lunes, 19 de agosto de 2019

Las nuevas tribus de Inglaterra.-a



18/08/2019 
Cuando la línea divisoria de la política era la derecha y la izquierda, y las lealtades eran a los tories o al Labour, en las comidas familiares de los domingos, en los pubs y en las cenas de amigos se podía hablar de política. Pero desde que la frontera consiste en seguir en Europa o marcharse, padres e hijos, compañeros de trabajo, colegas de toda la vida se tiran los trastos a la cabeza o se van dando un portazo cada vez que surge el tema. Leavers y remainers son dos tribus incompatibles, que se detestan profundamente.
Los leavers son esencialmente nacionalistas ingleses. Igual que los blancos norteamericanos de clase trabajadora de Ohio, las Dakotas y Pennsylvania que votan a Trump porque se sienten despojados de su identidad, están resentidos por el creciente protagonismo de los negros, las mujeres y los hispanos y no comparten el movimiento #MeToo. Lamentan que el Estado dedique un gasto público mayor a Escocia que a Inglaterra, que Gales y el Ulster tengan gobiernos autónomos, pero no así Yorkshire.

NOSTALGIA

Los ‘leavers’ querrían retrasar el reloj a los días del imperio, y los ‘remainers’, al 2016
Calificarlos de extrema derecha es una simplificación, aunque tienen un elemento racista que rechaza a los inmigrantes. Son populistas, culturalmente conservadores, que se sienten marginados por la globalización, abogan por sentencias más severas (incluso la pena de muerte) para combatir la delincuencia, quieren más policía y les parece bien que los agentes paren en la calle a asiáticos y afrocaribeños para pedirles los papeles. Pero lamentan el deterioro de los servicios públicos, reclaman más fondos para sanidad y educación, una mayor intervención del Estado, cortapisas a los bancos y multinacionales, más impuestos a los ricos y una cierta redistribución de la riqueza. Por eso hay muchos laboristas que son al mismo tiempo leavers.
Un miembro de esta tribu se considera “más inglés que británico” o “tan inglés como británico”, desprecia a los intelectuales y las instituciones multinacionales y desconfía de quienes ejercen el poder. Por lo general vive en el campo, no ha ido a la universidad y ya no es ningún jovenzuelo. Puede ser propietario de una pequeña empresa, tiene nostalgia del pasado, y lamenta la pérdida de la ética del trabajo duro y el servicio a la comunidad. Dice que “no tiene nada contra los inmigrantes”, pero el país ha de recuperar el control de sus fronteras, de cuántos llegan y quiénes son. Estima que el centro de gravedad de la sociedad y la vida política se ha trasladado a quienes tienen carrera, a las grandes corporaciones, a los académicos. Se siente fuera de juego, y que ningún partido político lo representa (Boris Johnson pretende cubrir ese vacío). Su identidad es leave, irse de la burocrática Unión Europea aunque sea dando un portazo, sufriendo económicamente y alentando la independencia de Escocia y la reunificación de Irlanda.

IDENTIDAD

Unos han encontrado su razón de ser en la salida de Europa, los otros, en la defensa de la UE

Así como el poso del nacionalismo inglés llevaba años latente y la revolución euroescéptica no ha hecho más que canalizarlo, el movimiento remain es por completo una novedad. Sus integrantes eran hasta hace sólo tres años parte del sistema, se definían como de centro y clase media, no eran activistas y se consideraban inmunes a las pasiones políticas. En la oposición radical al Brexit han encontrado su identidad, una causa solidaria, una razón más allá de sí mismos en la que creen y por la que vale la pena luchar, ir a manifestaciones, ondear una bandera de la UE, colocar una pegatina en la ventana, seguir obsesivamente los tuits de Jean-Claude Juncker, Michel Barnier, Donald Tusk, Sabine Weyand o Guy Verhofstadt, y pintarse la cara de azul con estrellas amarillas.
Desde el punto de vista de los leavers, los remainers son igual de fanáticos o más. A ellos les critican que ganaron el referéndum a base de mentiras, pero en el fondo se trata de malos perdedores que no aceptan el resultado y están dispuestos a darle la vuelta como sea, por la vía política o a través de los tribunales. Unos se quejan de que “uno ya no puede decir que es inglés”. Los otros, de que “te insultan si te defines como europeo”.


MARGINACIÓN

Los ‘leavers’ creen que los ingleses blancos están perdiendo su sitio
La tribu remainer se comunica a través de la página de Twitter #FBPE (Follow Back pro EU), lee el periódico digital anti Brexit The New European y las novelas de escritores eurófilos como Jonathan Coe y Ali Smith, y se envían las canciones de The Matthew Herbert Brexit Big Band. Para los estudiantes que temen perder el acceso a las becas Erasmus y a la posibilidad de trabajar en el continente, el dominio de las redes sociales viene de lejos. Para los de una cierta de edad, la pertenencia al movimiento les ha introducido de lleno en ese mundo.
La búsqueda de una identidad no es el único nexo de unión entre ambas tribus. Aunque los re mainers son por lo general parte del establishment, comparten con los leavers la sensación de que el país en el que vivían y se sentían cómodos les ha sido usurpado, de que son ignorados, de que el 52% que ganó el referéndum pretende imponer una dictadura, de que las instituciones que funcionaban se han roto, la democracia falla y los medios de comunicación –incluida la BBC– han perdido la neutralidad y favorecen el Brexit. Piensan que la moderación se ha vuelto en su contra y, enrabiados, ven al contrario no como un rival sino como un enemigo atávico que cuestiona su raison d’être. Han adoptado la confrontación y el tribalismo.


REVOLUCIÓN

Los ‘remainers’ eran gente de clase media que de repente se ha radicalizado
Entre los leavers hay laboristas, aunque dominan los conservadores por clara mayoría, pero los remainers están divididos entre todos los partidos, algo que políticamente lastra su unidad y dificulta que logren su objetivo de impedir el Brexit, batalla épica a la que se han entregado en cuerpo y alma. Los liberales demócratas consideran que encarnan la pureza del grupo, como eurófilos de toda la vida, frente a conversos o compañeros ocasionales de viaje, tories y Labour. Para los nacionalistas escoceses y galeses es una segunda identidad, como quienes tienen un segundo equipo de fútbol.

La tribu remainer siente un profundo desprecio por Boris Johnson, por Jacob Rees-Mogg y Nigel Farage, a quienes ven como ricachones aristócratas que se pueden dar el lujo de jugar al populismo y poner en peligro la economía, en la certeza de que a ellos no les va a afectar ninguna crisis. Durante mucho tiempo dieron por hechas las ventajas de la UE y no levantaron la voz cuando los euroescépticos exageraban sus limitaciones, pero ahora la defienden como el paradigma de la paz y la estabilidad en Europa, pasando por alto el sesgo hacia el fascismo en Italia, la manera en que Grecia fue ahogada económicamente por Alemania, la creciente xenofobia en Holanda, Austria y los países escandinavos, el auge de los neonazis, la falta de solidaridad hacia los refugiados... Admiran a Merkel y Macron. Creen que Johnson y compañía han convertido al Reino Unido en una caricatura, el hazmerreír del planeta. En su opinión, han sustituido al Partido Conservador como la voz del sentido común, la competencia y la responsabilidad. Al oponerse al masoquismo del Brexit, anteponen el interés nacional al de los partidos.


“Ya es hora de que llamemos a las cosas por su nombre –dice en su talk show radiofónico el eurófilo James O’Brien–. No hablemos de remainers y leavers, sino de quienes tienen razón y quienes están equivocados”. Las dos nuevas tribus de la política británica no podían ser más antagónicas y hostiles. Se inspiran mutuamente pena. Unos quieren atrasar el reloj a los tiempos del imperio; otros, a antes del referéndum. Es una batalla a muerte que no puede acabar en empate. No es de extrañar que en las casas no se pueda hablar de política... Por lo menos, sí de fútbol.

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