Dos periodistas, el español Joaquín Estefanía, adjunto a la directora de EL PAÍS, y el chileno Patricio Fernández, que fue quien puso en marcha la ya poderosa revista chilena The Clinic, nacida para hacer crónica política y satírica de la estancia del dictador preso en un hospital de Londres, se han atrevido con algunas de las ilusiones rotas del siglo XX. Y han contado en la Feria Internacional del Libro (FIL) sus conclusiones.
Sus presentadores, Consuelo Sáizar y Carlos Puig, profesora y comunicador mexicanos, en el caso de Estefanía, y David Rieff, ensayista y periodista norteamericano, en el de Fernández, ahondaron en el carácter melancólico con el que ahora se ve en el mundo el devenir truncado de ambas aventuras.
En México, además, aquel 68 que parecía de rosas y playas debajo de los adoquines, está teñido por la sangre terrible de Tlatelolco, donde policías del presidente Ordaz tiraron a matar sobre estudiantes que entonces celebraban aquella primavera que tuvo brotes en París, en Praga, en Washington y en todo el mundo. En España estaba aun la dictadura, que hasta entonces parecía el invierno perpetuo.
Revoluciones, de Estefanía, alude a una generación que se levanta contra el sistema, pero para poner encima de la democracia liberal de entonces, otra vez, los ideales de libertad, fraternidad e igualdad de la Revolución Francesa. De aquella revuelta salió De Gaulle, y después vino una revolución inversa; Francia cayó en manos de una derecha aún más rancia, y en el caso de Praga, que fue otro símbolo de la época las cosas empeoraron: ya no pudo haber ni flores sobre los tanques rusos. “Pero el 68”, dice Estefanía, que en esa fecha ingresó en la Universidad (nació en 1951), “cambió la vida, no fue un espejismo”. A esa revolución siguieron otras, “contra el proceso neoliberal”, que incluyó a indignados contra el sistema. Pero en el siglo XX (y en el XXI) esas revoluciones que se hicieron en la primavera hallaron su final en los veranos respectivos. Fueron estallidos de protesta (incluido el español de 2014) que, como se cuenta en la película italiana La mejor juventud, pretenden de nuevo cambiar el orden sin cambiar de sistema.
“Las revoluciones son hermosas y terribles”, dijo Estefanía, y en el caso de las europeas que hemos vivido acaban en la estación en que los jóvenes y los mayores tienen cerca las vacaciones. En el 68 se levantó la primera generación de europeos que no había vivido una guerra. Fueron los abuelos de los indignados. “¿Qué aprendieron estos de sus abuelos? Que la Revolución se acaba en verano?”
¿Y qué pasó con la Revolución permanente de nuestras vidas, la que lleva en Cuba usando ese nombre desde hace más de sesenta años? Que se acabó, que ya no existe, dice Pato Fernández. Este periodista, nacido un año después de la Revolución de Mayo, ha hecho un minucioso recorrido periodístico sobre las épocas más recientes de lo que para él es la desilusión de la Revolución, y lo ha plasmado en un libro, Cuba. Viaje al fin de la Revolución, que Debate publica primero en América y que pronto aparecerá en España. Es verdaderamente un viaje, que incluye, al final, la metáfora mayor de la frontera en la que acaba simbólicamente ese proceso que desató unanimidades durante los años sesenta del siglo XX: la muerte (y, sobre todo, el entierro) de Fidel Castro.
Esa metáfora está narrada con un ojo radicalmente periodístico, con hechos que también muestran el carácter crecientemente escéptico de los cubanos ante sus propias ilusiones perdidas. Las cenizas de Fidel (y de la Revolución) hacen un penoso viaje por toda Cuba para encontrarse con los restos Che Guevara. Uno de los interlocutores que Pato Fernández tiene en este trayecto que se parece a lo que sucede en Guantanamera, famosa película de Gutiérrez Alea, le dice al periodista que probablemente lo que hay en el encuentro entre esas dos almas revolucionarias cubanas es el silencio.
Esa historia cubana no está sola en este libro “escrito por un periodistas de los que hacen falta”, dijo David Rieff; “está también la historia del utopismo comunista de los últimos setenta años, que son más o menos los de la Revolución”. Es el régimen comunista, cree el ensayista norteamericano, el que sustituye a la Revolución. “Fue un sistema que se basó en el entusiasmo, en la creencia. Y pocos creen en Cuba que aquello sea ya una Revolución. Con ella soñaban en Chile los contemporáneos de Pato Fernández. “Allí se dio un golpe para evitar que fuéramos Cuba; Cuba era lo otro, lo que no tenía que ser. Y yo fui desde 1992 a ver qué era aquello”. Cuba era no solo un lugar, sino una idea, y a ambos se enfrentó como periodista.
“Ese sueño de pronto había desaparecido”, constató, y el último capítulo de ese proceso fue, para él, el encuentro Obama-Castro, “que llegó cuando, en esa religión revolucionaria, los últimos obispos y el papa estaban a punto de morir”. Observó que allí no había la crueldad que practicaba Pinochet en Chile, pero que en Chile se podía hablar más libremente que en Cuba; comprobó que con las aperturas “cambió el rostro de la gente; hasta que llega Trump y el proceso se detiene”.
“Ese sueño de pronto había desaparecido”, constató, y el último capítulo de ese proceso fue, para él, el encuentro Obama-Castro, “que llegó cuando, en esa religión revolucionaria, los últimos obispos y el papa estaban a punto de morir”. Observó que allí no había la crueldad que practicaba Pinochet en Chile, pero que en Chile se podía hablar más libremente que en Cuba; comprobó que con las aperturas “cambió el rostro de la gente; hasta que llega Trump y el proceso se detiene”.
En este instante, luego del largo entierro de las cenizas de Fidel, ya puede decirse, dice el autor de Cuba. Viaje al fin de la Revolución, “ya nadie cree” en la paloma que se posó sobre el hombro de Castro cuando este bajó de sierra Maestra.
“¿Qué será lo que viene?”, se preguntó Fernández. Terminó aquella Revolución que para muchos ya no es ni una palabra. Y el rastro revolucionario del 68 sigue hibernado en los veranos de los padres.