Isabel Allende Karam, es una diplomática y traductora cubana, rectora del Instituto Superior de Relaciones Internacionales de Cuba.Estudió en Checoeslovaquia , trabajó en el Centro Cultural de Cuba en ciudad de Praga y en la Embajada de Cuba en ese antiguo país.
Fue traductora de Fidel Castro durante su viaje a ese antiguo pais europeo. Su carrera continuó como la directora del departamento de países socialistas centroeuropeos en el Ministerio de relaciones exteriores de Cuba. También se desempeñó como Viceministra de relaciones exteriores de Cuba3 y embajadora de Cuba en España (1999) y Rusia. Su marido es un escritor cubano
Entrevista
Isabel Allende Karam está a punto de cumplir 75 años. Asegura que ha comenzado a “desentrenarse del alto rendimiento”. Nadie le cree. Hay razones del corazón que el cuerpo no conoce. Toda ella tiene ganas incesantes de vivir, de verbalizar el tiempo, de recordar para que los demás no olvidemos.
En 1963, conversadora sin fin, “la gordita” fascinó al vicecanciller cubano Pelegrín Torras de la Luz, hablando un poco de checo y con el inglés machaca’o. Treinta años después, Isabel Allende fue la primera viceministra de Relaciones Exteriores de Cuba, y luego, durante 14 años, la rectora del Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García (ISRI).
Es demasiado habanera para haber nacido en otra patria que no sea Guanabacoa, aun cuando la estirpe de sus apellidos venga de Vizcaya o de las tribus árabes. Tiene dos hijos y tres nietos, y ha estado casada con el mismo hombre por 49 años. Pero, ciertamente , ¿quién es Isabel Allende Karam?
Empezamos a acercarnos a ella, y ella a nosotros, no con las palabras que a veces dejan cosas por decir, sino escuchando estallar su risa cuando le preguntamos por qué suele dibujar en el pizarrón del aula a un diplomático cubano, con una cabeza muy grande y montado en patines.
“En la plenaria interminable del Ministerio de Relaciones Exteriores (Minrex) de 1976, donde se dialogó sobre el deslinde de funciones y los cargos que debían asumir nuestros funcionarios, los asistentes comenzamos a pasarnos un papelito, que se enriquecía de puesto en puesto. Íbamos dibujando cómo debería ser un especialista de país para poder cumplir con todo lo que caería sobre sus hombros.
“Al final resultó ser un muñequito con una cabeza, orejas y nariz muy grandes, ojos inmensos, una boca muy chiquita, cuatro manos y montado en patines… Tenía que ser muy versátil. Un diplomático cubano tiene que saber escuchar, observar, olfatear, hablar lo necesario, hacer cuatro cosas a la vez y correr montado en patines, porque la defensa de la Revolución no puede esperar.
“Hay situaciones que se nos presentan en el ministerio en las que, literalmente, hay que correr. En el exterior, donde tenemos embajadas tan pequeñas, los funcionarios deben tener la capacidad de hacer las grandes tareas y aquellas que algunos podrían considerar menos importantes, aunque no lo son: cocinar, montar una mesa, darle mantenimiento a algún equipo, distribuir correspondencia, encargarse de la contabilidad de la misión. Desde el aula, desde la academia, hay que fomentar esas habilidades. Ese es el diplomático revolucionario cubano, aquí y en el exterior”.
¿Para toda la vida?
Todo el sentido de su obra, una de las más necesarias y profundas de la diplomacia revolucionaria, está en la academia. Sin embargo, para llegar allí tuvo que consagrar su vida al trabajo, “contra viento y marea”, solo por declararse una soñadora de la verdad y ametrallar sin piedad a la traición.
¿Cómo llegó al Ministerio de Relaciones Exteriores?
–Es una historia muy peculiar. Llegué al Minrex por casualidad. Cuando concluyó la campaña de alfabetización, solicité una beca para estudiar idioma. Lo hice en el mismo lugar donde trabajo actualmente, la sede del ISRI, que entonces era el Instituto Abraham Lincoln.
“Quise matricular ruso, pero las solicitudes para una beca de traducción e interpretación de ese idioma eran muchísimas. La señora que llenaba las planillas me dijo: ‘¿Por qué no estudias checo?, tenemos muy pocas personas matriculadas’. Pensé: ‘Está bien, deben parecerse’. Realmente quería salir de la escuela de comercio, aborrecía aquello.
“Trece estudiantes terminamos el intenso programa. Después, nos fuimos a recoger café. Al regreso, nos habían ubicado en el Ministerio de la Industria Básica, y cuando llegamos allí solo tenían dos plazas disponibles. Entonces, nos dividimos en grupos y fuimos a buscar trabajo en otros ministerios.
“Cuatro compañeras llegamos al día siguiente al Minrex, por la entrada de la calle 5ta. En la recepción nos indicaron ver al viceministro primero, que en aquel momento era Pelegrín Torras de la Luz. Yo no había cumplido aún los 18 años.
¿El doctor Pelegrín Torras de la Luz las recibió?
–Hablamos con su jefa de despacho y nos recibió. Profesor, al fin y al cabo, escuchó toda nuestra historia, y luego preguntó: ‘¿Ustedes hablan otro idioma?’. Enseguida le dijimos que sí. Sinceramente, solo una de las muchachas hablaba bien el inglés, y el resto, machaca’o.
“Recuerdo, como si fuera hoy, que cuando fui a traducirle a Pelegrín la palabra policy, le dije que significaba policía y no política. Con una santa calma, me rectificó. Con mucha más dulzura nos explicó que no tenía trabajo para nosotras, porque había ya un equipo de traductores; no tenían espacio para intérpretes de checo y, mucho menos, para cuatro. De todas maneras, tomó nota de nuestros datos personales.
“Al cabo de los dos meses me llamaron a la casa desde la Cancillería. Ya tenía trabajo en el Departamento de Intercambio Técnico del Ministerio de la Construcción y no fui. Hasta que un día mi papá me aconsejó llamar por teléfono para agradecerle a Pelegrín y decirle que estaba trabajando en otro lugar. ‘Ustedes no se dan cuenta de que han molestado a un hombre con mucho trabajo y de alto cargo’, insistió.
“Llamé como a las 7:00 p.m. ‘El doctor quiere que vengas enseguida para acá’, aseguró desde el otro lado de la línea Amelia Muñoz, la jefa de despacho del viceministro. Cuando llegué a su oficina, Pelegrín dijo: ‘Si está de acuerdo, hemos decidido enviarla a nuestra embajada en Praga, porque hicimos las averiguaciones y usted fue el primer expediente de la beca; además, es militante de la UJC... ’.
“Recuerdo que lo único que le pregunté fue: ‘¿Y eso es para toda la vida?’. Me respondió: ‘Compañerita, no seríamos dialécticos si decimos que es para toda la vida’. Me explicó en detalle cómo sería todo el proceso de preparación, y que tendría vacaciones anuales. Después las suspendieron y estuve tres años sin venir a Cuba. Me montaron en un avión luego de una larga batalla familiar, porque era hija única y mi mamá no quería autorizarme a viajar. Mi abuela tuvo que imponerse. Al mes siguiente, estaba en Praga.
Y ahí se inició su carrera diplomática “para toda la vida”...
–Llegué a Praga el 6 de marzo de 1963, como traductora. Tuve que perfeccionar el idioma y estudiarlo con el grupo de cubanos que radicaba allí. Hacía de secretaria del embajador para los temas protocolares, para el trabajo con las autoridades checas. Le llevaba su agenda y también traducía la prensa escrita.
“Allí había un señor que se llamaba Roberto Castrillo, de muy malas pulgas, pero de una cultura tremenda. Fue el que me condujo y me enseñó. Más que el checo, me enseñó la riqueza del idioma español.
“Fui cónsul, asistente… Tuve la gran oportunidad de aprender mucho de ese país. Iba a todas partes. Fundamentalmente, trabajaba con organizaciones fabriles que hacían brigadas de solidaridad con Cuba. Regresé a La Habana el 25 de noviembre de 1966.
“No fue solo una decisión personal, pero pudo serlo, porque este es un trabajo interesantísimo, apasionante. Me gustó y me quedé trabajando aquí. Me designaron especialista de Checoslovaquia en la dirección de Política Regional 1 (países socialistas), un puesto que ocupé durante tres o cuatro meses en 1966”.
No hay países ni puestos pequeños
¿Cómo pasó de especialista de país a secretaria, y viceversa?
–El director de Política Regional 1, Jesús Barreiro González, tuvo un problema con su secretaria y me pidió que me quedara con él hasta que llegara una persona con las cualidades idóneas. Es una época que recuerdo con mucho cariño; fue cuando me bautizaron como ‘Isabelita’, porque así me decía Barreiro. Ahí aprendí muchísimo de los países socialistas, incluidos los asiáticos, porque toda la correspondencia entraba por mí.
“Ahí viví toda la Gran Revolución Cultural china. Disfrutaba cuando llegaban los informes del embajador Oscar Pino Santos, un gran economista, periodista, escritor y diplomático cubano. Devoraba cada letra. Después llegó Emma Cárdenas Acuña, quien hoy es profesora de protocolo del ISRI, y me sustituyó. Volví a ser especialista de Checoslovaquia hasta 1969. En esta carrera no hay países ni puestos pequeños”.
¿Qué importancia tiene el traductor, el intérprete, para el trabajo diplomático?
–La tarea del traductor y el intérprete la aprecio muchísimo, porque sé la complejidad que tiene, aunque no siempre sea valorada como debiera. El traductor es importante en todas las ramas del conocimiento.
“Generalmente, en las grandes conversaciones los sientan atrás, no al lado de la figura, o los ponen bien lejano. Y es verdad que el traductor no tiene otro desempeño, pero una palabra mal traducida, un matiz mal dado, puede conducir a graves errores en cualquier profesión, y en política exterior es mucho más delicado. Por tanto, el buen traductor tiene que especializarse y hacerse experto en relaciones exteriores y política internacional.
“El Minrex tiene un cuerpo de traductores muy bueno. El conocimiento de idiomas es vital para el desempeño de un diplomático; lógicamente, no podemos saber todos los idiomas del mundo, ni podemos tener diplomáticos que hablen todos los idiomas del mundo, pero si los tenemos, y es posible hablar directamente, ¡mucho mejor! Al traductor le corresponde llevar el mensaje tal cual lo recibe, lo escucha. Eso es muy difícil. Requiere de especialidad, arduo esfuerzo, mucho trabajo.
“Por ejemplo, cuando Fidel hablaba en español, Juanita llevaba al inglés el mensaje exacto, pero no solo por el buen dominio del idioma, sino por la entonación que le daba. Los traductores simultáneos son, por lo general, más planos, pero los consecutivos tienen que trabajar más con las emociones, y eso es complejo”.
Y cuando tuvo que traducirle a Fidel, ¿dominó sus emociones?
–El que tiene que traducirle a Fidel se muere de miedo, le tiemblan las piernas, no sabe qué va a hacer. Sin embargo, cuando se sienta, se da cuenta de que traducirle a Fidel es una maravilla. Siempre que uno le traducía a Fidel, se nutría y aprendía. No era tan difícil. Fidel hablaba muy claro, completaba muy bien sus pensamientos y no hacía unas largas oraciones, lo peor que le puede pasar a un traductor es eso.
Cuéntenos un momento de apuro y uno memorable de Isabelita como traductora.
–Conservo con agradable memoria el día en que tuve que traducirle un discurso a Gustáv Husák, secretario general del Partido Comunista de Checoslovaquia, en Santa Clara, el 6 de abril de 1973. Era una intervención pública en la cual no había texto anterior. No sabía lo que iba a decir. Se lo pude traducir de principio a fin. Incluso, me atreví a corregirle algunos detalles. Husák se dio cuenta y después me lo agradeció. Sé que a mucha gente le gustó esa traducción.
“Apuros pasé muchos; tantos, que no recuerdo cuántos. Momentos difíciles y de mucha responsabilidad, no solo porque tuve que traducirle a Fidel Castro, sino también a Raúl Roa, a Carlos Rafael Rodríguez, a Osvaldo Dorticós... Por cierto, una de las figuras que debemos estudiar muchísimo, para comprender su papel en las relaciones exteriores de Cuba. Eran personas que tenían una cultura extraordinaria y eran tan sagaces, que podían darse cuenta al instante de si realmente lo estabas haciendo bien o no”.
Hombres cultos llenaron la diplomacia cubana
¿Quién y cómo era Raúl Roa?
–Roa siempre estaba moviéndose. Fue una de las personas más auténticas que he conocido en mi vida. Era un intelectual de alta talla. Sabía tanto, que siempre sabía ponerse a la altura de todos sus interlocutores, entenderlos y tratar de conocerlos. Roa conocía a todos en el ministerio. Sabías que podías contar con él siempre, en cualquier circunstancia. Aunque fuera el ministro, podías llegar a él.
“Recuerdo que traducirle era espantoso, muy difícil. Inventaba palabras y, a veces, lo hacía para bromear conmigo. Me decía : ‘Ahora sí, te fastidié’. Y yo debía inventar para llegar a esa palabra que no sabía traducir. Entonces, tenía que recurrir al embajador de Checoslovaquia en La Habana, que hablaba en perfecto español. Por supuesto, el embajador nunca me delató.
“Ese era Roa, lo vi por primera vez antes de irme para Praga, cuando entró a la oficina de Pelegrín y preguntó: ‘¿Esta es la compañera que se va conmigo para Praga?’. Desde ese momento tengo recuerdos imborrables de él.
“Raúl Roa mandó llamarme a mí, quizás la de menor rango dentro del ministerio, cuando la crisis de Checoslovaquia, cuando entraron las tropas por el Pacto de Varsovia. Estaba en la casa y llegué al Minrex corriendo, él me estaba esperando en su oficina. Le gustaba hablar directamente con las personas que se ocupaban de los problemas, eso lo distinguía.
“Conservo con mucho cariño una postal que me mandó cuando cumplió los 70 años, respondiendo mi felicitación, que fue verbal, no escrita. Ya él estaba en la Asamblea Nacional. Al reverso de la excepcional caricatura que le hizo Juan David, decía: “A la gordita, que conocí jugando con aro, balde y paleta”. Aquello significaba que me conoció desde muy joven y, ciertamente, siempre tuve ese problema de sobrepeso. En el Minrex había dos con esas características: a Olga Miranda él le decía ‘la gorda’, y a mí, ‘la gordita’”.
¿Y Carlos Rafael Rodríguez?, se habla tan poco de él…
–En el caso de Carlos Rafael hay una deuda pendiente, se habla y se estudia muy poco de él. Carlos Rafael también era una persona extraordinaria. Imponía mucho respeto. No puedo decir solo que fue un hombre culto. Hombres cultos llenaron la diplomacia cubana y son una fuente de sapiencia que no hemos aprovechado suficientemente, pero Carlos Rafael fue el culto de los cultos, con una inteligencia y una agudeza tremendas.
“No tenía el mismo carácter de Roa, pero también era muy auténtico, muy cubano, y sabía hacer chistes. A diferencia de Roa, que hacía los chistes más criollos y que utilizaba más el refranero o inventaba sus propios refranes y palabras, Carlos Rafael le impregnaba un dejo de ironía muy fino a sus chistes. Era un hombre de una agilidad mental extraordinaria, con una gran capacidad para el conocimiento de las relaciones profesionales.
“Dominaba mucho los aspectos de las relaciones económicas internacionales y también las políticas. Eso hacía de él una figura extraordinaria y de gran peso para el desarrollo de la política exterior cubana, de gran autoridad, reconocida por todos, en Cuba y en el mundo. Era una persona capaz de argumentar, discutir con cualquiera, incluido Fidel.
“Siempre les digo a mis alumnos, los escritos de Carlos Rafael hay que leerlos. Cuando repaso su artículo ‘Los fundamentos estratégicos de la política exterior cubana’, tengo que reconocer que él definió ahí lo que estamos haciendo y lo que tendremos que hacer por mucho tiempo.
“Nunca se me olvida el día en que estaba traduciéndole a él en un encuentro con el entonces primer secretario del Partido de Eslovaquia. Carlos Rafael empezó a hablar de las novillas, de la ganadería, y a mí se me olvidó cómo se decía ‘novillas’. Me quedé un segundo en blanco, estuve a punto de decir ‘las hijas de la vacas’, pero de repente me vino a la mente la palabra jalovice. Pensé que no se había dado cuenta. Cuando la dije, Carlos Rafael se viró y me dijo: ‘Isabel, menos mal que ya lo viste, vamos a seguir’”.
Los 10 segundos más largos de la historia
Su primer puesto como jefa de misión lo desempeñó en Polonia, de 1988 a 1991. Cuatro años bien complejos. ¿Cuán duro fue el “desmerengamiento” para usted, como embajadora cubana?
–Era ministra consejera de nuestra embajada en la Unión Soviética (1986-1988) y de ahí me designaron para Polonia. Fue una experiencia que no voy a olvidar jamás, porque fueron los años en los que transcurrió el desmontaje del socialismo. Vi cómo el campo socialista europeo se iba desmoronando poco a poco, un proceso de desmontaje que venía de muchos años atrás.
“Aprendí mucho en esa etapa. Venía de la perestroika soviética y Polonia era otra cosa, las circunstancias eran muy distintas de lo que estaba pasando en la URSS. No por gusto fue el primer país donde triunfó Solidarność (Solidaridad). Fui testigo de cómo se fue entregando el poder. Pasé momentos extraordinariamente difíciles. Cometí indisciplinas, porque un embajador, para presentar una nota de protesta, debe consultar siempre al Gobierno y yo no lo hice.
“Se comenzaron a hacer actos muy feos contra Cuba, se recibió al disidente y farsante Armando Valladares, al terrorista Jorge Mas Canosa. Salieron muchos artículos envenenados en periódicos… Y no dudé en presentar una nota de protesta. Me llamó el viceministro José Rául Viera preguntando por qué había presentado la nota: ‘¿Cómo no vas a consultar?’, dijo. Le leí lo que había salido en el periódico. La respuesta de él fue: ‘No hay problema, te mando para allá a una persona con instrucciones de lo que debes hacer’.
“Tuvimos que presentar los expedientes de Valladares y de Ventura, desmontar una intensa campaña de difamación contra Cuba. Por supuesto, fue muy difícil, la gente no me quería creer. Fueron momentos complejos, porque no se acabó la historia pero se confundieron los términos; el que antes era revolucionario, pasó a ser retrógrado. Aquellos que se decían socialistas cambiaron de chaqueta, de un día para otro, y no hay nada peor que un renegado.
“El embajador de Venezuela, que era el decano del cuerpo diplomático, me dijo: ‘Isabel, por lo menos ustedes no han cambiado’, refiriéndose a un personaje polaco que cambió el discurso en un abrir y cerrar de ojos. Llegué a quedarme sola en una recepción, me dejaban sola porque apestaba a comunismo, tuve que oír cosas muy negativas de mi país.
“Un periódico publicó algo que decía así: ‘Los acontecimientos en Polonia duraron 10 meses, en Hungría 10 semanas, en Rumanía 10 días, en Checolosvaquia, 10 minutos. ¿Cuánto durarán en Cuba? ¿Diez segundos?’. En ese momento, me dominó la cólera, porque me dolió muchísimo, pero después me alegré de que hubieran publicado eso. Hoy puedo decir que han sido los 10 segundos más largos de la historia. Todavía estamos aquí”.
¿La indisciplina, el regaño y la cólera vendrían de la mano de esa frase que usted repite una y otra vez en clases: “Cuando la dignidad se vulnera, se acaba la diplomacia”?
–Esa frase se la tomé a un embajador cubano, muy amigo nuestro, que ya está jubilado: Raúl Barzaga Navas, un ejemplo de diplomático. Nosotros no somos diplomáticos de profesión, podemos serlo ahora; al principio todos lo fuimos a la carrera, nos formamos ejerciendo la profesión, porque era una necesidad de la Revolución. Tuvimos grandes maestros, no solo los de la universidad, también lo que estaban aquí, en las oficinas, grandes intelectuales que conformaron este ministerio: Roa, Pelegrín, Lechuga, Fernández Tabío, José Antonio Portuondo, Juan Marinello... De esa gente aprendimos a la vez que estudiábamos para hacernos universitarios.
“No vale nada la formación académica si no va acompañada de un alto sentido de lo que significa en Cuba la profesión de ser diplomático. Raúl Castro ha dicho muchas veces que ser miembro de las FAR no es un medio de vida, sino una actitud ante la vida. Yo podría decir lo mismo de un diplomático revolucionario cubano. No podemos ver esta carrera como un medio de vida, sino como una forma de servir a la Revolución, como una actitud y un compromiso ante la población cubana, porque el diplomático cubano nunca se puede alejar del pueblo que representa.
“Por eso, Roa dijo en la plenaria del Minrex, en 1963, lo que para mí es la definición más acertada de diplomacia: que un funcionario del servicio exterior de Cuba debía ser, ante todo, un revolucionario ejemplar, diestro en el arte del tacto, de la táctica y el contacto, pero ante todo revolucionario. De eso tenemos que aprender todos.
“Hay muchos cánones y posturas diplomáticas, y hay todavía mucha gente que dice: ‘Eso que hicieron ustedes en tal lugar no es muy diplomático’. Siempre respondo que sí, que los cánones diplomáticos están hechos por aquellos que no son capaces de defender realmente a su país. Esta Revolución hay que defenderla en cualquier parte, siendo buenos diplomáticos, pero también sabiendo poner los puntos sobre las íes cuando sea necesario”.
La Revolución cubana le dio al socialismo una dimensión geopolítica que no tenía
¿Por qué habla con tanta pasión de los países socialistas de Europa?
–De la misma manera en que uno no olvida el primer beso, tampoco se olvida el primer trabajo. En aquellos países me desilusioné y también aprendí muchísimo. Es imposible no vincularse emocionalmente con el país donde uno trabaja. Fueron países que desempeñaron un papel importante en nuestras relaciones internacionales, más allá de la desaparición del campo socialista, de las diferencias, de los encuentros y desencuentros.
“No fue exactamente igual en todas las regiones, pero allí se sembró un sentimiento de solidaridad que caló profundamente. Esos países estuvieron llenos de cubanos, diplomáticos, estudiantes, trabajadores, cortadores de madera en plena Siberia, mucha gente que hizo familias y sembró raíces, recuerdos...
“Más allá de las diferencias, había mucha gente que amaba al Che. El aniversario 20 de su desaparición física fuimos a conmemorarlo lejísimo, en Siberia, porque allí existía una brigada de trabajo que se llamaba Che Guevara y donaba su salario para los países del Tercer Mundo. Cuesta trabajo olvidar eso.
“Los gobiernos cambian, las personas también, pero hay que seguir cultivando el amor entre los pueblos. Bajo la genialidad de Fidel, Cuba supo desde el primer día qué puertas había que tocar: la diplomacia de los pueblos. Ahí está el trabajo del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP)”.
La URSS nos ayudó, pero nosotros también…
–Cuba les aportó el hecho de hacer una Revolución socialista en este hemisferio, que le dio al socialismo una dimensión geopolítica que no tenía. Les aportó el conocimiento y la certeza de que sí podía hacer socialismo en un país del Tercer Mundo, y originalidad en la forma de hacer una revolución.
“Cuba contribuyó a que el socialismo como sistema fuera mejor conocido y apreciado por el Tercer Mundo, con mucha honestidad y claridad en las relaciones con esos países. Unos lo tomaron mejor que otros. Debemos tener en cuenta que ningún país socialista europeo era igual a otro, y los adversarios del socialismo en el mundo supieron hacer un trabajo muy particular, precisamente, por no hacer tabla rasa, para aplicar una política bien diferenciada, con el mismo objetivo, dividir. Por ejemplo, aprovecharon los condicionamientos históricos internos con la rusia zarista y con la Unión Soviética para dividir, y lo lograron, lamentablemente. Dediqué más de 20 años de trabajo de mi vida a esos países, tanto en el servicio interno como externo”.
¿Por qué Isabel Allende es la primera viceministra cubana de Relaciones Exteriores?
–Durante los primeros años de la Revolución, este era un ministerio compuesto por muchas mujeres y nunca había tenido una viceministra. Treinta y cuatro años transcurrieron desde su fundación. Me sorprendió muchísimo cuando me lo dijeron, me eché a llorar, fue muy difícil para mí asimilarlo.
“Todo en la vida depende de las circunstancias, porque había muchas otras compañeras en el Minrex con las mismas condiciones e, incluso, mejores, para haber obtenido el cargo. Me tocó. Traté de ser digna de ese gran honor lo mejor posible. Lo único que me gratificó fue que el nombramiento fue bien acogido entre mis compañeros”.
¿Para la mujer es más fácil la carrera diplomática?
–La mujer sí encuentra más trabas, porque todavía hay un marcado comportamiento machista, aun en las sociedades que aseguran lo han eliminado. La mentalidad todavía incide. Influye tanto que, cuando un hombre es embajador y va a una cena con su cónyuge, a ella la sientan en el lugar que le toca, como esposa del embajador. Cuando una mujer es embajadora, a su cónyuge lo sientan en el lugar que le toca de acuerdo con su rango diplomático. Eso es un síntoma de machismo.
“Cuando estaba en Polonia, a mí nunca me decían ‘señora embajadora’, sino ‘señora embajador’. Aunque Polonia tenía muchas mujeres diplomáticas, jefas de misión, consideraban como embajadoras solo a las esposas de los embajadores.
“En Cuba, donde la Revolución abogó, desde el primer momento, por la eliminación del machismo, por la igualdad de la mujer, también ha sido difícil romper esa mentalidad. Durante mucho tiempo, eso se evidenció en que si nombraban a un funcionario para trabajar en el servicio exterior, inmediatamente el centro de trabajo de su esposa la liberaba; pero nombraban a una mujer y el centro de trabajo de su esposo decía que no. Hoy tenemos un paso de avance tremendo, embajadores han aceptado alternar con sus esposas y que ellas también puedan ser las embajadoras.
“La mujer está perfectamente capacitada para enfrentarse a este trabajo. Y en algunos casos, la mujer tiene determinadas sensibilidades que le facilitan entrar en lugares a los que a un hombre le cuesta más trabajo acceder”.
A España llegó en 1999 y permaneció allí hasta 2004. En el Gobierno estaba José María Aznar. ¿Le gusta navegar en medio de Gobiernos hostiles?
–Los años en España fueron inolvidables y muy complicados. Fue un reto que me hizo crecer como persona y como diplomática. Efectivamente, tuvimos el gran reto de enfrentar un Gobierno hostil, proestadounidense. Creían que, después de Estados Unidos, quienes debían gobernar América Latina eran ellos. Un Gobierno ideológicamente contrario a las ideas de la Revolución. Eso hizo que fuera muy difícil mantener una relación con él.
“A la vez, el trabajo se simplificó tanto que nos permitió salir de lo habitual, comprender mejor que el embajador se acredita en el país, no solo en la capital. Por tanto, comenzamos a andar el país, a trabajar pueblo a pueblo. España es diversa, hay multiplicidad de autonomías, con sus diferentes factores históricos, y en cada uno de esos lugares hay un sentimiento especial hacia Cuba.
“En esos años difíciles nos centramos en trabajar con la solidaridad, y para ello fue fundamental el acompañamiento de José Ramón Fernández. Fue un factor decisivo. El Gallego contribuyó a hacer que la política cubana pudiera horadar la política de Aznar. Esa tarea le fue encomendada, y la cumplió con una gran inteligencia. Él tenía un prestigio tremendo. Fue un hombre que hizo un gran trabajo por la política exterior de Cuba siendo el presidente del Comité Olímpico Cubano, pero particularmente puedo dar fe de que lo hizo en España”.
Un camino de dos vías
La diplomática cubana Isabel Allende Karam presenta el libro "Un siglo de teoría de las relaciones internacionales" en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales, en La Habana. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate/Archivo.
Y la embajadora se convirtió en rectora, estuvo 14 años consecutivos al frente de la academia diplomática.
–Me convertí en rectora del ISRI porque así me lo indicaron. Fue un gran reto, porque requería de mí una reorientación profesional. El día en que le entregué la rectoría del ISRI al embajador Rogelio Polanco, le dije que había sido una de las actividades más difíciles y retadoras a las que me había enfrentado, y también una de las más gratificantes.
“Uno aprende mucho con la docencia. Es un camino de dos vías, tú aportas conocimiento, pero los estudiantes también lo hacen, y no solo en la clase. Te sorprenden. Su agudeza y capacidad de profundizar son tantas que te ponen a correr para poder conducirlos.
“Los jóvenes cubanos me han dado muchas lecciones de valentía, honestidad, comprensión, pero, sobre todo, de ser buenos revolucionarios. Son distintos, porque cada generación es parecida a su época. Ahora, cuando un joven te dice ‘rectora, queremos salir a la calle a festejar el retorno de los Cinco Héroes, porque no nos podemos quedar aquí’, y salen gritando con una bandera, te están dando una lección.
“O cuando dijeron: ‘Tenemos que salir a la calle a decir nuestro sentimiento por la desaparición del Comandante’, los mismos que se pasaron la madrugada entera, por iniciativa propia, expresando su dolor en las redes sociales, y luego fueron a la calle a gritar: ‘Yo soy Fidel’. Vivir eso es lo más gratificante del mundo. Creo que el ISRI ha sido una gran experiencia para mi vida y es muy bueno que mi vida laboral termine en el ISRI”.
¿Por qué insiste en rescatar la historia de la diplomacia revolucionaria?
–No hay futuro, ni presente, sin pasado. Fidel siempre nos lo recordaba. Cuando se realizó el primer congreso del Partido, hizo una síntesis histórica de todas las condiciones que habían llevado a la Revolución. Sin eso no podemos entender el por qué de la Revolución. Tampoco podemos entender los principios de la diplomacia revolucionaria.
“Debemos conocer qué legado nos han dejado quienes tanto hicieron por nuestra felicidad. Todos los días uno aprende algo nuevo, pero no puedo olvidar lo que he aprendido de las personas que me han acompañado durante estos 57 años de trabajo en el Minrex, de los compañeros de fila y de los jefes.
“Aquellos que me hicieron repetir un informe no sé cuántas veces (quería matarlos en aquel momento, pero hoy se los agradezco infinitamente). Aquellos que me enseñaron a hacer un análisis, que me condujeron por este o aquel camino. Todos han aportado algo a mi formación. Si los olvidamos, estamos olvidando la historia.
“La historia de la diplomacia cubana hay que hacerla no solo hablando de la política exterior de Cuba, porque ambas cosas están muy imbricadas, sino también de las personas que han hecho esa diplomacia, en las más disímiles posiciones.
“El 11 de septiembre es el día de los mártires del servicio exterior, porque ese día mataron a Félix García Rodríguez, que no era embajador, no era consejero, era un funcionario del Minrex que estuvo dispuesto a dar su vida. De la misma manera, tampoco podemos olvidar a todos los intelectuales cubanos y revolucionarios que le dieron su vida a este ministerio, no podemos olvidar que este ministerio se inició y está compuesto por personas de muy diversas procedencias, todas con un denominador común: ser revolucionario”.
¿Qué es la diplomacia revolucionaria para Isabel Allende?
–Dignidad, ética, honestidad, apego a las mejores tradiciones de este pueblo. Es una diplomacia de pueblo y para el pueblo.
¿Y el Ministerio de Relaciones Exteriores?
–Mi vida está íntimamente vinculada a este ministerio, porque aquí fue donde crecí, me hice mejor persona y revolucionaria. Aquí conocí a los compañeros que me acompañaron en mi boda, en los momentos más difíciles de mi vida, en la muerte de mis padres; a los que cuidaron y jugaron con mis hijos… Aquí realicé mi vida.