de esos chinos y armenios terminaron siendo víctimas de las purgas de ambas dictaduras. La reunión de los desertores norcoreanos ha sido organizada por Yamada Fumiaki, dirigente de la Sociedad para Ayudar a los Retornados de Japón a Corea del Norte.
El profesor universitario fundó esta agrupación en 1994 tras conocer a uno de los emigrantes "cuyo hermano fue ejecutado (en esa nación) acusado de ser un espía", argumenta. Fumiaki no lo admite, pero se intuye que en su determinación pesó su idilio intelectual con el régimen norcoreano durante su juventud. "Creía en el socialismo y pensaba que Kim Il Sung era un gran líder. Era un defensor fanático de Corea del Norte. Siempre dije que en esos años, si yo hubiera sido coreano, me habría sumado a esa campaña de emigración", apunta el enseñante.
"Un paraíso en la tierra"
Las palabras del japonés describen una época en la que todas las fuerzas políticas locales, incluido el primer ministro de entonces, Nobusuke Kishi -abuelo del actual jefe del gobierno, Shinzo Abe- apoyaban con euforia manifiesta o a penas contenida esa iniciativa.
Tras ocupar el país entre 1910 y 1945, y utilizar a cientos de miles de coreanos en sus factorías, en el ejército, o como parte de las llamadas "mujeres de confort" -el apelativo que recibieron las esclavas sexuales que fueron usadas por el ejército imperial-, Japón retiró en 1952 la nacionalidad a la mayor parte de la comunidad de origen coreano que residían en su territorio y que en aquel entonces todavía eran más de 600.000 personas.
A ojos de Tokio, el plan norcoreano suponía una oportunidad inmejorable para intentar desembarazarse de los Zainichi -así se les llama-, según apunta Tessa Morris-Suzuki en su libro 'Exodo a Corea del Norte: Sombras de la Guerra Fría de Japón'. Según Human Right Watch, "en 1962 había suficientes indicios de abusos" y "el Gobierno japonés debería haber cesado de facilitar esa campaña y otorgarle credibilidad. En su lugar continuó con este proyecto durante dos décadas".
El ambicioso plan fue coordinado por Chongryon -una organización controlada por Pyongyang- y recibió un sobrenombre ciertamente explícito: 'Un paraíso en la tierra'. Se suponía que los coreanos volvían a un estado idílico. Aprovechando el actual proceso de negociación entre el líder norcoreano, Kim Jong-un, y el presidente de EEUU, Donald Trump, cuatro desertores norcoreanos entre los que figura Hiroko Sakakibara y una japonesa han decidido reactivar la triste memoria de este proceso y exigir responsabilidades a Pyongyang.Demanda por "secuestro bajo engaño"
El pasado 19 de agosto, el quinteto -todos ellos víctimas de 'Un Paraíso en la tierra'- presentaron una demanda contra ese país en la que exigieron el pago de 500 millones de yenes (casi cuatro millones de euros). Para ellos aquello no fue más que un "secuestro bajo engaño patrocinado por ese estado", según consta en el texto que presentaron ante el juzgado de Tokio.
Otra integrante de esa camarilla, Eiko Kawasaki, había presentado en febrero del mismo año una petición en la Corte Penal Internacional de La Haya afirmando que todo ese proyecto constituyó un "crimen contra la humanidad". Pese a que Corea del Norte acogió con un notable fervor a los Zainichi en un principio, el deterioro progresivo del país y la idiosincrasia de una autocracia dominada por la paranoia terminaron por convertir a los inmigrantes en objetivos de las purgas promovidas por el poder local.
Tei Fukusei -la coreana dice que utiliza su nombre nipón- pasó de ser una privilegiada de las familias de altos cargos de Chongryon que también emigraron a Corea del Norte a terminar en el lúgubre campo de concentración de Yodok "acusada de ser una espía japonesa".
"Los coreanos japoneses seguían siendo un grupo privilegiado gracias a los envíos desde Japón. Durante la hambruna, hasta la policía pasaba penurias y comenzaron las denuncias. Me detuvieron junto a una docena de hijos de altos cargos de Chongryon. Todos los hombres fueron ejecutados", asevera.
El traslado de los Zainichi al país norteño no sólo desbarató la vida de esos coreanos. La misma suerte corrieron más de 6.000 japonesas casadas con miembros de ese conglomerado. Hiroko Saito era una de ellas y la única japonesa que se ha sumado a la iniciativa legal contra Pyongyang. Tenía 19 años cuando se unió en matrimonio con un coreano.
Doce meses más tarde se vio arrastrada a emprender un viaje sobre el que siempre tuvo enormes dudas, dice. "Nos fuimos el 18 de junio de 1961. Yo acaba de tener un bebé. No quería ir pero mi suegra me amenazó: me dijo que me quitaría el niño si no acompañaba a mi marido", relata.
La señora, que ahora tiene 78 años, asegura que nunca tuvo oportunidad de hacer valer su opinión. "Fue mi suegro quien decidió que toda la familia se iba. Los de Chongryo me explicaron que, al ser japonesa, podía volver a Japón al cabo de tres años. Mentían, claro", señala. La odisea del retorno.
El desengaño de ese clan también comenzó nada más llegar al territorio norcoreano. Las autoridades locales les enviaron a la ciudad de Hyesan, en la frontera con China. Al llegar allí se acercó a una tienda para intentar gastar los yenes que traía. "La tienda estaba llena de botellas pero estaban vacías. Las habían colocado allí como decoración. Las cajas también estaban vacías", recuerda. Al igual que muchos de los Zainichi, Saito consiguió sobrevivir gracias a los envíos de su familia desde Japón. Le permitían trocar esa ropa por comida.
La mujer tuvo otros cinco hijos en Corea del Norte. Sólo sobrevivió uno. "Dos murieron mientras que yo estaba allí. Enfermaron del pulmón. Los otros dos fallecieron cuando yo ya había huido -escapó en 2001. Me lo contó hace algunos años el traficante que me ayudó a escapar. Uno murió de malnutrición y otra de mis hijas en la cárcel", afirma.
Los más afortunados, gente como Sakakibara o Sito, consiguieron reunir el suficiente capital para huir de Corea del Norte emprendiendo otra arriesgada odisea a través de China y de países como Tailandia o Laos. Jiro Oshimaru, un periodista japonés residente en Osaka y especialista en la información referente al país vecino, estima que cerca de 200 de estos Zainichi han conseguido volver a Japón y otros 400 han recalado en Corea del Sur.
Olvidados por la historia, los protagonistas de este extraordinario periplo aclaran que la intención principal de su requerimiento judicial es incidir en la suerte de las decenas de miles cuyo destino se desconoce. "Queremos rescatar a esa gente", apunta la japonesa Sito. "Nos prometieron el paraíso y terminamos en el infierno", sentencia Fukusei.
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