El asalto marxista a los cielos solo produjo un reguero de miedo, sangre, violencia, dolor y criminalidad. Este libro del profesor y filósofo italiano Enzo Traverso es una dura autocrítica de fracasos
CÉSAR ANTONIO MOLINA
11/06/2019
Este libro de Enzo Traverso, filósofo italiano y profesor en EE. UU., habla del eclipse de las utopías, fundamentalmente de la izquierda marxista. Es una visión melancólica de la historia como rememoración de los vencidos. El tránsito de la utopía a la memoria. El mejor ejemplo está en la película de Angelopoulos, «La mirada de Ulises», cuando por el Danubio baja una barcaza que lleva sedente una gran estatua de Lenin hacia el basurero de la Historia. La barcaza se aleja del escenario de la Historia para transformarse en un lugar de la memoria. Los lugares de la memoria son aquellos que tienen la necesidad de preservar una relación afectiva con un pasado agotado y bajo la amenaza del olvido. Las gentes que se detienen a ver el paso de la barcaza, como si fuera su propia existencia, miran, como diría Benjamin, unas reliquias. ¿Interpretar el mundo o cambiarlo? Este es el libro que enuncia y enjuicia los reinos perdidos de las experiencias revolucionarias. Es una dura auto- crítica de fracasos y no resignación ante el orden mundial esbozado por un ultraliberalismo desbocado.
Repensar la historia del marxismo revolucionario a través del prisma de la melancolía. La caída del telón de acero y el papel de los intelectuales y artistas diezmados en la URSS. El ángel de la historia de Benjamin que contempla un campo de ruinas que crecen incesantemente. Para Traverso difícilmente aquel mundo podrá tener redención ante la Historia: gulag, millones de asesinados, promesas sociales incumplidas, falta de libertad de expresión y de movimiento, violencia y miedo como subordinación al poder, destrucción del individualismo frente a la masa anónima…
Países adláteres
Y, luego, lo que aconteció en China y otros países adláteres. Fracasos tras fracasos de la convivencia, precisamente desde una ideología que, cínicamente, la tenía como referente. Adorno denunció la amnesia que se escondía bajo la «elaboración del pasado» incapaz para hacer el duelo de los terrores del nazismo, comunismo, maoísmo y demás ismos. Para Hobsbawm el impacto de la revolución rusa fue mayor que la francesa. La rusa acabó con las esperanzas del mundo en una utopía igualitaria.
Este ensayo abre multitud de pistas para reflexionar sobre el más oscuro pasado y tratar de evitarlo
¿Qué queda del asalto marxista a los cielos?
¡Nada!
Las revoluciones burguesas (la norteamericana o la francesa) tuvieron buenas consecuencias perdurables. Las comunistas solo dejaron dolor y sangre. Unas consiguieron nuevas metas de libertad, las otras lucharon furibundamente contra ella. El comunismo fracasó como proyecto ético, estético y político. Como escribe Raymond Williams en su libro «La tragedia moderna», las revoluciones siempre han tendido a negar su dimensión trágica para enaltecer su misión redentora, liberadora, apasionante y gozosa. El comunismo jamás admitió la tragedia a pesar del permanente pronunciamiento a favor de la lucha, como en el caso de Gramsci en sus «Cuadernos de la cárcel».
Tragedia y revolución se excluían mutuamente. «La mirada de Ulises», de Angelopulos, «La vida de los otros», de Henckel, o las películas de Kusturica, son imágenes melancólicas del final del comunismo soviético. El director serbio decía que la gente compraba la ficción como si fuera una realidad.
¡Nada!
Las revoluciones burguesas (la norteamericana o la francesa) tuvieron buenas consecuencias perdurables. Las comunistas solo dejaron dolor y sangre. Unas consiguieron nuevas metas de libertad, las otras lucharon furibundamente contra ella. El comunismo fracasó como proyecto ético, estético y político. Como escribe Raymond Williams en su libro «La tragedia moderna», las revoluciones siempre han tendido a negar su dimensión trágica para enaltecer su misión redentora, liberadora, apasionante y gozosa. El comunismo jamás admitió la tragedia a pesar del permanente pronunciamiento a favor de la lucha, como en el caso de Gramsci en sus «Cuadernos de la cárcel».
Tragedia y revolución se excluían mutuamente. «La mirada de Ulises», de Angelopulos, «La vida de los otros», de Henckel, o las películas de Kusturica, son imágenes melancólicas del final del comunismo soviético. El director serbio decía que la gente compraba la ficción como si fuera una realidad.
Degradación social
En estas y otras películas, el comunismo aparece como un espacio extraño, incomprensible, de degradación social, un abismo insondable. Todo era un lamento fúnebre, una elegía. Aquel fracaso había producido un vacío insondable. Celan, en «El meridiano», habla de utopía como esperanza; y de u-topía como un no lugar. De la esperanza se había pasado al no lugar.
Enzo Traverso dedica un apartado muy importante a la bohemia de finales del XIX donde apareció la derecha revolucionaria. La bohemia era una síntesis entre una izquierda #populista antiburguesa y antidemocrática y un nacionalismo antirrepublicano que ya no sentía nostalgia por el antiguo régimen y se vuelca en un nuevo orden. Celine, Barrés, La Rochelle o Brasillach serían los representantes franceses; en Italia Marinetti; y en Alemania Van den Bruck y Benn. Fascistas coloreados por raíces bohemias.
¿Acaso Mussolini o Hitler no fueron en su juventud artistas bohemios?
Frente a esta reacción, el surrealismo cercano al socialismo revolucionario (Maiakovski o Breton y cía). Baudelaire quedó en medio de ambos fuegos. Elogió al dandi como la representación de una altiva casta, un nuevo tipo de aristocracia que se había refugiado en el culto del yo. Para Balzac un dandi equivalía a un mueble decorativo; y para Sartre era una inutilidad social.
Frente a esta reacción, el surrealismo cercano al socialismo revolucionario (Maiakovski o Breton y cía). Baudelaire quedó en medio de ambos fuegos. Elogió al dandi como la representación de una altiva casta, un nuevo tipo de aristocracia que se había refugiado en el culto del yo. Para Balzac un dandi equivalía a un mueble decorativo; y para Sartre era una inutilidad social.
Spengler justificó muchos de los males del siglo XX. Para huir de Spengler, decía Adorno, no bastaba con denigrar la barbarie y confiar en la salud de la cultura. Había que reconocer, antes bien, el elemento de barbarie que hay en la cultura misma. Horkheimer y Adorno en «Dialéctica de la Ilustración» hablan de una regresión a la barbarie. «La razón es totalitaria y el nazismo fue un producto de la civilización», escribieron. Y también para ambos, los totalitarismos fueron el resultado de un proceso de autodestrucción de la Ilustración. Hegel había hablado del progreso como espíritu del mundo, Adorno como catástrofe. Este libro de Traverso abre multitud de pistas para reflexionar sobre el más oscuro pasado y tratar de evitarlo.
«Melancolía de izquierda». Enzo Traverso
Ensayo. Galaxia Gutenberg, 2019. 403 páginas. 23,50 euros
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