La semana pasada, 18 de noviembre de 2018, el sistema oficial de medios públicos de Venezuela hizo las delicias con el regreso de 95 venezolanos a su país, como parte del plan estatal ‘Vuelta a la Patria’, con el cual el presidente Nicolás Maduro dice salir al rescate de sus connacionales “maltratados” en otros países y que están deseosos de regresar.
Según la cuenta oficial, este último grupo suma un total de 9.553 venezolanos que han sido repatriados.
Estos números, que el régimen venezolano exhibe como un logro humanitario, representan una ínfima cantidad en comparación con el impresionante flujo de venezolanos que ha salido de su país durante la presidencia de Maduro, quien llegó al poder en 2013.
Según la empresa de análisis de entorno Consultores 21, este número supera los 4 millones de ciudadanos, y se espera que para final de este año, la suma alcance los 4,6 millones, el 18 por ciento del total de la población venezolana, estimada en poco más de 31 millones de personas por el Instituto Nacional de Estadística.
“Hablamos de una tendencia por análisis teórico de acuerdo con lo que ha sido el flujo hasta ahora”, explica el coordinador del estudio, Marcos Hernández. “El éxodo venezolano es una crisis humanitaria por el incremento del flujo descontrolado procedente de Venezuela que data desde 2016”, dice.
El estudio muestra que antes de la presidencia de Hugo Chávez, de Venezuela habían emigrado 140.520 ciudadanos, un número que alcanzó las 786.916 personas durante la presidencia de Chávez (1999- 2013), en lo que fue el inicio de la “revolución bolivariana”.
En tan solo cinco años, Venezuela pasó de ser un país receptor de inmigrantes a uno exportador de su población, en su mayoría joven –52 por ciento de los emigrados tienen entre 18 y 24 años– y casi toda empleada por cuenta propia o que trabajaba en el sector privado (51 por ciento), según los datos del estudio, correspondiente al tercer cuarto del año y que también incluye encuestas sobre la intención de migrar de los venezolanos que quedan en el país.
Los cálculos, con respecto a sus informes anteriores, denotan una leve desaceleración en el flujo de salida estos últimos meses, pero ello no significa una reversión de la tendencia.
“Aunque el deseo de migrar disminuya (con respecto a la medición del trimestre anterior), no significa que se detiene el proceso de diáspora”, dice la encuesta, que además señala que 38 por ciento de la población venezolana quiere irse del país. De este grupo, 58 por ciento espera irse entre lo que queda de este año y el próximo, 63 por ciento son jóvenes entre 18 y 34 años y 69 por ciento, de estrato social medio o bajo.
“Todo (el aumento o no del flujo) está sujeto a la variable económica y política del país”, explica Hernández.
El estudio concluye que los migrantes que saldrán próximamente son una población muy vulnerable, pues no cuenta con suficientes recursos para un viaje de ese tipo.
De los consultados que quieren marcharse, 39 por ciento aseguró no saber de dónde sacará el dinero para irse y 47 por ciento lo hará con ayuda de un familiar radicado afuera. Solo 12 por ciento afirmó que se marchará con el dinero que ha ahorrado.
La mayoría de los migrantes venezolanos apuntan esencialmente a Colombia, Perú, Ecuador, Estados Unidos, España, Argentina y Panamá, países donde se concentra la diáspora hasta ahora y que, por ya contar con familiares y amigos, representan los destinos donde los migrantes esperan comenzar una nueva vida.
Soporte de vida
El estudio de Consultores 21 también refleja que la mitad del presupuesto de 61 por ciento de las familias venezolanas depende de las remesas que sus parientes envían desde el exterior y 26 por ciento depende casi exclusivamente de estas ayudas.
Más de un tercio de los venezolanos (exactamente 36 por ciento) tienen al menos un familiar afuera, la mayoría en Colombia, retrata el análisis.
El éxodo venezolano es una crisis humanitaria por el incremento del flujo descontrolado procedente de Venezuela que data desde 2016.
“Los países de América Latina y el Caribe han mantenido en gran medida una encomiable política de puertas abiertas para refugiados y migrantes de Venezuela. Sin embargo, su capacidad de recepción es muy limitada”, advirtió recientemente Eduardo Stein, representante de Naciones Unidas encargado de estudiar la diáspora venezolana.
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