viernes, 22 de febrero de 2019

Mayflower: el escabroso legado de los peregrinos que llegaron a EE.UU. hace 400 años.-a




En un momento en que Estados Unidos está bajo presión por el peso y las contradicciones de su historia, desembarca el aniversario número 400 del Mayflower. Este año el país se ha visto obligado a afrontar el nefasto legado de la esclavitud y el racismo sistémico que surgió de ese pecado original.
Se han derribado y eliminado estatuas que conmemoran a los héroes de la Confederación. Han surgido nuevos puntos de referencia, como las palabras Black Lives Matter pintadas con letras amarillas fluorescentes a pocos metros de la Casa Blanca.
La reciente muerte del congresista afroamericano John Lewis, un héroe de Freedom Rides y Selma, nos ha recordado las batallas culminantes de la era de los derechos civiles en la década de 1970.
Así, en medio de la lucha contra el distópico brote de coronavirus, un nuevo mundo desconcertante, también hemos estado sumergidos en los eventos de antaño.

Desde el Tea Party Movement (Partido del Té) actual hasta los manifestantes que apuntan al general más célebre de la Confederación, Robert E Lee; desde la discusión sobre si el equipo de fútbol americano de Washington debería llamarse a sí mismo Redskins (los Pieles Rojas) hasta la disputa sobre si todavía se debería honrar a los Padres Fundadores que poseían esclavos... Ningún país del mundo vive y disputa su historia con tanta pasión y ferocidad.
Las guerras culturales de la política partidista contemporánea, las batallas que hacen que este país parezca una tierra compartida ocupada por tribus beligerantes, a menudo son realmente guerras históricas.
Entonces, ¿dónde encajala llegada del Mayflower en la historia estadounidense? ¿Qué significado deberíamos atribuir a la llegada de estos disidentes ingleses? ¿Cómo influye en el presente?


En este 400º aniversario, ¿merece siquiera tanta celebración?

Después de todo, el Mayflower no trajo a los primeros colonos ingleses a estas costas.
Tampoco la plantación de Plymouth fue el asentamiento inaugural. Jamestown, en Virginia, se había fundado 13 años antes. En el oeste, los españoles ya se habían establecido en Santa Fe, la capital de lo que ahora es Nuevo México.
Y quizás valga la pena señalar lo obvio desde el principio: que los Padres Peregrinos no deben confundirse con los Padres Fundadores, los patriotas que lucharon contra los británicos en la guerra revolucionaria, los visionarios que en 1776 lanzaron este bullicioso experimento en democracia.
George Washington no era uno de los pasajeros a bordo del Mayflower, un error en el que se ha incurrido en ocasiones, aunque nueve presidentes de EE.UU. pueden rastrear sus linajes hasta aquellos que hicieron el viaje, incluidos los Bush y Franklin Delano Roosevelt.
También es un error ver la llegada del Mayflower como la primera interacción entre colonos blancos e indígenas norteamericanos.
El contacto con los europeos se había mantenido durante al menos un siglo, en parte porque los traficantes de esclavos tenían en su mira a los nativos americanos.
Cuando los peregrinos llegaron a tierra, algunos miembros de la tribu Wampanoag incluso podían hablar inglés.

El paso transatlántico del Mayflower no está impregnado de la misma gloria nacional que el cruce del Delaware o el asalto a las playas de Normandía, a pesar de las afirmaciones de las atracciones turísticas locales de que fue el viaje que hizo una nación.
Los estadounidenses no convergen en Plymouth Rock con el mismo sentido de peregrinaje que, por ejemplo, en Gettysburg o incluso Graceland.
A finales del siglo XIX había un plan para erigir una estatua para conmemorar a los Padres Peregrinos que rivalizaría con el Coloso de Rodas y empequeñecería a la Estatua de la Libertad de Nueva York. Pero esta octava maravilla del mundo nunca se hizo realidad, y en su lugar se construyó un monumento más diminuto.
En cuanto al pabellón que encierra el trozo de roca que marca el punto de desembarque, es para los estándares estadounidenses un marcador modesto: un dosel sostenido por doce columnas jónicas que fácilmente podría confundirse con un quiosco de música municipal.

Pacto / Declaración

El pacto del Mayflower es un documento histórico significativo, la "cuna sacudida por las olas de nuestras libertades", como lo expresó evocativamente un historiador. Firmado por los Peregrinos y los llamados Extraños, los artesanos, comerciantes y sirvientes traídos con ellos para establecer una colonia exitosa, acordó aprobar "leyes justas e igualitarias para el bien de la Colonia".
Fue el primer experimento de autogobierno del Nuevo Mundo. Algunos académicos incluso lo ven como una especie de Carta Magna estadounidense, un modelo para la Declaración de Independencia y la Constitución de Estados Unidos.
Sin embargo, los estudiosos del Centro Constitucional de Filadelfia señalan que en gran medida ya estaba en el olvido para cuando los padres fundadores se reunieron en el Independence Hall.
Firmas del pacto del Mayflower, un conjunto de reglas para el autogobierno establecido por los colonos ingleses que viajaron al Nuevo Mundo.

Tampoco la creencia de los Peregrinos en lo que Robert Hughes llamó una vez 'la jerarquía de los virtuosos' cuadra con la poesía más secular de la Declaración de Independencia de que todos los hombres son creados iguales y dotados por el creador de ciertos derechos inalienables.
Además, el pacto del Mayflower comienza con una declaración de lealtad al rey Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia.
Después de que Washington triunfó en Yorktown contra los británicos y esta nación incipiente comenzó a afirmarse en el mundo, los primeros redactores de la historia estadounidense prefirieron comenzar sus historias con Cristóbal Colón, a pesar de que el explorador italiano nunca pisó América del Norte.
Un nuevo país que acababa de expulsar a los británicos no quería ser definido por su carácter inglés. Restarle importancia al Mayflower se convirtió en un acto temprano de descolonización.

Puritanos / Peregrinos

Los políticos de hoy en día se han apropiado de algo del lenguaje mesiánico de la era de los colonos.
A Ronald Reagan le gustaba hablar de "la ciudad en la colina", imitando el lenguaje usado por John Winthrop mientras viajaba hacia Nueva Inglaterra. Pero Winthrop era más puritano que peregrino, y zarpó a bordo del Arbella en lugar del Mayflower.
Es una diferencia sutil pero importante.
A diferencia de los peregrinos, los puritanos, que llegaron diez años después, no eran separatistas. Habían permanecido en la Iglesia de Inglaterra con la esperanza de desterrar sus costumbres católicas desde adentro.
La colonia de la bahía de Massachusetts que fundaron al norte, el asentamiento que se convirtió en Boston, fue mucho más influyente en la configuración de Estados Unidos que la plantación de Plymouth.
Sin embargo, en conjunto, el legado de los peregrinos y los puritanos es fundamental.

El legado

La ética del trabajo. El hecho de que los estadounidenses no tomen muchas vacaciones anuales. Nociones de autosuficiencia y actitudes hacia la asistencia social del gobierno.
Leyes que prohíben beber en bares a los jóvenes hasta los 21 años. Cierta mojigatería.
La religiosidad. Los estadounidenses continúan esperando que sus presidentes sean hombres de fe. De hecho, ningún ocupante de la Casa Blanca se ha identificado abiertamente como ateo.
También el afán de lucro era fuerte entre los colonos, y con él la creencia de que la prosperidad era una recompensa divina por seguir el camino de Dios, un precursor del evangelio de la prosperidad predicado por los evangelistas televisivos de hoy en día.
Todos estos rasgos nacionales tienen raíces en los puritanos.
El francés Alexis De Tocqueville incluso escribió en su obra fundamental "Democracy in America": "Creo que podemos ver todo el destino de EE.UU. contenido en el primer puritano que desembarcó en estas costas".

Los Padres Peregrinos, o más exactamente, las Madres Peregrinas, también dejaron un acervo genético del que continúan extrayendo decenas de millones de estadounidenses.
Tantos ciudadanos estadounidenses afirman tener descendientes que llegaron en el Mayflower que se te excusaría si pensaras que ese barco de tres velas era del tamaño de un portaaviones.
Por todo eso, casi la única vez que los Padres Peregrinos ocupan un lugar preponderante en la imaginación nacional es el Día de Acción de Gracias, esa fiesta de pavo y calabaza antes de Navidad en la que todo EE.UU. hace una pausa repleta de calorías.

Thanksgiving

Esa festividad se deriva de la celebración que marcó la primera cosecha en 1621, cuando los colonos se sentaron con los nativos americanos Wampanaog.
Ha sido empaquetada como un acto de coexistencia pacífica, un banquete agradable que sugiere que los indígenas americanos recibieron a los Padres Peregrinos con los brazos abiertos.
Sin embargo, la mayor parte de lo que se les enseña a los escolares estadounidenses sobre esa festividad no resiste un escrutinio minucioso. Es mitología, no historia.
Muchas representaciones de la primera comida de Acción de Gracias enfatizan el papel de los nativos americanos.
Por un lado están las inexactitudes inconsecuentes.
Se cree, por ejemplo, que fue venado, no pavo, el plato principal.
El menú moderno de pavo y pastel de calabaza fue inventado por una editora de una revista del siglo XIX, quien había leído sobre esa primera fiesta y presionó a Abraham Lincoln para que convirtiera el Día de Acción de Gracias en una fiesta nacional.

Pero la ficción más grande es la más perjudicial.

En un recuento fraudulento, el lugar de los nativos americanos en esa mesa ha sido comúnmente malversado e incomprendido.
El Día de Acción de Gracias ha fomentado la idea de que los indígenas estadounidenses les dieron la bienvenida con gusto a los colonos blancos europeos; que los ayudaron enseñándoles a los recién llegados cómo sobrevivir en el Nuevo Mundo; que vivieron juntos en armonía; que se unieron para esta celebración y luego desaparecieron de la historia.
Es una narrativa de validación colonial; de aceptación artificial; de confort blanco.
Es una historia que acepta al pie de la letra un sello de la colonia diseñado por Massachusetts Bay Colony que mostraba a un indígena americano semidesnudo suplicándoles a los ingleses "Ven y ayúdanos".
La cara del pavo en esta postal expresa algo más parecido a lo que realmente fue ese encuentro entre culturas que Thanksgiving celebra.
En consecuencia, el Día de Acción de Gracias se ha convertido en un velo estadounidense, un manto de invisibilidad alrededor del cual se han ocultado las verdades incómodas de la historia durante siglos.

En realidad...

Aunque hubo una sensación de distensión en esos primeros años -en gran parte porque los Wampanoag estaban ansiosos por reclutar aliados contra una tribu rival-, pronto cambió.
Los nativos americanos se convirtieron en víctimas de los colonos; presas de la apropiación de tierras, la explotación de sus recursos naturales y las enfermedades mortales importadas de Europa a las que no eran inmunes.
Todas estas tensiones estallaron en una serie de guerras entre los habitantes indígenas de Nueva Inglaterra y los colonizadores que les robaron sus tierras.
Esta, entonces, es una historia más de conflicto que de colaboración, de derramamiento de sangre, no de hermandad.
A veces se celebraban fiestas de Acción de Gracias para celebrar victorias sobre los nativos americanos.

Jerarquía cultural

Como ha demostrado el historiador David Silverman en su libro, "This Land is Their Land" ("Esta tierra es su tierra), la idea de que los peregrinos fueron los padres de EE.UU. fue adoptada por los habitantes de Nueva Inglaterra a finales del siglo XVIII, preocupados de que su influencia cultural no fuera tan fuerte como debía ser cuando tomó forma la primera república.
A partir de entonces, la primacía de los peregrinos y los mitos del Día de Acción de Gracias se reutilizaron cada vez que los blancos protestantes sentían que su hegemonía estaba amenazada.
Eso fue especialmente cierto en el siglo XIX, cuando oleadas de inmigrantes europeos católicos y judíos desafiaron el dominio del protestantismo blanco.
Los inmigrantes que llegaron de Europa desafiaron la narrativa de la herencia puritana.
Los Padres Peregrinos fueron cooptados para afirmar el predominio de la cultura WASP: siglas en inglés de blanca, anglosajona y protestante. Se utilizaron para establecer una jerarquía cultural.
Ese dominio persiste hasta el día de hoy.

Cuestión de sofisticación

Un país colonizado por protestantes anglosajones sigue favoreciendo a los protestantes anglosajones. No fue hasta 1960 que Estados Unidos eligió a un presidente católico, John Fitzgerald Kennedy, un político de origen irlandés. Joe Biden busca convertirse en el segundo.
También hay una dimensión de clase en la cultura WASP que significa que los Padres Peregrinos difícilmente son considerados héroes populistas.
La cultura WASP ha sido tradicionalmente un coto de la clase alta, reforzada a través del matrimonio, la herencia, el patrocinio y las escuelas y universidades de élite.

Biden y Trump

Ni Biden ni Trump son WASPs: uno es católico y el otro, vulgar.

Los Padres Peregrinos fueron los creadores de un sistema estadounidense de clases que hizo que Donald Trump, a pesar de todas sus riquezas, se sintiera como un extraño.
Aunque su madre nació en Escocia, Donald Trump es de origen alemán y se crió en el barrio Queens de Nueva York. Eso lo convirtió en "un tipo poco sofisticado" para los sangre azul WASP de Manhattan, que se burlaban de él como un magnate inmobiliario nuevo rico y un vulgar candidato presidencial.
A su vez, los descendientes de aquellos que desembarcaron en Plymouth Rock -la élite original de la Costa Este- a menudo son el blanco de las invectivas antielitistas de Donald Trump.

Dominio

Los Padres Peregrinos también afirmaron el dominio de la raza blanca, a menudo con fuerza asesina.
Durante los primeros años, en un ciclo de asesinatos por represalia, hubo masacres en ambos lados.
Pero el salvajismo de los colonos blancos fue grotesco. Intentaron aterrorizar a su enemigo a través de ataques a los no combatientes, prendiendo fuego a wigwams (tiendas) y matando a espada a los que escapaban.
Luego envolvieron esa matanza en el lenguaje de la redención, de cómo habían hecho la obra del Señor al enviar a esas almas impías al infierno.
Los habitantes originales de esta tierra llegaron a ser tratados como invasores merodeadores.
Cuando en 1675, un grupo de indígenas estadounidenses se unieron para luchar contra los colonos, el cadáver de su líder Metacom, a quien los ingleses apodaron 'Rey Phillip', fue tratado como un trofeo. Su cabeza fue exhibida en una pica en Plymouth Plantation.

Esclavitud y blanqueo

Así como tradicionalmente se ha minimizado su brutalidad, se ha ignorado la acogida de los puritanos a la esclavitud.
Los colonos no solo importaban esclavos africanos, sino que exportaban nativos americanos. En la década de 1660, la mitad de los barcos en el puerto de Boston estaban involucrados en el comercio de esclavos. Al menos cientos de indígenas estadounidenses fueron esclavizados.
La división racial ha sido durante mucho tiempo el escenario predeterminado de la vida estadounidense, y esos primeros colonos blancos marcaron la línea de color con la sangre de los nativos americanos.


Los colonos no llegaron a tierras inhabitadas.

Sin embargo, hasta el día de hoy, los Padres Peregrinos continúan siendo retratados principalmente como víctimas de persecución, los primeros solicitantes de asilo que huyeron de la intolerancia religiosa de su tierra natal.
El recuento del viaje del Mayflower como una historia de origen también ha promovido y sostenido la creencia de que la historia estadounidense comienza en el momento del asentamiento europeo.
Esto no es tanto un blanqueo de la historia de los nativos americanos sino su completa eliminación.
Es un encuadre de la historia basado en la creencia contemporánea de que los colonos llegaron a tierras baldías en lugar de a territorios que habían estado ocupados durante miles de años.
Esta crónica de los conquistadores ignora deliberadamente al menos 12.000 años de historia de los nativos americanos, una narrativa complicada y a menudo sangrienta.

Los vencidos

Cuando comienzas a reconsiderar la historia desde la perspectiva de los vencidos, se abren algunas posibilidades historiográficas innovadoras.
En su exitosa historia de Estados Unidos, "These Truths" (Estas verdades), la académica de Harvard Jill Lepore argumenta, por ejemplo, que la revolución en Estados Unidos no comenzó con los colonos ingleses que finalmente se rebelaron contra el rey, sino con las personas sobre las que gobernaron.
En este replanteo, los patriotas estadounidenses que se enfrentaron a los británicos se presentan como los herederos revolucionarios de los nativos americanos que se enfrentaron a los ingleses.
Al menos durante las conmemoraciones de este año, se reconocerá la historia del pueblo Wampanoag.
Eso no fue así hace 50 años, en el 350º aniversario.
Aunque se invitó a un líder nativo americano a hablar en una cena en Plymouth, Massachusetts, no se le permitió pronunciar el discurso que había preparado. En él describía la llegada del Mayflower como el principio del fin de su pueblo, una dura verdad considerada demasiado desagradable para los ancianos de la ciudad que asistían a un banquete de autocomplacencia.
Dar más protagonismo al Wampanoag en estas conmemoraciones será considerado como un correctivo que se debió haber hecho hace mucho tiempo, convirtiendo la celebración en una búsqueda de entendimiento.
Pero no se equivoquen: las guerras de la historia estadounidense continuarán librándose y los Padres Peregrinos seguirán presentes en esa batalla.



ACCIÓN DE GRACIAS.

La tribu india que no tiene nada que celebrar en Acción de Gracias.

En el cuarto centenario de la cena con los colonos ingleses que originó la fiesta estadounidense, los Wampanoag, que sobreviven en la costa de Massachusetts, luchan por dar a conocer la historia real de aquel encuentro y sus devastadoras consecuencias. Hoy conmemoran su Día Nacional de Luto.

Plymouth, en la costa de Massachusetts, es un distinguido pueblo entregado al negocio de la memoria. Esta semana es hora punta allí. Hace 401 años que el Mayflower tocó tierra cerca con su cargamento de peregrinos ingleses que huían de la persecución religiosa en busca de una nueva vida. Una modesta roca protegida por una columnata neoclásica recuerda frente al mar el sitio en el que supuestamente desembarcaron. También hace 400 años del encuentro entre aquellos colonos y un puñado de nativos, origen histórico de la Acción de Gracias, fiesta que hoy paraliza el país y que, más que ninguna otra, reúne el cuarto jueves de noviembre a los estadounidenses alrededor de una mesa, incluso en tiempos tan polarizados como estos. Pero para la nación Wampanoag, que habita la península con forma de garfio de Cape Cod desde hace 12.000 años, no es un día de celebración. Centenares de ellos se manifestarán a mediodía por las calles de Plymouth para conmemorar el National Day Of Mourning, su particular jornada de luto nacional. Servirá para protestar, según reza la convocatoria, por “el genocidio de millones de nativos, el robo de sus tierras y el borrado de su cultura”.

Brian Moskwetah es presidente del Consejo Tribal de los Wampanoag de Mashpee. Esta localidad a 40 kilómetros al sur de Plymouth alberga la mayor colonia, 2.900 vecinos, de descendientes de aquellos indios, los primeros en entrar en contacto con los Padres Fundadores. Moskwetah explica en su despacho que los suyos no tienen “nada que agradecer” en Acción de Gracias. “¿Qué podríamos agradecer? ¿Que hace 400 años teníamos nuestra propia tierra y vivíamos a nuestra manera? ¿Que nos forzaron a adoptar el cristianismo? Para nosotros aquello marca el origen de un trauma histórico que persiste; por eso los indios tenemos los mayores índices de alcoholismo, drogadicción y suicidio de Estados Unidos”, añade este político autodidacta, a sus 29 años, el más joven en ocupar el puesto. 
“Fueron ellos los que nos trajeron la bebida, o, como la llama mi abuelo, la ‘exterminadora de indios”.

 Moskwetah informa de que la tierra a nombre de su pueblo suma actualmente unos 320 acres, casi 129,5 hectáreas, un 0,5%, calcula, de la superficie que en el siglo XVII ocupaban (que no poseían, porque la propiedad privada no existía antes de la llegada de los ingleses). Ese pedazo de la tierra prometida abarcaba entre Rhode Island, al norte, y la isla de Nantucket, la de Moby Dick, al sur.


A superar ese trauma lleva toda una vida dedicada Linda Coombs, historiadora Wampanoag de la familia de los Aquinnah, cuyo hogar está en la cercana Martha’s Vineyard, isla conocida por veraneantes tan famosos como los Obama. Coombs, toda una institución en la zona, lucha junto a otros activistas por restaurar el recuerdo de lo que condujo al primer Thanksgiving y, sobre todo, lo que vino después. Combate un mito inventado en el siglo XIX, difundido por las escuelas desde entonces y llevado por Hollywood hasta el último rincón del planeta. Lo escuchó por primera vez en clase cuando era niña y lo resumió así el martes pasado en Plymouth:

  “Indios e ingleses se juntaron, hicieron migas, fueron felices y comieron pavo. Después, los nativos, que ni siquiera merecen ser nombrados, desaparecen. Fin de la historia”.

Los peregrinos, unos 100, habían llegado el invierno anterior a bordo del Mayflower. Solo la mitad sobrevivió a una mudanza y a un primer año difíciles. Y si pudieron hacerlo fue, en parte, gracias a que les enseñó a plantar maíz un nativo llamado Squanto, que había aprendido inglés cuando fue secuestrado; lo quisieron vender como esclavo en Málaga y acabó en Londres antes de regresar a América. “Los contactos con los europeos llevaban más de un siglo produciéndose, pero ellos fueron los primeros que llegaron con la intención de asentarse”, aclara Coombs. En 1616, uno de esos contactos previos trajo consigo una plaga que acabó con “entre el 75 y el 90% de los Wampanoag”, cuya población se calcula que andaba entonces entre los 30.000 y los 100.000 miembros (difícil ser más precisos). Esa aniquilación empujó a uno de sus jefes, Osamequen, cuya estatua, melancólica, mira en Plymouth una réplica del Mayflower desde lo alto de una colina, a aliarse con los peregrinos y sus armas de fuego frente a la amenaza de la tribu de los Narragansett. Así que fue la estrategia y no la hospitalidad ni las ganas de hacer amigos lo que juntó a unos y otros.

Los ingleses celebraban aquel noviembre de 1621 el éxito de su primera cosecha en el Nuevo Mundo y la abundancia de alimentos con una salva de disparos de júbilo al aire, que puso en pie de guerra a Osamequen y su ejército. Se presentó junto a 90 de sus hombres preparados para la pelea. Pero cuando comprobaron la falsa alarma, se unieron a la celebración. De modo que tampoco es cierto que fueran invitados a la mesa.

“Probablemente comieron pavo y otras aves salvajes. También pescado, marisco, venado, maíz y guisantes. Pero hay muchos de los platos que hoy definen Acción de Gracias que son un puro anacronismo: en el siglo XVII no tenían mantequilla, harina, azúcar o patatas”, explicó la semana pasada en la Universidad George Washington, en la capital federal, David J. Silverman, autor de This Land Is Their Land (Esta tierra es su tierra, Bloomsbury, 2019), cuyo subtítulo no deja lugar a dudas: Los indios Wampanoag, la colonia Plymouth y la problemática historia de Acción de Gracias.

Más allá del recetario, a Silverman, descendiente de judíos del este de Europa, le preocupa que se oculte lo que trajo la resaca de aquella fiesta. “Lo que cualquier otro proceso de colonización: guerra, desposeimiento, esclavitud y marginalización”, resume. 
Hay mucha discusión entre los historiadores sobre si aquello fue o no un genocidio, pero francamente, si se compara con la definición que ofrece Naciones Unidas, el modo en el que este país trató a los nativos americanos encaja limpiamente con esa descripción”.

Tal vez por esa herencia incómoda, el mito de la extinción es uno de los más exitosos en el imaginario del americano medio. “Durante demasiados años se ha enseñado en las escuelas que después de eso los indios desaparecieron de la escena, justo cuando dejaron de servir a los intereses de la historia fundacional. Cuando no es verdad”, dice en su oficina Donna Curtin, directora del Pilgrim Hall Museum, de Plymouth, una institución que cuenta con el asesoramiento de Coombs, que además protagoniza uno de los paneles. Fundado en 1824, se trata del más antiguo de los museos públicos que ha funcionado ininterrumpidamente en Estados Unidos.

En la zona hay varios lugares como el que dirige Curtin, dedicados al turista histórico. Tal vez el más concurrido sea el Plimoth Patuxet, un “museo viviente” al aire libre fundado en 1947 por Henry Hornblower III, financiero aficionado al pasado. Hasta 2020, se llamaba Plimoth Plantation, pero al calor de las protestas del movimiento Black Lives Matter decidieron eliminar de la ecuación la idea de la plantación, de ecos racistas. Cuenta con una sala dedicada a la fiesta de Acción de Gracias, en la que se relata la forja del falso mito. Solo hay una fuente primaria que cuente lo que pasó aquel día, un único párrafo en una carta de un pasajero del Mayflower a un amigo. Cuando ese párrafo se introdujo en un libro en el siglo XIX, el autor añadió en un pie de página (“el pie de página más influyente de todos los tiempos”, según Silverman) la idea de que aquella fiesta fue el “primer Acción de Gracias”, pese a que, añade el historiador, “no fue especial ni para los ingleses ni para los Wampanoag”. Durante la Guerra de Secesión el presidente Lincoln se sirvió de esa leyenda para tratar de unir a una nación partida en dos. Y en 1941, la fiesta se convirtió en federal.

La historiadora y actriz Malka Benjamin trabaja, vestida de época, en la parte del Patuxet que recrea la vida de una aldea inglesa de hace cuatro siglos. Explica que los guías del poblado Wampanoag no están disfrazados para dar la impresión “de que no es un pueblo del pasado, sino que sigue muy vivo”. Pese a gestos como esos, la narrativa del museo incomoda a muchos nativos americanos, como Steven Peters.

 “Llegan demasiado tarde, y en muchos sentidos ese lugar es una oportunidad perdida”, se lamenta Peters en la casa que comparte en Mashpee con su familia. A él también le contaron en clase la “historia de los indios que se esfuman sin más”, sin reparar en que una prueba viviente de lo contrario estaba escuchando la lección.

 ”En la escuela de mis hijos, de nueve y tres años, creo que evitan el tema. En los centros que cuentan con alumnos nativoamericanos dudan de cómo enseñar Acción de Gracias y prefieren no contar nada a abrazar un relato erróneo. En este país hay muchos que creen que nuestra historia empieza con la llegada de los ingleses, y que todo lo anterior es prehistórico. Es como contar que la historia afroamericana comienza con la esclavitud: increíblemente ofensivo”.


Junto a su esposa y a su madre, Paula Peters, otra respetada líder de la comunidad, Steven lleva una agencia llamada SmokeSygnals, que monta exposiciones sobre la historia de su pueblo y asesora a programas educativos y museos sobre cómo tratar el tema desde una perspectiva que no resulte problemática. Entre sus clientes se cuenta el Mashpee Wampanoag Indian Museum, una modesta institución situada a un lado de la carretera, que recibe unos 800 visitantes anuales.

Allí aguarda su director, David Weeden, quien recuerda que fue fundada en los años setenta, cuando la localidad sufrió una explosión demográfica sin precedentes, que llenó Mashpee de forasteros, en muchos casos veraneantes, y dejó a su tribu en minoría (hoy representan el 20% de la población). “En los ochenta y noventa era el municipio que más crecía en Estados Unidos”, dice Weeden. 

“En noviembre, mes de los nativos en Estados Unidos, y en torno a Acción de Gracias, recibimos más atención, pero este museo está para recordar nuestra historia durante todo el año. Para recordar también que continuamos peleando por las mismas cosas cuatro siglos después: nuestra tierra, nuestra lengua y nuestro derecho a existir. Y que seguimos aquí. No éramos salvajes, en contra de lo que muchos piensan, vivíamos en armonía entre nosotros y con la naturaleza antes de la llegada de los europeos. Ojalá hubieran estado dispuestos a aprender algo de mi pueblo, en lugar de imponernos las reglas de una sociedad de la que aparentemente huían. Tal vez entonces el problema del cambio climático no sería tan grave ahora. Aquello fue el principio de nuestro fin. Por eso no vemos sentido a celebrar nada que no celebremos en varias festividades de la cosecha a lo largo de todo el año, como no sea el National Day of Mourning”.

Esa protesta se convocó por primera vez en 1970, cuando el gobernador de Massachusetts invitó al líder Wampanoag Frank James a pronunciar un discurso por el 350º aniversario de la llegada del Mayflower. Cuando el gobernador lo leyó, le exigió que lo cambiara. James se negó y surgió la idea de la manifestación. Dejarán de hacerla cuando conquisten la igualdad de derechos. El texto empezaba así: 

“Nosotros, los Wampanoag, te dimos la bienvenida, hombre blanco, con los brazos abiertos, sin saber que 50 años después ya no seríamos un pueblo libre”.

De los años setenta proceden también los primeros esfuerzos por reclamar legalmente la tierra. Hoy cuentan con 320 acres. Dos familias de los Wampanoag, los Mahspee y los Aquinnah, gozan de reconocimiento federal, requisito previo para acceder al establecimiento de una reserva. Lo lograron al final del segundo mandato de Bush hijo. Obama les ratificó ese derecho, que la Administración de Trump les disputó en los tribunales. En febrero de este año, ya con Biden, el Gobierno federal decidió dejar de cuestionar su título. Ahora, con el nombramiento como secretaria de Interior de Deb Haaland, miembro de la tribu india del Pueblo de la Laguna, de Nuevo México, los Wampanoag, a los que también se conoce como el Pueblo de la Primera Luz, ven soplar vientos más favorables en Washington.

Pese a lo cual, todos los nativos americanos consultados para este reportaje respondieron afirmativamente a la pregunta de si sufren racismo en su vida cotidiana. Moskwetah recordó que Massachusetts aún no ha sustituido su “escudo, con la representación ofensiva de un indio”. Que muchos en Halloween “se visten como Pocahontas sin reparar en lo que implica ese gesto”. Y que hay equipos deportivos, como los Kansas City Chiefs, que “perpetúan los estereotipos negativos de siempre”. También, que su gobernador, el republicano Charlie Baker, no ha abrazado aún el cambio de denominación de la fiesta del Día de Cristóbal Colón por el Día de los Indígenas (la capital, Boston, lo hizo en octubre).

“Incluso cuando quieren echar una mano y relatar nuestra historia, lo hacen de un modo que es esencialmente racista, porque al hacerlo no cuentan con nosotros”, explica Coombs, quien, al final de su conversación con EL PAÍS, señaló el lugar donde se cree que hace 400 años se celebró la cena. Hoy es un cruce de calles con un semáforo, una tienda de bocadillos y una oficina de correos. Allí, una placa recuerda otro hecho desgraciado para los Wampanoag: la derrota de Metacomet, hijo de Osamequen, en la sangrienta Guerra del Rey Felipe (1675-1678), un levantamiento contra los colonos que fue sofocado con crueldad. Al líder rebelde le cortaron la cabeza. Estuvo expuesta durante 25 años a la vista de todos.

Está claro que por aquel entonces el negocio de la memoria no resultaba un asunto tan resbaladizo como ahora, pero desde luego sabía ser mucho más cruel.



Plymouth (Massachusetts)


Plymouth es un pueblo ubicado en el condado de Plymouth en el estado estadounidense de Massachusetts. En el Censo de 2010 tenía una población de 56.468 habitantes y una densidad poblacional de 162,76 personas por km².
Plymouth es una de las dos sedes del condado de Plymouth, la otra es Brockton.​ Su nombres se de debe a Plymouth, Devon, Reino Unido, que a su vez recibe su nombre por la desembocadura (mouth) del río Plym.


Plymouth es conocida por ser el asentamiento de la colonia de Peregrinos, que viajaron en el Mayflower. Fundada en 1620, Plymouth es el municipio más antiguo de Nueva Inglaterra y uno de los más antiguos de Estados Unidos. Además es el asentamiento inglés continuamente habitado más antiguo de los Estados Unido.​ La ciudad ha sido la localización de varios acontecimientos importantes, el más destacado fue la organización de la primera fiesta de acción de gracias. Plymouth fue la capital de la Colonia de Plymouth desde su fundación en 1620 hasta que la colonia se disolvió en 1691.
Plymouth está situado aproximadamente a 64 km al sur de Boston en la región de Massachusetts conocida como Costa Sur. A lo largo del siglo XIX la ciudad creció como un centro de tráfico marítimo, pesquero, naviero y de fabricación de cuerdas, y llegó a tener la empresa más grande de fabricación de cuerdas del mundo, la Plymouth Cordage Company. Aunque continúa siendo un puerto activo, actualmente la principal industria de Plymouth es el turismo. Plymouth está comunicado por el aeropuerto municipal Plymouth, y es la sede el Museo Pilgrim Hall, el museo en continuo funcionamiento más antiguo de los Estados Unidos.
Como uno de los primeros asentamientos del país, Plymouth es bien conocido en los Estados Unidos por su valor histórico. Los eventos sobre la historia de Plymouth se han convertido en parte de la mitología de los Estados Unidos, y en particular los relativos a la roca de Plymouth, los padres peregrinos y el día de acción de gracias, y la ciudad se convierte en un punto turístico popular durante las vacaciones de este día.

sábado, 16 de febrero de 2019

Articulos prensa sobre Palma Salamanca: el fin del mito.-a


Una vida en fuga.
Asesino y su  victima 

En San Miguel de Allende, Mexico, Esteban Solís Tamayo era un fotógrafo local que colaboraba con la revista Espiral. Una vida simple para un profesional mexicano en el Estado de Guanajuato, que a ratos se codeaba con el circuito artístico de esta ciudad de casi 70 mil habitantes.
Detrás de su vida sin ruidos, Solís vivía una doble vida: integraba una temida banda de secuestradores que se había transformado en el dolor de cabeza de la policía mexicana y que con la detención de uno de sus líderes, activó un plan de huida.
Esteban tuvo que retomar su verdadera identidad y huir junto a su pareja a Cuba y luego a Francia, donde ingresó con su verdadero nombre: Ricardo Palma Salamanca, el “Negro”, uno de los frentistas autores del asesinato de Jaime Guzmán ocurrido en 1991, uno de los crímenes por los cuales se encontraba recluido en la Cárcel de Alta Seguridad (CAS) y de la cual se fugó en diciembre de 1996 junto a otros tres reclusos.
Palma Salamanca también cumplía condena por el asesinato de coronel de Carabineros Luis Fontaine y del sargento de Ejército Víctor Valenzuela.
El 18 febrero de este año, Palma Salamanca era detenido en las calles de París. Atrás dejaba una doble vida, que en los últimos años había decidido dedicarla a la delincuencia.
En México, el “Negro”, junto a su pareja Silvia Brzovic, también ex frentista, se asoció a Raúl Escobar Poblete, alias “Emilio”, para operar una banda de secuestros en San Miguel de Allende.
Escobar ya había participado en este tipo de delitos: los cautiverios del empresario brasileño Washington Olivetto y de Cristián Edwards, hijo del dueño del diario El Mercurio.
Se presume que junto a su pareja, Marcela Mardones, llegaron a México luego de la fuga de la CAS, operación de rescate en la que “Emilio” había abierto fuego desde el helicóptero contra los puestos de vigilancia de los gendarmes.
Escobar fue detenido en mayo de 2017 durante un secuestro fallido, que también marcó el inicio del fin de la historia de Palma Salamanca en México.


Columna de Óscar Contardo: No están los tiempos para leyendas
 SAB 16 FEB 2019

La entrevista a Palma Salamanca publicada por The Clinic significó el comienzo del fin del mito que se había erigido en torno a él. Hasta ahora eran otros los encargados de levantar su historia, la de un personaje que reunía las condiciones del macho revolucionario que ha caracterizado a la cultura de la izquierda latinoamericana, una suerte de trasposición laica del santo guerrero o versión mestiza en tenida de camuflaje de los héroes de caballería medievales, que deambulan por selvas, sierras y pampas, cumpliendo con el deber de la causa autoimpuesta, resignados a un destino de lucha perpetua fraguada en una virilidad de habanos y fusiles.
Hasta esta semana, Ricardo Palma Salamanca era un prontuario, la historia de una fuga improbable y un par de retratos que se publicaban de cuando en cuando en la prensa. Era también un tira y afloja persistente que se balanceaba sobre una historia de fuego y de ira que con cada década que transcurría, cobraba la consistencia de un mito que solo sus cercanos sabían entender y por lo tanto explicar. No era tan solo un hombre que tomó la vida de otro a balazos, tampoco era simplemente alguien que participó en un secuestro que confinó a otro a sobrevivir en condiciones infrahumanas. Era un condenado, un prófugo de la justicia cuya captura era una causa enarbolada por la UDI, justamente el partido de quienes suelen decirles a las víctimas de la dictadura que buscar justicia es buscar venganza.

Bajo esas condiciones ambientales había crecido en torno a Ricardo Palma una leyenda con el peso del tabú. Porque invocar el nombre de Palma Salamanca significa trastocar los roles habituales de un periodo de la historia de Chile que transformó a un grupo en victimarios y a otro en presa de una persecución despiadada. Con tan solo nombrarlo aquellos bordes nítidos que separan a los cómplices de las masacres cometidas por la dictadura, de quienes sufrieron su rigor, se hacen borrosos por un instante. Como un agente químico que si se vierte sobre otro lo altera. En gran medida ese fenómeno, el del tabú, era posible mientras el protagonista guardara silencio.

La entrevista a Palma Salamanca publicada por The Clinic significó el comienzo del fin del mito que se había erigido en torno a él. Hasta ahora eran otros los encargados de levantar su historia, la de un personaje que reunía las condiciones del macho revolucionario que ha caracterizado a la cultura de la izquierda latinoamericana, una suerte de trasposición laica del santo guerrero o versión mestiza en tenida de camuflaje de los héroes de caballería medievales, que deambulan por selvas, sierras y pampas, cumpliendo con el deber de la causa autoimpuesta, resignados a un destino de lucha perpetua fraguada en una virilidad de habanos y fusiles.
Siempre me llamó la atención la cantidad de personas que se referían a Palma Salamanca simplemente como “el negro Palma”. Con el tiempo interpreté el guiño como una suerte de contraseña de iniciados, pero también como una forma de sugerir pertenencia, indicar un “nosotros” excluyente. Hablar de “el negro Palma” incluso podía interpretarse como una marcador de clase dentro de una izquierda que circulaba en un área restringida de colegios y facultades hasta donde rara vez llegaba el pueblo al que buscaba liberar. Un segmento social y político que suele pensarse a sí mismo como “oprimido” o propio de los “márgenes”, aunque tenga como hito geográfico más extremo la plaza Ñuñoa y como nostalgia predilecta las asambleas universitarias ochenteras. La rebeldía de los barrios arbolados suele ser más persistente, tomarse mucho más en serio a sí misma y ser bastante menos escéptica que la que surge entre sitios eriazos de las periferias.

Al inicio de la entrevista, Palma Salamanca dice que todos quienes lo han buscado para conocerlo durante los años que estuvo prófugo, lo han hecho esperando encontrar al joven que fue en 1990. Lo menciona advirtiendo que ya no es el mismo, dando a entender que hubo muchas peregrinaciones que debieron acabar defraudadas.
Las adhesiones políticas en ocasiones tiende a transformarse en una especie de religión, una en donde los seres extraordinarios lo son en tanto custodian y bruñen unas convicciones superiores que los puede llevar a intentar detener el tiempo, capturarlo en una jaula discursiva, disponer ciertas ideas como iconos en una vitrina que separa lo conveniente de lo que puede llegar a cuestionar el dogma establecido. La militancia significa en ciertos casos, la membresía a una institución similar a un club, un regimiento o una secta, en donde en lugar de debatir sobre la historia propia y la construcción de un futuro de convivencia más allá de los muros del mausoleo que congregan a los creyentes, se le rinde culto a un pasado, como si se tratara de un relicario que de cuando en cuando se saca de paseo en un rito muerto, que no deja espacio a la crítica y cierra las puertas para los no iniciados.
 La entrevista de Palma Salamanca no reveló los detalles de los crímenes en los que está involucrado, tampoco intentó explicar cómo y por qué acabó transformando su vida en un escondite de la justicia; lo que hizo el entrevistado fue advertirnos que él no era una leyenda, ni el custodio de un ideal, sino solo un hombre que alguna vez creyó ciegamente en algo.



Sergio Castro San Martín y su documental El Negro: “Hablar de Palma Salamanca es hablar de la Constitución actual”


Desde hoy y por tiempo limitado, “El Negro”, el nuevo documental dirigido por Sergio Castro San Martín.

Conversamos con el director acerca de su visión, percepción y reflexiones que lo llevaron a abordar la historia de Ricardo Palma Salamanca con una nueva mirada y un enfoque actual. En sus palabras, el documental invita al público a “debatir sobre la complejidad del ser humano, sobre la muerte y sobre la deconstrucción de una épica”, haciendo foco en uno de los temas más atingentes que dejó el estallido social: la urgencia por escribir una nueva Constitución.

Me dicen el desaparecido 

Ricardo Palma Salamanca fue miembro del Frente Patriótico Manuel Rodríguez y, según la justicia chilena, es el autor material del asesinato al senador Jaime Guzmán, uno de los responsables de la actual Constitución y colaborador político durante la dictadura militar de Augusto Pinochet. “Este documental habla sobre una parte de nuestra historia que es la transición a la democracia, llena de zonas grises, de cosas inconclusas amarradas a un sistema social y político que nos tiene atados, endeudados e infelices como chilenos. Hablar de Palma Salamanca es hablar también de la Constitución actual, hablar de su familia es hablar de una radiografía de la familia chilena”, dice Castro San Martín.

“Lo más importante de la cinta es que los relatos deambulan desde el cuestionamiento de su entorno familiar. Su madre y hermanas hablan sobre lo que significó para la familia el asesinato a Jaime Guzmán, perpetrado por integrantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez la tarde del primero de abril de 1991, en el exterior del Campus Oriente de la Universidad Católica de Chile”, remarca el director.

Cuando me buscan nunca estoy

Los testimonios que forman parte de este documental, entregan al espectador una visión profunda, llena de  matices y contradicciones. Quizás, ese es el gran elemento diferenciador de este trabajo y a la vez su valor como pieza audiovisual y creativa: su enfoque.

-¿Qué te motivó a hacer este documental? 

-El año 1997 conocí el libro de Palma Salamanca que relataba la fuga de la cárcel de Alta Seguridad. En ese momento me llamó mucho la atención el hecho mismo relatado por Palma en una crónica novelada que reflejaba ese tiempo tan complejo, como era la transición a la democracia. Un tiempo lleno de un falso optimismo o de tantos grises que finalmente la historia posterior respaldó.

El objetivo de El Negro es reflexionar en torno a un periodo histórico que toca la vida privada de una familia, cambiándola totalmente. Es entrar en el espacio íntimo de lo que significa ser familiar de Ricardo Palma Salamanca y entender las justificaciones que él tuvo para hacer lo que hizo. Es una película que tiene como propósito relatar esos «grises», esa bipolaridad de este tiempo histórico y también de aquellas contradicciones históricas que llegan hasta el seno de una familia.

Quería mostrar cómo una persona silenciosamente cambió la historia de Chile, o cómo no la cambió. Era en principio la historia de un hombre que no existía en el mapa, pero ya estando en una etapa bastante avanzada de la filmación nos llega la noticia, en febrero del 2018, de que Ricardo Palma Salamanca había sido detenido por Interpol en Francia. Dejaba de ser un fugitivo.

En ese momento tomamos la decisión junto a los productores de congelar el trabajo y darnos ese año para contactarlo. Evidentemente fue una cuestión delicada: es una persona de difícil acceso, muy reservado, que vivió en la clandestinidad y que a esas alturas estaba todavía con la causa abierta del eventual proceso de extradición a Chile. Fueron varios días de filmación con él.

-¿Por qué consideraste que la familia sería importante para tu investigación?

-Para mí era muy importante elaborar una película que saliera un poco de los cánones de cómo nos enteramos de esta figura histórica, y recurrir más bien a archivos mucho más íntimos. Sabemos que Ricardo Palma Salamanca es una figura que polariza, y que genera admiración y odio en el país. En ese sentido era muy valioso contar con los testimonios de quienes estaban más cerca de él. En este caso: su madre y sus hermanas. Para hacer este retrato de Palma Salamanca en la vereda pública y privada, esta era la manera más honesta.



-¿Qué significa para ti su figura? 

-Es un hombre que vivió una historia personal donde juntó su convicción política con su convicción emocional y que luego, desde ese lugar y perteneciendo a un movimiento armado, ejecutó y obedeció órdenes en base a su ideales en un contexto histórico hipercomplejo de la historia de nuestro país. La figura de Ricardo Palma representa para mí todas las contradicciones históricas políticas de Chile. Su  familia es la radiografía de Chile en ese sentido. Una familia golpeada con la tortura, con el dolor, pero también golpeada con las acciones y desaparición de su hermano.

-¿Con qué sensaciones te quedaste tras conversar con él?

-Fue cerrar un capítulo de la historia. También de mi propia historia con la película y aquí debo remontarme al inicio. El Negro es una película que comienza a gestarse en marzo del 2015. En ese momento estaba presentando mi anterior película La mujer de barro en el festival de Toulouse y conocí a una productora francesa a la que le comenté la historia; en ese momento la pensaba más en ficción que en documental. Luego con ella y mis productores chilenos tomaba la decisión de contarla en código documental, lo que implicaba otras complejidades.

La película consiguió varios fondos en Francia, nuestro país coproductor y había que reaccionar rápido. Yo ya algo conocía por coincidencia de cercanos a Marcela, la hermana mayor de Ricardo y sentía que había una historia en esa mujer que debía ser contada. Luego tuvimos que apurar todo, conocer a la familia y a la madre para intentar convencerlas de contar una historia que entre ellas nunca habían conversado o compartido en profundidad. Y ahí fue difícil establecer las confianzas que en todo documental biográfico es muy delicado, sobre todo por el personaje del que se trataba.

Cuando me encuentran yo no soy
El rodaje comenzó a mediados del 2016 y era la historia sobre una desaparición, sobre un hombre clandestino, prófugo de la cual nadie de su familia sabía nada por 19 años. Me pareció muy interesante la reconstrucción de esa desaparición y los efectos en esa familia y en esas tres mujeres. Ellas para mí eran el tronco de toda la película.

Estábamos a punto de cerrar la película a principios de 2018 cuando me enteré de la detención de Ricardo en París. Algo que entre bromas decíamos, pero una vez que ocurre no sabes qué hacer. Lo primero que pensé: no hay película, luego cómo hago para conocerlo. En fin, todo era confusión y con las empresas de posproducción ya presentándonos a terminar la película, porque además había algunos premios de finalización que cumplir. En ese momento decidimos congelar el proceso, mientras yo intentaba hacer contacto con Ricardo, cosa que me tomó bastante tiempo, casi todo el año 2018. Finalmente en octubre-noviembre pude entrevistarlo con una cámara.

-Es interesante el debate que se genera en torno a lo que está bien o mal, el hecho de matar para ‘hacer justicia’,  terminando con la vida de una figura tan cuestionable como la de Jaime Guzmán. También el hecho de escaparse de la cárcel. ¿Cómo fue abordar esos temas durante el proceso? 

-Era muy importante observar. Siempre intenté junto a mi equipo dejar que las voces familiares hablaran, que se debatieran, que abrieran esta caja de misterio que simbolizaba Ricardo, y también la historia de Chile. Abordar estos temas es un proceso lento. Hablar sobre la muerte no es fácil y más aún cuando tu propio familiar está involucrado. Pero no era solo la muerte sino también la desaparición. Uno puede ver a Ricardo desde la arista de lo que hizo, pero la película pone su foco de interés en entender a una familia que queda sin su hijo y su hermano, fugado por décadas. ¿Cómo convives con eso? ¿Cómo afecta los lazos familiares, el futuro, la propia vida cotidiana? Mi interés iba en registrar esa reflexión.

-En el marco de fondo del documental liga el episodio del asesinato de Jaime Guzmán con la actualidad y el tema que hoy está a poco más de un mes de ser consultado con la ciudadanía: escribir o no una nueva constitución. ¿Cómo este documental contribuye a orientar al espectador para el plebiscito?

-Las heridas del pasado se revuelven cuando no están cicatrizadas. Chile aún está en una deuda tremenda con su historia. Aún no la conocemos del todo. Se obvia en colegios, escuelas. Solo a modo de ejemplo, aún contamos con miles de detenidos desaparecidos sin saber dónde están. ¿Cómo es posible eso? La llamada «reconciliación» no ha ocurrido. No hay un perdón civil y militar ante la matanza indiscriminada que vivimos en una de las dictaduras más horrorosas que ha habido. La respuesta de Palma y los frentes armados eran una reacción a la opresión y esto no tiene que ver con justificar o no lo que hizo, va mucho más allá de eso, porque si se quiere entrar en ese territorio hay que entender el dolor, las motivaciones y el contexto histórico donde él se desarrolló. Aún hay deudas tremendas como nación.

Volando vengo, volando voy 

-¿Cómo visualizas que la figura de Palma Salamanca está posicionada hoy en Chile?

-Es una figura que genera división, polarización pero ojo, esta división se produce porque Palma es el reflejo de un tiempo histórico, es la excusa de todas nuestras divisiones como país de las que no nos hemos hecho cargo. Y este “hacerse cargo” no viene por arte de magia. Debe partir de nuestros gobernantes, de todos los sectores y que estén a la altura de los procesos históricos que empezamos a vivir y que esperemos que cambien.

-Sabemos que desde hoy el documental estará disponible en Ondamedia ¿En qué otras plataformas estará disponible? 

En las plataformas Puntoticket, Cinépolis Click y en la Red de Salas de Chile. Desde hoy estará en Ondamedia de manera gratuita, pero con tickets limitados.
Pascal Brice y el caso de Ricardo  Palma Salamanca.




Pascal Brice dirige la Oficina de Protección a los Refugiados y Apátridas (Ofpra) desde 2012. Durante su carrera asesoró a políticos socialistas como el ex Presidente francés, Francois Hollande. Ayer, consultado por Reuters, dijo que el organismo que comanda "resuelve de acuerdo a los criterios del derecho al asilo y lo hace con total independencia". Pese a la carta personal que Piñera le envió a Macron, en el gobierno no están muy esperanzados de que la decisión de proteger al frentista se revierta.
Cuando era niño, Pascal Brice tuvo su primer contacto con chilenos. En Nantes, ciudad donde nació en 1966, compartió “con exiliados chilenos que huyeron del golpe de Estado del general Pinochet. El exilio es la partida para otro lugar, el desarraigo, el anhelo de volver a casa”, recordó en la revista Pellegrin. En la publicación, comenta también, que fue en 2012  cuando el entonces ministro del Interior, Manuel Valls -del gobierno del socialista Francois Hollande– le ofreció el cargo que hoy ocupa como director general de la Oficina de Protección a los Refugiados y Apátridas (Ofpra).
El diario francés Les Échos lo perfiló cuando en 2013 asumió su puesto. En la publicación se señala que sus padres, muy comprometidos con los sucesos del 68, lo llevaron desde muy pequeño a las protestas de la época. Y describen sobre Brice: “Más tarde, él va ‘donde suceden las cosas’. En Chiapas, donde se encuentra con el Subcomandante Marcos, en Siria, en Derry, mucho antes de los acuerdos de paz entre las dos Irlanda, en la Nicaragua sandinista…”.

Lo describen como un “apasionado por la historia”. Graduado del Instituto de Estudios Políticos de París y de la Escuela Nacional de Administración (ENA), señalan que “su primera pasantía en la ENA, Pascal Brice la hace en Chile. El país de Allende, ‘el sueño’ para este hombre de izquierda comprometido”.
Por 10 años trabajó en la administración central “en oficinas de ministros de izquierda” como Hubert Védrine y Pierre Moscovici, además de ser asesor en temas internacionales de la campaña presidencial de Francois Hollande.
Y es la oficina que dirige Pascal Brice este político francés la que decidió otorgarle asilo político a Ricardo Palma Salamanca, condenado en Chile por el asesinato del senador Jaime Guzmán y el secuestro de Cristián Edwards. Pena que cumplía en la cárcel de máxima seguridad desde donde huyó en helicóptero, en 1996.
La decisión del organismo molestó personalmente al mismo Presidente Sebastián Piñera quien decidió, en una medida catalogada desde Cancillería como “excepcional” enviarle una carta a su par francés Emmanuel Macron. Esto, además de la nota diplomática que la ministra de RR.EE. (s), Carolina Valdivia, le entregó al embajador galo, Roland Dubertrand.
Pero desde el Ejecutivo no ven con muchas esperanzas que la decisión se revoque. Saben que con el asilo, el proceso de extradición se complica más. Junto con ello, más que Macron, desde RR.EE. ven que es la Ofpra la que tiene “mayor control” en el caso. Porque si bien su consejo es diverso y en su mayoría designado por el gobierno, se comenta que “el problema es que la burocracia francesa es de izquierda”.
A esto se suma lo que el abogado de la familia del senador, Luis Hermosilla, ha planteado en más de una ocasión:  la “doctrina Miterrand”, política que tiene Francia de entregar asilos y evitar las extradiciones. El caso emblemático fue cuando el país galo protegió a los  activistas de extrema izquierda que asesinaron al Primer Ministro italiano y líder de la Democracia Cristiana de ese país, Aldo Moro. Esto, a pesar de que Hermosilla cree que el gobierno ha hecho todo lo que está a su alcance.
Ayer, consultado por Reuters, Pascal Brice señaló que el organismo que dirige “resuelve de acuerdo a los criterios del derecho al asilo y lo hace con total independencia”. 

Quiénes integran la Ofpra

La Junta Directiva de Ofpra está compuesta por 17 miembros con voz deliberante: dos diputados nombrados por la Asamblea Nacional; dos senadores nombrados por el Senado; dos representantes de Francia en el Parlamento Europeo nombrados por decreto; diez representantes del Estado; y un representante del personal de la Oficina, elegido por los agentes de Ofpra.
Si bien es diversa en su composición, es el director de la entidad quien marca los lineamientos de la organización.
Al fijarse en los miembros de la Ofpra que son seleccionados por el Congreso se encuentra que uno de los cargos está vacante y el otro corresponde al senador François-Noël Buffet, de Républicains. A sus 54 años, este abogado ha ocupado un puesto como senador desde el año 2004.
Por ese partido también interviene el diputado Eric Ciotti, nombrado por la Asamblea Nacional francesa, quien ha sido destacado por sus propuestas de leyes para mejorar la seguridad ciudadana y la lucha contra el terrorismo. En una escala más global hay otro representante de Républicains: el europarlamentario Renaud Muselier, quien además forma parte del Grupo del Partido Popular Europeo (Demócrata-Cristianos).
La otra europarlamentaria es Sylvie Guillaume, del Grupo de la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas, quien se ha centrado en garantizar vías de acceso “segura y legales” para los inmigrantes y los demandantes de asilo.
Entre los miembros de la Junta Directiva, que no pertenecen a los diez representantes del Estado, está también Alice Thourot, una diputada y abogada electa por el partido La République en Marche, de Emmanuel Macron.



Ricardo Palma Salamanca: “La cultura comunista me tiene harto”


La cultura comunista me tiene harto: es ideológicamente intolerante y autoritaria”, señala Ricardo Palma Salamanca.

El exfrentista, quien fue condenado por el asesinato del senador Jaime Guzmán y que actualmente se encuentra en Francia- país que le concedió asilo-, concedió una entrevista a The Clinic, donde relata su paso por la Cárcel de Alta Seguridad, su estadía en México y Cuba y su actual vida en tierras galas.
Cuando estuvo preso, dice, gendarmes y el juez Alfredo Pfeiffer se ensañaron con él. 

“Gendarmería, en tanto encargados de cuidar la cárcel. Pero también la Justicia. El juez Alfredo Pfeiffer me escupió dos veces. Me amarraba con cadenas de pies y manos a la silla mientras me interrogaba. Era un nazi. Cuando llegué a la Penitenciaría me tuvo 28 días incomunicado y luego me ingresaron al sector de los enfermos mentales, con quienes estuve tres meses. Eso de convivir con locos es un experiencia muy inusual. Hay cero higiene, se mean, se cagan. No existe interlocución posible”, relata.


Sobre su paso por Cuba cuenta que entró sin permiso de las autoridades de ese país, porque de lo contrario se lo habrían negado: 

“Se les avisó cuando ya estábamos adentro. Ahí debo haber permanecido aproximadamente tres meses, hasta que nos echaron. Yo entiendo que nos hayan echado, porque poníamos en riesgo la política de su Estado”, dice, y agrega: “En cualquier caso, si se les hubiera pedido permiso hubieran dicho que no. Éramos unas papas hirviendo. Por eso llegamos así, porque no teníamos dónde ir, estábamos cansados y necesitábamos restablecernos después de tanto”.

En cuanto a su estadía en México, donde residió 20 años, también tiene palabras:

“La derecha mexicana es muy poderosa en este lugar y le sirvió de argumento para justificar todo lo que había sucedido ahí. Son muchísimos los secuestros sin resolver. Obviamente nos relacionan a nosotros porque tenemos un pasado común, y un pasado chileno que calza muy bien con esa historia”.
“Con el tiempo, he responsabilizado mucho a mi medio familiar, su visión de las cosas del mundo y de la vida. Hubo una determinación por el tiempo histórico que nos tocó vivir y, por otra parte, una determinación familiar. Madre comunista, dos hermanas comunistas. Se almorzaba materialismo histórico y se cenaba materialismo dialéctico. Eso hoy me da un poco de molestia. No tuvieron la capacidad emotiva de enseñarme otros caminos posibles. Me hubiera gustado que me mostraran otro tipo de cuentos, otras literaturas”, cuenta en parte del texto.
Sobre su distancia con la cultura comunista que le tocó vivir, se explaya:

“Esa cosa cerrada y obtusa de los comunistas es muy dura. La detesto. Es ideológicamente intolerante y autoritaria. Muchos de quienes se sumaron a su causa, estaban movidos por buenos sentimientos, pero el partido los utilizó. Yo terminé con todo eso hace mucho tiempo. A una señora que se me acercó el otro día para invitarme a un panel, porque según ella yo debía dar mi visión y tal, entonces tuve que explicarle que quizás mi visión no les gustaría mucho. Los chilenos de aquí son bien comunistas y absorbentes. Me han acompañado y apoyado mucho, es cierto, y se los agradezco, les debo mucho, pero me agarraron de Patito Donald, de causa perdida y llorona. Después del 23, cuando me dieron la protección definitiva, nos fuimos a un bar para tomar algo. Eran muchos, y se pusieron a gritar consignas del Frente Patriótico. ¡Yo no lo podía creer! ¡Los pelos se me erizaban!”.

Además, se refiere, en parte, a su reunión con Gabriel Boric. 

Sobre su cita con el diputado del Frente Amplio dijo que le interesa “ser vaso comunicante entre esos que son tributarios de una izquierda determinada, aunque la verdad es que yo ni sabía lo que era el Frente Amplio, porque he estado completamente alejado de la realidad chilena”



 Ricardo Palma Salamanca: “Tomé la determinación de no vivir con miedo”

Desde París, Ricardo Palma Salamanca habló con nuestro medio asociado RFI de los 23 años de clandestinidad en los que vivió tras fugarse de una cárcel chilena en 1996. Fue "un largo periplo con diferentes identidades", dijó. En marzo estará en las librerías la versión francesa del relato de su fuga de la cárcel.
22 de febrero 2019 


Tras 23 años de clandestinidad total en México, el exguerrillero obtuvo recientemente el asilo político y la protección de la justicia francesa que impidió su extradición a Chile.
Agripado y con voz afectada, Palma concedió una entrevista exclusiva a Radio Francia Internacional.
El ex integrante del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), condenado por el asesinato, en 1991, del senador Guzmán, entonces ideólogo de Pinochet, purgaba una pena de cárcel perpetua en la cárcel de Santiago, cuando protagonizó una espectacular fuga a bordo de un helicóptero en 1996.
Hoy, con motivo de la salida de la versión francesa de su libro “El gran rescate”, Palma Salamanca habló de sus años de activismo en el grupo clandestino FPMR.
“Eran tiempos excesivamente polarizados donde o existías o te dejabas aplastar”, dijo para justificar su pertenencia al grupo guerrillero.
Palma abordó también su vida de clandestinidad con múltiples identidades. Su salida de Chile a México “fue un largo periplo de construcción clandestina de un lugar a otro con diferentes identidades”, hasta que la llegada de su primer hijo lo llevara a buscar una vida lejos de la persecución.
“Corté todo contacto con amistades y familia, fue un corte muy fuerte, producido por este absoluto terror a estar preso”, dijo.
“La llegada a México fue como haber llegado al lugar donde llegué a establecer mi vida”.
Sin embargo, “el cambio de nombre no determina el cambio de ser”, aseguró Palma Salamanca, quien “tampoco tenía mucha relaciones sociales”.
De su vida clandestina en México, no se extiende demasiado, sino que trabajó en fotografía y en producción de cine, en la construcción de escenarios.
“Mis primeros años en México fueron de mucha austeridad en el sentido de no exponerme a tener relaciones sociales. Eran años de muy bajo perfil. Ya pasando el tiempo tomé la determinación en el sentido de no vivir con miedo”.
Palma, sin embargo, rechazó hablar de los motivos que lo llevaron a dejar México para buscar refugio en Francia.
Palma Salamanca concedió esta primera entrevista a un medio de comunicación audiovisual en el marco de la publicación de su libro en francés que se titulará ‘Une étreinte du vent, Chili‘. El ex guerrillero se define como un autodidacta de la escritura. Y habló de la importancia “vital” que desempeñó la literatura durante sus años de cárcel.
Del 15 al 18 de marzo, Palma presentará al público la versión francesa de su libro “El Gran rescate” en la Feria del Libro de París en el stand de la editorial Tiresias-Michel Reynaud.
En París, Palma buscará seguir trabajando en el sector audiovisual, y anticipó que está escribiendo su tercer libro. De ahí en adelante, el ex guerrillero afirmó que se dedicará a la literatura.

Colegio Latinoamericano de Integración.

Ricardo Palma Salamanca estudio en Colegio Latinoamericano de Integración, que es una institución educativa que nace en el año 1967, en comuna de Providencia, en la ciudad de Santiago de Chile.




Palma Salamanca da nueva entrevista en Francia y defiende su paso por el FPMR



Palma Salamanca, el asesino

14 MAR 2019 

"Creo que tomé la decisión correcta para el tiempo y el contexto histórico que había en ese tiempo", señaló a la AFP el exfrentista, condenado como autor material del crimen de Jaime Guzmán, al tiempo que dijo que no espera volver a Chile "nunca".

Éramos testigos de un abuso y matanza permanente”. 

Ricardo Palma Salamanca, un exguerrillero chileno condenado por el asesinato de uno de los máximos ideólogos de Pinochet, relata sus años de lucha armada y sus dos décadas de clandestinidad.
En entrevista con AFP en Francia, país que le concedió hace unos meses el asilo político, contó su historia, desde su espectacular fuga de una cárcel en Santiago en 1996 realizada en el interior de una canasta tirada por un helicóptero, hasta su detención en París en 2018, pasando por los más de 20 años en los que vivió escondido bajo diferentes identidades en México.
“Tuve varios nombres, muchas fechas de nacimiento”, contó Palma Salamanca impasible, entre dos sorbos de café, en un pequeño apartamento del barrio Latino de París.
Antes de empezar la entrevista puso dos condiciones, se niega a hablar de sus juicios, ni de la política actual chilena “para evitar más polémicas”. Tampoco quiso cámaras de televisión. “Estar delante de las cámaras me tensa mucho”, explicó este hombre de 49 años, de tez morena y cabello canoso.
Parte de su historia la plasmó en un libro, “Une étreinte du vent, Chili” (“El gran rescate” en español), que presentará en el Salón del Libro de París desde este viernes y con el que espera financiar parte de sus gastos de justicia.
En éste relata la preparación de su fuga en helicóptero de una cárcel de alta seguridad, donde cumplía una condena a cadena perpetua por el asesinato a tiros en 1991 del senador Jaime Guzmán, considerado como el máximo ideólogo de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990).

A continuación extractos de la entrevista.



-¿Por qué decidió venir a Francia?
En México descubrieron mi identidad, el círculo comenzaba a cerrarse. Con mi excompañera y nuestros dos hijos nos fuimos a Cuba y de ahí vinimos a Francia. Era el único destino posible, fundamentalmente porque teníamos familia que nos podía brindar soporte y también por la historia de solidaridad que existió por parte de Francia con todo el proceso de la dictadura en Chile.

-¿Se esperaba a que Francia le otorgue el asilo?
No, casi me desmayo (risas). No me lo esperaba. O sea todo el mundo me decía que sí, que todo iba a estar bien. Pero yo me decía ‘están siendo condescendientes’. No sentí alivio sino una especie de incredulidad. Me preguntaba si era cierto lo que estaba pasando.

-¿Qué lo motivó a unirse al Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR)?
Creo que la motivación era evidente. Éramos testigos de una guerra desigual y sobre todo un abuso y matanza permanente. Eran tiempos muy radicalizados, o te defendías o te dejabas masacrar.

-¿Si pudiera dar marcha atrás, volvería a hacer lo mismo?
Creo que tomé la decisión correcta para el tiempo y el contexto histórico que había en ese tiempo. Aunque Pinochet ya no estaba en el poder, era comandante en jefe y luego pasó a ser senador vitalicio. La ideología fascista de Pinochet seguía dictando el curso de la política en todo orden. Todo lo demás era como una puesta en escena. Los políticos jugaban a tener democracia.

-¿Qué recuerda de su fuga?
Fue una operación perfecta. Muy pocas veces en ese tipo de situaciones la planificación se cumple al 100%. Todo salió como reloj y nadie salió herido.

-¿Cómo logró desaparecer durante más de 20 años?
Con documentación distinta, te haces pasar por otra persona. Reboté por muchas partes antes de llegar a un lugar y establecerme. Siempre existieron redes de apoyo, gente dispuesta a ayudar sin ningún tipo de condición. Y tomé la decisión de hacer un corte radical con mi pasado. No volví a dar noticias a mi familia ni amigos, hasta ahora.

-Imagino que fue lo más difícil….
No, no fue difícil. Porque había algo más grande, el terror de volver a la cárcel. Cuando estuve en la cárcel valoré tanto mi existencia en libertad que dije yo no vuelvo a pasar eso jamás en mi vida. Fueron 4 años y 10 meses. 1825 días. En ese tiempo, en particular conmigo, se ensañaron de una forma muy profesional. Era una política permanente de hostigamiento.

-¿Espera volver un día a Chile?
Nunca.

-¿Cuáles son sus aspiraciones?
Retomar un vida.. o ni siquiera retomar porque nunca la tuve. Construir una vida austera, tranquila, en silencio. Y desenvolverme como cualquier otro mortal.


 

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